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N&B;: Diario, Rosalie W. (9)

en Confesiones

Junio de 2010, Alemania (Residencia Prodochev)

Ya sabía lo que estaba haciendo aunque lo entendiera a medias. Jugaba con ella, la medía de nuevo pero de otra manera diferente para ver de qué maneras se enfadaba y de cuales estaba tranquila. Después de esa ducha y tantas otras provocaciones, lo tenía más que claro. Tapada con una bata y caminando con los tacones más cómodos de todo el armario se atrevió a subir las escaleras desde el piso de suelos de madera donde estaban sus habitaciones. Cierto que el cambio seguía siendo brutal, pero ahora volvía a no entender su frialdad hacia ella, incluso hacia ese perro que la seguía a todas partes quisiera o no. Llegaba, la reclamaba para que estuviese un rato con él y se iba. En esas dos semanas habían pasado cinco días juntos contados, ni uno más, y dormido en la misma cama tres. De todas esas, ni siquiera ese día, habían vuelto a hacer nada más que jugar. Perlas, ropa interior provocativa, placer, baños calientes, duchas frías, normas, estudiar para los exámenes... Pero ni una sola vez más como en Aveyron. Y ahora entendía por qué también. Hacía una semana que se había empezado a tomar unas pastillas anticonceptivas después de que una ginecóloga la visitara y él volviera a irse. Asuntos, siempre asuntos. Llamadas, reuniones, viajes... La única indicación de que se había ido era cuando le dejaba una rosa en la cama cuando se iba y volvía siempre con algún detalle nuevo para ella. Pero ese… Miró al cachorro que lloriqueaba porque no podía seguirla por las escaleras y le hizo un corte de mangas. Por pesado, Teufel.

Sabía que estaba en alguna parte de ese piso, no había puesto una rosa esta vez en su cama. Siempre que pasaba subía a ver, y le observaba en la sala de ordenadores sin que se diese cuenta, quitándose los tacones para no hacer ruido. Aún no había podido recuperarla, quizá ahora podría. Siguió la misma ruta hacia la sala de ordenadores donde ella había traspasado y enviado cada carta de Valeria, donde había dejado esa fotografía que Sarah había escaneado. Ella no sólo estaba ahí para asegurarse de que Seúl cumplía la voluntad de Valera. La vigilaba, pero había momentos que o bien se ausentaba o la dejaba tranquila estudiando. Y ese era uno de los momentos que podía aprovechar para salir un poco de ese piso con suelo de madera. No estaba. La sala estaba vacía, y observó la puerta a la habitación que antes había sido suya, caminando sigilosamente con esos tacones en la mano. La foto que guardaba debajo de la cama seguía ahí, y se la llevó de vuelta a su nueva habitación metida en el bolsillo de la bata. Pero cuando escuchó el murmullo de risas lejanas dejó de bajar escalones. Sí estaba, eso o eran los de limpieza que llegaban dos veces por semana, hacían su trabajo y se iban. Como los cocineros, que preparaban comidas en las cocinas, las congelaban y se piraban. De todas formas solían hacerlo a primera hora de la mañana, no por la tarde. No había un servicio fijo en esa casa, nadie. Sólo Sarah, y ahora que veía tantísima gente trajeada en ese salón…

- Hmmm, qué mona.- Dio media vuelta viendo a un hombre de pelo castaño y largo con una mujer de pelo corto a su lado sonriéndole con los labios pintados de rojo, ambos vestidos de estilo ejecutivo como siempre iba Seúl.    

- ¿Eres su Rosi?- Asintió a la pregunta de esa mujer de ojos grandes y claros.- Oh, ya creíamos que no te permitiría venir, nenita.- Y no se lo permitía, era la norma once. Nada de vagabundear por la casa sin permiso, o en su defecto, sin Sarah.- Vente, vamos a...- Negó y miró al interior de esa sala llena de gente adulta que charlaba y reía, incluido él, que ahora le daba la espalda. Tenía que irse ya, antes de que la viese.     

