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N&B;: Diario, Verona G.(16)

en Dominación

La Reina sumisa II

Opciones

 (Leer después de 'Diario, Rosalie W. (14)')

Dejó de mirar a esa chavala desnuda de pelo corto y negro con cara de franchute estirada. Le dolía demasiado para decir nada a sus dibujos, a lo que le intentaba decir. Tenía tres noches para obedecer a Oussam, ni una más. Si no hacía lo que le había dibujado el rubio volvería.

Su estómago rugió y no pudo contenerlo más, se encogió de dolor y sollozó tiritando de frío contra la pared escuchando un suspiro de esa cría. Era más pequeña seguro y estaba tan desnuda como ella ahora, además de ser una borde que en nada tenía que ver con ninguna de las mujeres de León. Le había abofeteado la cara, no se lo esperaba para nada. Volvió a tocarla y se apartó de ella sintiendo el terrible dolor que le perforaba, haciéndole apretar los dientes.

Garabateaba otra vez, le estaba dibujando algo más. ¿Qué mierda era eso? Parecía… Se fijó en que llevaba un reloj y le cogió la muñeca para mirarlo. Eran las once de la noche, del 12 de Junio. Ni siquiera sabía cuántos días llevaba ahí, había sido eterno y sabía que no había acabado. La soltó y ella continuó dibujando. Frunció el ceño mientras intentaba controlar los espasmos del nudo que no cesaban de dolerle. Acababa de dibujarla a ella con cara de mala ostia, y con gestos le dio a entender que si ella se enfadaba y no comía, ella tampoco comería. Si no iba al baño, ella tampoco. El siguiente dibujo no lo entendió hasta que no estuvo terminado. Esa cría pequeña sonriendo. Luego llorando junto a un dibujo que reconoció de inmediato. Él cabreado. Su estómago rugió y acalló el espasmo gritando. Sollozando cuando terminó de doler de esa manera tan brutal que le quitaba el aire.

Volvió a sentir que la tocaba, poniéndole el boli en la mano, dándole un papel donde había escrito palabras en francés y en inglés. Le señaló una pregunta al final de la hoja. ¿Hambre?

Tiró el boli a un lado y asintió encogiéndose al tremendo rugir de su estómago. Otra vez la tocó, levantándole esta vez la mano izquierda y haciéndole un gesto de silencio. En cuanto la soltó fue a por el boli que acababa de tirar y se lo volvió a dar, señalando otra pregunta. ¿Pis?

Negó pero esta vez no tiró el boli, le mostró una hoja que ponía ‘Quejas’. La miró sin entender nada hasta que le quitó el boli de la mano y empezó a escribir. Cuando acabó le mostró lo que acababa de poner. ‘Me gustaría tener una cama’, ‘Me gustaría ir vestida’, ‘Me gustaría…’ La miró mientras le daba el boli otra vez señalando ese espacio que había dejado en la tercera frase. Escribió. ‘Me gustaría que te pirases de una puta vez, déjame en paz’.  En cuanto tiró el boli a la puerta y ella leyó lo que había puesto la miró con mala cara y bufó levantándose, cogiendo los papeles, el boli y dándole al botón de la pared como antes para irse. Pero nadie le abría la puerta y hasta estuvo a punto de reírse de ella cuando el dolor le volvió a punzar con fuerza. Sólo después de un rato alguien apareció en la puerta y la dejó salir, trayéndole a ella una manzana a la que su estómago rugió indignado. ¡¡Una puta manzana de mierda!! Le dio un mordisco tras otro hasta devorarla, y antes de que se la hubiese acabado la chicha había vuelto con una manta, un almohadón y la cara más agria del planeta. Dejó lo que llevaba a un lado y le dio un papel, el de esas ‘Quejas’, viendo que habían aceptado la petición de la cama, pero lo de ir vestida ponía ‘Cuando lo merezcas’ y su petición de que esa panoli se pirase directamente la habían tachado y habían puesto. ‘Es tu sumisa a cargo’.

