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La Bibliotecaria (7: Me follaron por todos los...)

en Orgías

Me follaron por todos los agujeros... (La bibliotecaria 7)

...mientras alguno me sodomizaba o me follaba, me hacían chuparle la verga a otro. Entre tanto, llovían los bofetones y las nalgadas. Así me tuvieron durante largo rato, hasta que me gozaron uno por uno por todos mis agujeros. Terminé hecha un asco, claro está, toda salpicada de leche y con mis aberturas en carne viva. Al fin, las sumisas me desataron y me ayudaron a ponerme en cuatro patas, como una perra...

Después de haberme usado a fondo, tanto Emilio como Jaime, quienes me llenaron de semen la boca, el culo, el coño y las tetas, de haberme azotado con verdadera saña, y de obligarme a escribir aquel texto de doce folios para David, decidieron dejarme marchar. Pero para ello sólo me concedieron ponerme el uniforme de enfermera. No me permitieron ni asearme, peinarme o arreglarme el maquillaje. No había llevado ropa interior ya que, como dije, Jaime mi amo me tenía prohibido usar bragas y sostén, salvo que dejaran accesible toda parte de mi cuerpo para posibles penetraciones.

Durante la sesión había permanecido vestida sólo con el liguero, el par de medias y los altos tacones. Inicialmente eran todos blancos, pero en ese momento estaban hechos un asco por la sangre de los azotes y el semen que salpicaba mi cuerpo. Ni siquiera dejaron que me abotonase el uniforme, así que bajé por el ascensor y salí al andén con mi cuerpo desnudo a la vista de todos. Era mediodía y la calle estaba transitada. Paré un taxi y se detuvo. El chofer dirigió una mirada lasciva a mi cuerpo. La ignoré y le di la dirección. Llegamos, bajé, pagué y entré a mi casa.

David me esperaba, pero al entrar me miró sorprendido. Estaba muy maltrecha, lo sé. Me abrazó y sin dejarme hablar, me desnudó y me cargó hasta la tina. La caricia del agua tibia me escoció en los trallazos. Sólo cuando me hubo bañado y curado, y después de servirme un vodka doble, tomó la carta y la leyó de un tirón. Él también se sirvió un vodka y lo apuró a sorbos, mientras leía. Al final, dejó las hojas y me miró a los ojos.

—¿Eso quieres, que me convierta en tu amo? —preguntó. Yo así el vaso con ambas manos. Temblaba, pero asentí. Apuré de golpe el resto del líquido, y luego me derrumbé, sollozando por primera vez en años.

Supongo que David nunca había tenido una sumisa. Tampoco tenía experiencia en ninguna de las actividades de bdsm que eran habituales para Jaime y sus allegados. No sólo era él y su padre, sino un grupo de hombres que habían constituido una especie de hermandad de amos y que se reunían con frecuencia para compartir los servicios de sus esclavas, a quienes también emputecían en beneficio propio. De vez en cuando ocurría que un amo cedía permanentemente la propiedad sobre una sumisa, pero no era frecuente. De entrar a ese círculo, David tendría que someterse a un rito de iniciación. Había visto algunos, y no eran agradables. ¿No iría a arrepentirse David de haberse metido en aquel problema por causa mía? Se lo pregunté, pero él me tranquilizó. Estaba dispuesto a todo.

Contra lo que yo esperaba, no intentó follarme. Descansé durante el resto del día, tal como me ordenó, y dormí varias horas. Por fin llegó la hora de prepararnos para lo que nos esperaba. Nos duchamos y aseamos a conciencia. Escogí uno de mis abrigos, una gabardina ligera, negra. Me limité a amarrarla al frente, sin abrochar los botones, de tal modo que era evidente que debajo estaba desnuda. Me puse el liguero, las medias y calcé los altos tacones. Mi maquillaje fue un tanto dark y otro poco gótico: los labios muy rojos y sombras color humo. Me perfumé y me presenté ante él para que examinara mi arreglo. Se mostró complacido.

Él siguió mi consejo y escogió un pantalón y una especie de túnica con mangas, de algodón blanco. El pantalón se anudaba al frente y podía quitarse con facilidad, lo mismo que la túnica. Le aconsejé que no llevara ropa interior. Vestido de ese modo, salimos. Ya era bien entrada la noche y había poco tráfico. David condujo hasta la residencia donde nos esperaban. Entramos y de inmediato nos hicieron pasar a una sala donde había un grupo de amos. Todos llevaban unas batas largas, de terciopelo, y era evidente que debajo estaban desnudos. Un par de sumisas me despojaron de la gabardina y quedé expuesta ante todos, vestida sólo con el liguero, las medias y los zapatos. Pero a pesar del aspecto tan atrayente que tenía, me quitaron también esas prendas y me dejaron totalmente desnuda

Después tocó el turno a David. Las sumisas lo despojaron de todo y lo presentaron ante los amos, completamente desnudo. Jaime estaba sentado en una silla y su padre a su lado, de pie. Mi amo se abrió entonces la bata y de algún modo, David supo lo que pretendía y se acercó. Se puso en cuatro patas delante de él, bajó la cabeza y comenzó a mamarlo. Cerré los ojos, conmovida por lo que estaba dispuesto a hacer con tal de tenerme. Entonces las sumisas me guiaron y me arrodillé detrás de David. Abrí sus nalgas e introduje mi lengua en su culo. Supe que tenía que lubricarlo bien. No quería que sufriera, pero sabía que el primer envite sería terrible, sobre todo para él, que no estaba habituado a aquello. Lo lamí y lo llené de mi saliva hasta que Jaime estuvo completamente empalmado y lo apartó.

