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Quintaesencia: La Ninfa de Maebe (III)

en Grandes Series

Caza

Un día más comiendo esa porquería de musgos y bayas, y mataba al muchacho de Goldart por más que a su padre le vinieran bien para bajar la fiebre. Después de las primeras exploraciones y dos semanas sin ver un alma en esa interminable espesura, ni una sola liebre había caído en sus trampas desde la última presa que habían conseguido cazar hacía ya seis días. Empezaba a preguntarse, incluso más que Ufrer a los Dioses, dónde habían ido a parar tras la tormenta. Necesitaban carne, y aunque la mayoría de hombres recelara del entorno después de lo visto en el último intento fallido de cacería, esa señal que Ufrer había interpretado como un mal augurio para todos ellos, no dudó en coger su espada y su escudo ordenando a los más dispuestos a acompañarle. Cuando vio que Ufrer se ofrecía miró al cielo de piedra de esa caverna, en la que había asentado a sus hombres la primera noche, clamando a Odín por paciencia para aguantar los desvaríos de ese loco.

   —Haremos un sacrificio a los Dioses para darles paz y así nos procurarán suerte esta vez, señor, estoy seguro de que esta tierra está maldita —observó a ese hombrecillo que aparte de comer, quejarse y cagar, no hacía otra cosa.

    —No habrá sacrificios bajo mi mando —no más, se dijo saliendo de esa caverna sin mirar atrás—. Si quieres sacrificar algo sacrifícate a ti mismo y nos ahorras compartir la comida contigo —Morkay le dio una palmada en el hombro, sonriente, igual que el resto que iba tras él y le apoyaba en esa rotunda decisión, que cambiaba mucho la forma en que su pueblo había reclamado la atención de los Diosas hasta ahora—. Vamos a por ese jabalí con un solo colmillo. Mataremos al mal augurio y nos lo comeremos asado esta noche —recibió los vítores a su promesa, como siempre, pero si quería dejar de comer musgos tendría que enseñar al muchacho de Goldart a cazar. No era muy dado a coger un arco, menos una lanza—. ¡Prayve, serás mis ojos! —era bueno trepando, eso sí.

    —No es el jabalí el que me preocupa, señor —estuvo por mandar a Raedor que le hiciera callar de una vez. De todos ellos, era el que más ganas tenía de estrangularle con sus propias manos por haberse acercado a su hija sin su permiso, sin intención de mantenerla—. Es el espíritu del mal que le guía, procedente del mismísimo Loki.

    —Loki tendrá que cenar pescado esta noche, entonces —comentó Rollho haciendo reír a todos y cada uno de ellos a carcajadas, excepto al loco.

Aun así les siguió en silencio y cubierto por esa piel de ciervo coronada por sus cuernos, una tan reciente que aún olía a cadáver. Según él, eso ahuyentaría al mal que ese paraje verde y hermoso encerraba, como una trampa para las almas perdidas que llegaban a sus costas. ¡Ahuyentaba a los vivos, maldita sea, qué hedor! Dos semanas después de meses escuchando sus desvaríos, era lo que tenía que pensar o acabaría dejando que Raedor se tomase la justicia por su mano, se lo veía en la cara cada vez que Ufrer abría la boca. Un día más y los Dioses tendrían que hablar a través de un hombre sin lengua que apestaba a muerte. Seguro que entonces Ufrer se pensaba mejor qué mensaje darles en su nombre. Si no estaba equivocado, esa zona a su derecha ya la habían explorado casi al completo. Hoy irían al oeste, en otra dirección nueva y desconocida a la que Ufrer se opuso. No sin antes consultar a los Dioses, declaró parando a la comitiva.

Se dejó caer sobre la primera roca que vio sabiendo que la mayoría de sus hombres creía a pies juntillas esas profecías, vinieran de la fuente que viniesen. Él mismo lo hacía, pero prefería las que salían de la boca de la anciana del poblado, Helmi, antes que de la de su nieto. Su padre, el anterior dirigente de su pueblo, había confiado en ella innumerables veces, y en todas había salido victorioso y regresado a casa a salvo, con los barcos cargados de tesoros. Sin embargo ellos sólo habían zarpado tres veces y ya tenían serios problemas para volver, sin saber dónde se encontraban o qué les iban a decir los Dioses. Observó a Ufrer sacando de sus bolsillos las runas grabadas en hueso, tirándolas al aire y cogiéndolas con maestría con esa calavera de ciervo recién adquirida una y otra vez clamando a los Dioses por sabiduría. Sin duda se le daba bien aparentar. Su aspecto enclenque, más cercano a la muerte que a la vida, agudizado por el toque de la sangre con la que pintaba su rostro y los adornos de huesos pequeños en su pelo cobrizo y su barba tintada de negro le daban el aspecto perfecto. Su abuela ni siquiera necesitaba tanta parafernalia, incluso ciega la mujer valía mucho más.

    —¡Odín me ha hablado! —dijo con los ojos vueltos, en blanco, temblando visiblemente y balbuceando algo ininteligible—. ¡Ese camino es rojo! —miró al oeste, viendo un verde tal que a punto estuvo de reír a carcajada limpia—. Rojo de sangre y dolor. Rojo.

