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N&B;: Diario, Verona G.(10)

en Confesiones

Ceremonia II

08 de Junio de 2010

Susurros, muchos susurros a su alrededor a los que suspiró, oliendo algo dulzón. Pero sus ojos se negaban a abrirse aún y su cuerpo estaba completamente rendido. Despertó en el momento que sintió el roce, el dolor. Y vio a esa vieja, a Samira, con un montón de mujeres más, todas ellas con pañuelos en la cabeza y observando su cuerpo desnudo mientras Samira  escurría un paño y volvía a pasarlo por su entrepierna. Él no estaba. Se intentó mover cuando lo hizo otra vez pero le dolía cada músculo y las demás mujeres la rodearon aún más, obligándola sin fuerza a tumbarse otra vez, a calmarse con gestos de silencio. De todas ellas sólo conocía a una, a Tohfa, la cual estaba a su lado con la vista baja y un pañuelo verde oscuro como su traje. Como sus ojos. Apartó la mirada de ella sabiendo que la hinchazón de sus ojos por llorar era culpa suya y apretó los dientes cuando Samira, sin escrúpulo alguno, le introdujo varias veces los dedos untándola con algo, al igual que hizo en el ano. Empezaba a escocer pero pronto se calmó y no sintió nada. En un momento estaba en pie sujetada por varias de ellas, con Samira haciéndole gestos de que avanzara hacia ella cuando le retiraron el apoyo. Y lo hizo a pesar del dolor de sus músculos agarrotados, paso a paso y lentamente hasta donde ella estaba esperando con un traje. No dejaban de murmurar mientras la vestían, pero a pesar de ser mínimo una quincena de mujeres reinaba el silencio excepto por Samira, que no dejaba de hablarle a pesar de no entender nada, y sus ligeras quejas cuando la sentaron en una mesa baja a las que ella sonrió con sus dientes torcidos, empezando a cepillarle el pelo, poniéndole un pañuelo tan blanco como el día anterior. Trajeron bandeja tras bandeja de comida a esa mesa, y el olor de especias dulzonas le ensalivó la boca haciendo rugir a su estómago por primera vez en el día. No se lo planteó, fue a echar mano de un cuenco de empanadas. Pero Samira la frenó señalándole la tarjeta que había en el borde del plato. En todos ellos. ¡JODER!

Cogió la maldita tarjeta mirando la traducción. Lo decía o no comía, eso ya lo entendía solita.

- Grhiba.- Leyó, y Samira sonrió y cacareó como todas las demás a su alrededor, aplaudiendo con entusiasmo.- ¿Es que no tienen otra cosa que hacer?- Se hizo el más sumo silencio y el gesto de esa vieja cambió.

- La.- Su gesto de silencio fue contundente mientras le pasaba un vaso pequeño de cristal con un líquido blanco dentro. Su cara lo dijo todo y ella respondió haciendo una barriga en el aire y negando.-La.-Lo comprendió, tanto el significado de ese sonido como del gesto.

Se lo bebió de inmediato de un tirón y la amargura de ese líquido le tensó la mandíbula. Y su cara de asco hizo reír al resto, como a Samira, que le pasó el cuenco de galletas sin dejar de charlar y mirarla, como todas ellas. Excepto Tohfa, que se mantenía de rodillas a su lado con la vista baja y en silencio. Si le preguntaba en francés…

- ¿Dónde está Ally?- Eso sabía hacerlo y Samira no le dijo que se callara, pero no pareció gustarle que hablase con la boca llena.

- Tahera.- Apretó los dientes y repitió la pregunta, cambiando el nombre. Pero cuando le respondió en francés igualmente reventó.

