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Fóllame (1)

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Fóllame (1)

—¡Fóllame! —gemí, al tiempo que subía descaradamente mi falda para que viera mi monte de Venus cuidadosamente depilado. Él no se lo hizo repetir. Escuché la cremallera bajar, al tiempo que se acercó y su aliento me dio en el cuello. Sus manos grandes abarcaron sin dificultad mi breve cintura y subieron hasta mis tetas. Tiré del lazo que sujetaba la corta túnica y ésta se abrió, dejándome a su merced. Su boca se apoderó de un pezón y lo chupó con avidez. En verdad estaba hambriento, porque lo sujetó con fuerza. Aquella brusquedad me hizo gemir, pero él no me daría cuartel.

—Vamos, pónmela dura... —ordenó, y sus manos empujaron mis hombros hacia abajo. Me arrodillé y me la metí entera entre los labios sin titubear. Tenía una gota clara en la punta, que saboreé con gula. Me encanta el sabor de la verga de un hombre, y sobre todo esa miel que preludia todo lo que sigue... Mmm... me supo riquísima. Sentí cómo el toque delicado de mi lengua lo terminó de poner a mil. La punta estaba caliente y dura: completamente lista para cumplir su cometido, pero yo quería atormentarlo más.

Puse la punta de mi lengua contra el glande y comencé a trazar delicados círculos. Se tensó de inmediato, y un gemido hondo se escapó de su garganta. Sin aliento, comenzó a insultarme. "Perra viciosa, zorra, puta..." y demás lindezas. A mí aquello me elevó aún más a las alturas. Me encanta que los hombres me llamen cosas. Entre más sucias y denigrantes, mejor. Y más, que me usen para saciar sus más bajos instintos. Convertí entonces mi boca en una funda para albergar el delicado tesoro de su verga, tensa y palpitante, que ardía dentro, con ganas de invadir todos los recovecos de mi anatomía.

Continué con aquella exquisita tortura y la prolongué lo que pude."Entre más tarde en llegar el momento en que te empalen, mejor", me había dicho hacía tiempo alguien, y vaya que estaba en lo cierto. Me dediqué entonces a sus pelotas, que chupé con verdadero entusiasmo, como si fuera un par de frutas frescas. El olor de su entrepierna era una delicia. Me encanta ese olor a hombre, profundamente íntimo. Aspiré el aroma, mientras mis labios se dedicaban a recorrer la superficie tibia. Lo escuchaba gemir a cada toque y aquello era música en mis oídos.

Me había tomado por los cabellos y mantenía mi cara sujeta contra su paquete. Al fin conseguí liberarme y levantándome un poco, me puse la polla entre las tetas. Me hice un cubano, con mis ojos fijos en los suyos. Su cara tenía una expresión inefable, de dulce agonía, mientras la verga morena atravesaba el estrecho pasaje entre mis pechos blancos, de pezones rosados. La vista debía ser todo un espectáculo, porque a poco, me detuvo y exclamó: "Detente, o voy a correrme".

Yo deseaba que se derramara ahí, en ese momento, salpicando de leche mi rostro, pero era claro que lo que más quería era penetrarme. "Poseerte", dijo. Ya sabía que para los hombres la penetración es lo más importante. Si no te la clavan a fondo, no se sienten satisfechos. Así que lo dejé hacer cuando me asió por el talle y me levantó con brusquedad. Me preparé mentalmente para una penetración igualmente violenta. Tenía el coño rezumante de jugos, que goteaban por mis muslos blancos hasta empaparme las medias negras, pero él tenía otra idea.

Con la misma brutalidad me hizo dar vuelta, me colocó de cara a la pared, y apoyé mis palmas contra el muro. "Abre bien las piernas, perra", musitó en mi oído, al tiempo que sacudía su polla sobre mis nalgas. Golpeó con ruido sordo y ominoso y de inmediato supe lo que pretendía. No me resistí a lo inevitable. Al contrario: abrí las carnosas mitades para que él pudiera gozar de una vista completa de mi deliciosa raja. Como el corazón de un albaricoque, mi entrepierna guardaba celosamente la parte más jugosa y deleitable de mi cuerpo. Él se arrodilló religiosamente y su lengua recorrió con hambre aquel camino al paraíso. Sentí cómo bebía mis jugos con reverentes ansias y el contacto de su lengua penetrando alternativamente ambos agujeros tuvo la virtud de acrecentar el fluir de aquel manantial generoso, del que no lograba saciarse.

Al fin se levantó, dejándome dolorosa y placenteramente insatisfecha. Puso el capullo contra la negra abertura y empujó. Con lentitud estudiada se abrió paso entre mis firmes nalgas, que lo recibieron sin reticencias. Quedó clavado en mi interior, y por unos instantes se estuvo quieto. "Mastúrbate", dijo, y su aliento quemó mi oreja. "Pero no te corras", advirtió, y yo no osé desobedecerle.

