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Negro y Blanco XXV

en Dominación

Armer, Rose

Bajó la mirada de inmediato al suelo cuando llegó ante la puerta del señor Krum antes de llamar. A cada paso las sentía chocar en su interior, y estuvo tentada de echar una carrera pero no debía. No era lo que le habían ordenado y sabía que eso enfadaría mucho al señor Eric, así que caminó despacio observando su nombre en esas sandalias blancas. Rose. No le gustaba ese nombre, ese que no era el suyo. Pero el de verdad no lo recordaba, no tenía nombre. No era nadie. No tardaron en acudir, y en esas sandalias pudo ver el nombre de Megan. Ella tenía tanta suerte… Su Amo estaba en la casa. Ojalá su Ama también hubiera ido con ellas. Había sido bastante buena ese año de intercambio que había pasado en Le Rosey, aunque nunca sería como ella. Nunca conseguiría ser igual de buena que Jo. Ella era la favorita del Ama.

- El señor Eric me envía a por la ficha de la primeriza, señor Krum.- Megan se hizo a un lado, pero hasta que no escuchase…

- Entra, princesa.- Siguió los pasos de la sumisa del señor Eric hasta llegar frente al escritorio.- Acércate.- Dio un rodeo hasta situarse a su lado mientras Megan se sentaba en sus piernas. Tanta suerte… Esperó a que el señor terminara lo que estaba escribiendo en silencio mirando sus propias sandalias. Rose, no le gustaba nada. Rosita la llamaba él y le gustaba mucho más. Lo pondría en las peticiones la próxima semana, quizá así volviera a fijarse en ella. Había cometido un error aun a sabiendas. Quería saber cómo serían sus castigos. Y era un Amo maravilloso, lo había visto desde el balcón.- Bien, aquí tienes. Que lo rellene antes de la cena.- Cogió lo que le daba asintiendo. Un bolígrafo, el Manual de Sumisión y un diario con el nombre de esa chica pelirroja. Lilian. Ella tenía tanta suerte…- Y cielo, date la vuelta.- Lo hizo de inmediato.

Sintió su mano en la parte de arriba de los muslos y la excitación volvió a hacerla sentirse viva. Ese penacho pequeño de cintas de cuero que llevaba colgando dio dos veces contra su muslo y esperó el momento tensándose. Lo sentiría más.

- No, aún no.-Oh...- Deja eso aquí un momento y tráeme una cajita blanca de mi sala de juegos, princesa, ve.- Le palmeó la nalga sintiéndolas rebotar en su interior y andó deprisa hacia…- Despacio.- Obedeció notando la tensión que se acumulaba en su centro. Quería liberarla, quería sentirlo. Esa sensación tan leve la angustiaba. Quería más pero ahí estaba la caja.- ¿La tienes?

- Sí, señor.- En dos pasos se hizo con ella. ¿Qué habría dentro? ¿Le dejaría verlo? No, a ella no. No era para ella. Había sido mala con el señor Krum.

- Tráela a gatas, cielo, muy despacio.-Oh…

La mordió por el lazo que la envolvía y comenzó a gatear por ese suelo de baldosas blancas y negras con calma. Así no sentía apenas el choque como cuando iba caminando, sólo ese minúsculo penacho ir de un lado a otro balanceándose entre sus piernas. Hasta que se detuvo, alzó la cara sin mirar al señor y él cogió la caja de su boca.

- Bien, princesa. Bien hecho. Levanta.- Sí, lo había hecho bien.- Ahora vete.- Y al coger lo que debía llevarle al señor Eric dándose la vuelta sintió el tirón que le hizo gemir sin previo aviso.- Lávalas. Cada mañana te quiero con ellas. Es todo.- Asintió efusivamente cogiendo el rosario de sus manos. Un amo maravilloso. Ahora se sentía mucho mejor.

Caminó derecha hacia la puerta mientras el señor hablaba con Megan sobre un gato. Un gato muerto. Ya había escuchado esa historia antes en Le Rosey. Si el Ama estuviera ahí… Quería aprender más, quería agradarla y que se fijase en ella como antes. Terminó de lavar el rosario en el baño. Eran muchas sumisas en esa casa y a ella no le harían caso. No era nadie. Subió las escaleras fijándose de reojo en las puertas cerradas sin señal. Todas menos una, con la indicación de llamar antes de entrar en el pomo. Escuchó pegada a la madera el ligero grito de la primeriza. Oh, era la primera Sala de Castigos del señor Eric. Todas tenían tanta suerte…

 