- ¡Que no te entiendo joder!- Otra vez silencio, y Samira se levantó mirándola seriamente, yendo hacia ella. Sacó de entre su ropa una pala de panadero blanca, pero cuando vio a Tohfa ponerse sobre ella y notó su temblor se quedó paralizada. El alarido que el primer palazo le arrancó le hizo cerrar los ojos, y cuando vio que cogía impulso para un segundo no lo pensó.- ¡¡La!!- Samira la observó un instante antes de dedicarle una amplísima sonrisa, guardando la pala y murmurando algo mientras el resto de mujeres sonreía y aplaudía. Tohfa cogió su mano y la besó varias veces dejándola más paralizada aún antes de retirarse a un lado y volver a la misma posición de antes. ¡¡ESTABAN LOCAS!!

Después de comerse un montón de galletas de esas de almendras siguió el mismo sistema con todo lo demás. El muesli con fruta y yogurt, la tortilla, un té fuerte y caliente de hierbabuena. Hasta que no pudo comer más y retiraron todos los platos, poniendo ante ella las tarjetas que él le había dado, sentándose todas alrededor de la mesa. Pasó un rato intentando averiguar lo que querían con ello pero lo tuvo claro en cuanto le quitaron las tarjetas de la mano y la miraron impacientes, sonriendo. Querían que hablase, que les dijese algo de lo que había en las tarjetas. Pero sólo podía pensar en una cosa.

- Salle de bain.- Y la respuesta fue contundente. La.

Volvieron a darle las tarjetas, y como si de un juego de memoria se tratara le daban de tres en tres y se las quitaban esperando que repitiera lo que había leído. Consiguió varios aplausos y sonrisas, otras veces le devolvían las tarjetas para volver a empezar corrigiéndola, pero no conseguía obviar la sensación que tenía y que cada vez era más intensa. Sobre todo cuando ante algún movimiento sobre ese cojín su mente le recordaba la noche anterior, mirando las pieles frente a la chimenea. Pero no estaba ahí, y no podía hacerlo. Tenía que aguantar o seguramente quien pagase su falta sería esa pobre muchacha que no se separaba de su lado. Que no participaba en el juego de las demás. Sólo estaba callada, con la vista baja y un rastro de lágrimas mientras la entretenían.

Ni siquiera sabía qué hora era, ni donde estaba Allegra, pero consiguió que le trajeran algo de beber para calmar a su estómago en cuanto lo pidió. Té, siempre té caliente, pasando las horas entre ese juego e intentando aprender sus nombres, escuchándolas hablar mientras le masajeaban los pies como había pedido sin creer que lo fuesen a hacer. Pero lo hacían. Cada cosa que pedía, excepto ver a Allegra, salir de esa habitación o ir al cuarto de baño. No salió de ahí en horas luchando contra el nudo que quería salir, como ella, viéndolas ir y venir, escuchando a una de ellas que había traído un arpa ayudada por otras cuando pidió música. No lo entendía, pero cada vez que la obedecían o las hacía sonreír se sentía un poco mejor, por más rabia que le diera tener que seguirles la corriente. Sobre todo con Samira, que dentro de ese grupo parecía la que daba las órdenes e imponía los castigos. La que organizaba incluso lo que ella hacía, pues llegó un momento en el que estaba tumbada sobre un montón de cojines enormes escuchando a esa mujer tocar que le indicó que la siguiera y todas la rodearon para salir. ¡Al fin! Pasillos, escaleras y más pasillos, todos con una decoración recargada, con un olor a incienso cada vez más intenso, al igual que el calor y la humedad.

Los baños, los recordaba de la noche anterior, y ese olor penetrante al que dio un paso atrás. No sabía decirlo, ¿cómo les decía que no quería que la drogaran? El día anterior había estado obnubilada durante horas hasta que fue demasiado tarde, y Samira y las demás la observaban esperando que dijese algo. Sólo podía hacer gestos. Se tocó la nariz, hizo un gesto de dormir…

- La.- Y se lo dejó clarísimo. Nada de drogas o lo que fuese que habían usado. Samira no fue la única en sonreír, y le acarició la cara sin dejar de parlotear sus nombres. Oussam y Hafsa. Se lo quitó de la mente como llevaba haciendo todo el día, callando al nudo.

