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Crónicas prohibidas (1)

en Fantasías Eróticas

1

La carta cayó en el regazo de Aline, la duquesita de Argens, que la guardó con presteza bajo el corsé que apretaba su talle y levantaba sus senos cremosos sin ocultarlos. Aquel gesto no pasó inadvertido a su padre, Alphonse, quien tomó su mano y la condujo a la pista. La fiesta para celebrar el decimocuarto cumpleaños de la joven estaba en su apogeo, y los invitados brillaban en sus elegantes trajes cubiertos de joyas a la luz de las arañas de cristal. Apretó contra sí la breve cintura y de inmediato ella sintió la dureza contra el monte de Venus. Aunque estaba acostumbrada, bajó los ojos y se ruborizó.

Era virgen, pero sabía que no continuaría siéndolo por mucho tiempo. Su boda pronto se consumaría. Aunque su virginidad era celosamente resguardada, eso no había impedido a su padre gozarla de otros modos. Le complacía que lo mamara tan bien como la profesional que era su madre. Al recordarlo, la duquesita volvió a ruborizarse, al tiempo que sus ojos entornados buscaban con disimulo al autor de la esquela, y los brazos de Alphonse la hacían girar en el baile.

Divisó de lejos la alta figura del príncipe Adrien de Valcour, que en ese momento danzaba con la duquesa mientras su paquete sobaba con descaro el pubis de ella. Un ramalazo de celos pasó por los ojos de Aline. El duque lo notó, pero guardó silencio. Tenía mucho que aprender. Ofuscada, no advirtió que en una vuelta la esquela cayó al piso. Cuando la música cesó, el duque recogió el papel sin ser notado y lo guardó.

Lanzó una mirada de inteligencia a su mujer, y después de dejar a Aline al cuidado de Josette, la dueña, se retiró a otra sala donde leyó la nota con calma. No cabía duda: el príncipe concertaba una cita con la joven. ¿Qué hacer? Después de llegar a un arreglo, marido y mujer se incorporaron a la fiesta con aparente serenidad. Alphonse envió a la dueña con la respuesta, quien la entregó al príncipe.

Esa noche, un hombre alto y atractivo vestido de negro se abrió paso hasta una cámara. Pero al acercar la vela que portaba se percató de que quien lo esperaba era la duquesa. Se llamaba Jacqueline, y era una real hembra: rubia, blanca, con hermosos ojos verdes y generosas nalgas y tetas.

El príncipe hizo ademán de retirarse, pero ella lo detuvo. "Los vasallos no debemos negaros nada", dijo, con aire sumiso, al tiempo que retiraba las sábanas y su cuerpo desnudo aparecía en todo su esplendor. Él se alegró por la oportunidad de gozarla, y ella rió. Le aclaró que accedería a que gozara a su hija a condición de que él aceptara que le vendaran los ojos, ya que la niña era virgen y sentía mucha vergüenza. A cambio de la virginidad de su hija, la duquesa le hizo prometer que le concedería lo que ella quisiera. Aceptó y una apretada venda selló sus párpados. Poco después entraron dos mujeres. Una de ellas era Josette. Desnudaron al príncipe y lo tendieron boca arriba, al tiempo que comenzaban a acariciarlo y a lamer su capullo. Él gemía y resoplaba de placer.

Después, la duquesa tomó a la virgen, Leonore, que era la hija de Josette, y la tendió en la cama junto al príncipe, mientras la dueña continuaba estimulándolo. Las dos mujeres eran muy hermosas: altas, morenas, de estrecha cintura y prominentes senos y caderas. La duquesa le abrió las piernas a la joven y exploró con su lengua la raja hasta tocar el suave botón. Ella gimió. Comprobó complacida que estaba muy húmeda y chupó con deleite sus jugos. "Te la tengo casi lista", le anunció al príncipe. Colocó entonces a la joven en cuatro patas, con el culo en pompa. "Es toda tuya, mi señor", musitó al oído del príncipe, al tiempo que guiaba la punta de la polla contra el coño cerrado, y él instintivamente empujó. Los dos estaban tan excitados que la verga se abrió paso sin dificultad por la estrecha abertura y desgarró los delicados tejidos al primer envite. El dolor fue indescriptible. La joven gritó y empezó a sollozar, pugnando por zafarse del ariete que la penetraba, pero Adrien no se apiadó de sus quejas y continuó empalándola con entusiasmo.

