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N&B;: Diario, Rosalie W. (5)

en Dominación

¿Febrero? ¿¿2010?? Alemania.

Sólo existía ella. La mujer árabe de pelo rizado que entraba por la puerta, dejaba un orinal, un plato de comida si es que lo había hecho bien y respondía correctamente sin mirarla. En cuanto recitaba las palabras que había aprendido en alemán ganaba que pusiera otro leño a la chimenea, lo que había aprendido que a la larga se agradecía en esa habitación. Y esta vez no falló, ni tampoco cuando la midió y no estaba lubricada, con lo que se ganó que le permitiera lavarse con lo que traía al cabo de unos minutos y le quitara las vendas que tenía en las rodillas y se las cambiara, mulléndolas más si lo hacía bien, curándole las heridas en las muñecas, en los tobillos. Pero esta vez había traído otra cosa. Una cuchilla de afeitar, y con la orden directa que le dio se tumbó en ese sillón donde llevaba durmiendo cada día, cada eterno momento en el que estaba completamente sola en esa habitación sin ventanas. Pero sabía que él observaba, no había tardado mucho en descubrir las cámaras cuando Moona le señaló la una la quinta vez que la visitó, cuando era tan estúpida de plantearse romper los muñecos. ¿Cuántas bolitas de metal había recogido, ciento veinte? Cada vez que fallaba el número era mayor. Pero el tiempo el mismo.

- Bien, quieta.- Le dijo en alemán, y en cuanto empezó a enjabonarle la zona se dejó hacer con la vista en el techo. Tenía los ojos hinchados desde hacía muchos días, o meses, o años… Ni siquiera pudo pensar en nada mientras se lo rasuraba con lentitud, en silencio. No movió un dedo ni cuando terminó, esperando la orden ansiosa.- Come.

Y lo hizo en cuanto puso la bandeja en el suelo como le había enseñado ella, con las manos a la espalda sin necesidad de atarla, con el pelo recogido como lo tenía ahora mojado en una coleta. El truco estaba en coger poco y empezar por el lateral de ese plato llano. Si no se quemaría la lengua, además que lo que cayera a la bandeja sería comida perdida. Bebió de la pajita cuando terminó casi el vaso entero de una sentada y se quedó de rodillas con la vista baja esperando que la limpiase, que le diera el cepillo de dientes y a su señal se volviera a arrodillar con las piernas abiertas. Lo hizo de inmediato, y cuando volvió a medirla casi sonrió al saber que acababa de clavarlo.

- Bien, muy bien.- Se fue llevándose las cosas, y en cuanto lo hizo se fue directa a por los libros blancos junto a la chimenea. Treinta palabras por día, diez a cada comida. Y esta vez no la pillaría desprevenida como la noche anterior, pidiéndole que recitara las treinta seguidas. Repasó incluso las del día anterior por si acaso, pero se las sabía. No se le olvidarían jamás estuvieran en el idioma que estuvieran.

Inglés, alemán, español y francés. My Lord, Eigner, Amo y Monsieur. Esas siempre las repasaba, porque también solía ser su pregunta trampa. Tanto o más que las normas que ya se sabía perfectamente. Le decía una por día, y hoy en el desayuno había añadido ‘Gemir cuando se te permita o tengas una necesidad mayor’ Gemir; Bleat, sthönen, gemir, moan. Si se centraba en las palabras no habría más pensamientos. Le Rosey quedaba tan lejos como el planteamiento de enfadarse. Llorar, sí, podía llorar. ¿Para qué? Nada, para nada.

Cuando la puerta se abrió se puso de rodillas lentamente, mirando al suelo de inmediato bajo ella en silencio. Pero necesitaba hacer pis, normalmente no tardaba tanto en volver y repasar con ella las palabras y normas. Si lo hacía bien el traía el orinal. ¡Que fuese el orinal por favor!