La llevaron a otro sitio dando media vuelta sin que Samira soltase su mano, atravesando más pasillos entre murmullos y risas de todas las que la rodeaban. Todas menos una, que no hablaba, no reía, no hacía más que seguirla por detrás como si tuviera una correa invisible atada a ella. Y cuando lo pidió por necesidad esta vez la dejaron hacer sus necesidades sin que ella se separase de su lado y la guiara después. Tenía hambre pero sabía que ahora no tocaba eso. La noche anterior no le habían dado nada. ¿O era porque no lo había pedido? Suspiró nerviosa callando el nudo otra vez, llegando a otro baño distinto, otro olor, pero lo mismo que el día anterior. La preparaban y ahora sabía perfectamente para qué, sobre todo cuando Samira volvió a indicarle que se tumbara después de que la hubieran lavado sin permitirle hacerlo por sí misma, ni siquiera en su entrepierna. Y otra vez volvió a ponerle tocarle ahí sin pudor alguno, y para su sorpresa sin dolor. Se quedó a su lado parloteando y sonriendo, dejando que una de ellas masajeara su cuerpo entero untándola con alguna clase de aceite que olía a canela.

Otra sala, y esa también la conocía, donde la esperaban con todo lo demás. Las joyas, el peinado que le pesaba con un demonio con tanta horquilla empedrada, un traje celeste con mil decoraciones, súper recargado de motivos cosidos con hilo dorado y ajustado a su cuerpo, el cinturón. Al menos acababa de doblar su peso con tanta parafernalia. Y una corona. ¡Una puta corona de oro! Samira le hizo sujetarla mientras, como el día anterior, le pintaba los ojos, los labios, le coloreaba las mejillas. Pero cuando sintió que le untaba las orejas con algo y vio que calentaba una aguja miró los enormes pendientes de oro que otra de ellas tenía en las manos. En cuanto la vio acercarse se aferró a la silla, dejando la pesada corona sobre sus piernas y echándose hacia atrás en ese asiento.

- La.- Asintió, diciendo algo a las demás. Y la sujetaron.- ¡Lalalalala!- Cerró los ojos con fuerza apretando los dientes. Pero no sintió nada, le habían dormido el lóbulo con esa crema o lo que fuese. Y cuando hizo lo mismo en la otra ni siquiera se movió, pero no entendía el motivo. ¡¡Sus orejas estaban bien como estaban, joder!!- Pourquoi?

- Oussam.- Fue su única respuesta. Él lo había ordenado, ellas obedecían y no había más que decir al respecto.

Colocaron la corona sobre ella, añadiéndole más horquillas que la sujetaran. ¡¡Se le iba a partir el cuello!! ¿¡Para qué coño tanta parafernalia si luego iba a acabar en pelota picada!? Su estómago rugió ya sin remedio, y hasta Samira la observó. Lo había escuchado.

- J’ai faim.- Sonrió, sólo sonrió con sus dientes torcidos y empezó a decirle algo. Intentó estar atenta y lo único que pudo entender fue ese nombre otra vez. Bufó sintiéndose anclada a ese asiento de tantísimo peso, viendo ese reflejo suyo cuando pasaron por un espejo antes de salir. Y se quedó mirándose sin verse hasta que Samira tiró de ella.

No soy yo, se repitió. Esa no soy yo. Esa es mi madre. Escuchó la música a lo lejos mientras recorrían pasillos, escaleras y más pasillos, ayudada por esas mujeres para no tropezar y seguramente porque sin ellas la gravedad la vencería. Pero antes de salir Samira se volvió hacia ella y en pocos gestos con ese sonido ‘La’ repitiéndose comprendió lo que le decía. Nada de hablar, nada de moverse, nada de correr o Tohfa lo pagaría. Volvió a guardar la pala de panadero y continuaron avanzando hacia una sala enorme donde la misma concurrencia del día anterior la esperaba. Y el recibimiento fue el mismo.

