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Negro y Blanco I

en Erotismo y Amor

Dos horas. Dos puñeteras horas sentada en la misma silla de mierda plana y dura como una roca, se removió incómoda sintiendo el trasero igual de plano y adormilado pero el director seguía su perorata. ¡Por Dios! ¿Es que no se iba a callar? Odiaba ese acento francés refinado que usaba incluso hablando su propio idioma. Miró alrededor a las chicas con las que había acudido durante todo el año al último curso que precedería la elección definitiva en sus vidas. Aunque no hablara apenas con ninguna sabía que la mayoría se había decantado por una u otra rama, ya fuera ciencias, letras o arte. Sin embargo ella no sabía aún cuál sería su camino. No porque no le hubiese dado vueltas al tema, no tenía otra cosa que hacer, pero lo cierto es que era más que consciente que en el internado en el que su padrastro la había enviado la inteligencia no era lo más importante, ni el camino individual a seguir tampoco.

A pesar de estar en el s.XXI era increíble que siguieran existiendo ese tipo de escuelas para señoritas, pues no era otra cosa. Las clases llamas ‘’extracurriculares’’ de danza, de costura, de protocolo… Les enseñaban a comportarse en una sociedad lujosa y poco convencional. Quizá por venir de donde venía lo entendía mejor que ninguna de sus compañeras. Su madre había fallecido tres años atrás, pero en su memoria aún permanecía la vida que habían llevado antes de que se casara con un apestosamente rico hombre de negocios. Buscó entre la multitud de boinas rojas y cabellos exquisitamente peinados el de su hermanastra, un año mayor que ella. La primogénita de ese magnate que se había hecho cargo de su custodia enviándola a aprender buenos modales había escogido la rama artística. Estúpida, ni siquiera sabía pintar después de un año completo. Ella lo hacía muchísimo mejor aunque elegir arte…

Para qué, ¿para acabar casada con un hombre podrido de dinero que la ignorase como había hecho él con su madre en cuanto supo de su enfermedad? Un despreciable hijo de perra, como todos. Todos iguales. Su padre real en cuanto se enteró del embarazo de su madre había cogido las de Villa Diego para no volver, y cada hombre en su vida no había sido más que una decepción constante hasta su muerte. Egoístas, prepotentes, agresivos, ególatras…

Taladró al director con la mirada volviendo a moverse inquieta en la silla, mirándose la falda plisada tan carmesí como la boina, la camisa blanca igual que los calcetines. Los zapatos era lo único que denotaba que le importaba un carajo el protocolo, al igual que su escandaloso pelo rizado y rojizo que ni se había molestado en aplacar. Lo había hecho adrede como más de una vez, pero ni siquiera se daban cuenta de sus deportivas en lugar de los negros, sosos y convencionales zapatos de siempre. Igual de su melena salvaje y no finamente preparada como el resto. No la miraban, no era nadie. Sabían su pasado de primera mano gracias a la estupenda de Meredit. La maravillosa señorita que había hecho de su vida un infierno desde el momento de pasar el umbral de su casa.

Escuchó un aplauso colectivo y a diferencia de la masa no se dejó llevar, mantuvo los brazos cruzados observando la tarima. El desfiles de profesores para el próximo curso, lo que le faltaba. Tomó aire mirando a la salida, los ventanales. Cualquier escapatoria era válida.

- Señorita Martina Bower, que se encargará del departamento de ciencias.- Una mujer con gafas de culo de botella sonrió al aplauso general de todas sus compañeras. Sí, sonríe, el año que viene veremos cuanto aguantas con ese peinado a lo cleopatra.