-Orgullo y Dolor-

Se limpió la cara de lágrimas. No lo entendía, no entendía nada. Estaba de rodillas, en la misma posición que en el cuarto negro. Y no podía mirarle. Ni hablar. Ni pensar con claridad a pesar de saber lo que tenía que decirle. No quería. Tenía miedo, mucho, y estaba enfadada. Muy enfadada porque no entendía por qué la trataba así. ¡Era lógico que se cabrease, que quisiera gritar a los cuatro vientos lo hijo de puta que era su padrastro! ¡Que no entendiera un carajo de lo que estaba pasando! Porque no entendía cómo podía tratarla tan bien un momento y al siguiente llevarla a ese cuarto alfombrado de un color claro, como la puerta. Todo gris, como una tormenta matinal, como… Suspiró cerrando los puños, sabiendo que bajo el vestido no llevaba nada y estaba de rodillas con las piernas abiertas. Incómoda, enfadada. Acababan de… Y él ahí mirándola con total seguridad aunque no se atreviera a levantar la vista de la alfombra.

- Vas a empeorarlo si no contestas ya, nena.- El corazón le palpitó frenético en el pecho.

- Es…- Ya le había avisado que mucho cuidado con el tono y las respuestas. Tomó aire otra vez sin mirarle.- Estoy cabreada.- Intentó por todos los medios calmarse, pero la posición la tenía atacada de los nervios. Como la situación en la que ahora se encontraba, una que de forma súbita le había trastocado la vida entera. En un solo día.

- Lo sé, nena, por eso estamos aquí.- Frunció el ceño. ¿Es que no podía enfadarse?- En tu ficha, ¿recuerdas cuál es el detonante de tus ataques?- Pestañeó un par de veces, sabiendo la respuesta. Y el motivo volvió palpitando con fuerza a su mente.

- ¡Es lógico que me…!

- ¡Silencio!- Tembló un instante apretando los puños.- Limítate a contestar a lo que te pregunto, y hazlo bien nena o el castigo va a ser de aúpa.- ¿No era ya suficiente castigo tenerla ahí de rodillas? ¿Lo que le había hecho ese cabrón?- ¿Recuerdas el detonante o no? Responde.- Lo recordaba y lo sentía. La ira que por más que quisiera controlar no dejaba de salirle por todos y cada uno de los poros. Pero tenía que contestar ya.

- Sí, se… Amo.- Se corrigió a tiempo. Y esa palabra la llevó de vuelta al despacho de Krum, a lo que había visto en el Manual de Sumisión. Obediencia, eso se le exigía a las primerizas. Lo que ella era ahora sin opción a nada más.

- Dime entonces por qué te voy a castigar.- Tragó despacio entendiendo que no saldría de ahí como la otra vez. Que aunque temiera la oscuridad y sufrir otro desvarío que pudiera dañar a alguien también tenía miedo ahora. Uno terrible que le había hecho gritarle a él al ver a las Veteranas así, uno con el que le había desobedecido por completo. Lo sabía, acababa de leerlo en el maldito Manual. La dichosa obediencia.

- Porque estoy enfadada.- Lo murmuró a pesar de la tensión que le provocaba no gritarlo. Quería hacerlo. Gritar. No a él. ¿O sí? No podía pensar siquiera del cabreo.

- Ven aquí, nena.- Al fin. Se levantó y le…- Mirada abajo.- Le espetó secamente aún sentado en la cama. Lo hizo apretando los puños y caminó hacia él hasta tenerle en frente.- Ahora te voy a decir yo por qué te voy a castigar, y tú me vas a contestar si estás de acuerdo conmigo, ¿entendido?- Asintió, pero sabía que tenía que decirlo.

- Sí, Amo.- Era como una patada en el estómago. ¿Por qué tenía que ser así?

- Bien nena, toma asiento.- Palmeó la sábana gris que cubría esa enorme cama redonda y se sentó, mirándose las manos.- Te voy a castigar porque me has ordenado que te suelte, que te deje. A tu Amo.- Se encogió ante el enfado de su voz grave, tan cerca. No había pretendido hacerlo, pero al ver a las Veteranas...- Te voy a castigar porque me has desobedecido en algo tan simple como desayunar y mirar abajo.- No era tan simple cuando había dos…- Y te voy a castigar, sobretodo, porque has permitido que tu enfado se convierta en ira.- Le levantó la barbilla y vio la tristeza impresa en sus ojos azules.- Una que te pone en peligro a ti y a los que te rodean, que te ciega haciéndote olvidar quien soy yo y lo que hago por ti.- No pudo mirarle más de pura culpa viendo los arañazos de su brazo.-Igual que Krum, al que heriste ayer cortándole con una botella de cristal.- El sonido de ese momento llegó a su mente. La sangre. Su gesto de dolor y el miedo de Lorena. Y él sacándola de esa oscuridad que la atrapaba. El baño, la calma… Esa misma noche sin pesadillas después de...- Ahora contesta, ¿crees que mereces el castigo que yo decida?- Bajó la mirada a sus manos de nuevo cuando le soltó la barbilla, a esas manos que se habían aferrado al borde del vestido y temblaban sabiendo la respuesta. Como todo su cuerpo.