- Ven.- Su voz fría la impactó. ¡Era él! Se puso a cuatro patas como ella le había enseñado y sin levantar la vista fue hacia la puerta. Cuando vio sus pies descalzos y una mano que se adelantaba a ella levantándole la barbilla cerró los ojos un instante.- Me temes.- Asintió. Ahora sí. Y me sigo meando.- He venido a darte un regalo.- Frunció el ceño.- Te has resistido mucho, pero te lo has ganado.- Escuchó un ruido, y ante sus ojos aparecieron sus manos con un collar. Un ancho collar anche de cuero marrón, pero con brillantes y una lágrima. ¿¡Diamantes!?- Felicidades, Rosi cariño. Subes de nivel.- No lo entendía pero se meaba. No podía más. Gimió, y él rió.- Habla en alemán.

- Uringlas, .- Pot, urinal, orinal. Le levantó la cara y antes de poder ver sus ojos la estaba besando. Fue suave, apenas un roce en sus labios.

- Preséntate a tu Amo.- Dijo en su lengua, y de inmediato se arrodilló sobre las vendas mullidas y abrió las piernas con la vista baja. Mierda. Mierda, mierda, mierda. Su mano se adelantó, y cerró los ojos concentrada en su máxima capacidad para no temblar sabiendo que no estaba lubricada. Para nada.- Oh…

Sabía lo que significaba. Acababa de fallar, y la puerta se cerró ante ella sin darle opción a nada más, sólo sollozar en silencio y volver a ese sofá, solo que ahora lo hizo con prisa, cruzándose de piernas y tocándose el collar que acababa de ponerle. ¡¡No podía más!! Y sintió las ganas otra vez acorralarla en ese asiento durante un interminable rato hasta que la puerta se abrió, pero cuando hizo el esfuerzo de arrodillarse y separar las piernas sucedió lo inevitable. Vio el charco que su orina formaba en el suelo haciendo el intento de pararlo sin conseguirlo. Esta vez sí lloró, se lo permitió una vez más de pura vergüenza, sabiendo lo que ese collar significaba sin que le tuvieran que decir nada. Ahora era tu puta mascota.

- No, no llores.- Moona, era ella.- Tranquila, shssh…- Le levantó la cara y le secó las lágrimas como más de una vez cuando ya había llegado a su límite. Como ahora.- Perdona a tu Amo, a veces se olvida de lo pequeña que eres.- Siempre la misma retahíla. Asintió sin más, no tenía ánimo de discutirle nada. Se acababa de mear encima.

No tardó en volver con un trapo con el que limpió su propia orina del suelo, y luego le permitió lavarse con agua caliente y jabón. Todo fue bien hasta que escuchó su voz otra vez, y entendió a medias las palabras que le dirigió a Moona. Trae… Rosi… cama. Se le aceleró la respiración sin entender ni querer entender nada más de todo lo que dijo.

- Di las palabras.- Empezó bien la lista, pero ese pensamiento se cruzó en su mente. Tenía la decisión en su mano de quedarse más tiempo en el sofá y dormir sola, o ir.

- Kitchen, küche, aseo, cuisine.- Dijo por último. Y esperó a que se fuese.

- Bien.- Frunció el ceño y se dio cuenta demasiado tarde. Enganchó una correa a ese collar que llevaba y le levantó la cara cogiéndole el mentón.- Vuelve a fallar adrede y no habrá piedad, Rosalie.- Bajó la mirada en cuanto la soltó, pero Moona empezó a caminar y tiró de la correa. No había opciones, no había nada. No tenía nada.

Sollozó avanzando a cuatro patas tras ella, dejando atrás ese suelo de pizarra para dar con uno negro y liso completamente. Ahí se veía reflejada y no se reconoció, sólo se movió dejando un rastro de lágrimas en silencio pasando por una alfombra, girando a la izquierda al ligero tirón, volviendo a ese suelo brillante y negro que sus manos sentían frío y por el que sus rodillas resbalaban un poco mullidas por las vendas. Hasta que Moona dejó de andar y con un tironcito le indicó que se pusiese de rodillas.