¿¡¡SUMISA!!? Vio tiritando aún que se tapaba con la manta y le daba la espalda. La cama era para ella, no iba a hacerle lo mismo que con la comida. Costosamente se puso en pie aferrándose el estómago y en cuanto la vio venir la miró mal. Tiró de la manta, ella también. Tiró aún más arrastrándola. La franchute se levantó y dio tal tirón de la manta que cayó de rodillas en el suelo apenas sin fuerza, menos cuando el nudo volvió con un tremendo punzar que la encogió entera. Sintió la manta por encima y miró a la chavala que se iba a una esquina de la habitación con el almohadón y le daba un puñetazo para acomodarse. O liberarse. Ni siquiera se pudo mover del sitio de la rabia. Le acababa de dar la manta por pena la muy cabrona, así que hizo lo mismo con lo que le quedaba de manzana. Se lo tiró y le dio la espalda, enrollándose en ese calor que poco a poco, lentamente y con algo que digerir por poco que fuera calmó al nudo hasta que la luz se apagó dejándolas a oscuras.

Escuchó un pitido que la despertó. La luz estaba apagada pero vio que la franchute salía corriendo hacia la puerta en la penumbra y le daba al botón, intentaba abrir la puerta. Nadie acudió, seguramente ni siquiera las estaban… La puerta se abrió y la luz se encendió dejándola cegada perdida. Se enroscó en la manta y le importó poco el ruido, la luz. Volvió a dormirse.

Cuando despertó otra vez estaba ahí, rodeada de libros y con un collar de diamantes en el cuello. La miró con mala cara y le hizo un gesto para que levantara la mano izquierda. Su estómago respondió. Tenía un hambre voraz, pero no iba a hacerlo. Que se jodiera. Le dio la espada y volvió a enrollarse en la manta hasta que le dieron ganas de mear después de un rato. Aguantó hasta que no pudo más. Sacó la mano derecha de la manta, y en poco tiempo había un orinal y un rollo de papel en la puerta. Fue envuelta en la manta y se lo llevó a ese hueco bajo los espejos donde sabía que la estaban observando. A las dos.

Ni siquiera le había dirigido la palabra, ¿era muda o algo? No, muda no, era una pava. Qué cojones… Se acercó a ver qué estaba mirando en esos libros. ¿¡Latín!? ¿¡Qué coño hacía estudiando ahí!? Le quitó uno de los libros que vio de inglés y se sentó a mirar en qué curso estaba. Tenía la edad de Ally, un año menos que ella. Miró sin que dejase de ignorarla el collar con un corazón de plata donde ponía algo. Cuando leyó la inscripción… ¿Quién coño era S. Prodochev? Miró su anillo, lo único que le habían dejado puesto y la rabia le pudo. ¡Háblame cabrona! Le cogió el boli de la mano y lo tiró a la puerta para que dejase de ignorarla. Lo que no se esperó fue su reacción poniéndose en pie y yendo a por el orinal. ¿¡Qué coño…!?

- ¡Rosi!- Se paralizó, igual que ella a medio camino de tirárselo a la cabeza directamente. Era su voz.- Compórtate.- La señaló a ella y no lo dudó. ¿¡La estaba llamando maleducada esa niñata!? Fue hacia ella.- Verona, mi amor, si os peleáis no comerás en todo el día.- Pateó el suelo de la rabia que ya le punzaba el estómago de hambre, y al hacerlo vio que esa mocosa hacía lo mismo. Se miraron un instante y cada una volvió a su rincón de la habitación en silencio.

Pasaron horas hasta que se acercó a ella y su tremendo rugido con el papel que le había dibujado el día anterior y el boli. Acababa de marcar la ducha poniendo abajo. ‘¡LEVANTA LA PUTA MANO IZQUIERDA O LLAMO A ERIC!’  ¡¡¡Será desgraciada la mocosa!!! El nudo la punzó con fuerza envuelta en la manta, y en cuanto lo vio tiró de ella dejándola desnuda otra vez. Fue a por esa hija de puta directamente, pero en cuanto lo recordó se frenó. En todo el día. Le cogió la muñeca y miró ese reloj que no marcaba ni el mediodía. Cabrona canija de las…

Levantó la mano izquierda y no tardó en aparecer en la puerta un desayuno completo para las dos. Le quitó la manta y no la dejó acercarse hasta que hubo terminado, comiéndose parte del suyo. Por pava.

