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Crónicas prohibidas (2)

en Amor filial

Crónicas prohibidas – 2: El duque estrena el culo de su desobediente hija

Cuando terminó con Valcour, el duque fue a la cámara de su hija. Al verlo, ella comprendió y se turbó ostensiblemente. Alphonse corroboró de ese modo que estaba de acuerdo con su seductor. "Me habéis traicionado, señora", dijo, con mal disimulada ira. Ella palideció. "Os habéis puesto de acuerdo con vuestro chulo. Muy bien: Ya que deseáis convertiros en puta, no os importará quién sea el que goce de vuestros favores.

Y tanto da cuántos sean: entre más, mejor; de modo que preparaos a complacerme, zorra, o lo pagaréis caro... ". Y al decir esto, dio un tirón a las sábanas y apareció el cuerpo desnudo de Aline. Tenía una figura exquisita y el duque ardió en deseos de poseerla enseguida. Ella comenzó a sollozar pero de nada valieron las súplicas. La ató boca abajo a los cuatro postes de la cama, y la azotó con un látigo hasta hacerla sangrar. Luego se desnudó y comenzó a acariciar las enrojecidas nalgas.

Tenían la suavidad de los melocotones maduros. Los dedos se abrieron paso por la raja y notó con satisfacción que estaba húmeda. "Sois más guarra de lo que creía. ¿De modo que os he excitado? Bien. No os quedareis con la calentura...". Tomó aceite aromático y la lubricó a fondo. Ella se tensó. "Vamos, aflojad, que de este modo será más doloroso para vos", dijo. Luego la soltó y le metió la polla en la boca. Dio varios tirones a su cabellera y la obligó a mamarlo mientras la cubría de insultos. Ella cerró los ojos y se resignó a lo inevitable. Cuando estuvo empalmado, aceitó su gruesa verga y la colocó en la entrada del culo.

De un rápido empujón, se la clavó a fondo. Ella lanzó un alarido descomunal y el duque gozó aquella estrechez. Nunca la habían sodomizado y saber que era el primero, lo excitó aún más. Permaneció quieto; gozando de la intensa sensación, pero la necesidad de moverse fue irresistible y comenzó a sacarla muy despacio y a disfrutar del apretado contacto entre sus nalgas. Estuvo así largo rato, entregado al placer, hasta que finalmente la soltó. Aline ya no sollozaba. Sólo apretaba los puños, furiosa. Metió el capullo de nuevo en su boca y ahí se corrió. La obligó a tragar todo el semen y a chupar la polla hasta dejarla limpia. Se revolvió entonces, con ira, pero él la calló con una bofetada.

"Hasta que vuestro esposo decida consumar el matrimonio, os azotaré y follaré por culo y boca a diario... Os entregaré a vuestro amante, que os convertirá en una verdadera puta, pero al igual que todos los demás sólo podrá poseeros de ese modo. Desde hoy usareis esto, y sólo yo podré quitároslo. Sois la más miserable de las putas y así voy a trataros", dijo. La encadenó a un cinturón de castidad que impedía la penetración vaginal, pero que dejaba libres el culo y las nalgas. La duquesita se arrodilló ante él, suplicante y llorosa, pero él no se aplacó y después de azotarla de nuevo, la dejó sola.

Varias horas después, se reunió con su mujer que venía del palacio Valcour, y preguntó: "¿Complacido?". Ella asintió. "Bien. He hecho los arreglos para la fiesta. Ya sabéis qué hacer". La duquesa asintió y se inclinó en una profunda reverencia. "Ahora, venid. Tengo deseos de follaros por todas partes. De seguro os ha dejado bien lubricada... ¿cuántas veces se ha corrido?". "Tres", respondió Jacqueline, sin fingir vergüenza. "Una por cada agujero". "Qué poco entusiasmo", exclamó, con ironía. "Se reserva para la noche. Le prometí una orgía única", repuso ella. "Y así será", respondió él. En ese instante entró Josette y le preguntó cómo estaba Leonore.

