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N&B;: Diario, Verona G.(19)

en Confesiones

Cambios

No tenía muy claro dónde se había metido todo el mundo, pero cuando la dejó sobre la cama de esa habitación y se marchó le costó más de un segundo darse la vuelta, viendo esa enoooorme televisión a los pies de la cama. ¡Eso era una tele en condiciones, joder! Sonrió yendo a gatas a por el mando trabajosamente por culpa de la toga, del movimiento de todo a su alrededor, localizándolo en una repisa bajo la pantalla. Pero dejó de tener apoyo bajo su mano y el resto de su cuerpo le siguió al suelo dándose un cabezazo contra la alfombra y rodando cuan larga era. Cuando dejó de reír por la cagada de haberse emborrachado ella sola, de haber caído por el borde de la cama, se dio cuenta del dolor.

- Au…- Intentó incorporarse pero los brazos no le daban la fuerza necesaria y acabó por rendirse al suelo.- ¡Ehhhh!- Con tanta gente como había en esa casa de locos alguien tenía que escucharla, por cojones.- ¡HOLAAAAAAAAAAAA!- Escuchó los pasos y vio su cara aparecer con una amplia sonrisa.- Tú otra vez no, joder, y el resto. Las… Las otras.

- Vas a tener que conformarte conmigo hoy, mi amor, arriba.- Tiró de su brazo y la cogió volviendo a ponerla en la cama.

- Lo has hecho adrede, cabrón.- La sentó encima suya sujetándola, riéndose.

- ¿El qué he hecho adrede?- Miró lo que tenía en la mano, todos esos papeles que llevaba mirando días, su diario y el de la franchute. Pero no paraba de sonreír.

- Deja de partirte el culo a mi costa, me cabrea. Como ese gilipollas, tu puta copia pero en tocapelotas.- Se acordó de ese pensamiento que había tenido hace rato.- Sabías que le iba a contestar y no me has avisado de lo del batido de fresa.- Seguía riéndose mientras abría uno de los diarios.

- Sabía que le contestarías, no que le amenazarías con un cuchillo cariño.- Dijo a carcajadas.- Y que bebas lo que no debes… Bueno, era una prueba. Y al menos lo considero una ventaja ahora mismo, está soltándote la lengua.- La abrazó y le besó la sien.- Además verte reír así…

- No me jodas que eso también te pone cachondo.- Miró a un lado viendo ese salón contiguo vacío mientras seguía riéndose a carcajada limpia.- Ya estamos solos.- Y su propia aclaración con esa mano en su cintura la puso nerviosa.- Nonononono…

- Verona, has fallado. Lo prometiste.- Negó en rotundo aumentando el mareo.

- Yo te hice prometer que…- Lo tuvo que pensar, pero murmuró un momento intentando acordarse exactamente de lo que se habían prometido.- Mira da igual como fue.- Concluyó para sí misma, pero él no pareció darse por aludido. Esa mano seguía ahí.- Que no he dicho.- Se separó de él plantándole cara con los brazos en jarras después de dos intentos para sentarse.- Soy la reina de esta locura de casa, y no quiero follar porque te follaste a mi madre antes. Eso es…- Puso mala cara del asco que le daba pensarlo. Y eso la llevó a otro planteamiento.- Como ese rubio clavadiiiito a mi padre.- Su estómago rugió y lo miró ceñuda. Punzaba.- Shhhh…. Chivato de mierda…

Levantó la vista a sus interminables carcajadas. No dejaba de mirarla fijamente con esos ojos taaaan negros, con esas pestañas taaaan largas. Hasta que fue más cómodo mirarle tumbada que mantenerse sentada. ¿En qué pensaba ahora tan callado?

- Tramas algo, se te ve.- Miró esos papeles.- Y yo no entiendo naaaaaaaaada.- Se hizo con uno de ellos, el que ponía PRE.- Pero naaaaaada de nada.- Lo soltó y se dio media vuelta.- Paso de saberlo.- Entonces la vio otra vez.- ¡La tele! ¡Ponla!

- ¿Qué ocurriría si te dijese que jamás me acosté con tu madre?- Le vio aparecer ante ella, alcanzando el mando y sentándose enfrente.

