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N&B;: Diario, Verona G.(15)

en Dominación

La Reina sumisa

Consecuencias

 

Despertó con lentitud entre las voces susurradas que la rodeaban, y el rostro que vio dormido a su lado le sacó un profundo suspiro de alivio. Esa cría estaba a su lado, lo que significaba que él no. Observó sin moverse la habitación acolchada donde estaban, de color tierra, algunas columnas esparcidas, cojines, con espejos y algunos adornos de…

- Avisa a Oussam.- Al escuchar esas palabras en francés con su nombre se giró viendo la sonrisa de esa mujer de piel oscura y rizos observándola.

- No, Oussam no.- Dijo rotundamente, a lo que la mujer suspiró con calma. Su nombre era…- Sarah no, no lo llames.- Cogió su mano ayudándola a incorporarse sin dejar de mirarla con ternura haciéndole un gesto de silencio y señalando a la cría.

Se miró mientras la seguía por ese suelo acolchado, viendo que habían cambiado las cadenas doradas por telas finas de un color azul celeste igualmente decoradas con detalles dorados. Apenas si eran suficientes para tapar sus pechos, y el taparrabos transparente se cernía a su cadera abierta por los laterales. Se tocó la cabeza, que ya estaba seca. ¿Cuánto llevaba dormida? Se miró las manos aún con esos tatuajes. Ni una joya, sólo ese maldito pedrusco en su mano que intentó sacar con…Recibió un inesperado manotazo de la mujer y la observó atenta a ese cambio. La miraba fijamente negando en rotundo, y acto seguido hizo que se sentara junto con otras muchachas que prepararon para ella un mullido asiento de cojines en el que se tuvo que recostar. Mirando alrededor sin saber qué esperar vio que le ponían unos brazales en las muñecas, las unían y las ataban a… ¡No! Empezó a luchar y debatirse, pero muchas manos la sujetaban, y todas ellas le susurraban palabras, incluso algunas le acariciaban la cara y el pelo intentando calmarla mientras conseguían llevar sus manos por encima de su cabeza, uniéndola a una de las columnas sobre la que reposaba una pesada argolla de metal.

- ¡Qué hacéis! ¡¡Sarah!!- Le puso la mano en la boca y otras tantas la sujetaron para que dejase de moverse.

- Si la despiertas, llorará.- Volvió la vista a la cría con la respiración agitada, que se había movido pero no despertado.- Le llamaste, te disculpaste.- Cada aclaración le dolió en lo más profundo.- Ahora quieta y callada, Hafsa.- Pero ese nombre más. Apretó los dientes sin querer recordar el cómo y porqué se había disculpado, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo.

Si movía las piernas la falda dejaba al descubierto su desnudez, así que no pudo más que esperar mientras ellas acomodaban los cojines a su espalda para dejarla medio incorporada. Vio a través de las numerosas figuras de mujeres que no paraban quietas que se llevaban a la niña y empezó a tensarse. Estaba subida y tumbada sobre un montón de cojines, con las manos atadas, de las que tiró sin poder soltarse ni retorciendo las manos.

- Hafsa.- Sarah se acercó a su lado, sentándose sobre un puf circular a la altura de su cintura con un cuenco en las manos.

Se lo mostró y vio que estaba lleno de cerezas. Estaba hambrienta pero ya no se fiaba de que fuesen para ella. La miró con el ceño fruncido y negó en rotundo, a lo que ella sonrió mostrándole otro cuenco. Éste apenas si ocupaba la palma de su mano y parecía contener algún tipo de crema, el cual aplicó con un pequeño pincel en su estómago. Sólo pasaron unos segundos antes de que sintiera el tremendo picor que le hizo encoger la tripa, y cuando la mujer sopló sobre la zona la sensación de frío la sobrecogió. Observó a Varaet sin entender en absoluto… Vio con terror que señalaba su entrepierna y al pequeño cuenco de ungüento con seriedad. ¡No! Cruzó las piernas y tiró de sus muñecas un instante sin querer ni imaginar lo que esa extraña crema podría provocar en esa zona, y cuando escuchó su risa apretó los dientes tirando de las ataduras que la retenían otra vez sintiendo aún ese picor que se desvanecía lentamente en su estómago.

- Quieta.- Le acarició el rostro retirándole el pelo con una sonrisa y mirándola con ternura. ¡Y dale con el nombre! - Sólo es un juego.- ¿Qué?