- Bien, ahora vuelve a decir las palabras.- Y sin mirar más que ese suelo negro sin querer ver su reflejo las repitió. Esta vez correctamente.- Maravilloso cariño, ven.- Fue hacia la voz sin saber ni por donde iba, pero no tardó en ver sus pies descalzos y la pernera de un pantalón gris.- ¿Sabes qué hora es?- Negó.- Son las tres de la mañana pasadas, Rosi.- Abrió un poco los ojos impactada. Ese no había sido el almuerzo, sino la cena. Había perdido completamente la noción del tiempo.-No estás durmiendo apenas, así que como has sido tan buena chica y has pasado de nivel te permitiré salir cada noche a dormir con nosotros, ¿quieres?- Asintió con un leve sollozo. No, no quiero, nada de esto. Pero no tengo otra.- Oh…- No. Ya basta. Sollozó otra vez cerrando los ojos, negando.- Vamos, sígueme. Aún no conoces la diferencia.

Siguió sus pasos sin levantar la vista hasta que después de atravesar una alfombra peluda de color crudo llegó a un somier canela de cuero. Se frenó, y sintiendo el ligero tirón de la correa subió a esa cama y continuó a cuatro patas por un colchón blando. Muy blando y oscilante. De agua. Casi volvió a sollozar al darse cuenta hasta que sintió que Moona le quitaba la correa.

- Mírame.- Dijo su voz en alemán. Levantó la vista viéndole los ojos por primera vez en mucho tiempo. Ni sabía cuánto. Su sonrisa era amplia, y aunque estaba vestido sólo llevaba pantalones.- Mira la habitación.- Lo hizo, y la primera imagen que vio fue un cuadro enorme tras el cabecero con el rostro de una mujer vieja, una árabe, sonriendo con la boca tapada sobre el fondo de la pared color crudo. La cama estaba en mitad de la habitación y poco había de decoración más que unos jarrones, una tabla a su derecha con dos lámparas de cable largo y…- Ahora ven.- Volvió a él, a su mirada gris velada de negro y su sonrisa. Gateó hasta donde le señaló, a su lado, mientras él abría la cama levantando el edredón de plumas bajo el que se metió, quedándose bocarriba mientras el movimiento de la cama cesaba en lentas oleadas.- Ponte de lado.- Y lo hizo dándole la espalda, encogiéndose, a lo que rió quedamente.- Cucharita pues. Me encanta.- Se le aceleró la respiración sintiendo que la envolvía con su calor, que su pecho le abarcaba toda la espalda, con su brazo acercándola a él estrechamente por la cintura y su respiración en la coronilla.- ¿Hace falta que te mida?- Negó. No. Esta vez no hacía ninguna falta que la midiese.- Dime cómo estás, Rosi, en los tres idiomas que estás aprendiendo tan bien.- Sabía que esa palabra le pasaría factura, lo sabía perfectamente en cuanto la vio la primera vez.

- Excited, erregt, excitada.- Sollozó hundiendo la cara en la almohada, sintiendo que la abrazaba más estrechamente que antes y le metía la mano en la entrepierna recién depilada, comprobándolo igualmente.

- Bien, buena chica.- Notó un beso en el cuello y lo encogió un poco de la impresión que todo su cuerpo sufrió.- Duérmete.- Le dijo su aliento en alemán en un quedo susurro.

Aunque al principio le costó acatar esa orden, sabiendo que su mano no se apartaría de ahí,  no tardó en sentir que el calor que la envolvía y le relajaba cada músculo, cada pensamiento. Hasta que sin tener que planteárselo dos veces cerró los ojos y se dejó ir al ritmo de esa respiración lenta que sostenía su cuerpo. En ese colchón de agua tan inmensamente cómodo.

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