Pasaron muchas horas ahí, en silencio. Había conseguido frenar su ansia por echar el desayuno leyendo ese libro, centrándose en otra cosa. En cómo expresar en esa hoja en blanco para las quejas que le había robado a la franchute junto al boli lo que quería decirle a ese hijo de… Quejas, millones, pero la primera hoja se la había devuelto en pedazos. En francés o ni la leería. La segunda hoja llegó de igual manera de mano de esa tal Sarah, la única que se asomaba a la puerta. Pero cada vez que escuchaba el ruido eléctrico del pestillo temía que fuese ese Eric, que volviera por ella. Hizo una tercera con el título ‘Peticiones educadas hacia tu rey’ ya escrito. Cabrón de mierda, hijo de puta…

‘¡SÁCAME DE AQUÍ!’ Escribió en una letra enorme en francés y lo pasó por debajo de la puerta. Esta no se la devolvieron, no hicieron nada. Fue hacia la franchute que se había quedado sopa y le quitó el almohadón despertándola de golpe. Vio que iba directa al botón de la pared y como tantas otras veces no abrieron. Se rió de ella y su cara de amargada hasta que fue hacia ella directa haciéndole gestos, cabreada. Cogiendo los papeles. Marcando la ducha dentro de un círculo y sonriendo con malicia, yendo hacia la puerta. Consiguió frenarla antes de que pasara la hoja por debajo aun sintiendo la tremenda punzada de su estómago. ¡Maldita mocosa! Le quitó el almohadón, la señaló amenazante y le dio la espalda. Qué cojones tenía para ser tan canija, para estar desnuda en una habitación desde la que las observaban. Miró de reojo ese espejo y su reflejo le hizo girar la cara, sabiendo que estaba así por culpa de quien estaba tras el cristal. Que podría no haberle dado ni la manta.

Pasó muchísimo tiempo hasta que volvió a tener ganas de mear y fue al orinal. Ella ya había hecho sus necesidades sin importarle nada que la viesen. Y seguía estudiando si no dormía hasta que escuchó una orden que no entendió de una voz que no conocía de mujer. Poco después la mocosa franchute se acercó a ella con un papel en el que ponía ‘Eric o León’. La miró con odio pero ella la ignoró completamente. Esperaba la respuesta. Le dio la espalda haciéndole un corte de mangas y se acurrucó en la manta. Pero cuando la puerta se abrió y le vio venir hacia ella directo fue hacia la mocosa, hacia ese papel, y clavó el boli en el nombre de León con fuerza. ¡ALÉJATE CABRÓN!

- Bien, muy bien. León, te reclaman.- Salió por la puerta con una amplia sonrisa y Oussam no tardó en aparecer, mirándola fijamente. Se encogió mirando a esa chica que ahora estaba de pie mirando al suelo, quieta. Le dijo algo y ella salió de la habitación de inmediato.

- Quieres salir.- No le dijo nada cuando se sentó frente a ella, ni le miró.- Eso será cuando sepas comportarte como el resto de mis esposas. Por ahora no lo haces como deberías, mi amor. Cuando aprendas a bajar la mirada y obedecer cada cosa que yo ordene saldrás.- ¡No pienso hacer eso! Se arrebujó en la manta.- No, no cariño. Dámela.- Se puso en pie y la tiró con rabia a un lado cruzándose de brazos.- Sé buena, cógela y dámela o ya sabes quién será en siguiente en cruzar la puerta. No te doy ni una oportunidad más para obedecerme hoy.- Recogió la manta del suelo y se la dio. ¡Joder ya!- Bien, que sigas en silencio y obedezcas está pero que muy bien mi hermosa niña, ven.- Vio que se palmeaba la pierna y se sentó sobre él dándole la espalda. La abrazó envolviéndola en la manta, besándole la sien. Encogió el cuerpo.- Shhh… Tranquila, hoy no lo has hecho tan mal, pero tratas a Rosi de una forma que no se merece.- ¿La franchute?- Si su Amo supiera lo que haces con ella… Te está mostrando lo que debes hacer, cómo hacerlo. Sé buena o ella lo acabará pagando.- La besó de nuevo acariciándole la cara. Negó a la sensación que ya la invadía, que había hecho desaparecer al nudo.- No qué, dime.

- No quiero hacerlo.- Se rió de su queja directa, lo primero que decía en horas.

- Me has elegido a mí, mi amor. ¿Acaso quieres que me vaya? Sabes lo que eso significa. Yo o él.- Su estómago le punzó un instante y negó.- Entonces bésame.- Le miró de reojo. Luego al cristal. No… no quería.- Ya veo. Te avergüenza que nos observen.- Sin que le contestara la levantó del suelo, llevándola hacia la puerta.- Silencio, mira abajo y no volveré a meterte aquí otra vez, ¿queda claro?- Le quitó la manta de encima levantándole la cara hasta sus ojos oscuros, su gesto serio.- Dilo.

