miprimita.com

Me conviertes en la puta de tu padre y otras cosas

en Amor filial

Me conviertes en la puta de tu padre y… otras cosas (Fóllame 4)

Sujetó mi cabeza y me obligó a mamar tu verga y la de tu padre, mientras mi grupa estaba en pompa y ustedes se turnaban sodomizándome. Fuiste el primero en repletar mi culo con tu leche. Justo a tiempo ya que tu padre estaba listo. Me penetró, bombeó un poco y se derramó en mi interior. Entre tanto, mis labios habían vuelto a chupar su verga y el espectáculo había hecho el resto. "Empálenla", ordenó…

Aquella fue la primera, pero no la última vez que follé con tu padre. Era un vejete simpático (a mí cualquier persona mayor de cuarenta me parecía vieja en aquel entonces, ya que yo misma era una adolescente) y de un aguante extraordinario, la verdad. Ya dije que estaba bien dotado y que la incomodidad que eso pudo causarme la compensó con una delicadeza mucho mayor que la tuya y una generosidad igualmente grande. Pronto estaba viajando todos los días de tu despacho al de tu padre. Y no sólo para follar: después de usarme a placer, le gustaba tenerme a su lado mientras recibía a sus clientes más importantes. Le gustaba ver el efecto que mi belleza producía en ellos. "Cuando has follado tus mejillas se encienden y hay una nueva luz en tus ojos que te hace mucho más deseable…", me decía. Me llamaba Alba, diminutivo de "albaricoque", su fruta favorita y aquella con la que comparaba a mis nalgas y mi raja. Contaba con que mi presencia distrajera a los clientes y aquello facilitara las negociaciones. Y muchas veces así fue. Durante aquellos años a su lado aprendí a ser una negociadora astuta, dura y taimada. Siempre tuve buena cabeza para los números, a pesar de mi educación deficiente, y ahí desarrollé mi instinto innato para los negocios. Me convertí en ejecutiva estrella de la compañía por derecho propio, lo cual me dio un poder inédito. Sobre todo a raíz de la negociación con Tomás Vargas.

Éste era el presidente de una importante empresa con la que esperábamos firmar un contrato de gran beneficio mutuo. El monto era de muchos millones y suponía no sólo una enorme ganancia por ambas partes sino poner a cada una a la cabeza de su respectivo segmento de mercado. Con ser tan importante, tu padre me puso a cargo de las negociaciones. Al principio, Tomás me subestimó. Me vio joven, bonita y mujer, y se dijo: "Esta chica no aguantará ni la primera ronda". Pero se equivocó y el tiempo se encargó de demostrarle de qué pasta estaba hecha su contrincante. Tal vez por el menosprecio con que me trató a las primeras de cambio, fui implacable. El contrato habría podido ser mucho más favorable para él, ya que tu padre estaba dispuesto a ser sumamente generoso, pero adopté una actitud encarnizada y decidí que el proceso fuera tan cuesta arriba para él que prefiriera cerrar el trato lo antes posible, aun sacrificando algunas cuestiones que le interesaban. Una buena tajada de sus propias ganancias, por ejemplo. No me importó el cansancio ni las largas horas que tuve que dedicarle a aquella negociación. Trabajé día y noche con una dedicación que no dejó de sorprender a todos. Ejecutivos más bragados tiraron la toalla y sin embargo, no cejé en mi empeño. Por fin, una tarde nos citamos con Tomás en el despacho de tu padre para la firma del contrato. Se presentó solo, sin ninguno de sus abogados o colaboradores. Aquello nos sorprendió, pero aunque Vargas tenía fama de adversario duro, también era cumplidor. Pidió que saliesen de la sala los abogados y colaboradores nuestros y nos quedamos él, tu padre, tú y yo. Una vez solos, Vargas planteó una última demanda sin el cumplimiento de la cual, dijo, invalidaría todo el proceso y no habría trato. Lo miramos incrédulos. Aquella negociación había tomado meses de trabajo, estaba definida hasta el último detalle y de no contratarse significaría graves pérdidas por ambas partes. "¿Es que acaso te has vuelto loco?", le gritaste en un arranque. Pero tu padre te hizo callar.

