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N&B;: Diario, Rosalie W. (4)

en Dominación

 Febrero de 2010, de camino a Alemania, supongo.

Despertó otra vez escuchando el ruido del motor del avión, el tecleo, sintiendo la boca seca con esa pelota en la que notaba con la lengua los agujeros. Levantó la cabeza. No veía nada, estaba atada aún a ese asiento. Y desnuda, recordó. En cuanto se movió notando las cuerdas que tenía por todo el cuerpo dejó de escuchar el tecleo y se le aceleró el corazón. Se quedó quieta y callada, habiendo aprendido la primera vez que despertó después de que la drogara y entrara en pánico de estar en esa situación que si no lo hacía, dolería.

- Bien, ¿tienes sed?- Asintió a ese acento hosco sin hacer ruido a la voz frente a ella. ¡Y hambre, cerdo de mierda!- Moona.- Se preparó para beber de esa manera el líquido que pasaba por los agujeros de esa bola lentamente, sabiendo que si se atragantaba dejaría de darle agua. Otra vez se preguntó quién era esa mujer que le tocaba la barbilla levantándola con un dedo. Por el nombre árabe, seguro. Y de pensar en ese hombre, en esa mujer de ojos rasgados, en la sala de juntas…Se le encogió el estómago con un sollozo, tensándola. Hijo de puta…- Suficiente.- ¡No! Ni siquiera se hubo movido que sintió un roce en el hombro. Le escoció sin que fuese más que eso, un roce. Otra vez quieta, sollozando en silencio.- Bien.- La fusta, pues sabía perfectamente que era eso aun sin verlo, bajó lentamente a su pecho como antes, cuando se calmó.- Tienes motivos para llorar, no lo niego.- Un ligero toque en el pezón le paró el llanto.- Pero no malgastes lágrimas ahora. Aún te falta mucho camino que recorrer y si sigues a este ritmo te pasarás la vida llorando, Rosi.- La fusta volvió hacia arriba cuando recordó la otra parte. Casada, con él..- Si yo no puedo verlas no lo hagas o me enfadaré.- Le escoció ese roce otra vez.- Y no quieres que eso pase.

La fusta desapareció con el sonido del tecleo, y aún atontada por lo que le hubiera hecho respirar con ese trapo al salir de la sala de juntas se quedó quieta y callada intentando frenar a su mente, a ese momento que volvía una y otra vez tensándola. Cada vez que lo hacía el tecleo paraba y le escuchaba respirar, carraspear, ¿gemir? Se quedó atenta a lo que sus oídos captaban por encima del ruido del avión. Se lo habría imaginado o…

- Mmm…- No se lo estaba imaginando. ¡Estaba gimiendo!- Bien, eso es.- Se tensó cuando escuchó la fusta restallar.- Esos dientes.- ¡¡Se la estaba chupando!!- Mejor.- Su propia respiración la delató a través de la bola.- Sí, sé que estás ahí Rosi, pero este privilegio lo tendrás cuando sepas comportarte.- ¿¡¡Privilegio!!? ¡Mierda de pirado! ¡¡LO MATO!!- Para.- No movió un solo músculo ahora.- Mídela.- ¿¡Que haga qué!? En cuanto sintió unos dedos rozarle la entrepierna cogió aire con rapidez de la impresión y su enfado se desvaneció.- Bien Rosi, ya veo que estás atenta a lo que tienes que estar. A mí y sólo a mí. Si te lubricas sin yo estar me enfadaré.- Mordió la bola con fuerza ¡¡Maldito loco!!- Y si se te ocurre tocarte…- Su voz estaba más cerca.- Me aseguraré de que aprendas a llorar de verdad, de puro dolor.- Se quedó sin aire. Mierda de macho alfa…- Bien.- Sintió que se sentaba a su lado.- Sigue.- Y no tardó en escucharle otra vez suspirar, teniendo más que presente un ruido de succión de tanto en tanto.- Eso es, eso es.- La tensión de su voz le dijo lo que estaba pasando con claridad.- Mm… Todo, buena chica.- Su risa la tensó aún más.- Mídela.- Esperó los dedos ahí, pero no el roce en su pezón a los dos segundos.- Muy bien, Rosi.- Jugó con él y lo hundió un par de veces dejándola paralizada.- Ya llegamos, pero creo que no te hará falta ponerte el cinturón para el aterrizaje, cielito.- Mordió la bola con rabia, notando su mano en el hombro y un ligero escozor que le destensó la mandíbula.- Te vas a portar maravillosamente bien ahora, o te dolerá más de lo que le dolió a Meredit Wheel.- Vencida por sus palabras se quedó quieta.

