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Aventuras y desventuras de un albañil

en Erotismo y Amor

Aventuras y desventuras de un albañil

...de pronto se me antojó muy sexy, con aquellos vaqueros desgastados que dibujaban su anatomía y que marcaban sobre todo la curva de sus nalgas y sus muslos largos y firmes… Hmmm… y la camiseta blanca se pegaba a su espalda ancha, a sus hombros y brazos fuertes, a su abdomen plano, sin gota de grasa...

Khaled: Aquella tipa me tenía hasta las narices con sus exigencias. Que si la ventana la quiero aquí, que si súbele diez centímetros. No, mejor bájale medio metro… y yo como un imbécil, atento a sus instrucciones, porque me había dicho el jefe que era una clienta muy importante y que no podíamos perderla, pero maldito si me hacía gracia tener que aguantar sus tonterías.

La miré desde lo alto de la escalera mientras trabajaba en un detalle del techo y ella me notificaba el enésimo cambio. No era fea. Tendría entre veinticinco y treinta años, el cabello rubio (bueno, era evidente que se había teñido), largas piernas y trasero respingón que la minifalda se encargaba de resaltar, y unas tetas que se adivinaban firmes y morenas bajo el top ceñido al cuerpo. De seguro tomaba el sol sin sostén junto a la piscina. O tal vez lo tomaba desnuda. No era ciertamente del club de las mojigatas a juzgar por su ropa.

Pero maldito lo que me importaba… en aquel instante me tenía harto. Guardé silencio, mordiéndome las ganas de replicarle. Ella iba a decirme algo, pero en ese momento sonó el teléfono, y se alejó sobre sus altos tacones, moviendo el trasero como una zorra. Sí, lo admito: me disgusta recibir órdenes de una mujer. Soy un cavernícola machista, pero así soy. Me gusta ser el amo. Allá las feministas que se fastidien.

Desde donde estaba lo escuché todo. Al parecer hablaba con su novio, marido o lo que fuera. La discusión era bastante áspera, a juzgar por el tono de su voz, pero maldito si me importaba. Seguí tomando medidas y al fin la escuché colgar. Estaba hecha una fiera, pero para mi alivio, decidió tomarse algún tiempo para intentar recuperar el control.

Me dejó trabajar en paz el resto de la mañana y a la hora del almuerzo su estado de ánimo había mejorado bastante. Yo me moría de hambre y para mi sorpresa ella se comportó con mucha mayor cortesía que hasta entonces. Había cocinado y almorzamos juntos en la cocina, lejos del área de la casa que estaba remodelando. No cocinaba mal, la verdad. Abrió una lata de cerveza y me la ofreció. La tomé y di un trago largo. La miré por encima de la lata y comenzó a parecerme atractiva. Lo que pueden hacer una comida y un poco de cerveza…

Terminé de trabajar al caer la tarde y ella me pagó religiosamente lo acordado, además de regalarme con una gran sonrisa. Incluso me dio una buena propina y el tono de su voz fue de lo más amable. "¿Qué mosca le habrá picado?", pensé, pero me encogí de hombros y me dispuse a marcharme. Se encaminó a la puerta y cuando estaba por tomar el picaporte, se volvió a mirarme y clavó sus enormes ojos azules en los míos.

—¿Le gustaría ganarse una buena suma? —preguntó, con una actitud que jamás había usado conmigo. La miré sorprendido y repuse:

—¿Qué suma? —ella mencionó una cantidad muy superior al importe total de la remodelación de la casa. Mis ojos se posaron en los suyos. No podía menos que sospechar que había una trampa en alguna parte.

—¿A quién hay que matar? —pregunté. Ella sonrió y puso su mano sobre mi brazo. Era una mano muy fina, de uñas cuidadosamente manicuradas. Con seguridad no había trabajado duro ni un solo día de su muelle existencia.

—A nadie… sólo necesito que me acompañes… —dijo, y a mí se me congeló la sonrisa en el rostro.

—Ni hablar… yo no soy de esa clase de tipos —repuse, y traté de salir de ahí lo más rápido posible.

—Vamos… será sólo una noche —dijo, y al comprender el sentido de sus palabras, palideció.

—No… no es lo que tú piensas… lo único que necesito es que me acompañes a una fiesta… ¿sabes bailar? —la miré como quien mira a alguno que acaba de volverse loco. Aquella tipa estaba como una cabra. Y para colmo, no hacía más que meter la pata. Su mano sujetaba mi antebrazo y yo me desasí de un tirón. Le puse las manos sobre los hombros y la obligué a mirarme.

