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N&B;: Diario, Rosalie W. (7)

en Dominación

Abril de 2010, Aveyron (Francia)

Días viendo cómo se consumía poco a poco, cómo cada vez pasaba menos tiempo despierta. Hablaba menos, apenas se movía. No se había separado de ella ni un solo instante, como todas esas mujeres. Se bañaban juntas, comían juntas. Incluso cuando León acudía a su llamada alguna noche en que el dolor era demasiado para su ya adolorido cuerpo le permitían estar con ellos, entre ellos como si de una familia se tratara. Una extraña aunque inmensamente mejor de la que jamás había tenido. Pero esa mañana no despertaba, no comía, no hablaba ni cuando León intentó despertarla.

- Mi reina…- Se tapó la boca creyéndola muerta hasta que abrió levemente los ojos.

- Hospital. Ahora.- Casi ni la había podido oír, pero a su orden León corrió fuera de la habitación desnudo, llamando a las mujeres a gritos como siempre que ella se ponía peor. Se acercó a cogerle la mano, como a ella le gustaba.- Cartas.- Asintió acordándose de su promesa. Que enviaría cada carta que habían escrito juntas a sus correspondientes destinatarios en el momento que ella muriese.- Shhh…- Se abrazó a ella sabiendo que tendría que ser al revés, que ella tendría que dejar de llorar. Pero no podía. La perdía. Y la quería.- Nena, calma…- Siguió aferrando su mano cuando León la levantó y la vistió con ayuda de las mujeres como a ella, cuando los de asistencia médica la pusieron en una camilla y se la llevaron. Hasta que Samira la sujetó.

- No… ¡¡No!!- Luchó contra esa mujer desesperada, viendo que se la llevaban. Que no la volvería a ver. Lo había prometido, que si la llamaba jamás se iría, no la dejaría sola. León la cogió al vuelo por la cintura antes de que llegase a ella.- ¡¡¡Mamá!!!- Hizo una señal al camillero para que parase y León se acercó con ella cogiéndole ambos la mano.- Por favor no te vayas…

- Recuerda. Si es débil, lo sabré.- Y sonrió antes de que le pusieran la mascarilla de oxígeno, cerrando los ojos, entrando en esa ambulancia en la que dejaron ir a León.

Pero a ella no. Ella se quedó hecha un mar de lágrimas con Samira, que intentaba consolarla junto al resto de mujeres de León. Pasó el día esperando noticias como tantas otras veces. Pero esta… No quiso comer ni cuando Sarah se sentó a su lado con ese libro de historias que solía leerle cada tarde a las dos, sólo se quedó en su cuarto, abrazada a su almohada hasta que León volvió del hospital con buenas noticias. Una falsa alarma, sólo un bajón de tensión debido a la fuerte medicación que tomaba para el dolor, por el cáncer. En pocos días podría volver a casa. Con ellos. Sólo entonces se permitió comer, dormir. Y lo hizo como cada noche abrazada a León, esta vez junto a Sarah en lugar de Valeria. Pero ese presentimiento no se iba, no salía de su mente. Sus palabras que apenas eran ya un murmullo en su mente. Pasaban los días y no volvía. Si es débil, lo sabré. Podía referirse a cualquiera, incluida ella. No dejaba de repetirlo en todas sus cartas sobre pajaritos, princesas y demonios dirigidas al pequeño delfín. Tenía que ser fuerte, pero cuando una mañana despertó manchada de sangre se quedó perpleja ante su propio pensamiento, salido de la boca de Sarah.

- Ya eres mujer, Rosi.- Le dijo sonriente ayudándola a limpiarse, a cambiar las sábanas mientras las mujeres que se iban enterando a lo largo del transcurso de la mañana parecían entusiasmadas con la noticia de su primer periodo.

No así como León, que ordenó que le cubrieran la cabeza con un pañuelo como a las demás y la mantuvieran alejada de su cama. No lo entendía, no hasta que Sarah le explicó los porqués. Su custodia le pertenecía a él ahora, por lo que siendo parte de su familia debía acatar las órdenes del cabeza de familia, del hombre. Y ahora que era una mujer adulta, mientras tuviese el periodo, no podría dormir con él. Seguía sin entenderlo, pero no le preocupaba lo más mínimo. Sólo quería ir a ver a su reina como León le había prometido. Y él siempre cumplía sus promesas. Incluso ya había empezado a construir las mansiones que Valeria le había pedido. Todo lo que ella quería, se lo daba. Siempre. Fuese lo que fuese. Era su reina.