- ¿Has desobedecido, chiquilla?- Volvió la vista a ese hombre de pelo largo que se acercaba con una copa en la mano. Y le miró fijamente sin moverse.-Te la estás jugando mucho, ¿no crees?- No le conocía de nada, pero si Seúl se daba cuenta de que estaba ahí se acabó. Dio media vuelta.- Quién te ha dado permiso para irte. 

- Laureeeen.- Vio cómo esa mujer le sujetaba por el brazo, mirándole fijamente.- Vete nenita, no diremos nada. Tu fallo no es asunto nuestro, ¿verdad Lauren?- La castaña de labios rojos ni la miraba a ella, sino a él, que la taladraba con la mirada. Una oscura. 

- Largo.- Dijo secamente dando un trago de su copa y se dio la vuelta bufando. Vaya maleducado de mierda, esa era su casa ahora. Y ella…- ¡Seúl!- Giró sin aire ante ese ronco grito, viendo al melenas entrar a zancadas a la habitación y a esa mujer suspirando, mirándola con lástima.- ¿¡Qué clase de educación le estás dando a esa cría!? ¡¡Me acaba de bufar como un puto gato!!- La mujer le dirigió una mirada de asombro a su parálisis.

- Corre Rosi, ya.- Lo hizo yendo directa a las escaleras, cogiendo a Demonio del pescuezo cuando llegó al piso de madera y continuando hacia su habitación a la carrera, encontrando a Sarah en el pasillo.

- ¡Rosi, qué pasa!- Le dio al perro y siguió corriendo hasta cerrar la puerta, sin aliento. Joder, joder, joder…

Esta le iba a salir carísima. Se puso los tacones y no le dio tiempo casi a sentarse delante del escritorio donde tenía abierto el libro de Latín para los exámenes que Sarah decía tendría a final de mes cuando se abrió la puerta y Seúl la atravesó con la mirada, con la respiración tan agitada como ella seguramente por la carrera. O el cabreo.

- Ven.- Fue hacia él sin perderle de vista. Si ahora se daba por vencida haría lo que quisiera y no podría quejarse ni por escrito.- Por qué estabas arriba.

- Te buscaba.- Miró a Sarah tras ellos cuando Demonio lloriqueó. Pero Seúl le tocó la cara con su mano fría y se centró en él.

- No pensaba presentarte a esos buitres, pero no me das opción. Ven.- Como siempre empezó a caminar tras él, con Sarah esta vez a su lado mirándola con preocupación.- Y baja la mirada. Ya.- Sarah asintió aprisa acomodando a Teufel en sus brazos.

Y lo hizo mirando esos tacones que llevaba sobre el suelo de madera, sus mocasines negros subir las escaleras, el piso blanco, escuchando las voces cada vez más cercanas hasta que atravesaron la puerta y se hizo el silencio a su alrededor, aun sabiendo que estaba rodeada de desconocidos. Y de olor a humo de puro. Ese olor lo conocía bien, era como el que tenía su antigua casa de Francia cuando el inútil reunía a los ricos de todo el mundo en su salón. ¿Eso era? ¿Una reunión? ¿Para qué? Un momento, ¿¡Presentarla cómo!? ¡¡Que ni se le ocurriera!!

- Rosalie Withmore, mi futura esposa.- Suspiró.- Y Sarah Guennouni.- La misma que le cogió la mano para que se sentara a su lado en uno de los sofás sin levantar la vista del suelo.- Espera, que se disculpe antes.- Sarah no soltó su mano.

- Señor, yo le dije que le buscara.- No hizo un solo movimiento. No era la primera vez que la salvaba de una cagada como esa.

- Pues ya me ha encontrado, y ha tenido tiempo de ser descortés con nuestros invitados incluso.- ¡Él ha sido el descortés!- Mírame Rosi.- Lo hizo, viendo la veintena de personas que la miraban a ella, incluido ese hombre de pelo largo con una chica rubia y ojos verdes sentada en sus piernas.- Discúlpate con Lauren, ahora.- Le dijo en alemán. Mierda de…

- Perdón señor.- Murmuró en ese idioma siguiendo esa normativa para los desconocidos que no fueran del servicio.