El avión aterrizó, y le desataron el cuerpo desanclándola de ese asiento únicamente, las piernas para que pudiera caminar. Pero las manos no, que seguían a su espalda. Le dolía, sobretodo el orgullo cuando la cogió del brazo haciéndola avanzar poniéndole unos zapatos y por lo que pudo sentir una especie de burka que le cubría hasta los pies. Sino no tenía sentido que pudiera ir paseando con ese aspecto saliendo del avión con su brazo cogido por él. O ella.

Los escalones fueron un reto, pero en cuanto sentía de alguna manera que esa mano apretaba se preparaba y adelantaba el pie despacio. No le dijeron nada. Ni una voz, sólo ruidos. Aviones, pasos, hasta que le tocaron la cabeza, agachándola y alguien la recibió cogiéndola de los brazos. Un coche, era un coche y ahora estaba sentada encima suya. Lo supo por esa mano que le apretaba el muslo por encima de la tela.

- Bien, muy bien.- Le subió la mano un poco más.- A casa.- No la suya, eso seguro.- Auf¡

Se encogió creyendo que ya había fallado, pero sólo escuchó el ruido del motor del coche y notó que se movían. Como esa mano, que le rozaba el muslo una y otra vez. Aguantó las curvas, los baches, pero esa mano la estaba poniendo de los nervios. Sí había fallado, se había dejado raptar, vender, y su padre…

- Aprenderás a no pensar en tus problemas, Rosi.- Su voz le paralizó la mente.- Al menos no en mi presencia.- ¿O me enfadaré?- O no habrá premio.- La mano se aferró a su entrepierna. Apretó los muslos por instinto no pudiendo mover nada más.- Con esta piel tan sensible que tienes voy a tener que controlarme mucho.- Rió con esa mano aún ahí, metida completamente en su sexo y rozándole con la tela, secándola.- Bien.

El coche frenó a los pocos minutos, la bajaron. Subió escaleras, escuchó sus órdenes en alemán sin entender nada mientras caminaba cogida del brazo. Ese idioma sólo lo aprendían las mayores en Le Rosey, ella ni siquiera estaba en Segundo de Preparatoria. Frenó el paso con ese apretón en su brazo y el roce de la tela por distintas partes de su cuerpo le dijo que le estaba quitando el burka.

- ¿Tienes hambre?- Asintió y él rió.- Bien.- Le quitó la venda, y en cuanto vio después de pestañear un par de veces para acostumbrarse esos ojos con una amplia sonrisa mordió la bola. Le sacaba al menos dos cabezas, era un pervertido de mierda, uno al que habían decidido venderla. - Uh… No te enfades conmigo, Rosi, hoy será fácil. Eres sólo una cría consentida que va a aprender lo que cuestan las cosas.- Apartó la mirada ignorando ese comentario que ya había escuchado inspeccionando el sitio donde la había traído, viendo una sala casi vacía de pizarra negra con una chimenea sin encender y dos muñequitos en ella. Un sofá extraño que... Le giró la cara con la fusta a esos iris grises con el flequillo en medio. Y aun con ese ligero velo negro su cuerpo se paralizó.-A partir de ahora mira abajo hasta que yo te de permiso de levantar la vista, siempre.- Bajó la mirada porque era más fácil que mantenérsela, que mirarle.- Bien. Quieta y callada, no me enfades, ¿queda claro?- Suspiró.- Bien.