Lo miré sin pestañear. Era un hombre apuesto, debo reconocerlo. No con el tipo moreno de ustedes, sino mucho más rubio, con unos ojos glaucos, grises, fríos, y un aplomo gélido que ya conocía bien. Desde que entramos no me había quitado ojo, a pesar de su expresión adusta y distante. Ustedes tres vestían atildados trajes de diseñador, corbatas de seda italiana y finos zapatos de cuero. En mi caso, usaba una chaqueta larga hasta la mitad del muslo sobre un vestido muy corto que, como toda mi ropa, se abría delante. Todo era de seda y del mejor corte. Como siempre, no llevaba sostén ni bragas, sólo el liguero que aplanaba mi cintura y sujetaba las medias. Estas, así como los altos tacones y toda mi ropa, eran todos negros. Lentamente, lo que pretendías se abrió paso en mi cerebro. Pero en lugar de resistir aquella idea decidí asumirla como un costo necesario. Además, durante toda la negociación había adoptado una actitud eminentemente profesional, pero no se me ocultaba el impacto que mi atractivo tenía sobre los demás negociadores, todos hombres, y eso incluía a Tomás, aunque él lo disimulara mejor que el resto. Estaba demasiado habituada a los signos y gestos del deseo para ignorar los suyos. Decidí tomarlo con calma mientras él hacía su planteamiento, de modo que me senté, tomé un cigarrillo de la cajetilla que alguien había dejado sobre la mesa, y sin aguardar el gesto cortés de nadie, lo encendí.

Crucé las rodillas una sobre la otra con estudiada lentitud y dejé que disfrutara de la visión de mi entrepierna desnuda. Se dio cuenta de que no llevaba bragas y gocé con el efecto que esa certeza le causó. Fumé con parsimonia, mientras tú continuabas protestando y tu padre inútilmente intentaba calmarte. Ni Tomás ni yo te hicimos el menor caso. Por fin, él hizo su movida y dijo aquello. Tu padre y tú, que no se lo esperaban, se quedaron de una pieza. Sonreí para mis adentros. Sí, confieso que mi vanidad de mujer se sintió halagada. Tomás Vargas me deseaba. Quería usarme, es cierto, pero me deseaba. Callé mientras ustedes dos discutían acaloradamente, pero al cabo Tomás y yo sabíamos que la respuesta estaba en mis labios. Terminé de fumar, aplasté la colilla en el cenicero y clavé mis ojos en los suyos. Por fin ustedes callaron y me miraron cuando comencé a hablar. Puse mis condiciones en forma precisa, breve y totalmente fría. Vi la sorpresa dibujarse en el rostro de Tomás y comprendí que su propuesta era un farol. Quería estirar los límites y obtener así alguna ventaja. Me deseaba, y mucho, pero no esperaba que yo aceptara hacer algo como lo que proponía. En todo caso, me daba cuenta de que no había forma de salir "limpia" de aquel atolladero. Estaba harta de la negociación, pero no lo admitiría ni aunque me fuera la vida en ello y además, esto tampoco iba a admitirlo, aquel tipo me gustaba. Noté cómo al principio protestaron, pero todos sabíamos lo que estaba en juego. Me hurtaron los ojos y comprendí. Entonces me quité la chaqueta con la misma parsimonia con que me había estado moviendo, y de un solo movimiento, zafé los broches del frente. Me abrí el vestido de golpe y les brindé una vista de mi cuerpo, apenas cubierto por el liguero y las medias, antes de dejar caer la seda hasta el piso. Si Tomás Vargas pensaba que iba a humillarme, estaba equivocado. Podía gozar mi cuerpo, pero no iba a dominarme. Lo miré con expresión fría mientras me arrodillaba delante. Los obligó a ustedes a zafarle el cinturón y bajar la cremallera. Luego me hizo meter la mano y sacar su verga. Ni tu padre ni tú podían quitarme la vista de encima mientras asían mi cabeza y la acercaban a su entrepierna. Abrí mi boca y me apoderé de su capullo en tanto ustedes se resignaban a observar. Me imagino la mezcla de celos, morbo y deseo que en aquel momento experimentaban. En cuanto a mí… Mmm… mamarlo fue una delicia, pero jamás lo habría admitido. Mi expresión era gélida y mis ojos eludieron los suyos a medida que subía y bajaba por todo el tronco, de la empuñadura a la punta y de regreso. Cuando abarqué uno de sus huevos con mi boca, gimió, pero enseguida se rehizo y les ordenó lamer mi raja. Tu padre y tú se arrodillaron frente a mi grupa y a lengüetazos comenzaron a humedecer la hendidura entre mis nalgas. La sensación era inquietante y muy morbosa. Debió de disfrutarlo mucho porque el gran espejo le brindaba una perspectiva única de mis agujeros mientras ustedes los horadaban con sus lenguas. "Desnúdense", ordenó Tomás, y tuvieron que obedecer, al tiempo que él se quitaba la chaqueta, la camisa y la corbata y yo continuaba chupándole la polla con igual deleite. No estaba acostumbrada a las atenciones de tres caballeros a la vez, pero poco a poco me fui habituando. "Mírame", ordenó, y fijé entonces mis pupilas en las suyas. En aquel momento lo vi tensarse y estremecerse enseguida, atravesado por aquel placer inaudito. Se corrió en mi boca y debí tragar su leche como pude, pero aún así resbaló por mis comisuras y goteó sobre mis tetas. "Límpienla", les ordenó. Y ustedes debieron sorber los restos de leche hasta la última gota.