Gritos de mujeres, música, aplausos y un millar de rostros que no conocía sonriéndole mientras atravesaba la sala rodeada de las mujeres que igualmente se habían cambiado para la ocasión. Buscó entre todos esos rostros el de su hermana pero si movía mucho la cabeza esta llevaba su propia inercia. Y los pendientes, empezaba a notar un ligero picor. Hacía bastante más frío que en esas salas, pero con todo lo que llevaba puesto y la cantidad de gente que la observaba y se levantaba a su paso se centró en andar. Llegó a esa tarima donde había estado la noche anterior, pero él no estaba. Su padre sin embargo sí, y esos ojos, esa sonrisa… Bajó a recibirla desde su trono, uno de los cuatro que había y donde había estado sentada horas la noche anterior. Se acercó, le besó cada mejilla dos veces y empezó a hablarle. Sólo entendía su propio nombre, el nuevo. Hafsa esto, Hafsa lo otro. Y Oussam, nada más. ¿Pero y él dónde estaba? Que haya tenido un accidente, se repitió. Que le hayan pegado un tiro.

La cogió del brazo cuando las mujeres se alejaron y la ayudó a subir las escaleras. Pero no se sentó, se dio media vuelta y empezó a hablar a esa ingente cantidad de personas que no les quitaban ojo sentados en sus mesas, esperando la cena. Su estómago rugió con ganas al pensamiento y el hombre dejó de hablar, mirándola y riendo. No podía decir nada pero era evidente que acababa de decirles algo a los demás, pues rieron con él, aplaudieron y al fin dejó que se sentara. Se dejó caer en el cojín apoyando la espalda lo mejor que pudo con él a su lado, sin otra cosa más que hacer que observar en silencio cómo comían, cómo bebían. Y cada vez que su estómago se quejaba él reía a su lado. Puto viejo… ¡¡Me muero de hambre!! Miró a Tohfa, sentada en una mesa cercana a la tarima. Pero no le dio tiempo a hacerle ningún gesto cuando escuchó el barullo al fondo de la sala. La música dejó de sonar y la gente se fue quedando en silencio. En cuanto vio su figura aparecer su estómago rugió agónico sacándole una carcajada al viejo. ¡¡Cabrón!! Le miró de reojo un instante, pero él se acercaba, vestido otra vez de gala, de un color pardo con el pelo recogido. Y en cuanto vio lo que traía perdió totalmente el aliento.

Atada con una gruesa correa y avanzando por delante suya venía una leona. ¿¡Pero qué coño hacía una leona ahí!? ¡¡¡ERA UNA LEONA DE VERDAD!!! Se detuvo a los pies de las escaleras mientras los que iban tras él colocaban una inmensa jaula frente a los tronos. Su voz ronca resonó entre las demás, pero la miraba a ella sonriendo, sólo a ella. Tragó despacio con el nudo ahogando ya cualquier atisbo de movilidad que pudiera plantearse, viéndole avanzar hacia ella con ese inmenso animal con la boca abierta, mirándola de igual manera. ¡¡Joder qué dientes!! La metió en la jaula, y el murmullo de la gente empezó a ser más evidente, al igual que su creciente pánico al verle acercarse y tomar asiento a su lado.

- Mi primer regalo de bodas, cariño.- ¿¿¡¡PERDONA!!?? Le apartó la mirada centrándose en ese animal que se paseaba de lado a lado de la jaula, mirando a la concurrencia. Hasta que sintió una caricia en la mejilla.- Estás increíblemente preciosa, mi reina.- Se le tensó todo, más cuando dio un ligero toque a su oreja, sintiendo un ligero escozor. Y el nudo, el nudo que la ahogaba. Estaba ahí, estaba a su lado. ¡¡Le cogía la mano!!- ¿Te gusta mi regalo?- Le miró de reojo mientras le besaba los nudillos.- Dime.- ¿Podía hablar? Y la respuesta a esa pregunta y la que debía darle terminó de ahogarla.

