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El más oscuro nombre del olvido (6)

en Grandes Series

Mario:

El domingo, al despertar, el sol estaba ya muy alto. Unos toques sonaron a la puerta. Supongo que no llamaron antes en atención a lo buenos clientes que siempre habíamos sido mi padre y yo. La negra se había marchado hacía horas. Después de haberle dado a fondo por culo, me había corrido un par de veces en su coño y en su boca, empapándole de leche la cara y las tetas, y obligándola a tragar todo cada vez. Incluso le restregué la cara contra las sábanas embarradas de semen. Fui verdaderamente brutal, sobre todo con las cosas que la dije. Jamás había tratado así a una mujer.

Por supuesto, la chica estaba hecha una furia, pero su cólera se borró por ensalmo cuando le pagué. Me chupó la verga sin pedírselo, y me rogó que la pidiera en mi próxima visita para pasar la noche entera dedicada a complacerme. Yo le di una fuerte nalgada como despedida, y ella salió. Iba maldiciéndome por lo bajo a pesar de la propina. Seguro iba con los riñones hechos talco. Más que con ganas, la había follado con ira. Y había sido injusto. Fue la culpa la que me hizo pagarla tan bien. Pero ella no tenía la culpa de no ser la otra, la chica a quien yo había follado el viernes.

Los toques seguían. Me enrollé una toalla a la cintura y abrí la puerta. Nada, que me pedían que desocupara. Me di una ducha rápida y me vestí. Pagué la cuenta y caminé hacia la salida. Me sentía hecho polvo. Tomé el Mercedes y me fui a buscar qué comer. Eran más de las dos de la tarde y yo rugía de hambre. Paré en el primer sitio que hallé abierto: una venta de hamburguesas. Comí como un náufrago recién rescatado y luego me fui a casa. Al llegar me topé con Mateo que me esperaba con la noticia de que a Lola se la habían llevado los paramédicos.

—¿Y eso por qué? —pregunté sorprendido. Me hizo una rápida relación. Parece que por la noche los vecinos escucharon gritos y llamaron a la policía. Cuando allanaron la casa se encontraron a una docena de tipos que la habían estado violando por todos sus agujeros. Llevaban horas dándole por culo, coño, tetas y boca. Estaba desnuda, atada a la cama, bañada en leche, y los tíos desnudos y en diferentes estadios de intoxicación.

Porque lo grave fue que la policía halló coca y alcohol por todas partes. En ese momento dormían la mona en la cárcel, mientras Lola estaba en cuidados intensivos y custodiada. No me hizo gracia saber que la habían reventado. Al contrario, me sentí culpable. Debí haber seguido el consejo de mi padre y llamado a la policía antes de que la cosa se hiciera más grande. Porque, para colmo, no sólo había estado ahí la poli, sino también los chicos de la prensa.

—Bueno, pero yo no tengo nada qué ver en esto, tú sabes... yo andaba de viaje...

—En efecto, señor. Nada ni nadie lo involucra. Pero Lola era su novia...

—Ex novia, Mateo, date cuenta. Habíamos roto...

—Lo que usted diga, señor. Yo únicamente se lo digo porque de seguro querrán hablar con usted, para que esté sobre aviso...

—Gracias, Mateo. Voy a dormir. Si vienen a buscarme, sigo de viaje. Estaré en mi oficina el lunes. En horas hábiles recibiré a quien sea. Ah... y te llevas el Mercedes al reservado. Que no lo vean —le di las llaves y Mateo fue a mover el auto. Yo subí al piso. No encendí la luz. Puse a cargar el móvil, cuya batería se había agotado, y en ese momento cayó una llamada. Vi el número y supe que era mi padre.

—¿Sabes en qué hospital está Lola? —pregunté al llevarme el auricular a la oreja. Mi padre me dio el nombre del sitio luego de llamarme una serie de lindezas.

—¿Sabes desde qué horas estoy intentando localizarte?

—Lo siento, —dije— seguí el consejo y me fui de putas. Acabo de venir al piso... ¿quién llamó a la policía?

—Yo... y no llamé a la policía directamente, sino al teléfono que te dije. Es bueno que te deban favores en ciertos círculos. Pero no lo hice por eso, sino porque el audio proveniente del piso de Lola era verdaderamente preocupante...

—¿En qué sentido?

—La chica no respondía. Le dio un paro cardíaco. Si no hubieran acudido la policía y los paramédicos, a los que yo llamé también, habría muerto. Lola nunca me simpatizó, lo sabes, pero no quería su muerte sobre mi conciencia...

—Buen chico...

—Te llamo porque seguramente mañana llegarán los policías y la prensa a buscarte a la oficina. He hecho los arreglos. Estuviste de viaje. Nadie te ha visto ese fin de semana. Incluso la negra a la que follaste anoche jamás te vio. Por cierto, la pobre ha quedado muy maltrecha... eres un bruto. La propietaria del local se me ha quejado. Dice que solo en atención a quién soy yo no te cobrará la atención médica...