Luego, me agaché y chupé el glande húmedo. Estaba muy sensible, de modo que pronto me apartó. Debí ayudarlo a terminar de desnudarse. Lo descalcé y lo despojé de sus pantalones y calzoncillos. No me había equivocado. Tomás tenía un cuerpazo. Pero mi expresión continuó siendo una máscara de hielo. "Quiero que la pongan muy cachonda. Voy a correrme en su coño", advirtió. Y aquello nos elevó el morbo a todos. Me besaste en plena boca, sin importarte que aún estuviera húmeda con su leche. Tu padre me acarició las nalgas con su verga y me volví hacia él para besarlo. Luego, chupó con deleite mis pezones y los irguió con su lengua mientras tu mano exploraba la humedad entre mis nalgas. Tu padre se arrodilló delante, me abrió las piernas y buscó mi botón, mientras me abrazabas, de pie, desde atrás y acariciabas mis tetas. Aquel espectáculo se prolongó durante un rato, hasta que Tomás me ordenó acercarme y lamerle el capullo de nuevo. En lugar de comenzar con la punta del glande, aún sensible, me dediqué a sus testículos. Lo sentí tensarse, sorprendido y al mismo tiempo deleitado por la íntima caricia. Eludí el tronco y la punta de su verga, pero la maestría con que acariciaba sus huevos rindió frutos y pronto la tenía como un asta de bandera. Fijé mis ojos en los suyos esperando instrucciones y comprendió el sentido de aquella mirada.

Me ordenó ponerme de pie y acercarme. Obedecí y sin decir "agua va" introdujo su dedo medio en mi coño. Le agradó el flujo de jugos que desató aquella acción. "Vamos, empálenla con mi verga", dijo, y tu padre y tú debieron sostenerme, abrirme las piernas y guiar su "instrumento" hasta que estuvo alojado dentro de mi coño. No me resistí, aunque tampoco hice nada por facilitar las cosas. Todos terminamos untados de jugos y humillados por haber participado en aquella especie de violación. "Cabálgame", dijo. Y empecé a moverme, primero con lentitud, casi con desgano, para ir acelerando después. "Acarícienla. Quiero que esté muy caliente", ordenó, y los dos obedecieron. Tu padre introdujo su lengua en mi culo, sensación que me elevó el morbo a mil, mientras tú me besabas en la boca y acariciabas mis tetas. Sin embargo, la mayor tortura de ustedes fue ser obligados a mirar y a participar en aquel acto. Pronto a Tomás no le bastó follarme, sino que me obligó a abrir la boca y a recibir su lengua. No puedo llamar "beso" a aquella invasión morbosa con la que penetró y avasalló mis labios. "Mastúrbate", ordenó, y obedecí renuente. Fingí una calentura que sí sentía, aunque no era tan intensa, pero no me corrí.

