Es una puta deliciosa... (Fóllame 2)
...La penetré a fondo, atravesándola con mi lengua y saboreándola de un modo aún más intenso. A pesar de sus movimientos rítmicos mientras la verga del jefe entraba y salía de su culo, conseguí calentarla bastante. Poco después, él se corrió dentro de ella, y a pesar de su autocontrol, la secretaria alcanzó un sonoro orgasmo en mi boca. "Ya arreglaré cuentas contigo", escuché que le decían. Ella se limitó a bajar la vista. Temblaba...
Volví al día siguiente. Claro que volví. Necesitaba el empleo y no era cosa de echarme para atrás. Llegué temprano. Un vestido corto, parecido al de la víspera. Se abre al frente y no deja obstáculos para el contacto cuerpo a cuerpo. Ni bragas ni sostén, como me ordenó el jefe, sólo el liguero y las medias negras. Tacones altos que destacaban el culo respingón y las pantorrillas turgentes.
"El jefe te ha dejado instrucciones", me indicó una de las secretarias. Su atuendo y apariencia eran semejantes a las mías. ¿Cuántas veces te habrá montado?, le pregunté mentalmente. Maldito si me importaba. La chica se retiró, dejándome sola en aquella especie de cubículo donde tenía el escritorio, una silla giratoria, un archivador, el cpu y la pantalla. Sobre el tablero había un sobre. Lo abrí y leí la hoja, luego fui al baño, la rompí en muchos pedazos y dejé que se escapara junto con el agua. Volví a mi lugar y empecé mi labor.
Llegó puntual con su traje azul marino, chaqueta cruzada y la misma actitud de indiferencia olímpica hacia todo y todos. Seguí trabajando sin que nada denunciara mi íntima turbación. Ansiaba con todo mi ser que volviera a usarme, pero transcurrieron varias horas y llegué a pensar que no me llamaría. Era una forma de establecer su dominio, de decirme que no me necesitaba ni dependía en absoluto de mí. Llegó la hora del almuerzo y no salí. Preferí quedarme y comer el sándwich que había llevado, mientras continuaba tecleando ante la pantalla. No quedaba nadie en la oficina cuando terminé y lavé mi plato. Sonó entonces el teléfono. "Ven", dijo, y colgó.
Me miré al espejo del baño y caminé hacia la puerta. Ni un temblor denunciaba mi íntimo desasosiego. Abrí y pasé sin llamar. Eso me valió una reprimenda y supe que me lo haría pagar caro después, pero no me importó. Seguí su voz hasta un recodo del despacho y entonces lo vi. O más bien, los vi. Tenía abajo los pantalones y se había quitado la chaqueta, la camisa y la corbata. Su sexo entraba y salía alternativamente de un culo blanco, tan perfecto que daban ganas de llorar. En la hembra sodomizada reconocí a la secretaria que me había recibido.
Era rubia, de hermosos ojos glaucos, y comprendí que los celos que me había inspirado obedecían a una intuición certera. Pero de inmediato comprendí que era injusta. La rubia no tenía para él mayor importancia. En ese momento, mientras el jefe le daba por el culo, ella se dedicaba a felar una generosa verga que pertenecía a un tipo mayor, muy elegante, con aladares en las sienes. Estaba sentado en un sillón, con el tórax velludo al aire, la bragueta abierta y los ojos entornados.
No tuve tiempo de verlos bien porque el jefe me ordenó de inmediato que me desnudara. Me quité la túnica y me quedé sólo con el liguero, las medias y los zapatos. Me acerqué a ellos y entonces la rubia dejó de mamar la polla del otro. El jefe se sentó en un sillón próximo e hizo que la secretaria se empalara con su verga hasta el fondo del culo. El hermoso rostro se contrajo en una expresión de agonía que, paradójicamente, tuvo la virtud de ponerme a mil, mientras el tipo mayor me ordenó arrodillarme, y asiéndome por los cabellos, acercó mi cara a la entrepierna de la chica.