- Sí.- La besó acercándola a él por la nuca y la cintura, acelerando su respiración.

- Dilo como debes, Verona.- Apretó los dientes antes de contestar.

- Sí, mi rey.- Tiró de su mano hacia el exterior de esa habitación, atravesando un pasillo larguísimo. ¿¡La pensaba llevar desnuda por esa casa!?

- Mira abajo, ya.- Se le encogió el estómago ante el tono que usaba ahora con ella.- Y como escuche una sola palabra o te portes mal volverás ahí de inmediato.- Empezaron a subir escaleras sin que la soltara y lo hizo viendo las alfombras pasar, pies a su alrededor. Sintió calor. Los baños. La empujó hacia adelante.- Sarah.- Escuchó cómo se iba y miró de reojo…

- No se te ocurra levantar la vista, te vigilará más que a ninguna hoy.- La miró un instante y volvió a bajar la mirada a sus pies.- Ven, lávate con nosotras, aquí puedes mirar.- Le levantó la barbilla hacia su sonrisa.- Lo estás haciendo bien, pero no hables ni hagas llorar a Jamima.- Avanzó con ella hacia el agua, donde Tohfa estaba con esa cría que nada más verla le echó los brazos llamándola Umla. Mierda de críos…

Tuvo que cogerla, lavarla, aguantar que se le enganchara al cuello, que la llamara Umla. Pero al salir no había ropa para ella más que un albornoz. Vistió a la cría y no soltó su mano, centrándose en mirar abajo a su cara sonriente mientras seguía al resto de mujeres a otra sala. La sentaron junto a la niña delante de la comida y miró la estancia llena de niños y mujeres por todas partes. ¿Pero cuantas mujeres tenía el muy cabrón? ¿¡Cuántos hijos!? Delante suya se sentó la franchute, que ni siquiera la miró vestida también con un albornoz como ella. Comía sin levantar la vista del plato, y empezó a comer esa especie de arroz con especias, la carne, la verdura. No podía comer mucho aunque tuviera hambre, bastante. Ese hijo de puta rubio le había dicho que si se le ocurría vomitar tras las comidas iría directamente a por ella. Aguantó la punzada fácilmente ahora bebiendo esa especie de zumo fuerte que le habían puesto. No se comió ni medio plato a pesar del hambre, pero bebió cuanto pudo cada vez que el nudo le reclamaba más comida escuchando a esas mujeres hablar, a Samira con un libro en las manos y todos los niños a su alrededor, a esa cría que no se separaba de ella jugando con el cachorro que había visto en la habitación poniéndoselo encima.

- Teufel.- Le dijo, pero antes de que ella misma se quitara al perro de encima la franchute se hizo con él y se sentó dándole la espalda. Gilipollas…

Estuvo ahí sentada hasta que las llamaron, a ella y a la mocosa. Sarah las guió por los pasillos de vuelta a las escaleras que daban abajo. ¡Pero si no había hecho nada! Se negó a dar un solo paso más cruzada de brazos. Ni muerta bajaba ahí.

- Camina, Verona. No vamos a la habitación. Tu rey te reclama en la sala principal.- Le cogió la mano y tiró de ella con fuerza.- Si dices algo, levantas la mirada sin permiso o no obedeces lo que te ordene entonces volveréis a la habitación. Las dos.- Miró de soslayo a la franchute de la misma mala forma que ella la miraba mientras iban por esos pasillos alfombrados.

Escuchó el latigazo antes del rugido. La leona, estaba aún en esa sala. No levantó la vista, no quería volver a quedarse sola con esa pava ni mucho menos que el rubio que era la viva imagen de su padre la metiera en la ducha. Tragó despacio a esa sensación que aún tenía en el estómago de hambre y se quedó quieta cuando Sarah se lo dijo al lado de la franchute oyendo las risas, las charlas. El rugido de la leona de nuevo.

- Verona et Rosi, León.- Se hizo el silencio cuando Sarah las anunció, pero escuchó sus pasos, los murmullos. Vio sus pies de piel oscura descalzos y el borde de sus pantalones parados ante ella. Le rozó la mejilla.

