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El castigo (Crónicas Prohibidas 4)

en Sadomaso

El castigo (Crónicas Prohibidas 4)

Alzó la vista desde los ojos del lacayo que en ese momento le mamaba el coño, y su mirada se cruzó con la de Adrien. Qué tontos son los hombres, pensó de pronto. Y al hacerlo, sonrió. Tenía razón Jacqueline: piensan con la polla...

Los cuatro esclavos, que habían permanecido encadenados con sus cuerpos describiendo respectivas x mientras los azotaban, fueron obligados a colocarse en cuatro patas, con el culo en pompa, y en esa posición fueron violados y sodomizados por todos los hombres, mientras las mujeres los obligaban a mamar sus coños. Largo rato duró el castigo. Cuando concluyó, el duque liberó a su hija Aline y la entregó al príncipe Adrien de Valcour, quien había pujado por ella en la subasta. Éstas tenían lugar cada semana y durante un tiempo pactado de común acuerdo la pieza subastada podía ser usada a placer por la persona que pagaba por ella.

El príncipe enganchó una traílla al collar de perra de la duquesita y la obligó a seguirlo. Aline estaba llena de semen. Todos habían aprovechado la ocasión para sodomizarla y obligarla a felarlos. Algunos se habían limitado a correrse sobre su espalda, nalgas o cara. Su cuerpo rezumaba aquel líquido viscoso y espeso. Todas las mujeres la habían obligado a mamarlas, por lo que su cara estaba mojada con sus jugos. Su cuerpo pegajoso olía a sudor y a sexo, pero eso al príncipe no le importó. Cuando salieron, ella quiso hablarle, pero él le propinó una bofetada y dijo: “Calla, puta. No hables si no te lo indican”. Aline se sintió desconcertada.

Tan pronto llegaron al carruaje, cerró los visillos y la hizo arrodillarse entre sus piernas. Le metió la verga hasta la garganta y ella tuvo que hacer un enorme esfuerzo para contener una arcada. La mantuvo asida por los cabellos durante todo el camino, y la obligo a continuar mamándolo al tiempo que ordenaba a su lacayo que la penetrara por el culo con la lengua. Ella estaba repleta de semen e infligirles a ambos aquella humillación lo excitaba. El lacayo del príncipe era un mulato de unos veinte años y hermosos ojos verdes, llamado Nox. Tenía una verga más que respetable, y según las damas de la corte, proporcionaba un placer indecible a la mujer a la que comía el coño. Nox también se encargaba de satisfacer a Adrien, a quien frecuentemente felaba, ya fuera como preparación antes de follar a alguna de las mujeres de su serrallo particular, o antes de sodomizarlo a él o a los demás lacayos a su servicio. En ese momento Nox se las arregló para ayudarle a Aline a masturbarse contra el cinturón de castidad, al tiempo que lamía su culo y acariciaba tiernamente sus senos. “No pienses y goza, mi señora”, le susurró al oído. La duquesita le sonrió, agradecida. Luego continuó felando al príncipe, que hacía esfuerzos desesperados para no correrse.

Ella se sorprendía del giro que había dado su vida. Felar a un hombre no era nuevo. El duque entrenaba a todos sus hijos para que le proporcionaran aquel placer, y todas sus hijas, sin importar la edad, eran obligadas a estar desnudas en su presencia. Él las tocaba y acariciaba sin ningún pudor, incluso frente a su madre y a otras mujeres que formaban parte del servicio privado de la casa. Pero una cosa eran esas caricias lascivas, que no llegaban a mayores, y otra ser azotada, sodomizada y obligada a recibir en su boca los sexos de todos aquellos hombres y mujeres a los que sólo había tratado superficialmente. Se sentía culpable de lo sucedido. Si no hubiera respondido a los requerimientos del príncipe, su padre no la habría humillado ni la habría entregado públicamente para ser usada y vejada por tanta gente. Por otra parte, la preocupaba la actitud del príncipe. Temió que su padre se hubiera enfrentado violentamente con él y le hubiera hecho daño, pero era evidente que eso no había ocurrido. Parecía únicamente interesado en gozarla con una furia inaudita, y su violencia la llenaba de temor y tristeza, sobre todo después del castigo a que la sometiera su padre.

