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Le encanta que le den por el culo (Crónicas 12)

en Sadomaso

Le encanta que le den por el culo (Crónicas prohibidas 12)

“Es más guarra de lo que yo pensaba”, murmuró Adrien. Lo mismo dijo Henri, que observaba la escena tras el enorme espejo doble que ocupaba casi toda una pared. Se volvió y miró la expresión fascinada de Alexis. Había visto cómo los seis hombres la habían sodomizado, uno tras otro, y cómo ella no había dado señales de sometimiento. Al contrario: parecía encantada de despertar deseo y de saciarlos a todos. “Mírala”, dijo el rey, “es una verdadera puta. Le encanta que le den por el culo”...

La visión de Aline masturbándose mientras la poseía precipitó el orgasmo de Habib, que profirió un grito antes de derrumbarse. Rashid se sentó entonces en un sillón y sin permitirle reponerse, la hizo empalarse con su verga. La joven demostró que aquello le causaba un placer indecible. Siguió acariciándose las tetas y la entrepierna al tiempo que se la metía hasta el fondo del culo. El último invitado, Haokah, al verla comportarse así, la abofeteó. Una gota de sangre brotó de la comisura de los labios de Aline, pero ella sonrió. Entonces la asió por los cabellos y le introdujo la verga hasta la garganta.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para no atragantarse, pero al fin logró abarcarlo. Era el más grande de todos los que viera hasta entonces y no quería pensar en los estragos que le causaría, a pesar de estar considerablemente dilatada y lubricada. “Goza”, recordó, y su pensamiento voló hasta el adorable Nox, que tanto placer le había dado. Siguió masturbándose y su calentura subió aún más, pero cuando estaba a punto de correrse, detuvo sus movimientos. Era preciso prolongar aquello lo más posible. Dejó de tocarse y se concentró en las sensaciones que llenaban su boca. Su lengua trazó círculos en torno a la punta del capullo y él gimió. Dominándose, la apartó bruscamente. “Estuve a punto de correrme, idiota”, exclamó, abofeteándola por segunda vez.

Aline calló y bajó la cabeza, avergonzada, pero se rehizo y volviéndose de espaldas, abrió sus melones y le brindó una vista de su agujero. Estaba abierto, repleto de leche, que goteaba hasta sus muslos, pero a él no le importó que estuviera tan usada. Se arrodilló tras ella y la empaló a fondo al primer envite. Los gritos de Aline no fueron fingidos. La poderosa presión amenazaba con partirla en dos. Sin embargo, sacó fuerzas de la rabia y el orgullo y aguantó el ataque con firmeza. Volvió a masturbarse y poco a poco, sus gritos de agonía se convirtieron en un ronroneo de placer que tuvo la virtud de enardecerlos a todos. “Es más guarra de lo que yo pensaba”, murmuró Adrien. Lo mismo dijo Henri, que observaba la escena tras el enorme espejo doble que ocupaba casi toda una pared. Se volvió y miró la expresión fascinada de Alexis. Había visto cómo los seis hombres la habían sodomizado, uno tras otro, y cómo ella no había dado señales de sometimiento. Al contrario: parecía encantada de despertar deseo y de saciarlos a todos. “Mírala”, dijo el rey, “es una verdadera puta. Le encanta que le den por el culo”.

Pero Alexis había visto otra cosa. “No”, pensó, “es una criatura asustada. Es el miedo lo que la impulsa a actuar así. El miedo y otra cosa… la venganza, la rabia, la amargura…” entonces vio a Aline y notó la mirada que le dirigía al príncipe Adrien, mientras Haokah la sodomizaba salvajemente. Era a él a quien iba dirigido aquel espectáculo. Adrien estaba lívido, muerto de celos. Pero al fin y al cabo, ¿quién había provocado todo aquello? Alexis sintió lástima por él. No sabía la furia de la naturaleza que había desatado. Y volvió a abismarse en la contemplación de la joven duquesa. Supo entonces que aquel sería el reto más desafiante de su vida. Pero también el más excitante de todos. Y de pronto tuvo unos intensos deseos de que la ceremonia de la boda se celebrara lo antes posible.

