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Un trío HMH muy especial... (Crónicas proh. 13)

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Un trío HMH muy especial... (Crónicas prohibidas 13)

...se abalanzó y buscó la polla de Alexis. Se la metió en la boca y chupó con avidez, tanto que él tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no abandonarse. En cambio, la tomó en sus brazos y la tumbó sobre la cama, boca arriba. “¿Qué quieres, perra?”, preguntó, airado...

“Bájenla”, ordenó al entrar. Llevaba una capucha que le cubría toda la cabeza, pero todos lo reconocieron. Adrien alzó la vista: “Es mía durante una semana. Pagué por ella en la subasta…”, repuso, pero al notar la mirada de hielo de Alexis, calló. “Durante una semana es vuestra”, concedió, pero dijo: “Debe llegar viva a la ceremonia… desde hoy, supervisaré personalmente estas… actividades, ¿tenéis algún inconveniente?”. Adrien iba a responder una impertinencia, pero un gesto de la princesa Vivienne lo contuvo. Ya los hombres bajaban a la duquesa, que estaba inconsciente. La tendieron sobre la mesa, boca abajo, y Alexis examinó el agujero con sus manos enguantadas. No tenía desgarros, aunque estaba muy enrojecido e irritado. Si seguían usándola de aquel modo no terminaría con el culo en carne viva, como ya lo tenía, sino desgarrado. Y aquello no sería agradable. Luego examinó los azotes. No dejarían marcas, pero para ello era preciso que no la azotaran de nuevo.

No, al menos, hasta que sanara. Alexis sacó de entre sus ropas una pomada medicinal y comenzó a curarla con una delicadeza que nadie habría imaginado en un hombre tan recio. Al hacerlo tocó el sensible botón y Aline gimió instintivamente. Volvió en sí y abrió los ojos. Al ver a Alexis, su rostro se demudó, pero algo había en sus ademanes que la tranquilizó. Se quedó quieta, expectante. Él aplicó el ungüento a los agujeros donde tenía los anillos en los pezones y la raja. Se quejó débilmente cuando sintió el escozor, pero se dio cuenta de que se preocupaba por ella y lo miró con curiosidad. “Por hoy es suficiente”, dijo Alexis, e ignorando la mirada de odio de Adrien, la cargó en brazos.

La llevó a la habitación donde Nox ya le tenía preparado el baño. Alexis no dejó de notar la devoción con que el mulato cuidaba de Aline y la dulzura con que tocó su cuerpo herido. Y con tristeza comprendió que ella correspondía a aquellos tiernos cuidados. Pero no sólo era su cuerpo el que estaba herido, sino su alma. Era preciso contar con ese lazo. Por eso, no se opuso a que Nox la cuidara. Éste, que sabía quién era Alexis, guardó una respetuosa pero hostil distancia hacia él mientras no comprendió que no deseaba hacerle daño a su ama. “Sírvela con devoción”, le aconsejó, “pero recuerda cuál es su destino…”, y diciendo esto, se desnudó y entró a la amplia tina junto con ellos.

Los dos hombres se dedicaron a hacer sentir a Aline lo más cómoda posible. Ella estaba asombrada y curiosa ante la presencia de aquel desconocido, pero nada dijo. Alexis había ordenado a todos no revelar su identidad. Una vez limpia, Nox se dispuso a darle un masaje, pero el príncipe le ordenó encargarse de la comida. Las anchas manos del hijo del rey se posaron entonces en la carne de su prometida y comenzó a tocarla como un virtuoso a un instrumento de noble sonido. Aline jamás había sentido nada semejante. A pesar de lo dolorida que estaba, aquellas caricias la hicieron calentarse de verdad. Pero cuando la experta mirada de Alexis comprendió que en pocos minutos iba a correrse, la dejó con la misma delicadeza con que había comenzado a tocarla. En ese momento, Nox volvió y sirvió la cena. Alexis permitió que el mulato comiera con ellos aunque contradecía el protocolo.