- ¿Cómo que un juego?- Preguntó viendo cómo cogía de nuevo el cuento de cerezas y se lo mostraba. Tiró de sus muñecas otra vez. - ¿Qué clase de juego?

- El rito de placer prohibido.- La voz que le contestó le encogió las entrañas. Oussam estaba de pie tras ella y no se había dado cuenta. Miró hacia cualquier otro sitio y se centró cruzar las piernas con fuerza mientras el nudo se deshacía. ¡Maldita sea!- Ya veo que no te rindes, Verona.- ¡Nunca!- Mi Hafsa se ha disculpado, pero eres tú quien me ha desafiado con tu odio y esas horribles palabras.- Sintió la caricia en su brazo y se apartó de inmediato lo máximo que pudo escuchando su risa.- Bueno, ya veremos.

Escuchó un ruido y vio a través del espejo a las mujeres y Sarah abandonando la habitación, escuchando que él se sentaba a su lado. ¡Mierda, ya estaban solos! Vio de reojo que Sarah volvía, trayendo una bandeja que depositó ante él junto a los que ya había. Dátiles, moras, trozos de carne y otras cosas cortadas en dados. Unos pequeños platillos dorados que Oussam cogió con una sonrisa de sus manos. Se iba otra vez. Les dejó solos. No…

- Has sido muy descortés con nuestros invitados, Verona.- Giró la cara para no verle, tirando de esas ataduras en sus muñecas recordando a ese invitado en particular. Al rubio que se parecía a su padre.- Te he tratado como a una verdadera reina y tú sigues portándote tremendamente mal.- Y seguiría.- ¿Algo que decir?- Le miró con el ceño fruncido un instante, a una sonrisa tan amplia de labios gruesos con esos pozos negros fijos en ella. Miró a otro lado.

- A una reina no la atan, ni la enrollan en una alfombra y la meten en la ducha, ni mil cosas más como ese… Cabronazo con el que me has dejado.- Sintió su dedo deslizarse con lentitud por sus costillas hacia su cadera y se retorció para alejarse.

- Shh, quieta mi amor, no debes moverte.- Miró sus muñecas unidas. Ni deber ni poder, hijo de…- Y yo no debo tocarte a partir de ahora.- Escuchó un ligero tintineo y sintió el frío sobre su ombligo. Había colocado uno de esos pequeños platillos dorados sobre él, y justo encima una uva que oscilaba ante cualquier ligero movimiento suyo.  ¿Pero qué hace?- Si la haces caer habrá consecuencias, mi amor.- Miró directamente a sus ojos con odio y se giró tirando incluso el platillo. Le importaban un cuerno las consecuencias a estas alturas.- Oh, ya veo… Bueno, cambiarás de opinión.- Ese vivo sentimiento de la ducha fría la hizo temblar.- Qué ocurre, ¿tienes frío?- Negó.- Dime qué quieres, vamos.

- Duchas no.- La iba a dejar con ese cabrón, su ‘adiestrador’.- Ni el tío rubio.

- No mi amor. Esta noche no.- Se rió a carcajadas y apretó los dientes de pura rabia.- Ya te has disculpado y yo te he perdonado. Esto es con otro propósito, sólo un juego.

- ¿Para acabar haciendo qué?- Su risa se lo verificó y acabó por mirarle con todo su rencor tirando de sus muñecas.

- Mi espera será tan larga como tú decidas que sea.- Abrió los ojos con pasmo y le miró atentamente. Eso no lo entendía.- No te tocaré hasta que tú me lo pidas, Verona, ni te rozaré.- Jamás iba a hacer algo así.- Mi dulce reina, lo harás. Cada noche que vengas a mí con esta actitud jugaremos un rato.- Su sonrisa tranquila le provocó un nudo en la garganta, viendo sus manos acercarse lentamente sin llegar a tocarla en ningún momento, retirando la tela celeste que le cubría el pecho y dejando el más cercano a él, el derecho, al descubierto. No…- Bien, empezamos. Un platillo y una uva, ¿verdad mi amor?- Se le aceleró el pulso viendo cómo cogía el pequeño fruto del suelo y se lo llevaba a la boca, colocando de nuevo el platillo sobre su ombligo en el que colocó una diminuta cereza esta vez sin saber qué espera. Escuchó claramente el ligero rugido de su estómago.- Sí, casi se me olvida.- Se acercó a ella hasta que sintió su aliento en la oreja, pero no la tocó.- Es un juego muy simple, mi amor, si mantienes el fruto en el platillo hasta que yo coloque el siguiente podrás comer. Si lo haces caer, será para mí y tú…disfrutarás las consecuencias.- Sin perder la sonrisa ni ella terminar de entender qué se le estaba pasando por la cabeza se hizo con el pincel y lo introdujo en el pequeño cuenco de crema. Cuando vio el rumbo que llevaba… ¡No! Vio la cereza oscilar sobre el platillo de su ombligo peligrosamente.- Como podrás ver cada vez se va a poner más interesante.- En el momento que embadurnó su pezón con ligeras pinceladas tragó despacio y dejó de respirar. Giró para no verlo. ¡Maldito sea!