- El señor Krum Steller.- Continuó el director, un hombre de lo más joven para ostentar un cargo tan importante igual que el hombre que se levantaba inclinándose ante todas las hipócritas vestidas de rojo y blanco. Alto, de sonrisa perfecta y pelo perfecto, trajeado…Olía a enchufe que apestaba.- Será el nuevo profesor de idiomas y representante del departamento de letras, además del orientador estudiantil.- Esa era una opción, desde luego. No se le daba mal la literatura, incluso escribía en su tiempo libre. Dentro de lo que cabía era lo que más salida tenía. Los idiomas, y por supuesto no se iba a plantear ir por económicas. Sería ponérselo demasiado fácil a su padrastro.- Y por último, el señor Eric Freixas, que continuará su supervisión en el departamento artístico como lleva haciéndolo estos tres años.- Ni miró, ya lo conocía.

Ese hombre al que todas veneraban en secreto y no tan en secreto de melena rubia y ojos claros. Seguramente el motivo de muchas de sus compañeras para elegir la rama artística. Y ahora tenían un nuevo fichaje al que intentar echar el lazo en letras, por lo que escuchaba cotillear en las filas de atrás. Increíble, desde luego era irreal que no vieran más allá.

- Lamento comunicaros que el departamento de arte este año ha cancelado sus clases de verano en Venecia.- Escuchó el tremendo Ohhh general. Putos corderos…

- Bueno, los detalles los pueden encontrar en el tablón del departamento Bill, acaba ya que son quinientas niñas a cinco minutos de sus vacaciones.- La risita general le crispó los nervios. Miró a la puerta de salida y ni siquiera esperó a que terminaran de aplaudir como focas entrenadas cuando el director dio el pistoletazo de salida con su última frase.- Feliz verano a todas. Nos vemos a la vuelta.

Siguió escuchando el aplauso mucho después de atravesar la primera las puertas de salida y comenzar a subir escaleras directa al cuarto que compartía con cuatro chicas más de su edad.

- ¡Lily!- Bufó ligeramente reconociendo la voz de Megan, una de las super cuatro divinas que había intentado ser su amiga durante todo el curso.- ¿Tienes prisa?

- Voy a hacer la maleta, me recogen a las 5.- O eso al menos era lo que había recibido por correo. Los coches las llevarían a ella y su perfecta hermanastra hasta el aeropuerto para volver a una de las casas de verano de su padrastro en Francia, incluso esa mañana antes de bajar al desayuno había impreso su billete.

- Venga mujer, acompáñame, quiero ver qué ha pasado con lo del viaje.- Sus compañeras empezaban a salir animadamente del salón de actos cogidas de los brazos, y Megan se acercó a ella sonriente cogiéndola de igual manera. Ya está, no iba a escaparse esta vez.

- A mí me importa una mierda el arte.- Masculló chocando con algunas personas al ir en contra-dirección con la masa, arrastrada por Megan. Sus ojos verdosos la miraron sonrientes. Qué tonta era, por Dios. Pero era la única que se le acercaba, el resto la ignoraba tanto como ella lo hacía.

- Vamos, en algún momento te vas a tener que decidir. Y dibujas de escándalo Lil, lo he visto.- La miró atónita. Normalmente guardaba bien sus cosas para que nadie las cogiera. Sobre todo la estúpida de Meredit, que en más de una ocasión se había colado en su cuarto a fisgonear para hacerle la vida más imposible aún.

Evidentemente no eran las únicas frente al tablón. De las quinientas posiblemente más de la mitad hacía cola para ver los detalles de ese cambio en sus super planes de verano con el profesor de arte en Venecia. Un mes, un mes entero en el que habría podido estar a salvo de su hermanastra. Mierda. Observó junto a Megan el tablón de actividades para verano, y al ver los motivos de la cancelación del viaje levantó una ceja.

- Uala, qué fuerte.- Habían sustituido el viaje porque eran demasiadas las que se habían apuntado. Cien chicas más de lo permitido. No había suficiente vigilancia para todas ellas y el profesor no iba a dar abasto.- ¿Interesadas en lista de espera? ¿Qué significa eso?- Encogió los hombros sin importarle lo más mínimo. Se soltó rápidamente de Megan en un momento de distracción mientras ella hablaba con las demás agolpadas frente al tablón y se escurrió fuera de la masa. Fuf, qué tía más…

- Mira quien está por aquí.- Meredit la miraba con esa sonrisa de demonio pintada en la cara, taladrándola con sus ojos oscuros.- No sabía que te interesaras por el arte.- La intentó esquivar pero la empujó hacia atrás.- Tranquila ratita. – Mote nuevo, otro más.