Entre tanto, Haokah no pudo contenerse más y se corrió dentro del culo de Aline, quien se derrumbó bajo el peso del hombre que la había poseído salvajemente. Los cuerpos cubiertos de sudor resoplaban faltos de aire. Al fin, Haokah la soltó y su verga flácida abandonó el agujero. Ella tembló, pero no dijo nada. Entonces Adrien se le acercó y de un tirón la obligó a ponerse de pie. La llevó a la mesa de roble y la tendió boca arriba. “Abre las piernas, perra”, ordenó. Cortó las correas del cinturón y ella lo miró sorprendida. ¿Qué pretendía hacer? Con un dedo enguantado, Adrien abrió los suaves labios y acarició el botón. La joven se tensó. “Qué guarra es. Está húmeda”, dijo. Al oírlo, todos rieron. En ese momento, Aline sintió un piquetazo en un pezón, y luego uno igual en el otro. No tuvo tiempo de decir nada. La duquesa le había atravesado con destreza cada una de las tiernas puntas y en ellas brillaban un par de anillas de oro blanco. De inmediato, los sensibles pezones comenzaron a doler horriblemente. “Ayúdenme”, dijo el príncipe, anticipando su reacción. Los seis hombres obedecieron y la sujetaron a la mesa. Le abrieron las piernas y la inmovilizaron.

Mientras la joven gritaba, Adrien perforó sus labios menores y colocó seis anillos de oro que hacían imposible la penetración por el coño, aunque no impedían el  fluir desus jugos. No tocó, sin embargo, el delicado clítoris. Su dedo buscó el botón y lo acarició. “¿Te gusta, verdad puta? Eres tan guarra como tu madre… me la follé la noche que iba a poseerte… y también desvirgué a tu hermana Leonore… Hmm… deliciosa… su coño y su culo son una delicia, por no hablar de la mamada de lujo que me dio… ha de ser cuestión de familia”, dijo. Al oírlo, Aline se revolvió, furiosa y Adrien rió de un modo maligno. La joven ignoraba que Leonore era su hermana, y al saberlo, una intensa amargura llenó su alma. ¿Cómo habían podido vivir Jacqueline y Josette bajo el mismo techo siendo usadas de aquel modo por su padre? Pero Adrien siguió hablando: “Ahora, puta, mi semen va a ser el primero en deslizarse por tu coño. Aunque no te desvirgue, quiero preñarte”, y diciendo esto, la penetró por el culo. La joven trató de impedirlo, pero al tensarse sólo consiguió que doliera más. Los seis hombres continuaban sujetándola contra el tablero, mientras Adrien la sodomizaba a un ritmo salvaje. Al fin comprendió lo inútil de su intento y se relajó. Dejó de moverse y permitió que la empalara sin hacer nada para aumentar su placer. Furioso, Adrien la abofeteó, pero fue inútil. Era como si la voluntad la hubiera abandonado y yacía inerte, soportando sus acometidas. Por fin el príncipe la soltó y se masturbó contra su raja. El semen salpicó el pubis de la joven.

Él lo tomó y lo restregó con furia contra el coño cerrado. Repetiría la misma operación en los días siguientes y Aline lo soportaría con la misma indiferencia, pero en ese momento estaba tan furioso que no podía pensar. “Cuélguenla”, dijo, y los seis hombres la encadenaron a un gancho que pendía del techo. Abrieron sus piernas y las sujetaron con una barra de hierro. El cuerpo sudoroso de Aline se tensó cuando el primer trallazo cayó sobre su espalda, pero sacó fuerzas del dolor y la amargura y soportó el tormento con mucha entereza. Adrien la azotó con verdadero frenesí, hasta que por fin Vivienne detuvo el brazo de su hijo. Furioso, el príncipe advirtió que no había conseguido quebrantarla. No suplicó piedad ni una sola vez, a pesar de los alaridos que el látigo le había arrancado. Mudos, los seis hombres contemplaban la escena: el blanco cuerpo de la duquesa pendía exangüe, con los brazos sobre la cabeza y cruzado por los violentos trallazos que sangraban.

Alexis también miraba, fascinado, tras el espejo. Era la mujer que siempre había deseado para sí: ardiente, orgullosa, desafiante, fuerte… pero sabía también que no sería fácil dominarla. Y al pensarlo, sonrió. Henri lo miró entonces y se sintió satisfecho: su hijo por fin salía del marasmo en que estaba sumido. No había duda: Aline había captado su atención.

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