- Imita a Rosi en todo lo que haga esta noche.- Y se fue de nuevo, como la franchute. Siguió sus pasos y subió los escalones hasta que vio que se quitaba el albornoz. No…

- Sigue igual.- Las risas la tensaron. ¡Si esa criaja de mierda podía, ella también joder! Se quitó el albornoz y lo dejó caer sin levantar la vista.- Mejor. Aquí chicas, hoy conmigo.

Fue hacia esa voz masculina sin plantearse por qué ni para qué, sin mirarle siquiera. La franchute iba por delante suya y se sentó a su lado encima de un cojín sin decir nada, sin levantar la vista. Notó una caricia en la espalda escuchando palabras que no entendió, sintiendo que le acariciaban la cabeza desenredándole el pelo como si fuese una puta muñeca. No quería saber quién era ese hombre que no dejaba de parlotear y tocarle el pelo.

- Verona, preséntate.- Frunció el ceño.- Mira a Rosi y hazlo.- Vio a la mocosa ponerse de rodillas, abriendo las… ¡¡SI HOMBRE!! ¡¡OTRA VEZ NO!! Ella ni se inmutó cuando le tocaron ahí mismo, ni dijo absolutamente nada. ¿¡Pero por qué!?- Tu turno, amor.- Se puso de rodillas dándose la vuelta con los puños apretados, separando las piernas, viendo la mano que se acercaba a tocarla.- Quieta.- Miró a otra parte sintiendo ese contacto que investigaba su sexo.- Bien, ven conmigo, te lo has ganado.- La mano se retiró pero ella no se movió.- Verona, no lo repito.- Se levantó con rabia sabiendo cuáles eran sus opciones. Sin que le dijese nada se sentó entre sus piernas dándole la espalda, cruzándose de brazos y mirando al suelo ante ella.- Ten mi amor, bebe.- Le estaba dando una copa de vino.- ¿No deseas beber?- Negó.- ¿Por qué pequeña?

- Si bebo poto, si poto viene el rubio. No voy a beber.- Bastante estaba haciendo ya por evitarle, a él y al nudo que quería salir y que ahora con la risa y las caricias de Oussam en su cuerpo se calmaba. Maldito sea…

- Ya veo preciosa mía, bueno, más tarde quizá.- No dijo nada, se quedó ahí escuchando sus voces.

De tanto en tanto la tocaba, cada poco tiempo le rozaba un hombro, lo besaba. Estaba cansada de pensar en qué estaba haciendo ahí, por qué, y se quedó absorta en un punto de esa alfombra escuchando de tanto en tanto a la leona a su izquierda hasta que tuvo ganas de ir al baño. No, no podía ir. ¡Mierda ya! Esperó lo que le pareció una eternidad ahí sentada escuchando sus risas, sus voces y a su leona ya ni siquiera se la oía desde hacía rato cuando Oussam la cogió por la cintura de repente echándola hacia atrás, acercándola a su cuerpo.

- Muy bien mi amor, lo estás bordando. Ignorarnos se te da realmente bien.- Dijo entre carcajadas.- Ahora quiero que me beses, lo harás, ¿verdad?- Le levantó la cara y no le dio tiempo a contestarle que ya la estaba besando. Tocando su cuerpo, llevando las manos a su entrepierna. ¡NO! Se intentó soltar.- ¡Quieta!- Encogió el cuerpo y él la rodeó con los brazos.- Has decidido ser una esposa más, Verona. Y mis esposas me obedecen y satisfacen cuando yo deseo, a quien yo deseo. Son sinceras y devotas. Krum, dale mis normas.- Sintió los besos en la nuca y el hombro hasta que unos mocasines negros aparecieron ante ella con un papel. Uno que ya había mirado y roto de la puta rabia al no entender nada. Igual que ahora. Todo en francés.- Rosalie te las traducirá.