- Sí, pero…- Le alzó de nuevo el rostro y su mirada terminó de vencerla.- Sí, Amo.

- Bien, que lo veas es un paso importante.- Le besó la frente, pero aún estaba enfadado, se le notaba en esa mirada que mantenía fija en ella casi sin pestañear. Señaló la pared de enfrente.- Ahora ve a ese armario y tráeme uno de los pantalones que hay colgados y uno de los botes del estante.- Se levantó sin entender muy bien el objetivo pero lo hizo igualmente.

Abrió el armario y entre todo su contenido, tan gris como el resto del cuarto, cogió uno de los pantalones de chándal afelpados. Y el bote, que contenía algo amarillo. ¿Aceite? Volvió hacia Eric mirando al suelo, tan afelpado para sus pies descalzos como los pantalones para sus manos. Y él estaba desnudo. Miró a otra parte con el corazón que le latía en la boca, tragando despacio. Eric tomó ese pantalón de sus manos y se lo puso, dejando el bote amarillo a un lado del colchón mientras se sentaba. El silencio y la incertidumbre llamaron de nuevo al miedo cuando fue consciente otra vez de que era un castigo. Pero de este no sabía qué esperar.

- Quítate el vestido.- Forzó a su mente para no mirarle ahora.- Y no me hagas repetirte lo de las cejitas.- Parpadeó, pero acabó llevando sus manos al borde de la tela sin prisa y lo levantó sacándoselo por la cabeza. Eric lo cogió de sus manos.- No te escondas, recuerda.- Frenó el movimiento de sus brazos, que iban de camino directo a sus pechos, a su entrepierna.- Ahora túmbate sobre mis piernas, bocabajo.- ¿Qué? Le miró con el ceño…No tuvo tiempo de reaccionar. Eric cogió su mano y su cintura y en un instante estaba sobre él como le había pedido.- Nena, como no dejes de pensar cada orden que te doy vamos a tener muchos problemas.- No podía respirar, estaba aterrorizada, tumbada sobre esos pantalones de felpa grises escuchando sólo el latir de su propio miedo.- Promete que te vas a quedar quieta.- Asintió aprisa cerrando los ojos y Eric se movió un poco con ella encima, colocándole las manos sobre la sábana por encima de la cabeza. Se aferró a ella, temerosa de que si no lo hacía echaría a correr.- Es necesario nena, dímelo otra vez punto por punto, vamos. ¿Por qué te castigo?- Tragó el nudo. Volvió a hacerlo pero la voz se negaba a salir. Notó el movimiento antes de una seca palmada en el trasero que la tensó entera y le hizo chillar del susto con fuerza, abriendo los ojos. Se movió, se intentó levantar y revolver pero Eric la sujetó por las muñecas, atrapándole las piernas entre las suyas.- ¡Quieta he dicho!- Su grito la paralizó y entonces la voz salió junto con el llanto y el terror.

- Eric para por…- La segunda le dio en la otra nalga, y el repullo junto con el ramalazo de dolor volvió a sacarle un grito. Pero esta vez no dijo nada más, sólo sollozó.

- Di el primer motivo.- Su voz era más pausada pero se sentía incapaz de pensar. Sólo sabía que estaba sollozando sobre sus piernas, inmovilizada de manos y piernas. Que le había pegado como a una niña consentida y ahora le acariciaba las nalgas que acababa de azotar con la mano. Y que alguien llamaba a la puerta.- Pasa.- Se intentó mover, ocultar de quien…- Sí, dámelo. Gracias nena.- Era una de ellas, y en silencio escuchó los almohadillados pasos que se acercaban.- Rose. Tú has visto sus errores, ¿verdad cielo?- No quería que la vieran ahora mismo, ¡estaba denuda, sobre él!  ¡Y la estaba castigando!- Recuérdaselos, hazme el favor. Está asustada y no puede hablar.

- Has desobedecido a tu Amo y has tenido un ataque de ansiedad, poniéndole a él, a ti y a los demás en peligro.- Escuchó la voz y miró por encima del hombro y a través de las lágrimas a esa muchacha de piel morena y ojos color avellana clavados en el suelo. Iba vestida como ella. ¿Era igual que ella? ¿Otra huérfana acogida por Le Rosey?

- Bien, ahora dile porqué estaban así las Veteranas.- La imagen volvió a hacerla temblar, pero no podía moverse en absoluto. Sólo ver a Rose ahí plantada sin mirarles.

