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Trío de mujeres (Crónicas prohibidas 10)

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Trío de mujeres (Crónicas prohibidas 10)

Al sentir las caricias en la sensible piel de sus henchidos senos, la cara de la bella oriental mostró de inmediato su deleite. Josette preguntó con malicia: “¿Te excita?”. La joven asintió, jadeando. Leonore entonces bajó a su entrepierna y buscó el delicado botón. Jade se tendió de espaldas y separó sus muslos, dejándose invadir por la íntima caricia de la joven. Josette aprovechó la ocasión para instruir a su hija sobre cómo complacer a una mujer...

Después de haber sido folladas y sodomizadas hasta la saciedad por el duque, Josette y Leonore quedaron solas. La chica lloró amargamente y su madre la consoló como mejor pudo. “Es nuestro destino”, le dijo resignada, y le describió la forma en que su propio padre había estrenado su culo antes de que la dueña llegara a la pubertad. “Prefiero ser yo quien goce por primera vez contigo y no ninguno de esos petrimetes de la corte”, le había dicho.

El padre de Josette era un oscuro labrador, pero sabía que sus hijas podían escapar del hambre y tener un mejor futuro si lograban atraer a un noble. Ser puta era un destino mucho menos sacrificado que trabajar de sol a sol en los campos. Además, los bastardos de los nobles, en especial si eran mujeres, tenían la posibilidad de medrar en una corte donde casi todos los asuntos importantes se dilucidaban en la cama. El padre de Josette estrenó el culo de su hija y lo usó casi a diario durante muchos meses. Durante ese tiempo le enseñó muchas cosas acerca de los hombres y cómo complacerlos.

Cuidó, sin embargo, celosamente el virgo de la joven, ya que era su joya más valiosa. La virginidad de una adolescente era vendida a altos precios, en especial si era bella y jovencísima. Josette era morena, de ojos y cabellos negros, con un tipo exótico y opulento que resultaba a los nobles muy atractivo: buenas tetas y una grupa alta y respingona donde daba gusto perderse, al decir de su padre. Este se encargó de que su amo, el padre de Jacqueline, la viera bañarse en el río durante una cacería en la que el labrador participó como batidor. Le hizo notar la belleza de Josette y le permitió gozarla por el culo.

Por supuesto, previo pago. Le recordó a su amo que el virgo era un bocado de gran precio, con la esperanza de que lo comprara. Así lo hizo, pero en lugar de tomarla, el amo la utilizó para aplacar a su entonces futuro yerno, el duque de Argens, que ardía en deseos de desflorar a Jacqueline antes de la boda. Así fue como Josette fue estrenada por Alphonse, quien permitió que, según la tradición, luego follaran a la joven recién desflorada el padre de Jacqueline y el labrador, esto es: el amo y el padre de Josette.

Después, cuando el duque se casó, la morena campesina trocada ya en dueña palaciega fue incluida en la dote de Jacqueline y durante la luna de miel, Alphonse repartió su polla y su leche entre las dos mujeres, quienes quedaron preñadas casi al mismo tiempo. Todo esto le contó Josette a su hija. Leonore la escuchó, horrorizada, especialmente porque iba comprendiendo que aquello apenas comenzaba para ella. Se daba perfecta cuenta de que su destino era repetir el de su madre. Con todo, las vívidas descripciones de Josette también le elevaban el morbo. Se horrorizaba pero deseaba seguir escuchándola.

Por fin, después de muchas confidencias, Leonore quiso darse un baño en la amplia pileta que usaban las esclavas. Se sentía sucia después de los asaltos del duque, de modo que ambas mujeres caminaron hasta el recinto donde se abría bajo el nivel del suelo un estanque circular bastante grande. En aquel momento se bañaba Jade, la hermosa preñada que el duque adquiriera en la subasta. Madre e hija se quedaron de pie, desnudas, aguardando en la orilla a que terminara, pero Jade las invitó a entrar al agua. Pronto las tres jugaban y se acariciaban sin tapujos. Era claro que la joven esclava no tenía prejuicios y las caricias se fueron intensificando hasta hacerse más íntimas. Sin embargo, temerosas de que alguien pudiera espiarlas, salieron del baño y se dirigieron a la habitación de Josette; donde tras secarse, comenzaron a peinar sus largos cabellos.

