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Menudo lío

en Fantasías Eróticas

Menudo lío.

Perdí el empleo esa semana, por culpa de aquel gordo odioso de la sección de contabilidad, que no quería nada más tocarme las tetas o las nalgas al pasar, como la mayoría de los cerdos de la oficina, sino que una tarde quiso meterme mano, y otras cosas, por supuesto, en la oficina del fondo, donde estaban los archivos. El muy imbécil me envió a buscar un documento, y aprovechando el poco espacio del lugar, intentó sujetarme en un rincón, subirme la falda y bajarme las bragas. Le metí un rodillazo certero en las ingles y me escabullí. Claro, que no contaba con que su tío es jefe de sección, otro que me llevaba hambre, y quiso que yo fuera razonable... Eso dijo, el muy cabrón. Y cuando tuvo visto que no iba a cooperar, me pusieron de patitas en la calle...

Por eso digo: menudo lío. No he pagado el alquiler del mes siguiente, que toca mañana, y sólo tengo para esto: una taza de café, un bolillo y un par de pasajes en metro… y nada más. Como no me ponga a pedir limosna en plena vía, hoy no como… menos mal que acá en este café prestan el periódico… veamos qué ponen en la sección de empleos… pues, nada. Está difícil… ¿pero qué es esto? "Dama de compañía: se necesita señorita para oficios varios y para cuidar de un hombre de la tercera edad. Paciente, responsable, puntual… y ponen las señas… me pilla algo lejos, pero puedo ir y venir, aunque luego no tenga para comer… Eso o me tiro al río…"

Así pensaba mientras hacía el trayecto. Brrr… qué frío. No era la mejor época para quedarse sin trabajo, a dos días de Navidad, pero bueno… ¿qué le vamos a hacer? No es que me disguste follar, pero no así, a lo bestia, y menos con un par de tíos tan feos… es aquí… salí al andén y luego a la calle. Anduve el par de calles que me separaban de la dirección que ponían en el anuncio, y toqué. Me abrió una mujer de unos treinta años. Bastante bonita y bien vestida. Yo, en cambio, parecía una pordiosera, con aquel abrigo de tiempos de Maricastaña, no tengo otro, mi falda negra y mi blusa blanca, las que usaba de uniforme en aquel antro, pero eso no lo dije.

Me hizo pasar a una especie de despacho y me sometió a una lluvia de preguntas. Contesté lo mejor que pude, y finalmente la mujer aterrizó: buscaban a una persona como de mi edad para cuidar de un anciano, eso dijo. No me hizo gracia, pero a falta de pan… ella y su esposo, el hijo del hombre a quien yo tendría que cuidar, viajaban mucho. Vivían en provincias y no podían cuidar de él. Tampoco llevarlo consigo. A mí de pronto se me ocurrió que el viejo les pesaba. Ella tenía un tipo a lo Sofía Loren en sus viejos tiempos: buenas tetas, buenas nalgas, unas facciones dispares que sin embargo sumaban un atractivo animal muy grande. Seguro era una fiera en la cama, pero de altruismos, lo que yo de física nuclear…

No soy tonta: estudié en firme hasta que se acabó lo de la beca. Luego trabajé en el día de lo que fuera y cursé un par de semestres para enfermera… hasta que comenzaron a pasarme con más frecuencia incidentes como aquel que me había hecho perder el empleo. Justo desde que dejé de verme como una sardina recién pescada y eché curvas ahí donde las mujeres deben echarlas. Joder, que una mujer sin tetas y sin culo se parece peligrosamente a un chico, y ya se sabe, cuando los hombres no están a gusto con ninguna mujer, o les gustan aquellas que parecen chicos, es que otra carne quieren…

En fin. La comadre aquella me llevó a conocer al cliente. Era un hombre mayor, sí, pero no el carcamal que supuse. Debía de tener unos cincuenta años. Cincuenta y cinco, lo más, con mucho empaque de señor. De seguro en sus mocedades la había corrido y bien corrida. Era evidente que estaba cabreado y que la presencia de la nuera lo ponía de muy malas pulgas. No lo culpo. La verdad es que la patrona es una pesada… y además, se pasa. Qué tía. No hubo forma de que entrara en razón. Tal se diría que apagaba el interruptor de escuchar cuando su suegro hablaba.