- Porque han robado alcohol del bar esta noche, han bebido y eso no les beneficia en nada.- La miró atónita. ¿Ese era su castigo?- Como Veteranas deben ser un ejemplo a seguir para todas y han desobedecido, poniéndose en peligro a sí mismas y a todos nosotros.- Eso ponía en el… Lo vio aparecer ante sus ojos, al igual que la ficha. El dedo de Eric señaló y su mirada le siguió, calmando sus sollozos.

- Control de ansiedad, nena, esto te recordará que no puede volver a repetirse. Retírate, Rosi. Vuelve abajo con las demás.- La vio alejarse. Volvía a dejarles solos, y en cuanto lo hizo tembló.- Shh… Te sentirás mejor después nena, sabes que lo hago por ti.- No...por favor…- Dímelo otra vez, ¿estás de acuerdo con los motivos del castigo?- Asintió comenzando a sollozar. Sabía que no lo había hecho bien, pero era humillante, era…- Cuenta nena, y cuando creas que ya tienes suficiente dime que pare.

- ¡Para!- Chilló. No por el dolor, no por la vergüenza, sino por el hecho de estar tan indefensa y acorralada. Tan enfadada aún a pesar del miedo. Eric soltó sus muñecas y se encogió contra la sábana sin atreverse a mover un solo músculo.

- Nena vamos, calma.- La levantó por los brazos, mirándola fijamente, besándole la frente, abrazándola. Sentir el calor de su piel contra ella la calmó.- ¿Tanto te duele?- Negó, pero no podía dejar de llorar.- Te hace sentirte humillada, ¿es eso?- Asintió al cabo de segundos al darse cuenta de que era así. De que le dolía en lo más profundo de su orgullo. Como lo que acababa de hacerle ese hijo de puta de su padrastro.- Eso es lo que te ayudará a aplacarlo la próxima vez que ocurra, cielo.- Pero no quería volver a sentir algo así nunca. No pudo sostenerlo más tiempo.

- Lo siento, Amo, por favor.- Sollozó.- No lo volveré a hacer, lo he entendido.- Sintió que la estrechaba un instante contra él, suspirando.- Por favor.- La alejó de él un poco.

- Lilian, te voy a proponer algo.-Le acarició la cara, llevándose las lágrimas con él.- Sé que estás arrepentida por tu actitud y que has entendido que el propósito del castigo es corregir tus maneras y aplacar tu ira.- Le estaba acariciando la espalda y asintió sin pregunta. Sí por favor, que parara, que acabara ya. Lo sentía, lo sentía mucho.- Elige cielo, termino mi castigo o me recompensas haciendo lo yo te pida sin cuestionarlo.- ¿Recompensarle?- De la primera forma te daré treinta azotes ahora mismo.- ¡Treinta! Negó, negó con los ojos cerrados sollozando. Todo menos eso, por favor.- Mírame, no dejes de mirarme.- Lo hizo, y encontró un dolor en su mirada que no se esperó. Estaba triste, triste de verdad.-De las dos formas ahora te daré diez azotes para que esto no se repita, para que nunca vuelvas a desobedecerme poniéndote en peligro de sufrir otro ataque, ¿lo entiendes?- Asintió lentamente, temblando como un flan ante la perspectiva. La oscuridad o la humillación, estaba clarísimo por más que le costase aceptarlo.- Bien, ahora túmbate nena, y quieta.

Lo hizo lentamente sin dejar de sollozar, volviendo a aferrar esa sábana con las manos como un salvavidas, viendo a su lado el Manual de Sumisión, la ficha firmada. El primer azote llegó y con él su cuerpo entero se tensó y chilló. Pero no se movió apenas. Bajó la cabeza hacia la sábana intentando no hacerlo.

- Cuenta nena, vamos. Será más fácil así.- Reprimió el sollozo un instante notando sus manos acariciarle la zona que acababa de azotar, la espalda.

- Uno.- Murmuró sintiendo las lágrimas caerle por las mejillas.- Dos.- Destrozando la imagen que tenía de esa casa, de él con el grito que dio.- ¡Tres!-  Intentando pensar por qué habría hecho algo así con quien la sacaba de la oscuridad.- ¡¡Cuatro!!- Por qué la acariciaba tras cada azote mientras le masajeaba el hombro para calmarla. – Cinco...- Sin entender por qué tenía que ser de esa manera con ella.- Seis.- Con todas, pues todas habían pasado por lo mismo, se recordó. Pertenecían a Le Rosey, no tenían otra opción.- ¡Siete!- Y con las últimas lágrimas ya apretando los dientes sabiendo que acababa… - ¡¡Ocho!!- Vio la ficha ante ella con todas sus calificaciones, sus datos. Y el apartado que en el que ponía...-¡Nueve!- Amo Actual: Freixas, Eric. Supervisor a cargo: Steller, Krum.-Diez.-Les pertenecía.

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