Una vez desenredados, utilizaron aceites aromáticos para darse masajes las unas a las otras. Josette y Leonore lubricaron generosamente la piel del vientre de Jade, tensa y delicada, lo mismo que la de sus tetas de oscuros pezones. Era una mujer muy hermosa, con su cutis de porcelana, grandes ojos negros rasgados y una cabellera lacia y negra, muy larga. Al sentir las caricias en la sensible piel de sus henchidos senos, la cara de la bella oriental mostró de inmediato su deleite. Josette preguntó con malicia: “¿Te excita?”. La joven asintió, jadeando. Leonore entonces bajó a su entrepierna y buscó el delicado botón. Jade se tendió de espaldas y separó sus muslos, dejándose invadir por la íntima caricia de la joven.

Josette aprovechó la ocasión para instruir a su hija sobre cómo complacer a una mujer. Sabía que eso le sería de mucha utilidad en el futuro, ya que una buena manera de aminorar los celos era un cunilingus practicado con sabiduría y oportunidad. A pesar de lo que había vivido con el duque, Leonore tenía una insaciable disposición para el placer y se aplicó a aprender lo que su madre le enseñaba. Se turnaron para tocar con sus lenguas golosas el coño de la preñada que jadeaba audiblemente a cada lenguetazo. Sin embargo, la joven no se abandonó ni se permitió orgasmar.

“No me lo ha autorizado mi amo”, dijo por toda explicación. “¿Qué importa?”, preguntó Leonore, pero Josette comprendía: el deseo insatisfecho, torturante y todo, ayudaba a soportar los tormentos de los amos. “No sabemos todavía qué querrá el duque hacer contigo... y con nosotras. Como pronto comprenderás, Alphonse de Argens es un amo insaciable...”, dijo la dueña.

“Por ahora, hay mucho que debes aprender, hija”, afirmó. Leonore clavó en su madre sus hermosos ojos verdes con expresión interrogante. Por toda respuesta, Josette abrió una cómoda y sacó una caja de madera. La llevó al lecho y la abrió. De ella sacó una especie de cinturón de castidad hecho de fuertes tiras de cuero reforzadas con remaches de plata y varios cilindros de goma de diferentes diámetros. La mirada de Jade mostró a las claras que conocía el uso de aquellos instrumentos y que el aprendizaje no había sido grato.

La joven preñada cerró los ojos y Leonore se estremeció porque empezaba a comprender. “Esto hará que poco a poco tu culo se acostumbre y la penetración sea menos dolorosa”, afirmó Josette. Pero su hija no estaba muy convencida. “Empezaremos con el más pequeño”, prometió, y a su pesar, Leonore asintió. Se tendió boca abajo sobre la cama y las mujeres la lubricaron abundantemente. Luego, Jade exploró la raja con su lengua y encontró el botón. La estuvo atormentando todo el rato con aquel placer indecible mientras Josette sodomizaba a su hija con el consolador más delgado, hasta que fue claro que Leonore alcanzaría el orgasmo en cualquier momento. Entonces la dueña fue hasta un cortinaje próximo y retiró la tela. Ahí, presenciándolo todo, había estado uno de los fornidos guardas del castillo. “No quiero que Alphonse preñe a su propia hija. No voy a arriesgarme a tener un nieto deforme”, dijo. Y Jade asintió. Se daba cuenta y captó la súplica en los ojos maternos. Por toda respuesta, volvió a asentir. En cuanto al guarda, se abrió la bragueta sin decir palabra y empaló a Leonore al primer envite.

Los dos estaban tan excitados que no tardaron en correrse. Una vez concluida la cópula, como si fuera un gallo, el guarda se levantó, abandonó el coño que había repletado con su leche y se marchó en silencio. Sus facciones eran muy distintas de las de Alphonse, pero morenas como las de Josette, aunque estaba segura de que no eran parientes, de modo que el duque no sospecharía en caso de que su “hijo” no se pareciese a él. Dejaron que Leonore descansara en la cama y se alejaron con rumbo a las habitaciones de la preñada. Josette estaba dispuesta a darle todo el placer del mundo con tal de comprar su silencio y Jade, que se alegraba de contar con una aliada en aquel lugar desconocido, estaba muy dispuesta a recibir su oferta.

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