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La vendedora de lencería (1)

en Hetero: Primera vez

La vendedora de lencería

Había tenido que oír los regaños de la propietaria de la empresa por segunda vez. Si no llenaba su cuota de ventas para esa semana, la despedirían, y necesitaba desesperadamente el dinero. Sólo así lograría pagarse la universidad y terminar el último semestre que le faltaba para graduarse. Habían sido años de sacrificios y no podía perderlos.

Bajó la cabeza, deprimida, y continuó ordenando las prendas de lencería. Ya era tarde y durante toda la jornada no había vendido ni una. Su compañera terminó su trabajo y le pidió que cerrara por ella cuando diera la hora. Dánae asintió y siguió con su tarea. Unos minutos más tarde, sonó la campanilla. Creyó que era su amiga que se había olvidado algo, pero se equivocó. Alzó los ojos y se topó con un hombre de alta estatura, moreno, de ojos grises y barba cuidadosamente recortada.

—¿En qué puedo servirle? —dijo ella servicial.

—Busco algunas prendas... sugerentes... —dijo él, y al pronunciar esta última palabra, su boca se curvó en un gesto insinuante que tuvo la virtud de inquietarla. "Vaya", pensó. "Tiene el aire de un lobo en ayunas". Pero no dijo nada. En cambio, sacó una caja, la abrió y comenzó a mostrarle la lencería. Eran las prendas más atrevidas que había en la tienda y el solo colocarlas sobre el mostrador la turbaba.

—¿En qué medidas las quiere? —preguntó, para paliar su turbación.

—¡Oh, desconozco todo sobre medidas!... más o menos como usted —dijo él, con mucho aplomo, mientras escogía corsés, ligueros, atrevidos sostenes y minúsculos tangas e hilos dentales.

—Se me ocurre una idea... si le quedan a usted, seguramente le quedarán a ella... ¿sería tan amable de probarse este... y este... y este...? —preguntó, al tiempo que seleccionaba un juego de corsé, sostén e hilo dental. Dánae lo miró sorprendida. Eran los más atrevidos y reveladores del catálogo... y los más caros. Si los vendía cubriría sobradamente la cuota semanal. Dudó un instante, pero luego se dijo que no tenía nada qué perder.

—De acuerdo... —respondió, tomando las prendas y desapareciendo en el vestidor. Se quitó apresuradamente el uniforme y luego su ropa interior. Era sencilla, de algodón blanco y encaje, y la dejó a un lado. Con cierta renuencia se puso el sostén, el hilo dental y cuando iba a terminar de abrocharse el corsé, notó que él había llegado hasta la entrada del vestidor.

—Ayúdeme —pidió ella, y le dio la espalda. Él apretó las cintas de la prenda y la miró. También Dánae vio su imagen reflejada y se estremeció. Era una hermosa mulata, de senos generosos y abundantes caderas, y con aquellas prendas estaba sencillamente arrebatadora.

—Son perfectas... —dijo él— seguro que le quedarán bien... se me ocurre una idea... si usted me acompaña y modela estas prendas para ella, le dará la oportunidad de escoger cuáles le gustan más... —al oírlo, Dánae se volvió hacia él, asustada:

—¡Oh, no, señor, no puedo sacar las prendas de la tienda a menos que estén pagadas...

—No se preocupe, yo pagaré ahora mismo el importe de todas, las seleccione ella o no... pero es preciso que me acompañe... ¿lo hará? —entre la espada y la pared, Dánae se miró en el espejo. Bueno, una vez pagadas las prendas, en nada afectaba a la tienda lo que el cliente hiciera.

—Está bien... —aceptó— espere a que me cambie...

—No, no... déjeselas puestas... le sientan divinamente... —dijo él. Dánae bajó la vista, súbitamente turbada. Cerró la puerta del vestidor y volvió a ponerse el uniforme, que dibujaba estrictamente su figura y le quedaba algo corto.

Ya vestida, hizo la factura por toda la lencería fina, recibió el pago y lo ingresó en la máquina registradora. Le dio el cambio y la factura y empacó el resto de la ropa. Hecho esto, se puso el abrigo, apagó las luces, y cerrando cuidadosamente, salió dela tienda en compañía del cliente.

Este había dejado estacionado su auto frente al establecimiento. Era un jaguar convertible gris metal. Cortésmente, él abrió la puerta y la ayudó a subir. Ella se reclinó en el asiento y él abordó por el lado del conductor. Arrancó y de inmediato el motor rugió, llevándolos en pocos minutos a una velocidad de más de cien kilómetros por hora.

Tomaron la autopista, que los llevó al camino que corría paralelo a la playa. El mar batía cerca, y entre los árboles que bordeaban la ruta, aquí y allá, sobresalían grandes moles blancas. Eran las mansiones de los potentados que habitaban en ese sector. No tardaron en llegar ante la verja de entrada de una de ellas, que traspasaron sin problemas. Por fin, el jaguar se estacionó ante el pórtico. Él descendió y la ayudó a bajar.