- Venga hombre, no ha sido tan mala. Todos sabemos que pasas poco tiempo en casa, Seúl. Sólo te echaba de menos, ¿verdad nenita?- Miró a esa mujer de pelo corto sonreír mientras se acercaba y asintió incrédula. Tenía toda la razón, al menos en lo concerniente a su ausencia.- Vente, estábamos hablando del viaje.- ¿Otro?- ¿Vendrá, verdad?- Observó a Seúl confundida por esa pregunta mientras la mujer tiraba de ella.

- No irá, aún no.- ¿A dónde?- ¿Qué es eso?- Siguió la indicación de su dedo al bolsillo de su bata y volvió a mirarle sin aire.- Dámelo.- Negó, y en ese momento la mujer de pelo corto la soltó.- Rosi.- Mierda, mierda, mierda. Se acabó la escusa.

De una sola zancada estaba ante ella y aunque no le apartó la mirada de esos ojos grises enfurecidos no hizo movimiento alguno cuando le metió la mano en el bolsillo sacando la foto de Valeria. Y su gesto al verla cambió de inmediato, mirándola fijamente y atónito antes de volver a cambiar otra vez.

- De dónde la has sacado.- Tenía la respiración agitada, y esa que mujer se acercó a ver lo que era también la miró con la misma cara de asombro.

- Me la dio ella.- Susurró aun sabiendo que no era del todo cierto. Pero si le decía que había subido a buscarla a ella en vez de a él…

- Miente.- Dijo ese hombre a su espalda sonriente, con la chica rubia apoyada en su pecho tan tranquila.- ¿No la has adiestrado?- Esta vez se le aceleró la respiración a ella, y las risas de esas personas que la miraban la enfurecieron.- Hmmm, ya decía yo que siendo de Seúl...- Apretó los puños y les ignoró volviendo su vista a Seúl en el momento que partía la fotografía por la mitad. Perdió el aliento y fue directa a por él. A por ese recuerdo que había intentado obviar tanto tiempo, esos dos meses que había sido menos que nada hasta que ella la había salvado.

- ¡¡NO!!- Le cogió los dos trozos de las manos y le miró con odio.- Maldito seas…- Sollozó mirando su sonrisa partida sin poder detener el llanto. Destruida. Y en cuando vio su mano acercarse le dio un empujón con toda su rabia.- ¡Te lo advirtió, te dijo que no me hicieras llorar, sino reír!- Estaba paralizado ahora.- Que me ayudaras y me amaras, pero ni siquiera...- Sollozó secándose la cara de lágrimas.- Tú no sabes querer a nadie, demonio.- Dio un paso hacia ella y negó en rotundo.- ¡Esto no te lo perdono!- Le esquivó, a él y al resto de gente que permanecía en silencio, directa hacia la puerta.

- Rosalie…- No se detuvo, fue enfilada a por lo que él más apreciaba en esa casa, a la habitación de los ordenadores. A vengarse.

Tiró uno de los teclados contra la pared y las teclas volaron por los aires, haciendo lo mismo con tres más antes de darse cuenta de su presencia por el lloriqueo del perro. Sarah la observaba seria desde la puerta, y viendo el caos a su alrededor se secó las lágrimas yendo directa a esa habitación contigua, cerrando la puerta. Metiéndose en la cama. No tardó ni diez minutos en escuchar que abrían y se cubrió la cabeza con el edredón de plumas completamente, escuchando los pasos acercarse, sintiendo que se sentaban a su lado. Pero no podía dejar de llorar ni aun sabiendo que estaba ahí, que…

- Neni, vamos, no llores más.- Abrió los ojos con pasmo. No era Seúl, y se destapó un poco viendo a esa mujer de pelo corto castaño y labios rojos que la miraba con lástima.- No digo que te falten motivos para hacer frente a Seúl, eso ha estado bien.- Y tanto joder.- Pero ella también dijo que fuéramos fuertes y mírate ahora.- Se sorbió la nariz esquivándole la mirada.- Lo que has hecho es de débiles.- Señaló a la puerta y volvió a cubrirse la cabeza. ¿Y ella qué sabía?- Necesitas ayuda, no sabes controlar a tu propio demonio todavía nenita.- Murmuró levantándose.- Vienes con nosotros, vamos. Salimos en breve, así que mejor que te calmes. Prepárate para salir en media hora.- No le dio tiempo a preguntar dónde que escuchó la puerta.

