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Casia (4)

en No Consentido

Casia

Continúo contando cómo mi amante Mara terminó de convertirse en una puta. Después de haber sido desvirgada por su profesor de secundaria, y luego de la muerte de su madre, Mara y su hermano Paolo, entonces un chico de unos trece años, se trasladaron a una gran ciudad, donde ella encontró trabajo como secretaria.

Mara era una chica adolescente, aunque muy desarrollada para su edad, y con el tipo de belleza que incita a los hombres: buenas tetas, buenas nalgas y unas piernas sensacionales. Con ese físico, era imposible que no le hicieran más de una proposición indecorosa. De todos los empleos tenía que renunciar cuando eso pasaba, hasta que un día, ya desesperada, terminó aceptando la propuesta del jefe de turno, pero no sin antes dejar claro que iba a cobrar por ello.

El tipo aceptó y la llevó a un hotel de paso, donde lo primero que hizo fue ordenarle que se desnudara. Para entonces, luego de que el profesor se la follara durante más de un año, Mara tenía bastante experiencia. Desabotonó su blusa con estudiada lentitud, sin dejar de mirar a su jefe a los ojos. Con aire desafiante la dejó caer y permitió que gozara de la vista de sus tetas, que estallaban dentro del apretado sostén.

Luego se acercó y volviéndose de espaldas, le indicó que le ayudara a bajar el cierre. El jefe así lo hizo y la falda cayó al suelo. Mara vestía sólo un breve hilo dental, un sostén y un liguero de encaje que sujetaba las medias, todo negro, lo mismo que los zapatos altos. El tipo observó su figura y sopesó el placer que podía obtenerse de ella. No era una ingenua, eso saltaba a la vista, ni una niña tonta a la que hay que someter a golpes para que se coma una polla o admita que la sodomicen. De todos modos, preguntó:

—¿Eres virgen? —Mara respondió que no, sin entrar en detalles. Él tampoco preguntó más. Se limitó a ordenarle que se acercara. Se había sentado sobre la cama, con las piernas abiertas, y mientras ella se quitaba la ropa, había comenzado a hacerse una paja. Mara sabía qué hacer: se inclinó e introdujo el capullo en su boca. Sus labios ávidos chuparon la primera gota cristalina que asomaba por la punta, dejando que se formara un sutil puente entre ella y su boca.

Miró al tipo a los ojos y le agradó ver cómo aquello lo desconcertaba y excitaba. Ya había decidido que si iba a convertirse en una puta, iba a disfrutarlo y, cómo no, a ganar mucho dinero con ello. Se convertiría en una profesional y haría de cada uno de sus polvos algo inolvidable. Para empezar, envolvió el capullo con sus labios, sin dejar que sus dientes lo tocaran. Luego, su lengua trazó un círculo por la corona y terminó dándole un chupón a la punta. El jefe gimió como un poseso. Mara no le despegó los ojos mientras seguía mamándolo como una experta. Al fin, cuando el hombre estuvo ya a punto de correrse, la detuvo.

—Desnúdame —dijo, y Mara se apresuró a cumplir la orden. Él ya se había abierto la camisa y ella se la quitó. Luego se arrodilló a sus pies y lo descalzó. Él se puso de pie y dejó caer los pantalones y la breve trusa que a duras penas había contenido su polla. Sin decir palabra, él la sujetó por el cabello e hizo que apoyara las palmas de las manos en la pared. Alzada sobre los altos tacones, Mara proyectó sus nalgas hacia él

—Muéstrame tu raja —ordenó, y ella usó los dedos índice y medio para abrir sus nalgas.

—Abre bien las piernas... agáchate un poco hacia delante... así... —dijo él. Mara obedeció y sus hermosas nalgas se proyectaron hacia el jefe, que comenzó a acariciarlas maquinalmente, al tiempo que con la otra mano se daba una paja. Luego, uno de sus dedos se abrió paso por el culo de Mara y comprobó que el esfínter se relajaba, permitiéndole el paso. Siguió después más abajo, hacia delante, y abrió los labios vaginales. Se sintió complacido al notar que estaba húmeda.

Usó los mismos jugos de Mara para lubricar con sus dedos el estrecho canal. Cuando calculó que estaba lo suficientemente lubricada y excitada, puso la punta del capullo contra el agujero y empujó. Lo hizo lentamente. El tipo tenía práctica y al menos aquella vez no fue tan bestia. Mara se relajó y admitió la primera acometida, que fue enloquecedoramente lenta. La segunda fue igual, y Mara lo estrechó con sus músculos. Él gimió de placer.