Lo admiré en ese momento. También para él debía de ser muy difícil no abandonarse a sus impulsos. Sin embargo, continuó sodomizándome con una lentitud enervante. Aquello era la más encantadora de las torturas. Su gruesa polla entraba y salía de mi estrecho pasaje con una delicadeza increíble, sin que nada denotara su esfuerzo, excepto el jadeo de su respiración entrecortada. Yo me estremecía a cada envite como una perra en celo. Imperceptiblemente, comencé a acelerar el ritmo y a empalarme a mí misma con su garrote. Él admitió sin protestas el cambio y acomodó sus acometidas a la nueva cadencia.

Poco después, el paso ligero que había impreso a sus caderas se aceleró, y al cabo se lanzó a galope. Me cabalgó con verdaderos ímpetus, sobre todo al final, cuando ya no le importaba si me rompía el culo. No creo que le hubiera importado tampoco al principio, ciertamente, sino sólo prolongar el placer, pero le agradecí mentalmente la delicadeza con que lo hizo.

Para entonces yo estaba a punto de estallar. Deseaba que aquello terminara. No me creía capaz de seguir soportando las ganas de abandonarme en el pantano espeso de aquella excitación sin fin. En ese momento su verga comenzó a vomitar el líquido viscoso y cálido que inundó mis entrañas con una fuerza incontenible. La sensación en mi culo fue indescriptible. Sentí el dolor, seguido de un inmediato alivio cuando su polla liberó mi esfínter de la tortura a que estaba sometido. Me soltó como quien abandona algo usado y ya inútil.

Sus manos hicieron girar mi cuerpo y quedé frente a él, expectante. Pero sólo se limitó a empujarme hacia abajo y metió su verga flácida entre mis labios. La chupé hasta dejarla limpia. Hecho esto, subió sus pantalones y el cierre de la cremallera. Echó a andar y se alejó. Yo dejaba de tener importancia para él. Apenas había sido un objeto, aunque cumpliera con mi función eficazmente. Una cosa a su servicio, a su entera disposición para darle placer cuando así lo considerara conveniente.

Cerré la túnica sobre mi cuerpo y anudé el lazo. Sabía que la elección de aquella ropa había sido adecuada. La fina seda negra se me pegaba como una segunda piel, dibujando los pezones, todavía erectos. No llevaba debajo más que el liguero de encaje elástico que sostenía las medias. Altos tacones realzaban mis piernas bien torneadas, marcando las pantorrillas y las nalgas. Lo seguí, muda. En la silla descansaban mi bolso y mi abrigo. Bajé la vista y los tomé. Caminé hasta la salida, apesadumbrada. Él había tomado asiento ante la mesa del despacho, sin prestarme atención. "Mañana a las nueve", dijo, con voz bronca. Cerré los ojos, sabiendo lo que me esperaba. Asentí mudamente y tomé el picaporte. No tuve valor de mirarlo..

Antes de salir, me llamó y yo me acerqué. Dejó caer deliberadamente el sobre y me obligó a recogerlo. Me incliné y mis nalgas desnudas quedaron a la vista, brindándole el espectáculo de mi raja, aún goteante. Sus dedos se hundieron en el centro húmedo. "Qué delicioso corazón de albaricoque tienes", dijo, saboreándolos. Yo alcé la vista y lo miré, mientras los lamía.

"El empleo es tuyo", aclaró, pero no era necesario. Ya lo sabía. Para obtenerlo había tenido que convertirme en su puta; pero no me pesaba: la perspectiva de volver a saborear su verga me estremecía. Ansiaba volverme a sentir atravesada, sodomizada, por aquel enorme émbolo. "Sé puntual y usa siempre este tipo de ropa... y nada de bragas ni sostén". Sin decir más, me despediste. Yo bajé hasta la calle. Ansiaba que el tiempo pasase pronto. Ni siquiera me interesaba contar el sobre abultado que llevaba en la cartera y que seguro era mucho dinero. "Eres una puta", me dije, mientras regresaba a casa. Pero yo sabía que era peor que eso.

No importaba. Porque al menos, mientras aquel cuerpo extraño me penetrara, yo existía. Mientras un cuerpo distinto me deseara, yo existía. Mientras una verga y unas manos hurgaran en los agujeros de mi cuerpo, mientras un ser distinto obedeciera a aquella orden, que en realidad era una súplica: "Fóllame", yo seguiría existiendo. "Fóllame, papá, pero hazme sentir que te importo"., musité, con la frente pegada al vidrio. Del otro lado, la velocidad devoraba distancias, sin conseguir alejarme de aquella noche remota, cuando había pronunciado esa palabra por primera vez.

011204

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