—Se la pagué bien de todos modos. Me ha cobrado una pasta...

—Y a mí. Por callar que estuviste ahí... Bueno, pues ya sabes. Qué cara nos ha salido la tal Lola, hijo... A ver si espabilas...

—¿Qué va a pasar con ella? —dije, cortando la monserga que ya veía venir.

—No lo sé. Está muy mal. Pero es joven. Tal vez sobreviva. Si lo hace y declara contra sus violadores, les darán muchos años, y ella puede quedar libre por su colaboración. Además, los agarraron en flagrancia... eso pesa mucho. Hay gente que está muy contenta ¿sabes?. No todos los días apresan a un grupo de traficantes de ese nivel... y los arrestos pesan a la hora de las elecciones... así es la política... No, no hay forma de que nos relacionen, descuida. Uno de los vecinos también llamó y es él quien figura en el sumario como testigo. Tú no apareces por ninguna parte. La policía irá a verte porque vives enfrente. No estuviste ahí, luego no puedes declarar nada. Mateo respalda lo dicho... Le debes mucho a Mateo, por cierto...

—Y que lo digas. Después de esto, le aumento el sueldo... Gracias por todo, papá. Y de esto, ni una palabra a mi madre.

—Pues claro... Cuídate, hijo. Hasta luego —y diciendo esto, colgó. Yo me quedé con un desagradable sabor de boca. Cerré el teléfono y caminé hacia la cocina. Me serví un vodka doble con hielo y me fui al dormitorio. Di un trago largo al vaso, me quité la ropa y me tendí. Encendí un cigarrillo y mientras daba otro trago a la bebida, observé cómo el humo subía al techo. Como las olas del mar llevan trozos de naufragio a la playa, inevitablemente, mi memoria me devolvía imágenes de mi encuentro con la chica de la coleta.

Vaya, pensé: debería de estar pensando en Lola, y la pobre no me inspira ni un recuerdo de lástima. Fumé despacio, dando sorbos de cuando en cuando al vodka, y tratando de vaciar mi mente, pero la imagen volvía, obstinada, una y otra vez. Su largo pelo, el dibujo de su boca, sus ojos verdes, la frescura de su piel... y el insoportable goce de correrme en su boca, de inundar su garganta con mi leche y verla derramarse por las comisuras de sus labios... me bebí de golpe el resto del vaso y aplasté el cigarrillo en el cenicero. Luego, me di la vuelta en la cama y me dormí.

El lunes amanecí con el cuerpo adolorido. El despertador sonó y lo apagué con un seco golpe. Me duché y me vestí como un autómata, saqué el auto y me fui al centro. Pasé comiendo en una cafetería y aparecí en la oficina hacia las nueve. Los ojos de Valeria me miraron preocupados, pero la expresión de mi cara la tranquilizó. La policía no había llegado.

De hecho, aparecieron como a las once y media. Hasta esa hora trabajé normalmente y eso me permitió borrar de mi mente a Lola, a Olvido y todos los recuerdos que me asaltaban. Luego llegó un inspector de la policía y me tomó declaración. No fue demasiado insistente, la verdad, y al ver que tenía muy poco que decir, se retiró. Llamé a mi padre y quedé para almorzar con él en un sitio elegante de la zona financiera. Llegué antes y ordené. Poco después aparecía con su pinta atildada de siempre.

—¿Pediste por mí? Has hecho bien...

—¿Tienes prisa? —pregunté, mirándolo a los ojos sorprendido.

—Sí, hay unos arreglos que debo hacer... De aquí en adelante, a tu amiga la llamaremos la carga, ¿de acuerdo? —lo miré asombrado: ¿a qué venía eso?

—Nada, que parece que la policía ha descubierto que uno de los tipos que... bueno, uno de los que tienen relación con la carga, es un pez gordo. Así que ella peligra. Habrá que trasladarla a lugar seguro. Ya han hecho los arreglos y la han llevado. Es una pieza clave. Los chicos buenos están muy agradecidos. Fue muy oportuna mi llamada. Pero no se te ocurra ir a buscarla, ¿de acuerdo? —asentí.

—Perdona, sé que soy más aburrido que tus compañías femeninas, pero esto no podía decírtelo por teléfono.

—Me doy cuenta, —respondí—. Y en modo alguno eres aburrido, papá. Por cierto, esta mañana le he aumentado el sueldo a Mateo.