De pronto, una voz susurró: "Calma, mi señor... si sigues así vas a correrte en su coño y no creo que quieras preñarla... ", al decir esto, Jacqueline guió la verga del príncipe hacia el culo de la chica. Él sintió la estrechez y comprendió de inmediato lo que ocurría. Sonrió maliciosamente y empujó sin miramientos. La joven gritó, pero él no se detuvo. La empaló a fondo primero y luego bombeó en su interior durante largo rato.

Por fin Adrien se incorporó. "Quiero una mamada", anunció. La duquesa entonces la guió, hasta que la joven contuvo el asco y chupó la polla que conservaba los olores de su culo y de su coño. Él se descargó entre sus labios y se derrumbó después, agotado. Luego de largo rato se incorporó con dificultad, pero la duquesa susurró a su oído: "Ahora, mi señor, ha llegado el momento de que cumplas vuestra promesa". El príncipe asintió y permaneció quieto, con el ánimo expectante. Fuertes manos aprisionaron sus muñecas y tobillos en una especie de cepo. Quiso rebelarse, pero no reaccionó con suficiente rapidez. Completamente inmovilizado, sintió que una mano enguantada tocaba sus testículos y temió lo peor. Era completamente vulnerable y eso lo indignaba. Sin embargo, la mano siguió acariciándolo, hasta que empezó a rodear su culo con movimientos circulares. A su pesar, la verga se le irguió, traicionándolo.

La duquesa sonrió con malicia. Abrió las nalgas de Adrien y vertió aceite en su agujero. Él dio un respingo, pero no pudo reaccionar: ya el grueso garrote del duque se clavaba hasta el fondo. El joven lanzó un alarido, protestó y gimió, pero Alphonse no cesó en su asalto brutal. La duquesa murmuró al oído de Adrien: "Recordad lo que prometisteis: que me darías lo que yo quisiera. Gozasteis la virginidad de la niña: es justo que yo goce al ver cómo os quitan la vuestra". Al escuchar esto, el príncipe comprendió que no habría piedad. Permaneció quieto entonces y trató de relajar el esfínter. Tenía la esperanza de que todo concluyera pronto, pero no contaba con la firme resistencia del duque, quien lo gozó durante largo rato. Entre tanto, la duquesa comenzó a mamarle la polla al príncipe. A su pesar, alcanzó por fin un sonoro orgasmo entre los labios de Jacqueline.

Entonces Alphonse lo asió por los cabellos y lo obligó a felarlo. Reprimió una arcada y obedeció. Jamás lo habían humillado de ese modo; pero reconocía que nunca había gozado tanto. El duque se corrió en ese instante y el príncipe se atragantó. Tuvo que reprimirse y tragar todo.

Después de un rato, la duquesa acercó una copa de vino a sus labios. Adrien bebió entonces con avidez, pues la sed lo atormentaba, y cayó, sedado por el narcótico.

Despertó en palacio, y a no ser por la fatiga y el dolor, habría creído que todo fue un mal sueño. La puerta se abrió y dio paso a una figura embozada. Adrien se preparó para lo peor. La capa cayó entonces y dio paso a una espléndida mujer. Él sonrió complacido al reconocerla. "Permitidme, señor, que corresponda a vuestra bondad", dijo la duquesa, al tiempo que se metía en la cama. Aplacado de momento, se dispuso a gozar de aquel inesperado placer.

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