Respondió que se recuperaba sin problemas. Alphonse sonrió y le sobó las nalgas. "Será tan puta como su madre", afirmó. Leonore era hija del duque y había crecido en la casa como compañera de juegos de Aline, ignorante de que era su hermana. Jacqueline no estaba celosa. Josette era su hermana de leche y estaba contenta de que le ayudara a aplacar su legendaria lascivia. El duque se repartía entre ellas y sus demás amantes.

Aquella moral era, sin embargo, de uso privado. En público se guardaban siempre las formas. Alphonse defendía celosamente la virginidad de sus hijas y la fidelidad de sus mujeres, ya que eran un importante valor de cambio. Estaba seguro de que el príncipe estaba fascinado con Jacqueline y creía haber desflorado a Aline, aunque en realidad hubiera sido Leonore quien le proporcionara ese placer. De ahí en adelante Valcour se tendría que conformar con sodomizar a la duquesita, quien debía conservar su coñito virgen para su futuro marido: Alexis, hijo del rey y hermano menor del heredero. Aline no sería su primera esposa. Alexis ya se había casado dos veces para establecer alianzas políticas. Cada esposa había muerto después de darle varios hijos y a la sazón era un soltero muy codiciado. Había logrado de su padre merced de desposarla en lugar de otra princesa extranjera porque esperaba que superara la fama de puta de su madre.

En efecto, en la corte Jacqueline tenía la reputación de ser una hembra ardiente e imaginativa. Tanto el heredero como Alexis, y aun el propio rey, la habían gozado con frecuencia. Alphonse comprendía que aquellos escarceos cimentaban su estatus e influencia. No se oponía a ellos jamás, incluso en su presencia, aunque luego se desfogara en privado con la duquesa. La azotaba con furia, no fuera que le gustase ser tan puta, y además, había que establecer quién era el amo. Jacqueline, como todos, estaba atrapada en los intensos juegos políticos y sexuales de la corte, y se había sometido a aquellos tratos. No conocía otra vida. Estaba acostumbrada a obedecer al rey y a su marido. Aline había sellado su destino al someterse a Adrien. A los duques no les disgustaba el joven, pero no podían despertar la cólera real si se le negaba a Alexis el placer de desflorar a su desposada.

Satisfacer a Adrien sin defraudar a Alexis: ese era el dilema. Sacrificaron entonces a Leonore, quien tarde o temprano tendría ese destino: ser usada para beneficio de su padre y allegados. Alphonse ardía en deseos de montarla, y seguramente la habría desflorado, como padre y jefe de la casa, si no se hubieran torcido los planes. "De todos modos", pensó Jacqueline, mientras el duque le sobaba las tetas y ella lo felaba, "habrá que compensarla". Josette se había colocado entre las piernas de la duquesa y le comía el coño. Adivinando el pensamiento de su mujer, "mañana le haré una visita a tu hija", dijo el duque a la dueña, y fue claro lo que deseaba.

Amanecía una larga jornada. Había que preparar la subasta, de modo que después de follarlas y sodomizarlas durante largo rato sin correrse ni una vez, el duque se retiró a dormir unas horas. Cuando las dejó, la dueña lamentó la suerte de su hija. "Ya sabes que así es la vida", le dijo la duquesa. "Lo sé, pero es muy joven. No quiero que quede preñada tan pronto". "Veré qué puedo hacer", repuso Jacqueline. "Entre tanto, está muy dolorida", advirtió Josette. "Vamos a verla", repuso, y se encaminaron a la cámara. Después de compartir el baño con Leonore y de curarla con mucha delicadeza, las dos comenzaron a calentarla. No estaba de ánimos, pero pronto cedió y se entregó a las caricias. Era parte de su aprendizaje: tenía que estar disponible en todo momento para dar y recibir placer, ese era el destino de todas las mujeres. Entre las tres se hicieron gozar y descargaron las tensiones de aquella larga noche.

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