- Sí mi rey.- Susurró, sabiendo que las ganas de correr no tenían nada que ver con tener una leona delante. Le cogió la barbilla, girándola lentamente hacia él, viendo su sonrisa y sus ojos oscuros con esas pestañas que parecían postizas bajar lentamente, cercando sus iris.

- ¿Has sido buena, Hafsa?- La estaba provocando y su media sonrisa de lado mientras le rozaba el labio, el cual apretó, se lo dejó más que claro. Asintió. Por un momento pareció satisfecho con su gesto, pero hizo otro al aire chasqueando los dedos y acercaron una bandeja de comida llena de empanadas a la que su estómago llamó a voces.- ¿Has vomitado hoy?- A punto estuvo de contestar que estaba por hacerlo ahora aun sin tener nada en el estómago, pero negó y su sonrisa se amplió sobremanera cogiendo dos de esas empanadas.- Eso está muy bien, cariño. Ahora dime qué quieres comer.- ¡Que voy a querer! Su estómago lo dijo por ella ¡¡Lo que sea!!- En francés y por favor.- ¡¡MIERDA YA!! Intentó acordarse viendo que se llevaba una a la boca y dejó de mirar para concentrarse. Había estado todo el puto día pidiendo, pero esas tarjetas apenas tenían más que frases cortas, no… El desayuno. ¡¡No se acordaba de ninguna!! Algo tenía que decir, su estómago estaba al borde de la inanición y la risa de ese viejo no se lo estaba poniendo fácil a su orgullo. Él menos.

- Je veux pizza, s'il vous plaît.- Eso era igual en todos los idiomas, pero su gesto riendo y negando le hizo bufar y a su estómago suplicar. ¡¡Calla ya!!

- La próxima vez será, ahora silencio.- Y se metió la segunda empanada en la boca.

Miró a la leona, encerrada, nerviosa ante tanto ruido, tanta gente. Pero incluso ella podía moverse aunque fuese en ese espacio reducido. Incluso en un momento de la interminable velada le dieron cachos de carne roja sin que ella probase un solo bocado de las múltiples bandejas que veía desfilar. El estómago la estaba matando de la agonía pero no recordaba las palabras, y aunque lo hiciera ahora no podía hablar. Ya le había dado la oportunidad, y desde entonces no le había vuelto a dirigir la palabra. Hablaba con ese viejo a su otro lado, con Samira de tanto en tanto, y reía, le cogía la mano, la besaba, pero no le permitía hablar. Después de varias horas se sentía tan anclada a ese asiento que dudaba pudieran despegarla, además el cuello lo tenía dolorido, los hombros, y las orejas le palpitaban a cada ligero movimiento. Tomó aire a la punzada de su estómago, que ya ni siquiera rugía. Sólo dolía.

- Esta noche puedes retirarte antes, mi reina. Te has portado bastante mejor de lo que me esperaba.- Besó su mejilla sacándola de su contemplación a esa bestia que había terminado por tumbarse en la jaula.- Cuando quieras irte, sólo tienes que decirlo.- Es que hasta para eso. ¿Cómo mierda era? ¿¡Y ahora!? Rebuscó la manera hasta dar con ella casi dos minutos después. Quería ver a Ally pero no podía desperdiciar la oportunidad de salir de ahí.

- Je veux dormir.- La observó dejando de hablar con ese hombre, y su expectación fue la misma que la de Samira. Él tampoco iba a dejar pasar la oportunidad de humillarla hasta el final, hasta que su orgullo le doliera.- S’il vous plaît.- Susurró con tal de salir de ahí ya. De alejarse de él por ahora.