—Muévete —le ordenó, y ella comenzó a hacer oscilar sus caderas hacia delante y hacia atrás, empalándose a sí misma con aquel tronco de carne rígida. Mientras tanto, él la tenía bien sujeta. Sus manos en las caderas femeninas eran dos garras de hierro. Mara comenzó despacio, pero poco a poco fue aumentando el ritmo, al compás de los gemidos del hombre, que cada vez parecía más enardecido por sus movimientos.

Él se movía muy poco. Era ella quien tenía que envestirse contra la verga, que había crecido bastante y estaba completamente dura. Para intensificar la profundidad de las penetraciones, él tiró de su pelo y Mara gimió de dolor. Al fin, cuando ella estaba a punto de desfallecer, él la detuvo. La obligó a arrodillarse y a mamarle los huevos. Si Mara creyó que él iba a correrse enseguida, se equivocó. El tipo tenía buen aguante. La colocó boca abajo, con la cara y el torso apoyados sobre el tablero de una mesa y el culo en pompa. Ahí fue él quien la empaló, y siguió sodomizándola.

A cada acometida, Mara se quejaba. La verga era larga y gruesa, y el jefe la follaba con entusiasmo. No contento con esto, comenzó a propinarle sonoras nalgadas. Mara comenzó a sollozar y a suplicar, pero ni por esas. Por fin, el tipo emitió un gemido gutural y se derramó, llenando los intestinos de ella con su leche. Mara suspiró con alivio, pero luego se dio cuenta que aquello no había terminado.

—Espera, —le dijo— aún no se acaban las dos horas pactadas —Mara revisó su reloj y se dio cuenta de que tenía razón. Apenas había transcurrido una hora. Él fue hacia donde había dejado su chaqueta y sacó un paquetito. Se lo tendió y ordenó:

—Póntelas —Mara abrió el paquete: eran unas bolas chinas. Se colocó sobre la cama, con las piernas bien abiertas, como en una mesa ginecológica, y se fue introduciendo las bolas, que eran siete, una tras otra en su coño húmedo, a la vista de su jefe. Cuando la última hubo entrado, él selló la entrada del coño con un trozo grande de esparadrapo y le ordenó:

—Boca abajo —ella se volvió y puso el culo en pompa. Ya se imaginaba lo que seguiría y no se equivocó. Él no tardó en empalarla por el culo y ella gimió más fuerte que antes, ya que las bolas reducían mucho el espacio. La sensación era inquietante y dolorosa, a pesar de que la penetración era más fácil, porque el semen que llenaba su intestino la lubricaba.

Estuvo sodomizándola durante largo rato, hasta que sacó su verga y le quitó el esparadrapo. Sacó las bolas sin ningún cuidado, y ella gimió. Entonces comenzó a introducírselas todas por el culo. Mara se revolvió, pero él la acalló con una fuerte nalgada. Una vez tuvo todas dentro del culo, selló el agujero con un nuevo trozo de esparadrapo y se aprestó a follarla por el coño.

La sensación era siempre inquietante, aunque menos dolorosa que la anterior. La montó con fuerza, alternando con nalgadas, a las que Mara respondía con quejidos cada vez más intensos. Sin sacarle las bolas chinas, la llevó a la orilla del lecho y sosteniendo sus piernas, la penetró en la posición de la carretilla. Las acometidas eran cada vez más profundas y violentas, y Mara pensó que iba a partirla en dos. Por fin el hombre se corrió en su interior y la dejó un momento tendida en la cama y repleta de semen.

Un rato después, Mara sintió su capullo contra su boca. "Verdaderamente", pensó, "este tipo es incansable". Abrió los labios en forma automática y comenzó a mamar maquinalmente. Él aprovechó y se dio un cubano con sus tetas. Cuando llegó al punto de correrse, le metió la verga en la boca y comenzó a derramarse inconteniblemente. La leche la inundó y llenó su cara, cuello y senos.

—Bébela toda, puta —rugió. Ella recogió toda la que pudo con los dedos y los lamió, golosa. Algunas gotas habían caído sobre la cama y el piso. Él la obligó a lamerlas y luego a chupar su polla hasta dejarla limpia.

—Muy bien, putita. Hoy sí creo que has cumplido con lo acordado... —Mara vio el reloj. Las dos horas habían concluido. Él dejó el dinero sobre la mesa y después de vestirse, salió de ahí sin dar señales de conocerla. Mara se metió a la ducha y mientras el agua envolvía su cuerpo dolorido y humillado, comenzó a sollozar.

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