El picor se fue acentuando haciendo que se mordiera la lengua, notando como su cuerpo se tensaba en ese punto haciendo de la sensación una tortura. Su pezón se excitaba y crecía por momentos, y se tuvo que morder el labio para no dejar salir sonido alguno pero notó un roce en la cadera.

- Vaya, otra más. Estoy hambriento.- Se llevó la cereza a la boca con una amplia sonrisa.

- ¡No quiero, ya basta!- El picor no desaparecía, se intensificaba poco a poco, y acababa de tirar otra fruta más por lo que volvería a hacerlo. No era un juego, sino una tortura china. ¡Tenía hambre! ¡Estaba maniatada!- ¡¡Para ya!!- Le dijo al picor y a él.

- Vamos mi reina, disfrútalo.- Colocó esta vez otra uva sobre el platillo que se mantenía aún en su estómago sintiendo con horror que el picor en su pecho aumentaba, no dejaba de hacerlo.- Y ahora la consecuencia.- Susurró en un ronco alarde en el momento que sopló ligeramente su pezón. La sensación… ¡No, la uva! Cerró los ojos intentando mantenerse lo más rígida posible sin respirar a pesar de que su cuerpo le instaba a moverse en cualquier dirección para deshacerse de ese agónico frío y picor en su pecho. Su excitación crecía por momentos, y él observaba, sólo observaba cómo intentaba controlarse. Le miró con odio cuando su estómago rugió.- Ah, mi amor… Se me olvidaba otra cosa más.- Centró su mirada en la uva que aún se mantenía sobre el platillo.- Puedes pedir que te lama, es la única manera de que el picor termine por completo.- Horrorizada por la terrible tortura que le estaba proporcionando le miró. Estaba observándola fijamente con esos ojos oscuros.- Tú decides tu castigo y el mío, Verona, así de simple.- ¿Castigo para él eso? ¿¡Dónde!?- Hasta que no me pidas que te haga mía esta noche no acabará nuestra tortura.- Será…

- ¡Bastardo!- Dijo entre dientes mirando la uva oscilar sin llegar a caer.

- Shhh… Concéntrate en el placer mi amor. Aquí va otra.- Colocó otro platillo en su cadera derecha con una mora sobre él.

Apenas sí sentía ya el picor en el pecho, y cuando le acercó la uva que había conseguido mantener en el platillo a la boca le giró la cara. No, no quería nada de él. Escuchó su risa y vio cómo se comía el fruto poniendo un dátil en el platillo del ombligo. Con sumo cuidado y sin llegar a tocarla en ningún momento colocó otro de los platillos en su frente con un pedazo de carne. Era cruel, era… Apretó los dientes sintiendo unas inmensas ganas de llorar de pura frustración pero no se lo permitió. Vio que cogía el dátil de su ombligo cambiándolo por una uva otra vez al igual que la mora de su cadera y se los acercó a los labios, los cuales se negó a abrir sin moverse.

- Bien, el castigo para mí está siendo realmente agradable de esa manera. Estoy muy, muy hambriento mi reina.- Se comió el dátil sin dudarlo haciéndose con otro platillo.

- No pienso decirlo.- Dijo rotundamente y él rió. Sólo rió haciendo que apretara los dientes con fuerza cuando le vio moverse.