- Bien, que descanses.- Sonrió, se acercó y la besó. ¡¡La iba a dejar dormir!! Con un chasquido de dedos y una señal Tohfa ya la estaba ayudando a levantarse. Y la gente aplaudió, sonrió y se levantó a su paso. Estaban todos como cabras, ¡¡si tenía quince años!! ¿¡Cómo podían permitirlo!? Bufó profundamente a su estómago hambriento y esa punzada. Pero la iba a dejar dormir, y estar con esas mujeres otra vez la calmó.

El grupo de mujeres se reunió con ella de camino al piso de arriba. Y en cuanto le quitaron la corona, los adornos, y todo ese peso de encima vestido incluido el nudo pareció tomar fuerza al no tener otra distracción más que los ligeros tirones que Tohfa le daba quitándole horquillas. La habían llevado a un cuarto distinto, con una cama enorme llena de cojines tan recargados como todo.

- J’ai faim.- Lo intentó, no tenía nada que perder contra Tohfa ni contra el resto. Samira no las había acompañado. Y ella asintió. ¡¡POR FIN!!

No tardaron en llevarle comida, y como por la mañana tenía las tarjetas. Repasó los nombres mientras le quitaban los pendientes y comía ese plato caliente intentando no hacer caso al palpitar que supuso cambiar esos enormes adornos colgantes por dos aros finos. Encendieron la chimenea cuando le limpiaron la cara de toda esa porquería que Samira le había puesto sin que les dijese nada y lo agradeció en silencio. Con ese camisón que apenas era más grueso que una gasa sentía el frío de las paredes como si estuviera en un iglú.

- Ou est Tahisa.- No, ese no era.-Tahera.- Tohfa la miró por primera vez en el día pero volvió a bajar la mirada negando. ¿No lo sabía? ¿No se lo podía decir? ¿¡No qué!?

Le indicó la cama cuando terminó de comer y beber, y esta vez intentó no llenarse tanto el estómago como esa mañana. Había sido un milagro no vomitar y ahora estaba mil veces más nerviosa. Era de noche, y por más que la dejase dormir hoy, estaba ahí. Y Allegra no, no sabía dónde estaba su hermana. No sabía nada, y dio vueltas en esa cama sin poder más que ponerse bocarriba por el pálpito de las orejas, por el de su estómago que pugnaba por sacar de su cuerpo el nudo contra el que llevaba luchando todo el día. Miró alrededor esa habitación llena de decoraciones, de cojines, pero ni una sola cosa que le permitiera ocultar el vómito. A pesar de ser tan amplia era claustrofóbica, y más sabiendo desde lo más profundo que en algún momento él entraría por la puerta. ¿Y si salía? Nadie la iba a ver, estaba sola. Se tapó la boca. No, nononono… Se levantó de golpe y corrió hacia la puerta. Y en cuanto la abrió vio a Tohfa ahí. ¿Pero qué coño hacía ahí? La vigilaba, la…Su cuerpo convulsionó y se agarró a ella.

- Voy a vomitar…- Murmuró para sí misma intentando frenarlo por todos los medios.

- ¡La!- Levantó la vista hacia ella y su cara de pánico tapándole la boca, empujándola a la habitación otra vez y cerrando la puerta. Empezó a buscar entre su ropa y sacó un paquete de chicles.

- Odio el chicle.- Consiguió decir sintiendo la nausea ya en la garganta. Pero sus gestos de silencio repitiendo la misma palabra y ofreciéndole uno no le dio opción a más.

- Gomme.- Repetía sin cesar ese sonido tan parecido al inglés que no lo dudó.

Se lo metió en la boca y masticó con fuerza varias veces, con los ojos cerrados concentrándose en el picor de la menta, en todo menos en el nudo. Y ella no hablaba, sólo la sujetaba con fuerza mirándola fijamente mientras las ganas de sacar el nudo desaparecían. La miró pasmada, y por primera vez la vio sonreír, dándole el paquete de chicles y saliendo otra vez por la puerta. Dolía, pero lo había conseguido parar. Esa chica que no conocía de nada. Su esclava la llamaba el muy hijo de puta. No podía ser mucho mayor que ella. ¿Y Ally? Le dio vueltas, igual que al chicle en su boca, hasta que empezó a bostezar. Hasta que no pudo más ni con el continuo pensamiento que no le dejaba apartar la vista de la puerta, ni con el cansancio.