-Bueno, papá… -le dijo con un tono a punto de caramelo, más falso que un disco pirata- te dejo con la empleada. Trátala bien. Mira que la última se fue echando rayos… apáñatelas lo mejor que puedas, que Romualdo te llamará a la noche… -y diciendo esto, se calzó los guantes de cuero de conductor y el sombrero, se envolvió en un gran chal de lana y salió. Al instante escuché el motor del auto que partía.

Me quedé de una pieza, en medio de la habitación, con el abrigo aún puesto. El hombre me ignoró durante varios minutos y luego fijó en mí su mirada a través de las gafas claras. Tenía los ojos de un azul diáfano. Me escudriñó de arriba abajo y luego dijo, con tono brusco:

-¿Y tú, mocosa, de dónde sales?

-Soy Belén… -respondí- su nuera me ha contratado para que lo cuide… -al oír esto, soltó una carcajada. Sonó como un cañonazo, bronca y fuerte.

-¿Y qué crees tú? ¿Qué yo necesito que me cuiden? ¿Soy acaso uno de esos carcamales que no pueden valerse por sí mismos? ¿Eso piensas? -su voz tenía un tono oscuro. Era una voz rica en matices, profunda, pastosa. Una voz muy masculina, muy personal. Imponía. Con dificultad, me rehice. Supongo que el hambre podía mucho también.

-Lo que yo crea no tiene importancia, señor… ¿qué desea que le prepare para almorzar?

-No sufras, hija… ya mi nuera me ha dejado en la nevera todo listo, sólo de calentar en el microondas… lo más difícil no es eso, sino pasar las horas hasta que sea tiempo de almorzar… a ver, ¿qué sabes hacer? -al oír esto, lo miré dubitativa.

-¿Hacer? Pues… estudié secretariado, y por las noches estudio enfermería…

-¿Y qué paso? ¿Cómo has venido a caer tan bajo?

-Perdone el señor, yo…

-Sí, tan bajo… una secretaria no anda deseosa de cuidar viejos… -y al decirlo, le echó una ojeada a mis piernas, enfundadas en viejas medias negras, pero de pantorrillas turgentes y muslos firmes- …aunque ya, ya me imagino el tipo de problemas que habrás enfrentado… vamos, Belén. De aquí a la hora del almuerzo da tiempo a que me ayudes con la correspondencia… -y dicho esto, se dirigió al despacho.

Lo seguí. Era un hombre más bien alto, maduro, con aladares en las sienes, que lo hacían más elegante. Fumaba en pipa y vestía con cierto descuido: pantalón de franela color tabaco, un suéter de lana beige, y una camisa blanca cuyo cuello asomaba por el pico del suéter, todo muy pulcro pero sin exagerar. No era un petrimetre tampoco. Olía a esa mezcla tan masculina de colonia clásica y tabaco. Lo seguí. Me indicó que tomara asiento frente al ordenador. Abrí una ventana y comenzó a dictarme a medida que leía la correspondencia.

Escribí a un ritmo vertiginoso y tan intenso que cuando el reloj dio las dos campanadas, lo miré interrogante. El asintió. "Ve a calentar la comida, Belén. Tú también debes tener hambre". Así era, en efecto. Puse un cubierto a la mesa, calenté la comida y la serví. Al ver aquello, dijo con voz estentórea. "Haz el favor de poner otro cubierto y de servir tu almuerzo. Ni estamos en la edad media para que tú comas en la cocina, ni yo muerdo, para que me hagas comer solo. Hala… obedece". Y yo fui hacer lo que me mandaba, sin chistar.

Aquel tipo me imponía. Vaya mezcla de mal humor y de ternura. Ternura no para mí, por supuesto, pero sí para Grato, un hermoso perro que lo acompañaba a todos lados y que en un principio me olió con desconfianza, antes de aprobar mi presencia cerca de su amo. Era un perro gris, de gran alzada, algo flaco pero muy elegante, y con una mirada tan expresiva que sólo le faltaba hablar.