—Dime de una maldita vez qué es lo que pretendes —dije, con un tono de muy malas pulgas. Vi aparecer lágrimas. Oh, no, si algo no soporto es que una mujer llore. Le advertí que le atizaría si se echaba a llorar y se contuvo. "A ver si me lo explicas, pero pronto", rugí. Y ella me hizo un resumen:

Su novio, marido o lo que fuera la había dejado plantada, después de ponerle los cuernos con una pelirroja despampanante. No, no lo dijo así. Con una zorra viciosa, dijo. La conclusión de que era despampanante la saqué yo después, pero esa es otra historia. Lo que ella quería era que la acompañara a la dichosa fiesta y que la dejara presentarme como su novio para darle celos al ex y salvar la cara.

—Estás rematadamente loca —exclamé. Ya había tenido suficiente de su presencia durante todo el día para continuar aguantándola por la noche. Además, estaba cansado, necesitaba urgentemente un baño y quería llegar a mi casa y meterme en la tina con un martini al lado, y luego ver una película, hasta que el sueño me descalificara por nocaut fulminante. Lo que menos deseaba era ir a bailar, y menos con ella.

—Doblaré la cifra —dijo. La miré sorprendido. Dupliqué su oferta y entonces ella la dobló de nuevo. Entonces la miré atónito. ¿Hasta dónde podría llegar?

—Acepto —dije, y ella sonrió triunfal, pero entonces me escuchó decir:— …con una condición…

—Lo que digas… —afirmó.

—¿Lo que yo diga? ¿Así, sin preguntar? Perfecto. Te acompaño a donde sea —repliqué. Supongo que estaba muy desesperada, porque aceptó sin chistar y sin hacer más preguntas.

—Pero antes… necesitas una ducha y cambiarte de ropa… ven, creo que tengo algo que puede servir… —dijo, y me hizo seguirla al segundo piso. Sacó un traje muy formal y lo acercó a mi cuerpo.

—Creo que te quedará… puedes ducharte en lo que yo termino de peinarme… —ordenó, y señaló el cuarto de baño. Yo me limité a obedecer, mientras reía por lo bajo. No sabía en qué se había metido.

Dionne: Me hallaba en un dilema: Jorge me había plantado de la peor manera, y me había puesto los cuernos con aquella tipa: la pelirroja de contabilidad. Y lo había hecho justo un día antes de la fiesta de la oficina. Menudo cabrón. De algún modo tenía que salvar la cara ante todos los de la empresa. No es que me importe demasiado su opinión, pero soy una ejecutiva importante y merezco respeto. Así que en lugar de quedarme en casa hecha una magdalena, pensé en aparecer por la fiesta con alguien lo suficientemente apuesto como para poner verde al traidor de mi ex y a su zorra.

¿Pero a quién? Nadie de la oficina se habría prestado al juego, sin contar con que podían descubrirme. Tenía que ser un perfecto desconocido. Pero, ¿adónde buscar a un hombre disponible a aquellas horas? De pronto mi mirada se fijo en el tipo que martillaba. Aunque estaba cubierto de polvo y aserrín, de pronto se me antojó muy sexy, con aquellos vaqueros desgastados que dibujaban su anatomía y que marcaban sobre todo la curva de sus nalgas y sus muslos largos y firmes… Hmmm… y la camiseta blanca se pegaba a su espalda ancha, a sus hombros y brazos fuertes, a su abdomen plano, sin gota de grasa, y a unos pectorales como seguro no los tenía Jorge, a pesar de todo lo que sudaba en el gimnasio…

El albañil se me fue antojando cada vez más. Era un tipo alto, moreno, de ojos y pelo negro, con una barba poblada, de filibustero, que lo hacía mayor. Indiferente a mis inquisiciones, el tipo siguió trabajando y cuando se acercó la hora del almuerzo cociné y decidí ser amable. Ya lo había fastidiado bastante y había demostrado una paciencia inaudita. Por lo general no soy tan quisquillosa, pero el fin de la relación con Jorge me traía francamente a mal traer…

Le ofrecí una cerveza y charlamos amigablemente durante la comida, luego me dejó para seguir trabajando y al final, cuando ya se iba, le solté aquello. Lo tomó bastante bien, aunque estoy segura que pensaba que yo estaba loca. Se duchó y salió del baño con una toalla enrollada a las caderas. Me quedé de piedra: bajo el vello oscuro, la piel morena dibujaba una anatomía impresionante. Me quedé muda, y él debió de notar mi desconcierto.

—Perdona… pensé que te estabas peinando…

—No, no… está bien… te dejo para que te pruebes el traje… —y salí. A poco, se asomó por la puerta entornada y me dijo con pena:

—Es inútil… no me queda esto… —el traje de Jorge, en efecto, le iba demasiado estrecho. ¿Qué hacer? Ya eran las cinco y yo no había comenzado a vestirme. Me decidí en un segundo.

