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Casia (3)

en Hetero: Primera vez

(las dos primeras partes de este relato se encuentran en la categoría de relatos lésbicos)

Casia:

Estábamos en la cama, reposando después de habernos hecho el amor, cuando de pronto la puerta se abrió y en el umbral vi la figura de un desconocido. Me asusté y traté de ocultarme con las cobijas, pero Mara lo recibió amigablemente:

—No seas tonta, —exclamó— es mi hermano —al oír esto, lo miré sorprendida. Debo admitir que era un guapo chico de unos veinte años. Me sorprendió asimismo que Mara no tuviera el más mínimo pudor ante él, pero todavía me quedé más asombrada cuando los vi besarse en la boca sin ningún recato. Como supe enseguida, Paolo, ese era su nombre, y Mara mantenían una relación incestuosa.

Mara había nacido cuando su madre era adolescente. Al parecer, fue fruto de una violación. Cuando Mara tenía pocos años, quedó al cuidado de la abuela, mientras la madre se iba a otra ciudad buscando trabajo. Con dificultades estudió enfermería y mejoró económicamente. Todos los meses enviaba dinero para el sostenimiento de Mara y de su abuela. Luego, la madre se casó con un médico y poco después dio a luz un hijo, Paolo. Durante un tiempo la cosa siguió así. La madre de Mara continuó manteniendo a la abuela y a la nieta, pero no las llevó a vivir con ella porque el marido no lo permitió.

Pasó el tiempo y un día el médico falleció de un infarto repentino. La madre de Mara quedó en buena posición económica y por fin llevó a ésta y a su abuela a vivir con ella. Durante algunos años todo fue bien, pero después de un tiempo, la madre comenzó a llevar una vida libre y disoluta. Poco a poco el dinero fue menguando, Mara tuvo que ponerse a trabajar, mientras continuaba estudiando, y la abuela se ocupaba de Paolo, a quien su madre descuidaba. Las cosas se agravaron cuando la abuela también falleció y cuando el dinero se terminó del todo. Entonces la madre de Mara terminó de emputecerse, pero como ya no era una mujer joven, no ganaba lo suficiente para mantener a la familia.

La conducta de su madre dio muchos problemas a Mara, quien era rechazada por sus compañeras de colegio. Para colmo, cuando creció Mara se convirtió en una chica muy desarrollada para su edad, con tetas imponentes y generosas caderas. Los hombres se volvían a mirarla cuando caminaba por la calle y las cosas que le decían la incomodaban mucho. Hasta los maestros la miraban en forma obviamente lasciva.

Aunque siempre había sido buena estudiante, la carga de tantos problemas no dejaba de pesar sobre los hombros de Mara. Uno de sus maestros se convirtió en su paño de lágrimas y la ayudó mucho durante el penúltimo año de secundaria. Le explicaba las materias difíciles, la aconsejaba, y cuando se hacía tarde, la llevaba a su casa, y obviamente, Mara le estaba muy agradecida.

Las cosas siguieron así durante ese año y el siguiente. Una noche en que llovía, el maestro se ofreció, como siempre, a llevarla a casa y Mara aceptó. Sin embargo, en lugar de tomar el camino de costumbre, él la llevó a un lugar distinto. Era una casa en las afueras, situada en medio de un paraje solitario. Con la poca visibilidad que dejaba la lluvia, Mara se dio cuenta de lo ocurrido hasta que ya habían llegado ante la casa. Sorprendida, trató de reclamarle al maestro, pero este se limitó a reír.

La obligó a bajar del auto, y como ella se resistiera, la golpeó. Mara perdió el conocimiento. Cuando despertó, estaba atada como en una mesa ginecológica, boca arriba, con las piernas abiertas y el cuerpo totalmente desnudo. Lo miró con miedo y enseguida supo lo que iba a suceder. Suplicó, lloró, gritó, pero todo fue inútil. No había un alma en muchos kilómetros a la redonda, y de todos modos, la tempestad afuera era tan violenta que nadie la habría oído.

Primero la obligó a mamarle la verga, y cuando la tuvo dura, aplicó un lubricante a su culo y puso la punta de la polla contra la entrada. A pesar de lo tensa y contraída que estaba Mara, él empujó con todas sus fuerzas y se fue a tope al primer envite. El dolor fue tan intenso que Mara se desmayó. Aún así, la siguió penetrando. Cuando Mara volvió en sí tuvo que soportar sus violentas acometidas durante lo que le pareció una eternidad. Al fin, él terminó por correrse en el apretado canal. Mara creyó que su tormento había acabado, pero sintió morir de humillación y vergüenza cuando él la obligó a volver a mamarlo. Sintió el sabor de su culo en la polla, pero tuvo que dominar su asco y continuar chupándolo.