Lo siguió y atravesaron el imponente vestíbulo. Desde los pisos de mármol a los techos iluminados por enormes arañas de cristal, todo evidenciaba lujo y riqueza. Dánae no dijo nada, se limitó a observarlo todo con mal disimulada atención mientras caminaban, cruzando salas y salas. Por fin, llegaron ante una puerta, él abrió y le cedió el paso cortésmente. Dentro las luces eran más bajas, pero el lujo era todavía más refinado. Era una especie de suite, formada por varias habitaciones.

En una de ellas la hizo tomar asiento y le brindó una copa, que Dánae bebió por cortesía, aunque no dejaba de sentir ciertas reservas. El líquido era dulce y agradable, y a Dánae de pronto le dio mucha sed. Apuró el contenido hasta el fondo y él le llenó de nuevo la copa. Ella se sentó en un cómodo sofá y siguió bebiendo. De pronto comenzó a sentirse muy bien. Un suave calor llenó su cuerpo y se apoderó de su pubis y sus senos. Pronto comenzó a sentirse verdaderamente cachonda.

—¿Te gusta, querida? —preguntó él. Ella asintió. Volvió a llenarle la copa y ella la apuró de golpe. Para cuando la dejó sobre la mesa, ardía en deseos de quitarse la ropa y de comenzar a masturbarse, sin preocuparle la presencia de aquel desconocido. Es más, el desconocido comenzaba a parecerle muy atractivo.

—Me alegro. Ese brebaje de mi invención saca a flote tu verdadero ser... lo que en el fondo de ti misma sabes que eres y no te atreves a asumir... —le hablaba al oído, con voz susurrante— ...eres una puta —dijo. Y Dánae se estremeció, pero de algún modo, supo que aquello era cierto.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, con aire sumiso.

—Obedéceme y sígueme —dijo él, y ella lo siguió.

Entraron a otra habitación y encontraron a una mujer tendida sobre un imponente lecho. Era redondo, y el más grande que Dánae hubiera visto en su vida. En cuanto a ella, era rubia, blanca y muy hermosa. Y estaba completamente desnuda.

—¿Trajiste lo que te pedí, Bharat? —preguntó ella.

—Sí, mi querida Eris... te presento a Dánae... es una mulata, como pediste, y está ansiosa de empezar... —instintivamente Dánae bajó los ojos.

—Muy bien... empieza... —ordenó Eris, y Bharat indicó a la mulata que se desnudara. La chica se quitó el abrigo y el uniforme y quedó vestida apenas por la atrevida lencería.

—Excelente... —aplaudió Eris, examinando detenidamente el hermoso cuerpo de la muchacha— ...ven, querida, y ayúdame a vestirme... —pidió. Dánae se apresuró a mostrarle la lencería y Eris escogió un corsé negro que dibujaba estrictamente su talle, alzando los senos desnudos y dejando libres las nalgas, caderas y pubis. También la ayudó a ponerse las medias, operación que Eris transformó en un espectáculo sensual, y los altos zapatos de aguja. Luego, a Dánae le pusieron unas medias y unos zapatos semejantes y Eris la maquilló de la misma forma en que ella lo estaba: como una puta.

—Bien, cariño, ha llegado la hora de empezar... ayúdame a preparar a Bharat... —dijo Eris, y enseguida se arrodilló ante el cliente, quien se había quitado la ropa y se había vestido con un minúsculo hilo dental, que por el frente presentaba una abertura por la que salían la polla y los huevos. No llevaba nada más. Eris se metió la gruesa verga en la boca y comenzó a mamar. Dánae se arrodilló a su lado y observó, interesada, la operación. Luego de un rato, Eris la dejó tratar y la mulata imitó sus movimientos.

Mientras la joven mamaba al hombre, Eris la despojó del hilo dental y comenzó a mamar su raja. Dánae gimió de placer y entonces Eris frotó su lengua por el clítoris, estremeciéndola por completo. La rubia subió un poco y metió la lengua en su coño, saboreando la tibia miel de la mulata, que ya se derramaba fuera. Subió aún más y la introdujo en el culo de la chica, que experimentó una sensación inquietante, pero placentera.

Luego, Eris se sentó en un sillón y abrió las piernas. Bharat sacó la verga de la boca de la chica y la empujó hacia el coño de la rubia. Dánae comprendió lo que se esperaba de ella y comenzó a lamer golosamente. De la vagina de Eris brotaban incontenibles sus cálidos jugos. Luego, el hombre se colocó detrás y puso su verga contra la entrada del culo de la mulata. Ésta, que ya se encontraba muy cachonda, levantó las nalgas en un gesto invitador, y él comenzó a encularla muy despacio.

Dánae gimió y se quejó, porque era virgen, pero a Bharat eso no le importó. Continuó moviéndose dentro de su culo, si bien con delicadeza. Sus poderosas manos no soltaron las caderas de la mulata, que se revolvió adolorida. Pero cada vez que se movía, se hacía más daño. Al cabo, optó por relajarse y permitir las penetraciones, que cada vez se hicieron más profundas.

Estaban en eso, Dánae sodomizada por Bharat, al tiempo que le comía el coño a Eris, cuando la puerta se abrió y un desconocido se quedó contemplando la escena.

—¿Qué pasa aquí? —dijo, con voz autoritaria. Y de algún modo, Dánae supo que su vida no hacía más que comenzar a cambiar.

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