- Mientes, fijo. Para eso no soy la única, todo el mundo miente. Yooo… Tuuu… Mi madreee…- Se lo intentó quitar y él negó sonriendo.- ¿Estás de coña? ¡Dámelo, va!- Lo intentó y el mando se movió junto con la cama.- Pfff… No estoy para juegos.- Se dejó caer en el colchón otra vez sin fuerza.- Mientes.- Se recordó.

- En esta casa no, no hay mentiras.- Le quitó el pelo de la cara.- En nuestra casa.

- Yo no firmé nada, ¿sabes? Haberte casado con Ally, con lo pava que es… Sería feliz sin darse cuenta de nada.- Se giró mirando el techo, a su propio reflejo.- Como eso. La decoración porno y hortera por todas partes, sin mencionar ese armario gigaaaaante lleno de ropa cara que no voy a usar, no me va nada.- Miró sus pies, a las deportivas de leopardo.- ¡Joder, que feas son!- Y esta vez fue ella la que rió a pierna suelta.- Lo puedes incluir a puntos en contra.

- ¿Puntos en contra?- Tenía una lista. Había tenido mucho tiempo para pensarla.

- Primero.- Levantó un dedo viendo dos.- Eres un capullo arrogante, mujeriego, inhumano y…- Algo se le olvidaba. Se encogió de hombros.- Segundo. Me engañas, me enseñas como si fuese un trofeo, me castigas, me amenazas, me ordenas…- Recordó algo más pero se le escapó.- Como marido no estás haciendo bien las cosas, eres un puto desastre, de principio a fin.- ¿No iba contando?- ¡Cuatro! A ver… mmm… ¿He dicho ya que me violaste?- Le giró la cara y frunció el ceño al verle tan cerca.

- Violar no se puede llamar exactamente a hacerte el amor y que lo disfrutes, Verona, tú no quieres entenderlo. Ni sentirlo, pero lo haces.- Bufó mirando a otra parte.

- Y qué, yo no te elegí. Te aprovechas de mí, de mi debilidad, como mi madre hacía con todos. – Bostezó y volvió a encogerse de hombros sin conseguir organizar su mente, pero resumiendo era muy simple.- Demasiado en contra para los pocos pros.- Le miró tumbado a su lado, apoyándose en un codo. -  Si el demonio está callado... Tiembla.

- ¿Qué pros?- Le mostró el mando y sonrió poniéndose igual que él, apoyada en un codo mirando la cantidad de botones. Mierda de tecnología moderna… ¿Y el botón de encenderla y ya está?- Verona, qué pros son esos.- Levantó su barbilla.

- Si te los digo no vas a dejarme en paz, pervertido.- Soltó su barbilla, acariciándole la cara. Sonriendo. Acercándose.- Nononono…- Le empujó y acabó tumbada bocarriba del impulso.- No me duele nada, no puedes.- Lo pensó mejor.- Si lo haces te odiaré.

- ¿Acaso no me odias ahora?- Frunció el ceño y sus ojos se cerraron.

- Si te lo digo…- Bostezó.- Perderé.- Y se acomodó sintiendo la caricia en la mejilla.- No pienso perder más. Nunca.

- Ya veo.- Oyendo su voz hablando en árabe, y a pesar de no entenderlo su voz ronca la adormeció.- Lo siento, mi amor.- Lo siente... Pensó acurrucándose en ese calor.

- Sentirlo no basta.- Murmuró quedamente esa frase que siempre había escuchado.

- Empezaré de nuevo si me lo permites. ¿Me dejarás intentarlo?- Bufó antes de caer.

Sintió el movimiento pero se encogió escuchando una melodía de tambores. Aún no, no quería despertar. No podía. Cuando empezó a oír esa voz tan cerca suya, notando las caricias en el cuello volvió a encogerse cubriéndose la cabeza con los brazos.

- Verona.- No dejaba de molestarla, de sacarla de ese profundo sopor con cada caricia en su cabeza, en su nuca.- Hay que levantarse.- Abrazó la almohada con fuerza negando, escuchando su risa.- Mi amor, vamos, se enfría el desayuno.- ¿Desayuno? Le costó pero abrió un ojo, haciendo el esfuerzo por abrir el otro.- ¿Prefieres que lo traiga aquí?- Asintió de inmediato, y al hacerlo su mente fue tomando consciencia mientras le escuchaba alejarse.