Con un pequeño trozo de tela atado a su tobillo y, de nuevo, sin llegar a tocarla en ningún momento, hizo que plegase la pierna no pudiendo moverse para impedirlo o tiraría cada platillo. Sin un segundo que perder puso un nuevo platillo haciendo equilibrio sobre su rodilla con otro pedazo de carne. Respirando trabajosamente con el pecho vio cómo le intercambiaba por otros frutos cada uno de los que tenía y le acercaba a la boca lo que había mantenido tanto en su ombligo como en su cabeza y cadera. No quería aceptarlo pero… Abrió la boca y masticó despacio viendo su amplia sonrisa. Pero menos quería alimentarle a él por más rabia que le diera que la estuviese alimentando así. Tenía hambre y verle comer a su lado era peor. Vio que se levantaba riendo a carcajadas y siguió con la mirada sus pasos hasta ver que se hacía con una de las largas plumas que decoraban la pared, volviendo con una amplia sonrisa a sentarse a su lado.

- Verás… Estás siendo demasiado orgullosa Verona. Entiendo que la situación es… Difícil para ti, pero no entiendes que ahora estás aquí y que a pesar de todo lo que puedas decir o hacer tu destino no va a cambiar.- Acercó la punta de la larga pluma azulada hacia ella ligeramente.- Eres mi esposa Verona, mi reina. Y merezco obediencia, respeto y amor.- No, lo que merecía era estar muerto como mínimo. Ese sería un digno castigo para él.

- Fóllate a otra.- Masculló entre dientes mirando a otra parte.- Tienes dónde elegir.

- Maldita sea…- Vio cómo se tensaba pero ni siquiera entonces la rozo.- Tus palabras de odio te pueden costar caras mi amor. Ya te he dicho más de una vez que tientas tu suerte, Verona.- Acarició su boca con la pluma, al igual que su mejilla.- Implorarás que te posea después de esto, te lo puedo asegurar.

- ¡Nunca!

- Ya verás. Porque si no lo haces, no pararé.

Acarició con la pluma su pecho desnudo, recorriéndolo varias veces y rozando su pezón con insistencia hasta que éste respondió de nuevo. Tragó despacio en el momento que le vio acercar la mano para destapar su otro pecho tirando de la tela, colocando un platillo entre ambos con una mora en él. Volvió a hacer lo mismo, a coger e intercambiar cada alimento de su cabeza, su ombligo, su cadera derecha y su rodilla por otro y a ofrecérselos de uno en uno. Se los comió con lentitud sin mirarle, pero en el momento que le dio la vuelta a la pluma se le aceleró el pulso. Iba a… La punta dura de la pluma recorrió su lateral, haciendo que respirara con rapidez. ¡No! Ahora no podía con ese platillo en su pecho y cerró los ojos apretando los dientes en el momento que la pluma siguió su rumbo hacia su cadera, recorriendo su muslo con deliberada lentitud. Y las ganas de llorar por estar tan indefensa, tan acorralada… Sintiendo que levantaba la tela de su entrepierna apretó los muslos en un gesto instintivo y el platillo y la fresa de su rodilla cayeron al suelo, así como la mora de su ombligo. No… Apretó los dientes escuchando su risilla ronca. No podía más, quería irse, moverse. Pero si lo hacía…

- Pasamos a lo divertido mi amor, estás a punto.- Se había deshecho de la pluma, y mientras se comía la fresa y la mora que habían caído separó más sus piernas tirando de la cinta en su tobillo y colocando de nuevo el platillo en su rodilla, esta vez con una maldita uva, y otra en su ombligo.

- ¡Hijo de perra!- A punto estuvo de hacer caer la uva de su ombligo de la rabia.

- Por Alá… Vaya boquita, mi reina, guarda al menos eso para el final. Tres objetos caídos, ¿verdad?- Se había hecho con el pincel y el pequeño tarro de ungüento.

- ¡No, no, basta!- No sabía qué hacer, si se movía peor, si se estaba quieta…

- Shhh, no querrás empeorarlo mi amor.- Impregnó su pezón derecho, luego el izquierdo y su labio inferior.