- Qué coño quieres, no tengo tiempo para tus tonterías.- Su grupito de divas la estaba rodeando. Todas iguales, de melena corta escalada a lo Jennifer Aniston y mechas californianas de diferentes colores.

Todas excepto Meredit, por supuesto. De alguna manera tenía que destacar, y su cabello hasta la cintura liso y oscuro como sus ojos rasgados fijos con odio en ella le daban ese toque diferente aparte de lo evidente. Su apellido la precedía, uno que ella había adquirido al ser adoptada. Al mirar a su club de fans se dio cuenta de su error demasiado tarde. Faltaba una de las divas, la cual vio llegar corriendo con algo en las manos que reconoció de inmediato.

- No seas maleducada niñata, no te conviene cabrearme.- Susan, otra chica con la que había compartido cuarto y que ahora hacía de mascota a Meredit se escabulló sin mirarla. Traidora de mierda.- Veamos qué…- No dejó que terminara de abrir su diario, se abalanzó sobre ella.

- ¡Maldita zorra!- Chilló tirando del cuaderno que aferraba contra ella.- ¡Suéltalo!

Sintió que le tiraban del pelo pero no dejó de debatirse con toda su ira acumulada durante todo el año contra ella intentando recuperar su diario. Tiraban de ella, le gritaban, incluso vio las fingidas lagrimas de Meredit antes de darse cuenta de que sus pies no tocaban el suelo. Pataleó frenética viendo cómo se alejaba en volandas cogida por una fuerza sobrehumana. Ahora sí la miraban, todas las presentes frente al tablón observaban cómo se la llevaban.

- ¡Suéltame joder, bájame!- Se retorció como pudo y pateó al aire mientras quien la mantenía presa avanzaba por el corredor lateral a paso rápido y abría uno de los despachos de una patada. La soltó al fin cerrando la puerta tras ellos.

- Tenías que estallar ahora, ¿eh?- No veía nada, estaba oscuro. Y no reconoció la voz pero era un hombre de voz ronca.- No podías esperar.- ¿Qué? ¿Cómo que esperar?

- ¡Déjame salir, no ha sido culpa mía!- Sintió el corazón a mil cuando escuchó su risa.

- ¿Me tienes miedo, Lilian?- Sabía su nombre y se acercaba. Un hombre se acercaba a ella en la oscuridad y no pudo más que recular contra la pared. No sabía quién era, qué quería, pero sólo había algunos adultos en la residencia y a pesar de no encajarle…

- No.- Ese hilo de voz fue delatadoramente asustadizo. Sintió su mano acariciarle la cara y se le paró el corazón.

- Pues no tiembles.- No supo reaccionar ni pudo verlo hasta que notó su aliento en la oreja. Cerró los ojos con fuerza cuando un beso rasposo le rozó la mejilla.- Calma nena.

¿Calma? Acababa de pelearse, y si la adrenalina de ese momento no había sido suficiente ahora un desconocido con olor a perfume caro la había acorralado en la oscuridad. Calma no era lo que podía tener. A pesar de los larguísimos segundos en que sintió la respiración de ese extraño en la oreja, en cuanto se separó de ella lo suficiente se dirigió a la puerta e intentó abrirla sin éxito. La risa volvió a encogerle el estómago, pero más lo hizo cuando notó unas manos grandes aferrando su cintura hasta dar de espaldas con él.

- Sh…- Su cuerpo se paralizó al contacto de sus manos, y creyó perder completamente el control del miedo  en cuanto una de ellas se internó bajo su falda plisada mientras la otra la sujetaba por el vientre contra él. Era enorme, esa sombra la cubría por entero.