 ¿Aquí dónde? Miró arriba de reojo viendo su reflejo arropado con las sábanas. Seguía vestida, en esa habitación roja y terriblemente hortera. Vio la chaqueta de su traje a los pies de la cama. La tele, eso lo recordaba, los papeles y diarios… Su móvil sonó en la mesilla y lo cogió viendo el nombre de la pantalla. Prodochev, el de la franchute. El sonido de los tambores le estaba taladrando el tímpano y no sabía cómo pararlo. Lo cogió y colgó de inmediato, pero volvía a llamar. ¡Joder! ¡Eran las siete y media de la mañana! Volvió a sonar y esta vez no colgó.

- ¡Llama más tarde, plasta!- Ahora sí. Le dio al botón rojo de la pantalla táctil y se quedó mirándolo. No sonaba.- Cojonudo.- Lo dejó en la mesilla y volvió a acurrucarse en esa cama que no era la suya supuestamente, ni la de él.

¿Dónde decía que iba? No, era demasiado temprano para despertar, para pensar. Cerró los ojos sin plantearse nada más a ese retumbe que volvió a vencerla. Y otra vez la llamó, la tocó.

- No… Vete. - Pero no se iba, no dejaba de hablar en susurros a su lado. Se encogió bajo la sábana completamente negándose a levantarse.- Quiero dormir.

- Verona vamos, por Alá, no me hagas entrar ahí.- Abrió los ojos en esa cálida cueva de tela despertando a marchas forzadas.- Bueno, tu lo has querido.- Se destapó mirando atrás, a él y su sonrisa, a la bandeja con el desayuno que acababa de poner en la mesilla. A sus ojos otra vez sin entender nada viendo las fresas y... Las flores.

- Qué es eso.- Lo señaló, ese ramillete con tres rosas blancas dentro de un vaso.

- Un detalle para mi reina.- Pues yo no la veo por aquí. Miró a otra parte bufando.- Va, que se enfría mi amor.- Se sentó en la cama y automáticamente se encogió y se alejó de él.- Verona, no te he tocado esta noche y estabas medio en coma. No voy a hacerlo ahora.- Puso la bandeja entre ambos.- ¿Lo quieres o me lo llevo?- Se acercó lo suficiente para coger la bandeja con su estómago despertando ante la visión. ¿Batido de fresa? Joder, y gofres.- Bien, mucho mejor.- Vio de reojo mientras se los comía que se levantaba, cogía la chaqueta y los diarios.- He contestado cada pregunta.- Le puso el diario en la bandeja delante del vaso con las flores. Dejó de masticar viendo que sacaba algo de su bolsillo.- Y esto.- Le mostró el anillo, el suyo.- Se quedará conmigo hasta que aceptes.

- Aceptar qué.- Murmuró con la boca llena aún, viendo una amplia sonrisa por su parte.

- Que estamos casados, que eres mi reina. Que te gusta serlo a pesar de todo.- ¡¡Qué fé!! Miró a otra parte.- Bueno, el día sólo acaba de comenzar mi amor. Hay más.- Ni se planteó preguntar más qué mientras masticaba.- Cuando hayas leído las respuestas y sabido la verdad puedes seguir este horario.- Le pasó una hoja que ni miró.- Te acompañarán en todo momento, podrás pedirles lo que necesitas a ellas.- El chasquido de sus dedos le entrecerró los ojos y dos de sus mujeres aparecieron.- Cada día estarás con dos diferentes, así las conocerás a todas mejor.- Imposible, pensó llevándose otra fresa a la boca. Son miles.- Estas son las primeras esposas y madres de mis hijas mayores, Vianne y Houda.- De verde una y de azul la otra.- Ellas te guiarán hoy, vamos. Termina, ya llevan rato esperándote para el examen.- Y antes de plantearse preguntarle nada el maldito sonidito de tambores volvió a resonar en todos los rincones de su mente. Se iba, y ellas la observaron desayunar murmurando y sonriendo hasta que se terminó la última fresa, el último gofre y la última gota de batido.