—Bien hecho —dijo, pidiendo la carta de los vinos. A continuación, nos pusimos a hablar de negocios. No volvimos a tocar el tema, y cuando terminamos nuestra plática, habían transcurrido varias horas. Volví a la oficina. Pero a pesar de mis esfuerzos por concentrarme en el trabajo, mi desazón creció a medida que se acercaban las cinco. Al fin salí. Me mantenía vivo la esperanza de verla, lo confieso.

Me puse a platicar de naderías con el conserje. Como quien no quiere la cosa, le pregunté si había visto a la chica de la coleta. No, no la había visto: pasaban muchas personas por ahí. En efecto: una mujer con dos niños de la mano, un hombre empujando un carrito de helados, un chico en bicicleta, dos policías, innumerables hombres de traje gris y corbata, con maletines de cuero, una monja...

A las seis, harto de esperar en vano, me marché. Iba de pésimo humor. Tomé el Mercedes y salí arrancando hacia las afueras. Anduve dando vueltas por distintas calles, me metí en un cine, vi una película de lo más insulsa, luego fui a cenar y terminé regresando a casa. Desde la ventana de la cocina miré hacia el piso de Lola. No había luz. Sentí un piquetazo de angustia, sobre todo porque experimentaba mucho menos pesar del que debería. Me acosté y tardé mucho en quedarme dormido.

El martes me levanté tarde. Me duché a toda prisa, pasé comprando algo de comer y me fui a la oficina. Desayuné ante la computadora. Fue una mañana intensa y difícil. Llena de negociaciones tensas y muchos problemas. Cerca de la una pedí algo de comer por teléfono y no salí. La tarde transcurrió igual, pero finalmente todo comenzó a resolverse. A las cinco y media volví a salir a la calle. Me sentía verdaderamente idiota esperando a una puta en el andén. Pero la necesitaba. No quería follar, sino apoyar la cabeza en su pecho y dormir con el consuelo de su compañía. Pero no apareció.

Tomé el Mercedes y me fui al supermercado. Estaba harto de comer en cafés. También pasé al renta video y alquilé un par de películas. Llegué a casa, me preparé un filete grueso y jugoso, vegetales, papas al horno... abrí una lata de cerveza y puse una película. Cené delante de la pantalla, pero a la mitad de la trama, habiendo terminado de comer, me di cuenta que no lograba concentrarme.

En realidad, la historia era terriblemente previsible y aburrida. Saqué la película y puse otra. De inmediato la pantalla comenzó a vomitar imágenes de parejas follando. Miré durante un rato, pero aquello no me satisfacía tampoco. No había emoción ahí. todo era mecánico, automático... adelanté la película varias veces, buscando un tramo más interesante, hasta que, cansado, apagué el aparato y me fui a dormir.

El miércoles me levanté muy temprano. Puse a funcionar la cafetera, me serví un vaso de jugo y preparé unos panqués. Desayuné decentemente por primera vez en mucho tiempo y llegué a la oficina de mejor humor. El día trascurrió sin incidentes. Papá me mandó un fax con membrete de la empresa en el que me decía que la "carga" había llegado a buen puerto y que se recuperaría. Me alegré sinceramente. La policía no volvió a interrogarme y yo sentí que poco a poco la vida volvía a encarrilarse hacia la normalidad. Una normalidad que en mi caso se parecía demasiado al tedio.

Volví a pensar en ella y volví a esperarla en el andén, como un imbécil. Pero no llegó. Me prometí no volver a hacerlo. Ya estaba bueno de hacer el tonto. Llegué a casa, cené, me serví un vodka doble y me pasé una hora cambiando los canales con el control remoto. Al fin, harto de todo, me fui a la cama. Comencé a dudar de la existencia de la chica de la coleta. Seguro había sido un fantasma, o un delirio de mi imaginación. Decidí sacármela de la cabeza de una buena vez....

El jueves me levanté con una extraña sensación de inminencia. Era como un presagio, como la nube que se cierne antes de la tormenta. Deseché esa idea, me duché, me vestí, desayuné y me fui a la oficina. Trabajé febrilmente todo el día, sin que esa sensación me abandonara. Me había propuesto no salir a las cinco, a esperarla. Pero cuando dieron las cuatro menos cuarto, no pude resistir la tentación y bajé. Encendí un cigarrillo. Le di dos chupadas y lo tiré al suelo. Por fin, a las cinco en punto vi a una figura avanzar hacia mí. Calzaba altos tacones y llevaba un impermeable negro. Su cabellera rubia oscura le caía, lacia, sobre los hombros. No lo podía creer hasta que me vi reflejado en sus ojos verdes.

—Pensé que eras un fantasma... —dije, tocándola para cerciorarme de que era real— o un sueño... —recorrí cada línea de su cara, incrédulo, tratando de grabármela en la memoria, sin decidirme a gritar de alegría, de alivio, de cólera, de deseo...

—¿Cuánto? —dijo ella entonces, curvando sus labios en aquella sonrisa malévola...

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