Cuando terminaron, el príncipe hizo ademán de marcharse a la alcoba contigua y ella inquirió: “¿Qué deseas, mi señor?”, y Alexis la miró con sorpresa. “¿Desear? ¿Por qué habría de sentir deseo?”, aquellas palabras, dichas con suave voz y sin énfasis, la sorprendieron. Desde que llegó a la pubertad había visto deseo en los ojos de todo hombre que se le acercaba, incluso en los de su padre, y aquel desconocido, que la había tocado como nadie lo había hecho antes, en lugar de poseerla se limitaba a alejarse. “¿No quieres gozarme, mi señor?”, preguntó Aline, poniéndose de espaldas a él y acariciándose la entrepierna. “¿Por qué habría de quererlo? No me interesa gozar a una mujer que ha sido poseída por tantos…”, respondió. “Mejor duérmete… Nox, acércate. Esta noche quiero que me des placer…”, y diciendo esto, salió, seguido del esclavo, y dejó la puerta entreabierta.

Alexis sabía que la curiosidad en una mujer es irresistible y contaba con ello. Se tendió boca arriba sobre el lecho y dejó que Nox comenzara a mamarle la verga. El esclavo no era tonto y había comprendido la astuta movida del príncipe. Era digno de su ama, y aunque deseaba a Aline estaba consciente de la situación. El príncipe subió varios puntos en la estima del esclavo. Por la entreabierta entrada la duquesita vio cómo Alexis gozaba con Nox y poco a poco se sintió enardecida por la excitación y los celos. Para entonces, los dos hombres habían trenzado sus cuerpos y se acariciaban y besaban con una pasión que estaba lejos de ser fingida. De pronto, mientras penetraba al esclavo con su lengua, Alexis sintió que los labios femeninos se apoderaron de su capullo y comenzaron a mamarlo con fruición. Su mirada buscó entonces la de Aline y al encontrarse con ella se alegró al notar el deseo.

Pero en lugar de externar su alegría, la tomó por el cabello, le propinó una bofetada y la increpó: “¿Qué te hace pensar, sucia perra, que tienes derecho a esperar que me fije en ti? No eres digna de que llene tu culo con mi semilla. He visto cómo te entregabas a esos hombres sin ninguna vergüenza… te gozaron todos como a una puta… la más ordinaria de las rameras, eso eres…”. Aline lo miró sorprendida. Se arrodilló ante él, hecha un ovillo, profundamente humillada, hasta que su frente tocó el suelo y entonces dijo: “Perdonadme, mi señor… fui entregada en pública subasta por mi padre… no soy libre de escoger quién me posee y quién no… mi deber es darle placer a todos los que me toman…”. “Así es”, respondió Alexis. “Pero yo no os he tomado…”, y al oír esto, Aline enrojeció violentamente. Indignada, repuso: “¿Es que sólo os gustan los muchachos?”. Sorprendido de su osadía, Alexis la miró fríamente. “¿Y si así fuera, qué os importa? Soy libre de saciar mi deseo como me plazca”. Y diciendo esto, su boca se dirigió a la entrepierna de Nox y comenzó a mamar el capullo oscuro. El mulato cerró los ojos y contuvo a duras penas un jadeo. Aline se quedó atónita, mirando cómo los dos hombres se gozaban uno al otro sin prestarle atención. Sus cuerpos desnudos eran un amasijo de furia sobre el lecho.

Excitada y a la vez muerta de celos, Aline se abalanzó y buscó la polla de Alexis. Se la metió en la boca y chupó con avidez, tanto que él tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no abandonarse. En cambio, la tomó en sus brazos y la tumbó sobre la cama, boca arriba. “¿Qué quieres, perra?”, preguntó, falsamente airado, y al hacerlo, su aliento le dio a Aline en la cara. Lo miró desesperada. “Tómame”, pidió. “¿Qué dices?”, preguntó, incrédulo. Pero enseguida retomó su papel de amo dominante: “Vamos, suplícame… quiero escuchar cómo te humillas…”, dijo. Ella le lanzó una mirada atormentada. “¿Eso quieres de veras?”, preguntó Aline. Había lágrimas en sus ojos. Alexis se abismó en ellos y respondió con tristeza: “No. No quiero que te humilles… vete…”. La chica ya había pasado por mucho en las últimas horas. No quiso aumentar su desasosiego. Avergonzada, la duquesita se alejó hacia la otra habitación. La escuchó cuando cayó sobre su lecho y comenzó a sollozar. “Nox, ve con ella y consuélala… “, ordenó. “Ven, mi señor… Si he hallado gracia a tus ojos, posee a tu mujer… “, suplicó el esclavo. Y entonces los dos hombres se acercaron a la joven, que aún lloraba.

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