    —Yo creo que Odín no contaba con que te estés quedando tan ciego como toda tu estirpe, Ufrer —fueron sus hombres los primeros en reír. Él, el primero en levantarse—. Me lo tomaré como rojo de la sangre de ese jabalí y el dolor de mis tripas sin más alimento que musgo, ¿alguno de vosotros opina lo contrario? —todos ellos negaron, siguiendo su señal hacia el oeste tal y como habrían hecho sin tener que consultar a divinidad alguna—. En marcha entonces. Prayve, adelántate hasta ese nogal y busca algo de cena para todos.

    —Sí, señor —el chico salió a la carrera antes de que él sacara el cuerno del cinto.

    —¡Prayve! —volvió tan rápido como se había ido—. ¿Cómo pensabas avisarnos, chico?

    —Con las manos, señor —le hizo una demostración poniendo las manos huecas, haciendo una especie de ulular ronco—. Es más seguro imitar a los animales de la zona para no espantar la caza que tocar un cuerno de batalla aunque creamos estar solos, eso dice padre —sonrió satisfecho, palmeando su hombro.

    —Y sin tu padre yo habría muerto más de una vez por esos detalles, Prayve. Nunca olvides ninguna de sus lecciones. Ve —le empujó hacia el oeste y hacia allí fue a la carrera—. Es un chico listo, ¿eh Rollho?

    —Chico, que no hombre —le respondió cabeceando hacia el suyo, Randher, un portento con el hacha que había demostrado su valía con creces en la última escaramuza a tierras extranjeras—. Hasta su hermana mayor le supera en la lucha, estoy por ofrecerme a cuidarla.

    —Deja las mujeres solteras a los hombres solteros y ocúpate de tu propia mujer, Rollho, tienes responsabilidades de sobra en tu casa —aguantó las carcajadas al ver la mirada que Rollho le dirigía a Dragnar por su reprimenda, pues no era el único en saber que Dragnar, hermano de su mujer, había venido tan dispuesto a luchar como a vigilar a su cuñado y su insana afición a todas las mujeres existentes, excepto a la suya—. Deberías estar agradecido, los Dioses te han bendecido con cinco varones fuertes.

    —No tanto como tu hermana, me temo —esta vez no se contuvo la risa, sabiendo que a pesar de no ser más alta que su esposo, Dreina sí era bastante más ancha—. Aún tengo en mente esa delicada muchachita que liberaste sin más —le objetó a él, y no dudó en adelantarse para no responder nada que le dejase en evidencia ante sus hombres por más que lo mereciese—. Habría mostrado a mi hijo cómo es el placer de una mujer joven —Randher miró a su padre de reojo un instante de la misma forma en que lo hizo él. Que ni le mencionase a la chiquilla, ella ni siquiera había demostrado interés alguno, como tantas otras antes que ella de las que Rollho se jactaba de haber convertido en mujer—. Ya tienes edad de tener tu propia familia, hijo. Necesitas una esposa joven que te de niños sanos.

    —Ya he elegido —Dioses, otra vez la misma disputa no—. Mireesa será mi mujer.

    —Es una escudera, hija de escudera, que no dejará de serlo por ti si no regresas victorioso. Menos si no aprendes a demostrarle tu virilidad, hijo —rió discretamente de la evidente vergüenza del joven—. Y eso es como luchar. Hay que practicar duro antes de la batalla. Muy, muy duro —el grupo estalló en carcajadas cuando Randher se apartó de ellos acelerando la marcha—. ¿Acaso no digo la verdad? ¡Vuelve aquí, muchacho!

    —Que los Dioses te ayuden, Rollho. Ha salido tan alto como tímido —comentó Ufrer y le hizo callar antes de que el chico, que había vuelto al lado de su padre, cometiera el error de contestarle—. Oh, mi señor pide la palabra. Qué amable por su parte concedernos su sabiduría en el tema —clavó la mirada en ese loco que le provocaba a sabiendas de que el tema para él era doloroso cuanto menos.

    —Tu padre tiene razón. Tu padre siempre tendrá razón —aclaró con contundencia—. No lo dudes jamás, Randher, y la próxima vez que una muchacha quiera… —recalcó mirando a Rollho—. Compartir tu lecho, acéptalo y aprende. Si lo haces después de casarte, será Mireesa quien te clave su lanza por no complacerla como debes —de los diez hombres que le acompañaban no quedó uno sin reírse, no hasta que escucharon un ulular ronco.

Silencio, sólo silencio les acompañó el resto del camino hasta encontrar a Prayve subido en un abeto de al menos veinte escudos de alto. Esperaron a que bajara, pero antes de llegar realmente al suelo les dijo una sola palabra, señalando hacia el sur. Jinete. Le ordenó ir por delante otra vez visto que sólo era uno, y escucharon el ulular varias veces antes de dar con el corcel oscuro y solitario a lo lejos. Escondidos tras unos matojos pudieron ver una manta puesta sobre su lomo y alforjas en los costados, bebiendo en un claro, cerca de un riachuelo. Escuchó la voz, escuchó la risa. Vio a la propietaria acercándose al caballo con un hatillo de ropa, atónito ante la visión de su melena salvajemente rizada hasta la cintura.

    —Rojo —le susurró Ufrer en un murmullo henchido de satisfacción, pues su cabello era rojo como la sangre que Odin les había augurado.

Continuará...

Espero disfrutéis de la historia y sobre todo, me hagáis saber vuestra opinión.

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