Y también un lloriqueo, pues Demonio estaba intentando subirse a su cama como siempre que se colaba en su cuarto. Esta vez lo cogió del pescuezo y lo subió con ella, observando que se quedaba sentado y no iba a lamerle la cara como le llevaba enseñando semanas. Se tumbó ante ella, mirándola y lloriqueando otra vez, acercándose un poco más a lo Rambo hasta darle un lametazo en la mano, intentando morderle los dedos. Tramposo… Todos iguales, todos. En cuanto confías en ellos te hacen daño. Le dio un toque en el morro y dejó de jugar con ella, sentándose. Al menos a este demonio lo tenía controlado. Tomó aire cuando Sarah entró en la habitación con una maleta sin mirarla, metiendo en ella lo que aún había en ese armario y acercándole un vestido para que se cambiara. Dejó todo lo que llevaba en la cama, las pulseras, los pendientes, las perlas, los tacones… Pero a Teufel no. Si lo dejaba ahí moriría de hambre, él nunca se encargaba de nadie más que de sí mismo. Se subió al coche sin decir palabra aun sabiendo que le tenía al lado, separados por ese reposabrazos del que salían dos copas. Ni lo probó cuando le ofreció champagne, miró por la ventana en silencio todo el trayecto.

- Vas a entrar en el PRE ya.- Murmuró cuando el coche frenó en el aeródromo, pero no le miró.- Estarás a las órdenes de Sarah ahora hasta que empieces.- Se centró en el perro que descansaba en sus piernas y en Sarah frente a ella, que se levantaba y salía, quitándose el cinturón. No quería hablar con él, y aunque no entendiera lo que decía ya le preguntaría a ella.- Me vas a añorar, Rosi.- Se acercaba. ¡Ni en tus sueños!

- No cuentes con ello.- Salió por la puerta que Sarah mantenía abierta con Demonio en los brazos.

El otro se quedó en el coche, y ni siquiera miró atrás subiendo la escalerilla al avión como toda esa gente y muchas más chicas de su edad que no había visto hasta ahora, vestida como ella. De blanco y con un vestido, solo que ella no iba con la vista baja y vio en la distancia a ese melenas de traje junto a la mujer de pelo corto llamada Ruth, charlando y riendo incluso cuando se sentaron en el avión frente a ellas. Y Sarah seguía sin hablar, sin mirarla. Aparte el perro no se estaba quieto ahora nervioso por el ruido del despegue.

- ¡Chst!- Le dio en el hocico y lo sentó en sus piernas.- Quieto, Demonio.- Esos dos empezaron a reír mirándola hasta que Sarah le quitó el cachorro de las piernas con un profundo suspiro.- ¿Dónde vamos?- Al menos que le dijese eso.

- Silencio Rosi.- La miró de reojo antes de cruzarse de brazos y mirar por la ventana el atardecer. Pues no, no le iba a decir nada.

- Vamos a Aveyron, nenita.- Le dijo Ruth alegrándole el día. Sonrió. ¡Iba a ver a León, a Samira, a...!

- A conocer a su nueva reina.- Frunció el ceño de inmediato a ese melenas de mirada oscura sin entender nada. Y volvieron a su conversación tan animadamente, pero…

- ¿Qué es el PRE?- Esta vez las risas fueron a carcajadas, aunque nadie le respondió la pregunta.

Sólo Sarah haciéndole una señal de silencio a la que bufó mirando el manto de nubes que atravesaban en el que se quedó fija, pensando. ¿Tan pronto? La nueva reina de León… ¿Quién?

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