—Vístete. Vamos de compras —me miró como si le hubiera sugerido una visita al infierno, pero lo pensó mejor. Se puso la ropa y me siguió. Subimos a mi auto, un descapotable divino, color cereza, y nos dirigimos a una de las tiendas más caras de la ciudad.

Khaled: Tuve que contener mis ganas de reírme como loco cuando me llevó de tiendas. No me gustaba la idea, pero sabía que aquello ayudaba a mis fines. Entramos al local y con un gesto le pedí al dueño que no me descubriera. Melchor es perdidamente gay, pero siempre ha respetado mis gustos hetero. Confío en su criterio porque sé que es el gran gurú de la moda, y somos amigos desde hace años. En un momento en que pudimos hablar sin que ella escuchara, me dijo:

—¿Pero Khaled, de dónde sales?

—Chist… no digas nada. Esta tipa se ha empeñado en comprarme un traje… por lo que más quieras, dile a los dependientes que hagan como que no me conocen… ella cree que está haciendo su buena acción del día, y no quiero arruinarle la ilusión… —Melchor me miró con los ojos húmedos:

—Eres un sol… se los diré… —y se marchó a cumplir mi encargo. Yo puse la cara más proletaria que tengo y la dejé que escogiera la ropa. Me la probé obedientemente, y por fin escogió un atuendo que le pareció adecuado. También insistió en comprarme unos vaqueros y una camiseta. Yo la dejé hacer, pero luego por lo bajo le pedí a Melchor que le siguiera la corriente pero lo cargara todo a mi cuenta. No me hacía la menor gracia que una mujer me comprara ropa.

Mientras el sastre hacía los ajustes de última hora al traje, logramos salir de aquel sitio y Dionne, que así se llamaba la tía, me arrastró a un establecimiento mezcla de spa y salón de belleza unisex donde me cortaron el pelo, me rasuraron la barba y me hicieron un facial. Estuve a punto de quedarme noqueado con tantos mimos, pero la verdad es que fue agradable.

—¿Tienes hambre? —preguntó de improviso. La verdad, sí.

—Pero esta vez yo pago —dije, y la llevé a uno de esos lugares de comida rápida. Pensé que iba a arrugar la cara, pero no. Disfrutó de la comida y su charla fue muy grata. Poco a poco se me fue borrando la imagen de mandona que tanto me había disgustado antes, y me topé con una mujer con los pies en la tierra y bastante menos superficial de lo que temía.

—Vamos, la ropa ya debe de estar lista… —dijo, cuando terminamos de comer. En efecto, me probé el traje y me quedó perfecto. Pero fue ella la que me impresionó cuando salí y la vi enfundada en una nube de seda y tul color turquesa que resaltaba el color de sus ojos y el rubio de su cabellera.

Dionne: Me quedé de una pieza cuando lo vi. A diferencia del típico traje de gala masculino, negro y de corbatín, Khaled vestía una especie de chaqueta Nehru, pero en lugar de llevar el cuello alto cerrado, éste se abría, descubriendo una porción de su atractivo tórax. La tela, de un deslumbrante tono turquesa, era un rico brocado de seda, muy ligero, que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel. Melchor se las había arreglado para que mi traje y el suyo fueran exactamente del mismo color. Khaled parecía un príncipe oriental, y no pude menos que maravillarme con el cambio.

También él me miró, no sé si sorprendido o asombrado. Tomó una de las orquídeas blancas de uno de los arreglos con los que Melchor había adornado el local y me la prendió al borde del escote. Cuando su mano tocó mi pecho, me estremecí. Fue como un ramalazo de electricidad que me atravesó de parte a parte. Bajé la vista, súbitamente incómoda, pero él me tomó del brazo y después de despedirnos, salimos del lugar.

Se apoderó de las llaves del descapotable e insistió en conducir. Yo no quise contradecirlo Temí que cometiera un desaguisado, pero me sorprendió con una habilidad y sangre fría únicas.. Me había quedado muda. Con aquella ropa hasta su personalidad parecía cambiar. Tenía un aplomo y una seguridad que antes no percibí en él. Cuando llegamos a la sala de fiestas ya era tarde. No fue adrede. Sencillamente, el tiempo se nos pasó volando mientras cenábamos. Pero como fuera, el impacto que causó nuestra entrada fue mucho más intenso. Sentí los ojos de los presentes fijos en ambos.