El picor empezó a aumentar en cada lugar pero el pezón derecho, donde antes había untado esa crema, retomó una angustiosa comezón que rozaba lo imposible. Más cuando al morderse el labio se dio cuenta de que el picor en este desaparecía de inmediato. ¡Maldito sea! Aguantó la respiración apretando los dientes hasta que le dolieron las mandíbulas pero no dejó salir un solo sonido de ella, y cuando el escozor empezó a menguar tragó despacio y volvió a respirar con cuidado evitando mirarle, completamente inmóvil. Su barbilla tembló ante el contenido llanto que no dejaba salir, y más tembló cuando volvió a tomar la pluma en sus manos, acercándola directamente a su entrepierna y levantando levemente la fina tela de la falda hasta asirla con la mano. En un roce sumamente lento deslizó todo el largo de la tela transparente por su vello púbico haciendo de ese ligero hormigueo una angustia, y más ante el planteamiento que Sarah le había insinuado.

- ¡Ahí no, bastardo!- ¡¡No podía más!! ¡¡Que parara ya!!

En el momento que tomó otro platillo soltando el cuenco y el pincel sin dejar de reír se sintió algo más aliviada. Pero no la iba a dejar en paz, aún no, y vio como se levantaba rodeándola a paso lento hasta sentarse al otro lado y atar su tobillo izquierdo con una tela, como el otro. Izó su pierna con lentitud igual que la derecha colocando el platillo con otra cereza. Estaba expuesta, furiosa, inmóvil… excitada y muy, muy cabreada. Sus lágrimas le emborraron la visión un instante antes de recorrerle el rostro. ¡No podía más, que acabara ya!

- Shhh, vamos mi amor, lo estás haciendo bien. Céntrate en el placer y será más fácil para ambos.- Susurró a su oído cariñosamente mientras cambiaba cada uno de los alimentos de los demás platillos por otros y se los daba de uno en uno sin perder la sonrisa fija en ella.

Una mora de su cabeza, un trozo de carne de sus pechos, un dátil de su cadera, una uva de su ombligo y otra de su rodilla derecha. Todos ellos fueron sustituidos por cerezas, y aparte de las uvas era lo más difícil de sostener. Se hizo evidente que la dificultad había subido en extremo cuando volvió a retomar la punta de la pluma, que esta vez hincó con extrema lentitud en su excitado pezón derecho moviéndolo levemente en círculos. Su más que acentuada sensibilidad a punto estuvo de hacerla jadear notando la extraña conexión de sus pechos con su entrepierna, pero lo contuvo con todas sus fuerzas hasta que con la otra parte del pincel interceptó el otro pezón a la vez. Se mordió el labio pero el ligero murmullo que se liberó junto a sus lágrimas de pura frustración hizo que al intentar frenarlo la cereza de su ombligo, su cadera, la rodilla derecha y su platillo cayeran.

- No…- Murmuró lastimeramente.-¡Basta de juegos, no quiero seguir!-Tiró de sus brazos sin poder sostener el llanto, moviéndose y sacudiendo la pesada anilla de metal de la pared, tirando la cereza de su pecho.-No quiero…basta ya…-El platillo y el fruto de su cabeza cayeron de igual forma que el de su rodilla izquierda. Ya no le importó, se debatió contra su atadura gritando de pura rabia con el cuerpo en tensión en el aire. Y cuando dejó de hacerlo dolorida y agotada lloró, encogida de lado sobre los cojines dándole la espalda.- Hazlo…- Sollozó y se estremeció como no se había permitido hasta ahora de pura frustración, sintiendo que le faltaba el aire a cada lágrima. Al final pasaría, acabaría cediendo por más que luchara. Y él la odiaba hasta el punto de torturarla de esa manera, de haberle hecho sufrir tanto dolor, tanto miedo a manos de ese hombre rubio.- Hazlo ya.- Una vida así…- ¡Mátame! ¡¡Yo no quiero ser tu reina joder!!- Le miró con odio.- ¡Antes me suicido que pasar el resto de mi vida contigo!

- ¡¡¡Cállate!!!- El tremendo rugido que dio a escasa distancia suya la paralizó y encogió, haciendo que su estómago le punzase un instante viéndole ponerse en pie de un impulso.- No sabes con quién estás tentando tu suerte, pajarito, pero lo vas a entender.- Vio que iba hacia la pared, dándole a un interruptor que encendió unas luces tras los espejos mostrando a toda esa gente tras ellos mirándola. Incluido ese hombre, el alumno de su madre. Su adiestrador.- ¡¡FREIXAS!!- La punzada en su estómago le quitó el aire viendo su sonrisa fija en ella.

- ¡¡¡¡NO!!!!- Tiró de sus manos y le miró sollozando.- ¡¡¡ÉL NO POR FAVOR!!!