Esa misma tarde recibió un escrito de Valeria desde el hospital diciéndole lo que significaba ser mujer. Leyó esa carta en la que se dirigía a ella como pajarito esta vez. Ya no era su pequeña, su niña. Y por lo que decía en esa carta ya no era suya, sino de Seúl. Debía volver con él, y prometía que había cambiado, que no sería el mismo. Pero no quiso saber nada más. No quería salir de esa casa, ni volver con él. Quería quedarse con ella, con León. Con Samira, que ahora la abrazaba intentando calmarla ante tal noticia.

- Me prometió que la vería, que si la llamaba no se iría.- Sarah le secó las lágrimas con media sonrisa.- Lo prometió.

- Rosi, tranquila.- Le susurró con su marcado acento árabe.- No debes llorar más, él está de camino.- Tembló y negó abrazada a Samira.- Sé fuerte, si ve que eres débil…

- ¡No le quiero!- Sentenció.- ¡Es un demonio!- Samira rió quedamente.

- No criatura. El demonio tiene muchas caras, e incluso tú tienes una.- Eso quedaba tan atrás en el tiempo que ni siquiera sabía cómo había podido ser así.- Todos odiamos a quien nos trae lo que necesitamos a nuestra vida, más si es en forma de castigo.- Le dijo cogiéndola por los brazos para levantarla.- Sólo los ángeles saben perdonar, Rosi.

La dejaron tranquila el resto del día, incluso cuando supo que él ya estaba en Francia, en Aveyron, no fue a verla. Sólo Samira entraba y salía de esa habitación donde pasó la noche con el resto de mujeres de León sin separarse de Sarah y sus historias, que la distraían de la realidad. Del ligero dolor de su vientre. Y pasó los días siguientes sin salir de esa habitación a pesar de que la primera menstruación hubiera pasado, aun sabiendo que él estaba pidiendo verla. Se negaba, y él recibía su negativa a través de Samira. Pero también recibieron otra noticia esa misma semana, una que dejó sin palabras a todas esas mujeres. No. La había llamado, no se podía ir. Negó en rotundo deshaciéndose del abrazo de Samira. Sintiendo esa sensación que había sufrido tantas otras veces, esa rabia que le empezaba a tensar cada músculo. El odio que la impulsó. Salió a la carrera de esa habitación sin saber hacia dónde iba. No le importaba. Bajó escaleras, atravesó pasillos, salas, la cocina, subiendo escaleras de nuevo, ignorando a la gente, a los que la observaban secarse las lágrimas en esa carrera que no la llevaba a ninguna parte. Hasta que escuchó el ruido, el tremendo ruido que la paralizó. Los gritos de furia que la guiaron hacia el demonio de pelo negro que estaban destrozando la habitación de Valeria. Su cama, esa figurita que le gustaba de un gato, sus cartas.

- ¡NO!- Se lanzó contra él henchida de rabia, tirándole al suelo, golpeándole, arañándole.- ¡Maldito cabrón! -Hasta que vio sus ojos grises mirarla llenos de lágrimas. De ira y tristeza. Como ella. Se alejó de Seúl y fue directa a por esas cartas, lo único que le quedaba de ella y que debía enviar. Porque estaba muerta. Lloró encogida contra el suelo con esas cartas rotas en las manos.

- La he matado…- Le escuchó sollozar y levantó la vista. Estaba de rodillas, encogido como ella.- La he matado. El vídeo…- Se levantó con la respiración acelerada.- La he…

Le cruzó la cara con todas sus fuerzas desparramando de nuevo las cartas, mirando fijamente a ese hombre que le doblaba la edad, que la había hecho sufrir, que había destrozado lo que Valeria más apreciaba y sus últimas palabras.