Se atrevió a mirar de soslayo a esa cría cerca suyo. Un hombre canoso le estaban sobando las tetas y ni siquiera se movía, no decía nada. Miró esas normas sin entender nada por más que las leyera sintiendo las caricias en la espalda, en los brazos aún pintados, en el vientre. Apretó los dientes notando su mano tocarle el sexo y su aliento en la oreja. Olía a vino, no le gustaba nada, y tampoco la risa ronca que escuchó salida de él. La empujó de repente levantando su cuerpo, poniéndola de rodillas. No…

- Quieta ahí, no te muevas.- Le advirtió y se separó de ella un instante.- Pon las manos tras la nuca.- Se tensó por completo. Hijo de…- Rosi, muéstrale cómo.- La mocosa franchute se puso delante suya mirando al suelo con las piernas separadas, las manos tras la nuca. Y ahí se quedó.- Hazlo.- Sintió un roce en la espalda que fue directo al camino central entre sus nalgas. ¡Cabrón de mierda! Lo hizo.- Ahora bésala, está siendo una buena maestra para ti.- Miró a la franchute y su cara inexpresiva. Y al hacerlo pudo ver a toda esa gente alrededor observándola bajo la tarima. Negó en rotundo.- ¡Hazlo!- Escuchó un golpe a su lado y miró la fusta que acababa de producir ese sonido contra la alfombra.

- No.- Se encogió negando.- Ya basta.- No quería hacerlo, no le dejaba opciones. Miró el fuego central de la sala y bulló por dentro de rabia.

- Bien, dónde está Eric.- Tembló al dolor de la pura angustia que punzó su estómago de pensar en él y dio media vuelta mirándole fijamente.- Él te enseñará a ser más afectiva conmigo y los invitados en mi casa.- ¿¡QUÉ!? ¿¡¡ENSEÑARLE A…!!?

Ni se lo planteó. Avanzó hacia él y le besó cerrando los ojos, aguantando las ganas de llorar hasta que la atrapó entre sus brazos por la cintura. No pudo hacer otra cosa que dejarse tocar delante de esa gente por más rabia que le diera, sintiendo su lengua dentro de la boca y sus manos recorriendo su cuerpo desnudo. Maldito…

- León.- Se separó de ella cuando ese hombre canoso le llamó, y al ver sus lágrimas cambió el gesto. Le acarició la mejilla y miró a otra parte secándose ella misma la cara.

- Shhh… Mi amor…- La abrazó contra él sacándole un acallado sollozo.- Así mejor, si quieres que no te toque nadie más que yo vas a obedecerme, ¿verdad?

- Te odio, Oussam.- Masculló quedamente a sus caricias, a su voz suave y ese sabor a vino que aún tenía en la boca.

Se levantó de un impulso con ella al hombro sujetando sus piernas y le dio un azote. Eso tampoco lo dudó. Le dio otro a él con rabia sin que dejara de bajar las escaleras y se rió de su gesto vengativo sin inmutarse, como el resto de la sala por la que avanzaban. A su mordisco en la nalga lo respondió aferrándose a él, mordiéndole la espalda con fuerza hasta que su mano le tocó entra las piernas.

- Eric estará encantado de que le hagas compañía esta noche, mi amor.-Se revolvió y miró el borde de ese pantalón con rabia sabiendo lo que iba a hacer ahora con ella si no se atrevía. Metió la mano y le apresó los testículos con fuerza. Dejó de andar.

- Suéltame o te los arranco.- Empezó a reír a carcajadas con el resto de la sala, agachándose hacia delante hasta que sus pies tocaron el suelo. Sacó la mano de su pantalón y en cuanto la soltó le miró fijamente, a él y a toda esa gente que les observaba con una sonrisa.- Como me toque uno solo de ellos…

- Qué, mi amor.- Dijo con una sonrisa agachándose a tocarle la mejilla.- Qué harás.

- Esto.- Le pasó de largo caminando directa de nuevo a esa habitación llena de extraños sin perder de vista el fuego central. Acercó la mano y se hizo el silencio.- Tú sabrás si quieres una esposa suicida, quemada, tan horrible que no puedas ni mirarla.- Se quitó el anillo, lo único que llevaba, viendo que la miraba fijamente sin moverse.- No voy a ser tu sumisa devota, tu Hafsa, ni muerta. Olvídate.- Le mostró el anillo.- Te has casado conmigo, con Verona, y se acabó. Si no te gusto te divorcias y me haces un favor.- La sala entera estalló en carcajadas, incluso él rió acercándose. Le dio igual.- Promételo, nadie me va a tocar.- Dijo dando un paso más hacia el fuego con el anillo en su mano haciendo que se frenase.- Hazlo.