Sin esperar mi parecer, Khaled me llevó a la pista, me tomó en sus brazos y me condujo sin un error. No me atreví a despegar los labios ni a mirar a nadie. El mundo parecía haberse detenido mientras girábamos al compás de la música. Recuerdo esa noche como si fuera un sueño. Tan irreal se me antojaba lo ocurrido. Khaled, contra todo pronóstico, bailaba maravillosamente y tenía una presencia escénica apabullante. Yo no tenía ojos para nadie más, y él tampoco miró ni a derecha ni a izquierda. Parecíamos aislados, viviendo en una nube propia, ajena al bullicio de la fiesta.

Fue después, cuando la música terminó, y tuvimos que volver a la realidad cuando enfrentamos a la gente. Saludé a los directivos, a mis compañeros y a los mandos medios de la empresa. Todos parecían encantados de verme, y yo no tuve que fingir que me sentía verdaderamente a gusto al lado de Khaled. Sus modales eran exquisitos, y a mí me fascinó el aire de misterio que lo rodeaba, y que no hice nada por disipar. Cuando le preguntaron en qué se ganaba la vida, dijo que estaba en el rubro de la construcción. Yo casi me parto de la risa al oírlo y al comprender que lo creían dueño de una empresa especializada. Por supuesto, no lo desmentí y guardé una compostura perfecta.

Cuando pasamos a la mesa, tuve un conato de pánico. Pensé que Khaled no sabría conducirse, pero pronto advertí que sabía usar los cubiertos y que conocía al dedillo la etiqueta. Su asiento estaba frente al mío, y al otro extremo de la mesa estaban sentados Jorge y su zorra. Menos mal. Me dio gusto notar sus caras de sorpresa y enojo. Decidí ignorarlos tal como ellos hicieron conmigo durante toda la velada.

Me concentré, en cambio, en la conversación que Khaled sostenía con la invitada sentada a su izquierda, y que resultó ser la gerente financiera de la empresa. Se la pasaron todo el rato hablando de la bolsa, de inversiones, tasas de interés y demás temas de los cuales yo, la verdad, no sabía ni pío. Me sorprendió la seguridad con la que hablaba y la atención respetuosa con que la señora oía y comentaba sus afirmaciones.

El invitado a mi derecha era uno de los directivos de la empresa y descubrimos que compartíamos nuestra fascinación por las pintura y las antigüedades y pronto nos sumergimos en una conversación muy agradable sobre algunos temas históricos que él dominaba a la perfección. Al terminar la cena, me encontré con que había olvidado por completo el disgusto que Jorge me causara. Entonces comprendí, sin pesar, que verdaderamente nunca había estado enamorada de él y que el horizonte de mi vida era muchísimo más amplio de lo que jamás había sospechado.

Volví a bailar con Khaled y me divertí mucho. Tanto, que no advertí que muchas miradas convergían sobre nosotros. Me limité a ser yo misma, y al conversar con mi pareja de baile, descubrí que era un hombre inteligente, instruido y mucho menos tosco de lo que yo había supuesto al conocerlo.

—¿En qué piensas? —preguntó de pronto. La música y las luces se habían remansado y sonaba uno de aquellos boleros viejos. Lo miré y sonreí.

—En que esto ha resultado mucho más divertido de lo que yo supuse…

—Vaya. Me alegro que no te aburras en mi compañía —dijo. Y yo caí en la cuenta de que había metido la pata de nuevo; pero sabía que su tono de enojo era fingido.

—¿Qué? ¿Te fijaste en lo mal que le ha caído nuestra actuación a tu ex y su amiguita? —preguntó. Pero a mí no me merecieron ni una segunda mirada.

—Ya no me importa… —confesé. Me alzó la barbilla con sus dedos y me obligó a mirarlo.

—¿De veras? —preguntó, clavando su mirada oscura en mis pupilas.

—De veras —sostuve, con total convicción. No insistió en ello y yo se lo agradecí. Continuamos bailando hasta que la fiesta llegó a su fin y fue tiempo de retirarnos.

—¿A dónde te llevo? —pregunté, al tiempo que hice ademán de abordar el asiento del conductor. Pero él se había apoderado de las llaves e insistió en conducir hasta mi casa. No dije nada y lo dejé hacer. Cuando llegamos, bajó del auto y me abrió la puerta. Descendí y lo miré, desconcertada. Pero antes de que pudiera decir nada, dijo: "Buenas noches", y yo lo miré interrogante.

—Espero que no temas prestarme tu auto. No tengo cómo llegar a mi casa… —repuso.

—Claro… —dije— …te veo mañana —y al decirlo, me dispuse a entrar. Pero Khaled asió mi mano y sin decir palabra, me besó en la boca.

No fue algo lascivo, ni tampoco muy profundo. Un suave y dulce beso de despedida que a mí me turbó como jamás me había estremecido ninguno de los besos de Jorge. Azorada, abrí la puerta y entré, sin atreverme a mirarlo de nuevo. Él abordó el descapotable y se perdió en la noche.

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