Me levanté y David volvió grupas. Se colocó de espaldas a Jaime y comenzó a descender, hasta empalarse con la verga enhiesta. Fue él quien tuvo que hacer todos los movimientos. Utilizó su culo para masturbar la polla de Jaime. El espectáculo fue intenso y turbador. Yo lo observaba con la mirada alucinada e incrédula. Por si fuera poco, Emilio se desnudó y se paró delante de David, que entendió el mensaje y se inclinó a mamarlo. Por fin, Jaime asió las caderas de David, acelerando el ritmo frenético de aquella cópula salvaje, y se derramó en su culo. Caminando en cuatro patas, David se alejó un tanto, y entonces las sumisas me hicieron arrodillarme delante de Jaime y lamer su verga hasta dejarla limpia.

Para cuando terminé, David recibía a Emilio en su culo y chupaba al mismo tiempo las vergas de los presentes quienes, uno a uno, comenzaron a sodomizarlo. Lubricado por el semen de Jaime, las penetraciones fueron más fáciles, pero aún así, sabiendo lo que implicaba ser sodomizada por todas esas pollas, no me resultaba difícil imaginar lo que sentía, agravado por el hecho de ver su hombría vulnerada por aquella humillación insoportable. Cerré los ojos de nuevo, pero las sumisas me obligaron otra vez a mirar. Algunos se derramaron dentro de él, pero otros me obligaron a arrodillarme y a recibir su leche sobre mi cara, tetas y boca, y a David a lamer hasta beberla toda. Aquella nueva vejación le afectó, podía notarlo, pero aguantó a pie firme.

Cuando todos terminaron de poseerlo, fue mi turno. Me ataron las manos por encima de la cabeza y las sujetaron de un gancho que colgaba del techo. Las sumisas volvieron a colocarme los zapatos a fin de que los altos tacones proyectaran mis pantorrillas y mis nalgas, además de elevar mi pelvis, y facilitaran la penetración. Comprendí que iban a follarme y sodomizarme de pie y me preparé mentalmente para aguantar. Pero nada habría podido prepararme para aquel ataque en masa. A David lo habían montado y humillado en silencio. A mí me cubrieron de insultos desde el principio.

La polea que tiraba del gancho podía regularse, y a veces me hacían agacharme, con mi cuerpo describiendo un ángulo recto, y mientras alguno me sodomizaba o me follaba, me hacían chuparle la verga a otro. Entre tanto, llovían los bofetones y las nalgadas. Así me tuvieron durante largo rato, hasta que me gozaron uno por uno por todos mis agujeros. Terminé hecha un asco, claro está, toda salpicada de leche y con mis aberturas en carne viva. Al fin, las sumisas me desataron y me ayudaron a ponerme en cuatro patas, como una perra.

A una orden de Jaime, David me mostró su polla y lo mamé hasta empalmársela toda. Una vez que la tuvo lista, me enculó a fondo. Jaime entonces me ordenó masturbarme y correrme con la verga de David en mi culo. Esa fue la parte que más me gustó. Me corrí como una cerda, sin reprimir mis gemidos y jadeos, aunque sin exagerarlos tampoco, y aquello me imagino que le cayó muy mal, no sólo a Jaime sino a todos los presentes, porque cuando David se corrió por fin, y me soltó, Jaime le ordenó a las sumisas que elevaran la polea.

Mi cuerpo quedó tenso, con los brazos por encima de mi cabeza, y los amos se turnaron para azotarme. Ni qué decir que los muy bestias disfrutaron intensamente con la sesión, mientras David era obligado a presenciarlo todo. Descansé por fin cuando la lluvia de azotes cesó, y entonces Jaime y David comenzaron a negociar mi venta. Me trataban como un vulgar saco de papas o lentejas. Emilio no intervino. Estaba claro que aunque fuese su hija, desde hacía mucho me había cedido a Jaime. Este pretendía venderme muy cara, pero David era un negociador astuto y al fin consiguió un precio bastante menor al que mi amo deseaba. Una vez acordado el precio, David tomó una maleta que había llevado y la abrió. Sacó un fajo de billetes y lo depositó en el regazo de Jaime.

—Cuenta —dijo. Así lo hizo y al advertir que cubría la cantidad fijada, asintió.

—Muy bien… es tuya. Como decidas recuperar el importe es tu problema… —afirmó Jaime.

—En efecto, así es… —dijo David. Sacó entonces un collar de perra de la maleta y me lo puso. Sujetó el collar a una traílla y tiró de él. Lo seguí tal como estaba: completamente desnuda, y así también caminó hacia la salida y condujo hasta mi casa, sin importarle que nos vieran. A mí aquel paseo me pareció de lo más liberador. Mi corazón estaba henchido de sentimientos encontrados: tenía un amo nuevo y no sabía qué iba a hacer conmigo. Pero intuía que David iba a conducirme a alturas de morbo inéditas aún para mí, y el reto de ser digna de él me inyectaba una energía vibrante y vigorizadora. Pensando en esto lo seguí cuando tiró de la traíllla y me hizo entrar a su casa por vez primera. Pero esa es otra historia.

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