A pesar de ello, fui bastante convincente porque a poco andar comenzó a derramarse en mi coño con un verdadero concierto de gemidos y jadeos. Esperé a que su verga goteante saliera de mi agujero y me arrodillé para limpiarla con mi lengua. Aquello le gustó, pero como supuse, era más pérfido y estaba lejos de darse por satisfecho. Les ordenó lamer los fluidos que goteaban por mis muslos y a ustedes no les quedó más remedio que obedecer. Estaba verdaderamente asquerosa, cubierta de sudor, jugos y semen, pero no me importaba. Sabía que lo mejor estaba por venir, y no me equivoqué. Admiré su aguante, la verdad, porque su polla aún quería acción. "Lubríquenla por detrás…con su leche…", ordenó.

Sujetó mi cabeza y me obligó a mamar tu verga y la de tu padre, mientras mi grupa estaba en pompa y ustedes se turnaban sodomizándome. Fuiste el primero en repletar mi culo con tu leche. Justo a tiempo ya que tu padre estaba listo. Me penetró, bombeó un poco y se derramó en mi interior. Entre tanto, mis labios habían vuelto a chupar su verga y el espectáculo había hecho el resto. "Empálenla", ordenó, y me alzaron. Me llevaron hasta su silla y sostuvieron su capullo contra la abertura completamente anegada. La turgente punta entró con facilidad y gemí. Estaba muy adolorida pero aguanté a pie firme. "Sosténganla", ordenó, y ustedes ayudaron a consumar aquella violación sujetándome para que las acometidas fueran más profundas. Nadie parecía apiadarse de mis gemidos. Afortunadamente, aquello no duró mucho y con un rugido supremo, Tomás se corrió por fin y terminó de repletarme con su leche.

"Límpienla con sus lenguas", ordenó, jadeante, y ustedes se sometieron a aquella última humillación. Pero ninguno me permitió lavarme ni ducharme. Cubierta por aquel terrible olor a sexo, volví a ponerme el vestido y la chaqueta. Arreglé mi peinado y mi maquillaje y a poco, ya vestidos también ustedes, firmamos el contrato. Cuando me puse de pie, Tomás se colocó a mi espalda, me levantó el vestido e insertó profundamente algo en mi culo. "No te lo quites hasta que estés sola", dijo, y yo callé. Ustedes pensaron que me había dedicado una última caricia íntima y soportaron tal cosa resignados. La versión final del contrato, preparada por Tomás y leída hasta ese momento, era aún más generosa que la anterior. Con la compañía de ustedes, se entiende, ya que a mí no me mencionaba en lo más mínimo. Al despedirnos, Tomás besó mi mano y susurró en mi oído: "Espero que volvamos a vernos…", con un tono por demás insinuante. "Será un placer…", respondí en la misma forma, sin hurtarle la mirada. "Oh, ya lo creo que sí", repuso, y por primera vez sonrió de oreja a oreja. Dicho esto, salió a reunirse con sus asesores y se marchó.

Al quedar solos, me derrumbé sobre la silla en la que Tomás me había sodomizado, y me cubrí el rostro con las manos. Ustedes se sentían muy incómodos. No les gustaba deberle nada a una mujer, me hago cargo, y menos a una puta. Había salvado la compañía de tu padre y los puestos de trabajo de miles de personas, pero no podía confesar la verdadera razón que me había impulsado a someterme a los deseos de Tomás. Tampoco deseaba que advirtieran mis verdaderos sentimientos, que no eran de vergüenza ni dolor ante el ultraje a que me habían sometido, sino de una especie de alegría exultante e inexplicable. De algún modo extraño, había triunfado. Lo intuía. Había triunfado incluso por encima de Tomás, aunque me había usado como una puta. Pero eso ustedes no podían saberlo. Profundamente humillado, tu padre me hizo un cheque por una propina muy alta, exactamente el diez por ciento del precio del contrato, apenas una parte mínima de lo que yo le había entregado como ganancia a la compañía, y me envió a casa. Le dije que pasaría al día siguiente a agradecerle, ya que en aquel momento no podía, pero me respondió dándome el día libre. Me besó y luego tú hiciste lo mismo. Después de eso, me marché.