- Nadie tocará a mi reina, solo yo. Lo prometo.- Se acercaba paso a paso. Y fue retirando la mano del fuego.- Ponte tu anillo, Verona.- Lo hizo  sin dejar de mirarle ni cuando estuvo a dos pasos de ella, a esos pozos oscuros de malicia.- Me he casado contigo, es cierto. Pero te has negado a ser mi reina.- La cogió por el brazo y tiró de ella hasta abrazarla con fuerza.- Si quieres volver a serlo y dejar de ser una esposa más ahora te lo vas a tener que ganar, mi amor.- ¿¡Ganar!?- Obedecerás, serás mi devota sumisa hasta que considere que estás preparada para ser una digna reina.- Le dio la vuelta y la sujetó contra su cuerpo.- Pero si te dañas, Verona, si cumples tu promesa…- Dio un paso adelante empujándola con su cuerpo y cerró los ojos al calor un instante.- Yo incumpliré cada una de las mías.- Dio otro más y se le aceleró el pulso sintiendo el fuego que le quemaba sin tocarla siquiera.- Y será Allegra quien acabe dañada.- Chilló cuando dio otro más y se revolvió.

- ¡No!- Intentó librarse, apartarse. Le dolía, le ardía la piel. Chilló.- ¡OUSSAM BASTA!- Se dio media vuelta con ella y dejó de sentir el dolor.- Por favor, ya basta…- Sollozó dejándose caer y él la sujetó. No podía contra él, no tenía opción alguna.

- Aún no.- Levantó su cuerpo desnudo cogiéndola en sus brazos y no se movió esta vez con esa sensación de la piel irritada mientras caminaba.- Has elegido, Verona, y lo vas a hacer cada noche hasta que cumplas tu semana de primeriza, de silencio y obediencia.- Escuchó un ruido que conocía, uno eléctrico. La estaba metiendo en esa habitación otra vez. Sollozó sin moverse.- Me vas a permitir tenerte o yo permitiré que te tengan.- La dejó sobre el suelo y se echó encima suya sujetando sus manos.- Di Verona, qué quieres.

- Mear.- Murmuró y él empezó a reírse a carcajadas soltándola. Se levantó yendo a por el orinal y lo trajo hacia ella. Lo habían vaciado.- Aquí no, por…

- Hazlo o me lo llevo.- Se secó la cara y se coloco encima.- Bien, ahora mantendrás el silencio. Asiente o niega, pero no hagas ruido.- Le pasó el rollo de papel y se limpió.- Te voy a hacer el amor, Verona, aquí. Como castigo a tu falta de respeto.- La abrazó contra su cuerpo.- Si te portas mal, te follaré sin miramientos.- Le susurró al oído.- Si te portas muy mal, lo hará otro.- Le giró la cara hacia ese espejo que ahora era transparente y desde el que se veía a todos esos invitados, hombres y mujeres que la observaban fijamente.- Cuando acabe tu semana de silencio y volvamos a jugar, de tu respuesta dependerá que sigas aquí o no.- No se movió cuando la tumbó en el suelo, ni tampoco cuando empezó a besarle el cuello, a tocarle los pechos.

- Y así pretendes que te ame…- Susurró mirando a un lado y dejó de tocarla.- Que quiera ser tu reina.- Frenó las lágrimas que le salían solas.- Hazlo.- Dijo con odio abriendo las piernas.- Viólame las veces que te dé la gana, no lo conseguirás. Jamás te querré como mi madre lo hizo, nunca.- Cerró los ojos esperando que empezara, pero escuchó sus pasos y le vio irse por la puerta.

Volvió a abrirse al cabo de un rato pero no era él, sino la franchute, chorreando y tiritando de pies a cabeza con la vista baja. Miró al espejo, a ese reflejo de la habitación en la que estaba y le dio la espalda haciéndose un ovillo, empezando a notar el ligero dolor que empezó a punzarla. El nudo. Sólo cuando estuvo envuelta en la manta en una esquina de la habitación y sintió que le tiraban el almohadón se atrevió a mirar a esa chavala de rodillas a su lado. Temblaba ligeramente, y le hizo gestos con las manos. Ella compartiría el almohadón si le dejaba un trozo de manta. Le dio la espalda y apoyó la cabeza en parte de la almohada como respuesta, notando que se metía bajo la manta cuando apagaron la luz. Estaba helada, tiritaba de frío. Sollozaba en silencio a su lado.

- ¿Te duele?- Preguntó en un susurro pero no obtuvo respuesta. Sólo escuchó y sintió que lloraba a lágrima viva, encogida. La acababan de castigar en su lugar.

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