Almorzamos y don Alfonso me sacó más conversación. ¿Dónde vives? ¿Qué haces? ¿Cuántos años tienes? ¿Y tus padres? Supongo que tanta pregunta tenía sentido. Acababa de entrar a su casa y era una perfecta desconocida. Me llamaba la atención el poco cuidado de su nuera y se lo dije. ¿Qué tal si soy una asesina en serie y lo encuentran a usted cualquier día con el cuello cortado? Me miró con la risa en los ojos.

-¿Tú? ¿Una asesina? No digas sandeces. Tú eres incapaz de matar a una mosca.

-¿Sí? ¿Y usted cómo lo sabe? -pregunté, con aire de reto.

-Basta ver cómo te ha aceptado Grato, que suele equivocarse muy poco acerca de la verdadera naturaleza de las personas… a mi nuera no la puede ni ver. Ya ves… he tenido que encerrarlo mientras estuvo aquí… en cambio a ti te ha aceptado desde el primer momento… ¿y de dónde eres, Belén?

-De Santo Domingo. Vine con una beca… -mi cara se ensombreció.

-Pero las cosas no resultaron como tú esperabas, según veo… -bajé la vista al plato. No, no resultaron como yo esperaba. ¿Cómo decirle que la beca era tan exigua y las condiciones tan difíciles que con tal de sobrevivir hice de todo: limpié casas, lavé autos, soporté los manoseos de tipos como los de la víspera? De algún modo lo intuyó porque dejó caer su mano con suavidad sobre la mía. No lo hizo con malicia, sino con la misma ternura con que acariciaba a Grato. Ni él ni yo dijimos nada. Guardamos silencio durante un rato, y luego él dio un sorbo a su copa de vino.

-¿Eres mayor de edad? -preguntó de pronto. Yo asentí y él llenó mi copa sin decir más. Aquello, no sé por qué, me conmovió. Continuamos conversando y la plática discurrió por rumbos más normales. Inquirió por la beca. ¿Qué deseaba estudiar?

-Medicina -respondí, con una sonrisa triste.

-¿Qué tiene de malo? Es una buena profesión…

-Pero la carrera es bastante cara… tuve que cambiar por enfermería…

-Mucho sacrificio, pero la paga es relativamente buena… ¿y cómo haces para vivir? -no quise contarle mis penurias y evadí la pregunta. Él lo notó, pero no quiso insistir. Yo comenzaba a darme cuenta de que él era pintor. Había visto algunas de sus obras en las paredes y notado de qué iba su correspondencia. Pero no dije nada. Terminamos de comer, lavé los platos y volvimos al despacho.

-¿No quieres descansar un rato? Pon las noticias… aunque no serán ningún descanso, me temo… el mundo está cada vez más loco… -asentí. Encendí el televisor que de inmediato comenzó a vomitar imágenes violentas. Él odiaba CNN y soportaba a duras penas Televisión Española. Los demás canales ponían películas, pero por lo general no le interesaban.

-¿A ver, niña, entiendes inglés?

-Algo -admití. Me hizo traducirle lo que decía un canal de noticias. Lo hice lo mejor que pude, y al rato, me preguntó:

-¿A qué hora comienzan tus clases? -di una hora, y entonces dijo:

-¿Sabes conducir? ¿Tienes permiso? -asentí. Sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón.

-Toma, llévate el auto… y vuelve a tiempo de cenar a las diez… -yo lo miré asombrada. Jamás nadie me había dado esa prueba de confianza.

-Don Alfonso, yo…

-Vamos, que no tengo todo el día… hala, vete… -y con aquellos sus modales bruscos, me envió a paseo. Conduje hasta la facultad y asistí a mis clases. Estaba un tanto retrasada porque en la última semana había perdido varios días, pero retomé el hilo con facilidad.

Regresé a casa a la hora acordada y serví la cena. Comimos y entre tanto nos enfrascamos en una charla sobre los temas que había visto en clase. Lavé los platos y antes de retirarme, lo inyecté, tal como me había indicado su nuera que debía hacer. Aquel contacto resultó bastante incómodo para ambos, a pesar de que sabíamos que era algo eminentemente profesional. Me fui a dormir sintiéndome afortunada por aquel cambio en mi suerte. Don Alfonso me proveería casa, comida y un sueldo bastante generoso. Con eso podría continuar estudiando sin problemas. Era mucho más de lo que habría soñado.

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