Cuando llegué a casa, fui al baño y extraje el objeto que Tomás había metido en mi culo. Era un pequeño consolador, del tamaño de un tampón, hecho de madera hueca. Lo abrí y extraje un paquetito envuelto en un papel con un mensaje: "Te lo has ganado". En el paquetito había cinco diamantes. En los días siguientes los hice tasar: eran una pequeña fortuna, aproximadamente del monto de la propina que había ganado con el contrato. Sabía que Tomás había ganado menos de lo que había esperado, pero aún así había ganado muchísimo y ganaría aún más en el futuro. Su asociación contigo y con tu padre le reportaría grandes beneficios a ambas partes, de modo que todos deberían estar contentos. Pero bien sabía que aquello había abierto una herida en el ego de cada uno de ustedes. Y sabía que tarde o temprano debía de restañarla.

051005

Mas de hierobula

El principio del mundo

La primera sumisa (4)

Cunnilingus 2: O cómo comerle... bueno, ya se sabe

Qué guarra sois (Crónicas prohibidas 15)

Tres agujeros (Crónicas prohibidas 16)

Voy a poseeros (Crónicas prohibidas 14)

Tres (Trío MHM 1)

Un trío HMH muy especial... (Crónicas proh. 13)

Le encanta que le den por el culo (Crónicas 12)

Trío de mujeres (Crónicas prohibidas 10)

Cunilingus (Cómo comerle el coño a una mujer)

Quiero que te corras en mi culo (Crónicas proh. 9)

Sodomiza y viola a madre e hija (Crónicas proh. 8)

Sodomízame (Crónicas prohibidas 6)

El castigo (Crónicas Prohibidas 4)

Una venganza... (Crónicas prohibidas 5)

Soy tu puta... (Fóllame 3)

A ver cómo te lo montas (o consejos para...)

Menudo lío (7: Mi amo me anilla y me azota)

Menudo lío (6: Ménage à trois)

Desvirgada

Menudo lío (4: Quiero que me poseas...)

Menudo lío (3: Poseída por todos)

Desvirgada de nuevo...

La violaron los dos...

Menudo lío

Casia (5: Mi hermano es muy puto…)

Aventuras y desventuras de un albañil

Xochitl

Fóllame (2: Es una puta deliciosa...)

Cómo me emputeciste 4: La puta que no sabía que...

Cómo me emputeciste 5: Voy a convertirte en una...

Cómo me emputeciste 2: Agujeros llenos de leche

Cómo me emputeciste 3: Es una verdadera puta...

Cómo me emputeciste...

La Bibliotecaria (7: Me follaron por todos los...)

El alumno (2: Préñame)

La Bibliotecaria (6: Carta de la sumisa... II)

La Bibliotecaria (5: Carta de la sumisa Cristina)

La Bibliotecaria (4)

La Doma (3: El director y la alumna)

Vergas

Fóllame (1)

Crónicas prohibidas (3: La subasta)

La Doma (2: El director y la alumna)

La bibliotecaria (3)

La bibliotecaria (2)

Crónicas prohibidas (2)

El alumno

La Doma (1: El director y la alumna)

La bibliotecaria

Crónicas prohibidas (1)

Sodomizada y violada

El más oscuro nombre del olvido (8)

El más oscuro nombre del olvido (7)

El más oscuro nombre del olvido (6)

El más oscuro nombre del olvido (5)

El más oscuro nombre del olvido (4)

El más oscuro nombre del olvido (3)

El más oscuro nombre del olvido (2)

El más oscuro nombre del olvido

Casia (2)

Casia (3)

La vendedora de lencería (1)

Casia (4)

El escritor de relatos (1)

Carta a mi nuevo amo

Casia (1)