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La primera sumisa (4)

en Dominación

La primera sumisa (IV)

Aceleró sus movimientos y redoblé el entusiasmo con que la empalaba. Cuando le dije: "Voy a darte por el culo hasta que revientes, puta desgraciada.. vamos, muévete"... un relato en mil tres palabras...

Ahora, mi querida P, tengo que hablar de A. Sí, me refiero a ti, mi querida Agar. Mi primera sumisa. Aquella con la que aprendí las delicias de la dominación y del sado. La primera a la que sometí al proceso de doma y que me brindó los placeres de la devoción absoluta.

Siempre deseé tener una amante así, pero nunca había podido encontrarla, hasta que un día, en un sitio en Internet, tropecé con aquel anuncio. Llamé y me contestó una voz femenina. Sí, era ella quien buscaba un amo. Tenía experiencia, pero su último señor la había abandonado.

Había tenido que radicar en el extranjero por razones de trabajo y le era imposible llevarla consigo. Dejada atrás, Agar, que así dijo llamarse, estaba muy deprimida. Quedamos de vernos en un bar de las afueras, un día entre semana cuando el local no era muy frecuentado. Acudí y ella llegó un poco más tarde.

Vestida, Agar es una mujer común y corriente. No haría virar las cabezas al caminar por la calle. Pero desnuda se transforma. Esa noche tomamos una copa y me habló de su necesidad de entregarse por completo. Deseaba tener un amo que supiera dominarla pero también ocuparse de sus necesidades afectivas. Le confesé mi total falta de experiencia, pero acordamos intentarlo. Tanto ella como yo nos habíamos sacado exámenes para comprobar que no éramos seropositivos.

"Para empezar", me confesó, "he venido sin bragas ni sostén. Debajo de la gabardina sólo llevo un corsé de seda, con largas ligas que sostienen las medias". Todo era negro, observé luego, al igual que los altos tacones. Era como su sello de marca. "Cada vez que me llames, acudiré así vestida... o como tú prefieras que lo haga, amo...", dijo. Estuve de acuerdo.

"Y ahora, debes ordenarme que te satisfaga...", al oír esto, la miré sorprendido. Tuvo que explicármelo con pelos y señales: "Debes decirme dónde y cómo deseas follar y yo obedeceré". Miré a mi alrededor. No tenía ninguna gana de copular con una desconocida en aquel sitio. Se hizo cargo. "Podemos ir al estacionamiento... he visto un rincón oscuro. Nadie nos molestará".

Asentí. Debía de pensar que yo era un idiota, de modo que pagué lacuenta y salimos. Se anunciaba el verano y la noche era cálida. Me condujo a un callejón al fondo. Estaba muy oscuro, en verdad. Tanto que no vi cómo se arrodilló delante..

Escuché los dientes metálicos resbalar y sentí la mano experta que sacó mi verga y la llevó a sus labios. Me dio una mamada de lujo. Jamás había gozado tanto. Cuando la tuve completamente empalmada, se puso de pie, s,e abrió la gabardina, tomó mis manos y me guió por el territorio inexplorado de su cuerpo.

A la luz de la luna, que en aquel momento surgió de entre un banco de nubes, noté que su figura era de una belleza arrebatadora. Tenía unos senos pesados y trigueños, con pezones ciegos, una cintura tan breve que casi podía abarcarla con mis palmas, unas caderas suaves y unas nalgas firmes y respingonas donde, según pude comprobar pronto, era una delicia perderse.

"¿Por dónde quieres montarme, amo?", preguntó, como si fuese una yegua o una perra a la que estaba a punto de cubrir. Y eso era exactamente lo que era. La miré como alucinado. Hasta entonces, las mujeres que había llevado a la cama siempre se habían mostrado renuentes a hacerlo por la "puerta trasera". Se lo confesé y sonrió. "Me he preparado para ti... en caso de que quieras usarme de ese modo", confesó. La oferta era por demás tentadora. Acepté y de inmediato me dio la espalda. Subió el faldón de la gabardina y me brindó una vista turbadora de sus redondas nalgas.

No me hice repetir la invitación. Coloqué el capullo contra la estrecha abertura y presioné. De inmediato sentí cómo relajaba el esfínter y se aprestaba a recibirme. Entró con facilidad, aunque las paredes elásticas estrecharon mi verga con presión suficiente para hacerme gemir.

"¿Duele?", preguntó con preocupación genuina. "No", respondí, y de inmediato comencé a bombear en su interior. Ella contribuyó a la penetración deslizándose a todo lo largo de mi polla y tragándosela entera hasta la empuñadura. Su estrechez era una delicia. El calor alrededor de la verga era exquisito y tuve que contenerme para no derramarme en ese preciso instante.

"Mastúrbate", ordené: "Quiero correrme cuando llegues al orgasmo". Al oír esto obedeció de inmediato y sentí cómo sus jadeos y gemidos se fueron intensificando paulatinamente, al tiempo que mis acometidas se profundizaban. Aquellos sonidos aumentaron considerablemente mi calentura, lo mismo que su petición de que la tratara "como a la más sucia de las putas".

Tuvo que explicármelo al pie de la letra: "Insúltame, amo. Llámame "sucia perra callejera, zorra...", sujétame del cabello, dame nalgadas". Estaba más allá del asombro, pero obedecí. La di una sonora nalgada y luego sujeté sus caderas y la embestí a tope. Gimió, pero de gusto. Entonces repetí la operación y ordené con voz severa: "Muévete, guarra... para eso te pago, como la puta que eres..."

Aceleró sus movimientos y redoblé el entusiasmo con que la empalaba. Cuando le dije: "Voy a darte por el culo hasta que revientes, puta desgraciada.. vamos, muévete", y acompañé la frase con sendas palmadas en sus muslos, la escuché emitir un maullido de gata en celo y comenzó a temblar inconteniblemente. Comprendí que se estaba corriendo, pero aún así se lo pregunté, para no tener dudas.

"Sí, amo... tu sucia perra callejera se está corriendo... ", respondió. Los espasmos la atravesaban uno tras otro y se abandonó a aquel vendaval de sensaciones. Me estremecí al sentir cómo explotaba en el clímax y disparé el chorro de leche que repletó su cueva. Cuando la saqué, aún goteante, se arrodilló y la chupó hasta la última gota. La sensación de poder que experimenté en ese momento fue algo inédito. Comenzaba a darme cuenta de la extraordinaria aventura que había iniciado y me sentí agradecido on Agar por proporcionármela.

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