Entendí lo que deseaba. Abrí delicadamente los labios y hundí mi lengua en la carne que goteaba profusamente. Su coño olía a sexo y a semen. De seguro uno de los dos se había derramado dentro, y me estremecí ante la ofrenda de aquella nueva humillación: beber la leche depositada en la raja de otra puta. Estaba ahí, arrodillada entre las piernas de la rubia, a quien continuaba sodomizando el jefe, cuando sentí la verga apoyada contra mi culo. Cerré los ojos instintivamente y me relajé. Pero fue inútil. Al primer envite, el garrote amenazó con partirme en dos.
Sus movimientos eran despaciosos y controlados pero yo me sentía morir. Era más grande que la de la víspera, y no sabía si iba a poder aguantar cuando se lanzara a galope. Pero él continuó moviéndose con la misma lentitud enervante durante largo rato, tanto que pensé que no iba a acabar nunca. Mi lengua recorrió la raja de la rubia, evitando deliberadamente su botón, y bebiendo el semen y los jugos que escurrían del pozo en el centro de su carne.
La penetré a fondo, atravesándola con mi lengua y saboreándola de un modo aún más intenso. A pesar de sus movimientos rítmicos mientras la verga del jefe entraba y salía de su culo, conseguí calentarla bastante. Poco después, él se corrió dentro de ella, y a pesar de su autocontrol, la secretaria alcanzó un sonoro orgasmo en mi boca. "Ya arreglaré cuentas contigo", escuché que le decían. Ella se limitó a bajar la vista. Temblaba.
Entonces el otro hombre comenzó a derramarse en mi interior, y aceleró sus movimientos. Un sonido gutural se escapó de su garganta y se unió al grito ahogado que lancé, cuando al fin su verga, medio flácida, dejó de atormentar mi agujero. "Tienes razón: es una puta deliciosa", dijo, dándome una sonora nalgada. Pero después de ese gesto, casi cariñoso, pareció olvidarse de mí. Se subió los pantalones y se vistió. El tipo mayor hizo lo mismo y salió sin mirar atrás. Las dos mujeres permanecíamos en el piso, llenas de semen y con la ropa en desorden.
"Levántense", ordenó el jefe. No permitió que nos aseáramos. La leche debía gotear de nuestros culos y empaparnos los muslos y las medias. Turbadas, salimos del despacho y nos refugiamos en el baño, donde nos arreglamos el maquillaje y el pelo. Justo a tiempo: había terminado la hora del almuerzo y los empleados regresaban a las oficinas. Si alguien notó aquel intenso olor a sexo que despedíamos, no dijo nada. "No vayas a marcharte al final del día", dijo la rubia, al pasar por mi escritorio. Alcé la vista y me crucé con sus ojos glaucos. "¿Por qué?", pregunté, con sincera ingenuidad.
"Aún no ha terminado con nosotras", respondió, y siguió caminando hacia su escritorio. Así fue. Al final de la tarde, el edificio se vació pero nosotras nos quedamos, con el alma en un hilo. "Va a castigarnos: a ti por entrar sin llamar, y a mí por correrme ", dijo, ante mi pregunta muda. "Pero no importa. Fue una delicia correrme contigo. Me chupaste el botón como nadie", admitió, y yo enrojecí violentamente. ¿Cómo decirle que era la primera vez que le comía el coño a una mujer?".
En ese momento sonó el teléfono. Fui a contestar y escuché la voz inconfundible del jefe: "Ven y dile a esa puta que venga contigo". Colgué sin responder. Ella me miró y comprendió. Caminamos hasta la puerta y tocamos antes de entrar. "Pasen", dijo, y obedecimos. Antes de pasar adelante, nos tomamos brevemente de las manos. "Ánimo", dijo. Yo asentí y le deseé suerte.