- ¡Ha muerto de cáncer, inútil! ¡Y tú…!- Chilló de pura rabia pateando el suelo.- ¡¡¡TE ODIO!!!- Volvió a golpearle y al ver que no respondía, que no hacía nada, le volvió a golpear. Y lo hizo hasta que no pudo más, hasta que el dolor le volvió a sacar el llanto y cayó de rodillas ante él.- Defiéndete…- Sollozó golpeándole ya sin fuerza.- Maldito…

No pudo decirlo, pues se aferró a ella besándola, atragantando sus palabras de odio con su lengua. Levantándola del suelo sin dejar de abrazarla contra él quitándole ese pañuelo que llevaba en la cabeza de un tirón. Como el vestido blanco. Como ella a él le abrió la camisa y le tiró de la corbata acercándole a su boca, cerrando los ojos y dejándose llevar por esa ira que les unía, por ese dolor que ambos sentían mientras se besaban de tal forma que parecían querer hallar con ansia entre sus lenguas lo que les faltaba, lo que les acababan de arrebatar.

La tiró sobre la cama y se quedó paralizada, sin aliento, viendo que terminaba de desvestirse sin quitarle esa penetrante mirada de encima apretando los dientes. Yendo hacia ella y cogiendo sus tobillos le abrió las piernas con un brusco movimiento que la tensó, aferrando sus muslos y hundiendo la cara en su sexo sin dejar de mirarla.

- ¡AH!- Sus dientes se clavaron un instante en su carne más sensible antes de que su lengua hiciera contacto con su placer de una forma inquisitoria, dura. Brutal.- ¡AAH!

Tomó sus pechos con rudeza, tirando de sus pezones ya excitados, pellizcándolos sin miramientos haciendo que volviera a chillar a esa sensación lo paralizaba todo, como su mirada de ira fija en ella mientras sentía el placer recorrer su cuerpo como reacción a su irrefrenable lengua que le taladraba ahora la entrada al vientre. Sintió dolor un instante y gritó cuando volvió a sentirlo más intensamente que antes. ¡La estaba desvirgando a mordiscos!

- Se acabó mi amor.- Dijo sonriente mientras se limpiaba la cara con restos de sangre, acercándola a él, levantándola de esa cama y cambiando las tornas. Miró su erección bajo su cintura y de nuevo sus ojos fijos en ella con otra mirada que no conocía en absoluto.- Rosalie.- La besó aferrado a su nuca, su pecho. Le mordió el cuello, apresó su pezón con la boca y sus nalgas con las manos.- Mi reina, ámame, por favor.- Le murmuró en alemán abrazándola contra él con fuerza.- No me odies.- Sollozó un instante sintiéndose acorralada por ese pensamiento. Su reina. Amarle. Odiarle.

Sin querer pensarlo le cogió la cabeza, tiró de su pelo y le besó profundamente cerrando los ojos, mordiendo su labio, volviendo a hundirse y perderse en su boca sin aire cuando sintió que al bajar la cadera, esta se encontraba con su erección. Se clavó en ella apretando los dientes, y a pesar del dolor lo volvió a hacer fija en su mirada, viendo que a él también le dolía. Hasta que volvieron a cambiar las tornas y él se hundió en ella con fuerza haciendo que se retorciera y chillara, y otra vez hasta lo más profundo de su vientre.

- Prometo amarte.- La besó abrazándola, moviéndose con más lentitud, dentro y fuera.- Con locura.- Acelerando el ritmo, haciéndola jadear y gemir hasta el borde del orgasmo, momento en que salió de ella dándole la vuelta, cogiendo su pelo en una coleta de la que tiró hacia atrás.- Castigarte…- Susurró a su oído en alemán mientras cernía sobre su ano la punta de su erección.- Con justicia.- Y ella misma curvó la espalda para recibirle, lo que le hizo reír.- Mi Rosi.- Le cogió los pechos con ambas manos y se hundió en su vientre de un empujón que la dejó sin aire.- Prometo ser tuyo, sólo tuyo.

Empezó un vaivén tan frenético como enloquecedor, en el que su cuerpo se colmó de placer hasta su última fibra, lleno por completo y vacío de nuevo a un ritmo que la sacaba de ese mundo de dolor y odio, embistiéndola hasta lo más profundo de un mar de sensaciones que acabó por desbordarla a gritos, rindiéndola sobre las sábanas sin aliento ni atisbo de raciocinio.

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