Estaba agotada después de un partido tan largo, y como siempre que perdían fue la primera en llegar a los vestuarios, en cambiarse. Pero en la ducha estaban esas mujeres con pañuelos de colores esperando para lavarla, para vestirla. Para acompañarla mientras murmuraban. Escuchó una voz ronca entre ellas, viendo que había caído y sus ojos intensamente negros sonreían mientras le tendía una mano. No, se levantó y corrió, perdiéndole de vista hasta llegar a casa. Subió sin luz los escalones directa al cuarto de Ally oyendo esa melodía, viendo el piano de su madre destrozado en mitad de la habitación y ni rastro de su hermana. Aun así la música seguía sonando. Era la radio del baño, pero en cuanto abrió la puerta una inmensa sala llena de gente la recibió entre aplausos y sonrisas. Y él estaba ahí, sentado en su trono con una leona al lado. Una que llevaba una corona de oro sobre la cabeza. Su leona, la misma que rugió y echó a correr directa a por ella. Hizo lo mismo pero en dirección contraria, atravesando infinitos pasillos a izquierda y derecha sin dejar de oír el rugido a su espalda hasta dar con una enorme puerta que Tohfa vigilaba. La empujó dentro sonriendo, y a la luz de la chimenea le vio a él completamente desnudo, empalmado y sudoroso, con cada músculo marcado por la luz de la lumbre. Volviendo a tenderle la mano con una sonrisa de demonio.

Hafsa.- Sus ojos oscuros brillaban, la paralizaban. Fue hacia él arrastrada por una fuerza invisible. Los gemidos la acorralaron, al igual que sus brazos.- Mi hermosa niña…- No tenía voz, sólo podía sentirle a él, gemir ante ese intenso placer que la retorcía sobre las pieles, viendo a la leona coronada observándola mientras él la desnudaba, mientras se abrazaba a su cuerpo desnudo.

Pero al girar la cara vio un león, un enorme felino de melena oscura como su mirada. Y rugió, luchó contra él arañándole con sus zarpas, mordiendo su cuello cuando tuvo la oportunidad. Ella era la leona coronada.

- Shhh…- El calor la atrapó, aún sin aliento por la lucha. Y su risa ronca, sus palabras ininteligibles la terminaron de devolver a la realidad. La abrazaba contra él, y a pesar de ver sólo su cuello de piel oscura a una distancia demasiado escasa supo que estaba desnudo. Igual que ella. Se le aceleró la respiración pero él seguía hablando en susurros, acariciándole el pelo, la cintura.- Orgullosa hasta dormida.- Volvió a reír, pero en cuanto se separó de ella y le levantó la cara viendo sus ojos tragó despacio y con ello el chicle se deslizó por su garganta.- ¿Con qué soñaba mi reina?- Con matarte, cabrón.

- Leones.- Murmuró intentando moverse.

- Gemías, cariño.- La apretó contra él un poco más, riendo, dejándole claro que no iba a moverse un solo centímetro de donde... Espera. ¿¡Cómo que gemía!?

- Rugía.- ¡No gemía, pervertido asqueroso! Se encogió haciendo que soltara su barbilla, abrazándose a sí misma y cruzando las piernas. Ya estaba ahí, seguro que…

- Bueno, eso lo podemos solucionar mi amor.- Perdió el aliento cuando rodó y se situó sobre ella, aplastándola.- ¿Quieres?- Ni lo pensó.

- ¡¡LA!!- Luchó para alejarle de ella mientras él se reía a carcajada limpia, sujetándola.

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