Le quitó la bola de la boca y apenas sintió que estaba cerrada. Le dolían las comisuras, las encías, las muñecas atadas a su espalda. Poco a poco fue recuperando la saliva, pero perdió el aliento cuando vio sus manos acercarse a sus pies con otra cuerda dio un paso atrás y se encontró con su mirada.

- Quie-ta.- Le cogió el tobillo y volvió a juntarlo con el otro sin perderla de vista un instante. La estaba atando otra vez, y aunque lo hizo con algo menos de tensión que la última sollozó en silencio cerrando los ojos, negando. No quería, no quería. Apretó los dientes sintiendo dolor. ¡No quiero!- Ey, ey, ey…- Abrió los ojos llenos de lágrimas  viendo que se levantaba. Le rozó la cara llevándose una, y se quedó mirando cómo se chupaba el dedo impactada.- Tiemblas, Rosi, ¿tienes miedo ahora o es que estás enfadada?- Le levantó la barbilla para que le mirase.- Habla.- Negó cerrando los ojos y la soltó.- Mal.- Los abrió con pasmo. Era la primera vez que le escuchaba decir eso.

Le vio salir a paso rápido de la habitación, y cuando volvió pocos segundos después seguía en la misma posición. Hasta que vio lo que traía y la mirada que mantenía fija en ella. Miró al suelo, pero no por la orden anterior, sino porque acababa de tirar y esparcir bolitas de metal por todas partes que rodaron hasta sus pies por ese piso de pizarra oscura.

- Hay cincuenta bolas.- ¿Sólo? Parecían mil.- Hasta que no recojas la última no comerás.- Le miró sin creerlo, viendo que tiraba un cesto de mimbre donde las había traído al suelo.- Tienes media hora.- Y cerró la puerta sin más, dejándola en esa habitación.

Rodeada. Atada. Dolorida. CABREADA. Chilló de pura rabia pero no acudió. No escuchó un solo ruido mientras miraba esas bolas de metal sin saber cómo iba a cogerlas sin usar las manos, sin poder mover los… ¡¡Qué hijo de puta!!

- ¡TARADO DE MIERDA!- No fue lo único que dijo y chilló hasta darse cuenta de que no tenía otra opción, que estaba en esa sala, sola. Que tenía frío, hambre, sed. Sollozó al arrodillarse cuando una de las bolas se le clavó en la rodilla. Una.

Tampoco fue la única, pues tuvo que recorrer la habitación de esa manera poco a poco con el espacio de cuerda que había dejado entre sus tobillos. Doce. Hasta que descubrió que yendo de lado abriendo y cerrando las piernas recorría más espacio, que trayendo el cesto a donde estaban la mayoría de las bolas y no en la puerta no tendría que ir y venir tantas veces. Veintiséis. Que cincuenta bolas era un puto suplicio para su hambre, para su boca ya de por sí dolorida. Treinta y cuatro. No sabía cuánto tiempo llevaba llenando el cesto. Ni qué hora era o qué día siquiera. Cuarenta. Ni porqué no respondía a sus gritos de rabia sin poder dejar de llorar y recoger esa mierda de bolitas con la boca, escupiéndolas en el cesto y añadiendo un nuevo dolor a su cuerpo. Cuarenta y seis. Las rodillas raspadas. Cincuenta.

¿Lo había conseguido? ¿Ya estaban todas? Se sorbió la nariz sin poder frenar ya las lágrimas, notando el sudor que le recorría el cuerpo y le pegaba el pelo a la cara. Pero él no entraba, no venía. Fue hacia ese sillón y no sin esfuerzo culebreó hasta sentarse, mirándose las rodillas despellejadas y enrojecidas. Miró a la puerta, y la siguió mirando sin escuchar un ruido. Nada, sólo dolor y soledad, hambre, y empezó a quedarse fría después del esfuerzo tumbada en ese sofá de lado, encogida. Sola. No lo había conseguido a tiempo.

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