- No…- Se aferró a sus muñecas en la oscuridad. Sentía una palpitación tremenda allí donde la mano de ese hombre que suspiraba a su oído se dirigía, y cerró los ojos en la oscuridad cuando le rozó los labios del sexo y le introdujo los dedos por debajo de la ropa interior. Gimió levemente sin aliento.

- Dios nena…- Sintió un seco tirón y escuchó cómo le rompía sin esfuerzo las bragas sin atreverse a mover un solo músculo cuando pasó la tela por todo su sexo de atrás a adelante. Sin más se apartó de ella, y en un arrebato de lucidez cuando escuchó un clic en la oscuridad volvió a forzar el pomo de la puerta ante ella.

Nada le impidió salir corriendo de allí, absolutamente nadie se cruzó en su camino a la carrera escaleras arriba hasta que estuvo en su cuarto. No tardó ni dos segundos en meterse en el vestidor, en su rincón a salvo de cualquiera que la buscase. Se quedó encogida un rato calmando su respiración entre su propia ropa, entre los cojines que había puesto ahí. Pasó la mano por su mejilla ardiendo y su corazón se volvió a acelerar sobremanera así como la palpitación en su entrepierna completamente libre y sin ropa interior, más cuando la voz ronca de su mente le susurró lo mismo una y otra vez. Calma nena. Calma. Se levantó de inmediato sacando ese irreal encuentro en la oscuridad de su mente, bajando la maleta del altillo y empezando a vaciar su armario dentro de ella. Allí nadie la encontraría. Nadie excepto…

- Ey, pero qué te ha pasado.- Megan la miraba con el ceño fruncido desde la puerta. Estaba enrollada en una toalla con un moño recogiendo su pelo castaño.- Con lo tranquilita que eres Lily, me has dejado de piedra.- Se refería a la pelea.

- No ha pasado nada.- Siguió metiendo sus cosas en la maleta a un ritmo frenético ignorando a la plasta de su compañera de habitación, intentando ignorar el pensamiento de voz ronca que se había hecho con sus bragas.

- ¿Nada es lo que Meredit tiene en la cara? Porque la has dejado bonita, vaya.- La miró con pasmo un instante.

- ¿Qué?- No le había… ¡Mierda!- ¡No la he tocado, joder!- Lo tendría que haber visto venir. Era su forma de hacer las cosas desde siempre. El victimismo.

- Pues ya le dirás al director cómo reventar labios con tu poder mental, Lil.- Le dio una patada a lo primero que vio a mano. ¡Injusto se quedaba corto! ¡Era una zorra, una maldita mentirosa! - Eh, vamos.- Cerró los puños de pura rabia con la tensión de todo lo sucedido haciéndola temblar.- Va tía, date una ducha y bajamos a comer. Cálmate.

- ¡No me digas que me calme!- La empujó fuera de su camino con esa ronca voz palpitando en su vientre. Calma nena.

Se encerró en el baño ignorando a las dos chicas que acababan de llegar a la habitación y la miraban pasar cuchicheando entre ellas. Respiró varias veces con profundidad el cálido aire cargado de humedad acercándose al espejo. Y al no ver su reflejo por culpa del vaho la misma frase de siempre le acorraló el pensamiento. ¿Quién eres tú? Nadie, no era nadie. Dijese lo que dijese en su defensa ninguna de aquellas arpías la defendería. ¿Y a quién le iba a interesar lo que acababa de pasarle en ese despacho con un desconocido? Ni siquiera sabía ponerle nombre, ni poder dejar de escuchar su voz y sentir su mano en la oscuridad. Deslizó la mano por el espejo y al ver su rostro tremendamente sonrojado en contraste con su piel clara dirigió sus ojos cristalinos en otra dirección. Pero aún lo sentía palpitar, y en el momento que se fue deshaciendo de su ropa, metiéndose en la ducha y relajándose bajo el agua tibia se dio cuenta de la humedad que su sexo desprendía. La vergüenza le carcomió la mente sabiendo el motivo, pues cada vez que esa voz y sus manos se hacían presentes en su mente la palpitación volvía a acorralarla. Jamás le había pasado algo así. Nunca.

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