No volvió, ni siquiera le vio cuando la guiaron a su supuesta habitación escuchando el murmullo de gente que la esperaba en ese vestidor. Al menos diez de sus mujeres estaban ahí esperándola y no tuvo que saber para qué en cuanto vio lo que le traían. Más ropa hortera, un vestido corto, otro largo como el que ahora llevaba igual que ellas… ¡Unos vaqueros! Los cogió viendo que eran de su talla. ¿Cómo no los había visto la noche anterior? Miró a su alrededor, a esas silenciosas mujeres que se movían libremente por el espacio. Normal. Era enorme.

Terminó de vestirse con una camisa suelta y unas botas negándose a ponerse esa ropa interior tan provocativa siguiéndola por la habitación. Incluso la acompañaron al servicio a lavarse los dientes, a peinarse y mear. Ahora la dejaban ir y la nausea no llegó a aparecer. Le habían dado chicles en cuanto puso mala cara por el ruido que hacían. Y se habían callado sin pedírselo. La del pañuelo azul, Houda, le pasó esa hoja con el horario que… ¡Esto que es! No había hora que no estuviera ocupada hasta la noche. Estudio ahora, a las 9. Luego deporte dos horas hasta las 12, estudio otra vez. Idiomas. Y entre esas actividades que se repetían por la tarde ponía otras como baile, música, protocolo, reuniones…

- Reuniones con quién.- Murmuró a esa mujer que se mantenía a su lado llegando ya a la plata de abajo, seguida por las demás en silencio.

- Con nosotros.- Levantó la vista del papel a ese hombre, a el tal Krum. Y tras él estaba el rubio, con lo que frenó en seco y dio un paso atrás.- Vamos, vamos. Tranquila, cielo, cálmate. No va a hacerte nada.- Su estómago no opinó lo mismo pero él ni se inmutó, miró para otro lado sentado en uno de los sofás azules a rayas.- Ven, toma asiento, voy a hacerte un examen particular.- ¿Qué? Las mujeres la instaron a dar el primer paso por la espalda y las miró desconfiada hasta llegar a la mesa donde había un montón de papeles.- Tienes una hora.- Dijo mientras se sentaba, tendiéndole un boli.- Suerte.

Dejó de intentar entender qué estaba pasando cuando leyó las preguntas de ese examen, uno tipo test sobre historia, y no cualquiera. La suya. Preguntas sobre su madre, sobre su padre. Incluso algunas sobre Ally. Pasó tres páginas sin contestar a nada soltando el boli en la mesa, leyendo las que eran sobre ella. Algunas estaban marcadas o respondidas si eran de texto, como comida favorita, color. Dejó de masticar cuando lo vio.

¿Piensas responder algo de este cuestionario?

Ni siquiera tuvo que ponerlo, ya estaba escrito. No. Se cruzó de brazos y miró atrás, a ese hombre que charlaba en susurros con las dos únicas mujeres que se habían quedado, como la de los labios rojos que le dedicó una sonrisa. El rubio ni siquiera estaba ahí ya. Se levantó, pero en cuanto lo hizo dejaron de hablar.

- Acabé.- Con un solo gesto ese hombre le indicó que se sentara otra vez caminando hacia ella con uno de esos diarios en la mano.

- Siéntate, Verona. No has terminado.- Lo hizo con un bufido cruzándose de brazos.

- No voy a responder eso.- Se sentó a su lado sin dejar de mirarla con esos ojos claros.

- Lo sé, pero ahora toca leer. Y no vuelvas a levantarte sin permiso, ¿queda claro?- Le puso el diario delante y lo abrió.- Esta hora es la mía, ahora eres mi alumna y te quiero en silencio si no es porque tienes dudas.

- ¿Alumna de qué?- Sabiendo lo que eran todos ellos…

- Sólo de expresión, cielo.- Le dedicó una sonrisa radiante antes de levantarse.- Ah, y llámame señor, o señor Steller si lo prefieres.- Ni de broma capullo.- Lee, Verona. Lee.

Tomó aire viendo que no se iba a levantar de ahí hasta que pasara esa hora y apartó el cuestionario a un lado abriendo el diario. No era el suyo, ni el de la franchute. Sino el de su madre. Lo cerró de inmediato y lo tiró a un lado de la mesa cruzándose de brazos. Ni loca iba a leerse eso.

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