Indiferente a sus quejas y sollozos, cuando volvió a tenerla dura puso la punta de su verga contra su coño y empujó con fuerza. Mara gritó de dolor cuando la carne erguida la atravesó por completo, pero él no se apiadó de sus gritos. La violó durante largo rato. Esa segunda vez no se corrió tan rápido y a pesar del dolor, Mara no perdió el conocimiento. Su cuerpo tenso y el coño apretado hicieron más difíciles las penetraciones, y también más dolorosas, pero también hicieron que él se excitara cada vez más a medida que la penetraba. Comenzó a decirle cosas al oído, como: "Qué estrecha estás, puta, ¿es tu primera vez, verdad? ¿A que nunca te habían follado por el culo? Mmmm... tu culito virgen estaba delicioso... tal vez vuelva a correrme en él, ¿te gustaría?"

Ante estas palabras, ella se revolvió furiosa, llorando y gimiendo. Por fin, cuando ya no pudo más, él salió de su coño, le metió la verga en la boca y se derramó. La pequeña boca no pudo abarcar todo el líquido blanco y viscoso. La desató y le ordenó beber la leche que había caído sobre su cuello y sus enormes tetas. Mara jamás se había sentido tan humillada y vejada. Aún sollozaba, pero con un violento revés la hizo callar. Luego le tiró su ropa a la cara y le ordenó vestirse. Ella obedeció como una autómata. Cuando estuvo vestida, la arrastró hasta el auto y la hizo subir. En el trayecto, le dijo:

—Entiende: eres mi puta. Yo te he desvirgado. Después de esto, nadie querrá casarse contigo, sobre todo sabiendo lo guarra que es tu madre. Y tú eres de su misma calaña... estás hecha para que te follen... desde hoy, te violaré cuando me venga en gana... —al oírlo, Mara ocultó su rostro entre sus manos y sollozó. Durante el trayecto no paró de decirle lo puta que era. Llegaron por fin ante la casa de la chica, y antes de bajar, él le dijo:

—Como cuentes algo de esto, te mato a ti y a la zorra de tu madre, ¿me oyes, puta? —ante la amenaza, Mara asintió, amedrentada. Durante todo ese año el tipo continuó violándola. Al principio era una vez al mes, luego pasó a una vez por semana, y al final era casi a diario. Mara no dijo nada y soportó aquel abuso. Al fin terminó el año, Mara se graduó de secundaria y empezó a trabajar a tiempo completo, pero aún así, aquel tipo continuó violándola. Entretanto, su madre se despeñaba por la pendiente del alcohol. Por fin, una noche, luego de regresar de una "sesión" con su maestro, Mara regresó a casa y se topó con que su madre, dentro de una de sus borracheras, había muerto.

Cuando se recuperó del shock, Mara comenzó a pensar en lo que haría. Esa noche no durmió, urdiendo un plan de escape. Se ocupó de los arreglos del funeral, de atender a Paolo, de rematar los pocos bienes que les quedaban, y sin decir nada a nadie, sólo con un par de maletas, salió de madrugada junto con su hermano. Rompió todo contacto con el pueblo, no dejó ni una pista que le permitiera a su verdugo seguirla y se estableció en una gran ciudad. Ahí se forjó nuevas identidades para ella y su hermano y empezó de nuevo.

Consiguió trabajo como secretaria, alquiló un pequeño apartamento y matriculó a Paolo en un colegio. Sin embargo, su vida no fue fácil. La suerte parecía seguirla desde el pueblo, porque también en la ciudad los hombres parecían más que todo interesados en su físico. Durante un tiempo, Mara luchó contra su destino de puta, pero al final terminó sucumbiendo a lo inevitable. Tras renunciar a varios empleos donde al principio las cosas habían ido bien, pero se habían terminado torciendo cuando los jefes quisieron propasarse, Mara se empleó en una compañía importante.

Al principio ocupó un puesto de bajo nivel, ya que no tenía mucha experiencia. Su jefe era un joven ejecutivo que no tardó en manifestar sus insinuaciones. Mara lo estuvo conteniendo durante algún tiempo, hasta que fue claro que, o accedía o perdía el empleo. Fue un día, a la salida del trabajo: "De acuerdo", dijo ella, "pero págame. Si voy a convertirme en una puta, no será gratis... y otra cosa... sólo dos horas. Tengo que llegar temprano a casa...".

El tipo no dijo nada. Se limitó a conducirla a su auto y la llevó a un hotel de paso. Ya ahí le ordenó que se desnudara...

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