Al fin llegaron a palacio. Aline fue obligada a descender del carruaje y a caminar tras el príncipe. Ella aguantó aquella nueva humillación con toda dignidad. Desde el balcón, la princesa Vivienne la vio entrar. Sentía una desmedida pasión por su hijo, heredero de la casa Valcour, y la belleza de Aline despertó en ella una oleada de celos. Al fin y al cabo, había sido Vivienne quien lo había desvirgado en presencia del padre, el príncipe Mathieu. Éste gozaba al ver a su mujer siendo follada y sodomizada por otros hombres. Era un secreto a voces que el propio rey había acudido a la cámara de los príncipes de Valcour la noche de sus bodas, y que sodomizó a la novia antes de que su marido la desflorara. Tan pronto éste había eyaculado en el coño de su mujer, el propio rey había tomado su lugar y había terminado de desflorarla. Tras el rey, el padre y el suegro hicieron lo mismo. Mathieu había tenido que soportar muchas otras intromisiones reales. Encaprichado por la bella recién casada, hizo que el joven matrimonio se hospedara en el palacio real y prácticamente vivía en la cámara de los esposos, donde follaba y sodomizaba a diario a la hermosa Viviente, quien sólo tenía trece años cuando fue dada en matrimonio, pero ya era una verdadera hembra.

Tanto su padre como sus hermanos la deseaban, de modo que mucho antes ya había sido estrenada por el culo y la boca. Y luego de la boda no tuvo un minuto de respiro. En el primer mes toda la corte la usó. Claro, cuando el rey no la montaba. No fue sorprendente que Vivienne quedara preñada de inmediato. Pero ni siquiera la barriga detuvo a sus entusiastas folladores, sino que acrecentó las ganas de montarla. Cuando nació Adrien, todos comentaban su parecido con el rey. No habría sido raro que fuera su hijo, ya que en el primer año de matrimonio había follado a Vivienne muchas más veces que su marido. Más adelante otras mujeres cautivaron el apetito del rey, pero la hermosa princesa no perdió del todo su favor y al menos una vez al mes Henri volvía a ejercer sobre ella las prerrogativas de su rango. Pero en nada de esto pensaba Vivienne cuando vio entrar a su hijo al lado de aquella puta rubia.

Alzó la vista desde los ojos del lacayo que en ese momento le mamaba el coño, y su mirada se cruzó con la de Adrien. Qué tontos son los hombres, pensó de pronto. Y al hacerlo, sonrió. Tenía razón Jacqueline: piensan con la polla. La noche anterior Jacqueline le había llevado a su hijo, todavía sedado después que el duque lo sodomizara, y le explicó el dilema en que se encontraban. Viviente comprendió el riesgo para Adrien y para la familia Valcour y aceptó ayudar. Fue ella quien introdujo a Jacqueline a la cámara de su hijo para intentar aplacar la cólera del joven, aunque no le hizo gracia que la follara. Estaba aún indignado por lo ocurrido y violó a Jacqueline con furia, pero su madre, que observaba sin ser vista, intervino y le impidió azotarla como era su deseo.

Al quedarse a solas con su madre y al recordar al duque sodomizándolo mientras él se retorcía de dolor, Adrien dio rienda suelta a su cólera. Pero la princesa replicó: “¿Crees que es fácil soportar que os sodomicen? ¿Crees que a mí y a todas las mujeres nos agrada que los hombres nos usen para vuestro placer? Y sin embargo, tenemos que soportarlo… y tú tendrás que hacer lo mismo…”. Adrien la miró incrédulo. Comprendió que tenía razón, pero aún sentía ira. Por eso ansiaba tener a Aline en su poder. Pensaba cobrarse en ella lo que su padre le había hecho. No sería fácil conformarlo, pensó la princesa. Y con esta idea fija, se preparó a recibirlos cuando volvieron de la subasta.

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