- ¡¡SILENCIO!!- Selló los labios viéndole ir hacia ella sumamente enfadado. Le soltó las muñecas de la pared en dos segundos.- Ven aquí.- Tiró de ella hasta ponerla en el centro de la habitación, delante de todos esos desconocidos.- Mira al suelo.- Se tapó los pechos y se secó las lágrimas mirando al suelo.- Ahora de rodillas.- Le soltó el brazo y apretó los puños antes de hacerlo.- Bien. Si no quieres ser mi reina serás una de mis esposas únicamente, y en mi casa hay reglas.- Iba andando alrededor suyo y cuando levantó la mirada con odio hacia él le cogió la cabeza y volvió a bajarle la vista.- Reglas que vas a cumplir quieras o no, Verona. Ya he tenido demasiada paciencia. Si no deseas ser mi Hafsa, mi reina, a partir de ahora te trataré como a las demás.- Salió por la puerta por lo que pudo oír y le vio aparecer al otro lado del cristal en una de las habitaciones hablando con ese tal Krum. Miró de reojo a ese otro, a Freixas, y le hizo un simple gesto desde el otro lado del cristal para que bajase la mirada.

El rugido de su estómago la encogió un instante y miró ese suelo de color marrón y acolchado sobre el que estaba. Si echaba a correr por la puerta ya sabía lo que pasaría. Si hablaba, si no obedecía. Tendría que haber cerrado la boca, estaba enfadado como no lo había visto hasta ahora y el portazo que dio tras ella se lo dejó más claro aún.

- Una semana.- Le espetó cuando llegó a su lado.- Te lo vas a aprender, a obedecer cada orden que se te dé.- Tiró ante ella unos papeles.- Y no dirás una palabra hasta entonces, ni siquiera para llamarme. Te he permitido expresarte, pedir lo que quisieras, y no he recibido más que insultos y odio. Ya estoy harto.- Se acuclilló ante ella y le levantó la barbilla haciendo que mirase su pozos negros de ira.- Una semana.

La besó con fuerza y a la vez le introdujo la mano en la entrepierna, moviéndose con rapidez hasta sacarle un gemido que intentó acallar sabiendo que les observaban. Cuando aun así continuó intentó apartarle sabiendo que no iba a aguantar, que acabaría por gemir si seguía así, pero acabó por conseguirlo sin dejar de besarla de esa manera tumbándola en el suelo, exponiéndola a la mirada directa de esa gente. Deslizó sus dedos hacia el interior de su vientre y empezó a moverse con rapidez. Apretó los dientes sin aire, cerrando los ojos, tapándose la boca cuando se apartó de ella porque ya no podía frenarlo más cuando su vientre empezó a concentrar todo el placer haciéndole tensar cada músculo. Y paró, viéndole levantándose con la respiración agitada. Yéndose por la puerta.

- Una semana de primeriza y volveremos a jugar, veremos si para entonces has aprendido que lo que pides y lo que quieres, lo que necesitas, no son lo mismo.- Dejó de mirarla de esa manera que la paralizaba y dio un portazo al salir. Miró atrás, a esas personas que no dejaban de observarla murmurando entre ellos hasta que las luces se apagaron y volvió a ser un espejo. ¿¡Primeriza de qué!? ¡¡Será hijo de puta!!

Se levantó de inmediato con toda la rabia que su insatisfecha excitación le dio sabiendo que seguían ahí mirando y fue directa a la puerta. Estaba cerrada. La golpeó y ni siquiera quiso mirar ese espejo ni los papeles que había dejado ahí, yendo a por lo que su cuerpo pedía a gritos para calmar al nudo que crecía, que se expandía desde la boca de su estómago hacia cada rincón de su cuerpo. Cogió la comida y le dio la espalda a ese cristal. Encerrada, observada, insatisfecha, cabreada… Miró esos papeles de reojo. Una semana como las demás, en silencio. Miró el cuenco de carne que se estaba comiendo y se tensó de pura rabia por el dolor que no desaparecía, que la haría vomitar si seguía comiendo de una forma dolorosa sin alcohol. Lo tiró contra el cristal y no lo rompió. Volvió a hacerlo con el cuenco de las cerezas haciéndolo trizas y aferrándose el estómago. ¡¡Una semana con su dolor!! ¡¡¡BASTARDO!!!

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