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Argentina Beauty (1)

en Hetero: General

Si... este es mi pequeño mundo personal, un mundo lleno con mi familia, mi trabajo, mis domingos a la tarde de cancha, mis miedos, mis enseñanzas y otra vez mis miedos. Si... el miedo ocupa un lugar importante en mi pequeña vida personal. Algunas veces mi mundo va demasiado de prisa, un bólido de números a saldar, un disparo a la sien de mis bolsillos, y otras es una imagen congelada, una postal del ostracismo entre las rejas de la libertad. Pero es mi mundo... mío, de nadie más... es mi círculo de tiza, mi balcón, el camino que elegí transitar.

Elegir... que verbo tan preciado. Pensar que es la palabra que da comienzo a la santa biblia del adolecer en los primeros destellos del despertar de la conciencia como la gran utopía palpable y que, sin excepciones a la regla, va desapareciendo devorada desde los talones a las orejas por el sistema, la adultez y su seriedad almidonada de responsabilidades y más responsabilidades.

Ya tengo 45 años y desde la mísma cantidad de tiempo me llamo Andrés. Casado desde los 24 años con Victoria, cuatro años menor que yo... una bella mujer de rojos cabello lacio y ojos celestes como el cielo. No se que nos pasó, supongo que fue tan gradual el cambio que no nos dimos cuenta, digo, no es que me levanté un día y me arrepentí de decir SI frente a un cura y medio centenar de presentes. En realidad no hubo un punto exacto en nuestra línea de tiempo que determine aquél cambio, solo que perdimos la felicidad y el amor que nos había unido hace tanto que olvidámos que nos unió, y seguimos con nuestra vida marital como el papel lo indicaba. Crudo y rotundo ejemplo es el de dormir juntos aún en una cómoda cama matrimonial de dos plazas y media, y no hacer más el amor, o sea que, mis masturbaciones eran el u´nico placer que podía tener.

Nunca hablámos del divorcio, quizá el gran motivo haya sido nuestra hija, Soledad, de 17 años. Soledad es como todas las adolecentes... indecisa, rebelde, inconstante, confundida, perdida como hoja al viento y enemistada con todo el mundo, sobretodo con el mío. Hermosa como su madre, siempre pensé que Sole era la típica chica que atraía a todo su entorno masculino... como su madre en las viejas épocas universitarias lo hacía.

Para ambas, era yo, un fracasado... y lo era por cierto. Uno no se da cuenta en el preciso instante que pasa, pero en alguna parte del camino había perdido mis convicciones, mis esperanzas, mis sueños y hasta mi dignidad, al punto de olvidarme por completo de aquél tipo que tenía un futuro por delante a recorrer, una prodigiosa libertad y diez toneladas de sueños untádos de esperanza y empatía. No quedaba ya nada de ese tipo, o sea, de mi... perdi mi esencia... me conformé con mi pequeño mundo personal, mi círculo de tiza, mi balcón.

En la mayoría de los casos, ese conformismo del cuál les hablaba, continúa con su baboso paso de caracol por las baldosas de los grises días que olvidaron para siempre de cómo brillaba el sol en aquellas mañanas de la juventud atea y el tope es el propio final, la muerte y su después, si es que lo hay. Pero el azar me esperaba con sus cálidos brazos abiertos y una sonrisa de cambio en su sonrojado rostro que me decía casi como un susurro... despertá Andres, abrí los ojos. Como lo hice?, a diferencia de aquéllos acontecimientos que fueron sucediéndose gradualmente, éste click, esta explosión bendita tuvo su gran día, su génesis, mi despertar.

Estaba tumbado en mi cama, mirándo al techo. La única luz que veía provenía del sol colándose entre las hendijas de la persiana blanca que había pintado la semana anterior. El domingo se tornaba insoportable, aunque en realidad, los demás días no variaban demasiado, con la salvedad de que al menos diez horas eran exclusividad de mi trabajo y al llegar a casa, cansado, no quería más que comer, bañarme, masturbarme e irme a dormir... gran rutina la mía, no demasiado distinta a los de muchos hombres casados de mi edad. Pero bueno, ese domingo era insoportable al cuadrado porque no había fecha de fútbol, debido a las Eliminatorias en las que las selecciones de cada continente se jugaban el pasaje al próximo Mundial a disputarse en algun país europeo. Mi mujer había salido con unas amigas de shopping con el dinero que me ganaba día a día trabajando sin descanso en una oficinita de uno por uno frente a una pentium IV que estaba cegándome mucho más que la vista. Mi hija, bien... gracias, no sabía de ella desde el viernes a la noche, día en el que según su madre me contó como al pasar, se iría a la costa con su novio y unos amigos. O sea, la casa estaba vacía... por suerte, solo para mi y mi soledad.

Me levanté de la cama, salí por la puerta del dormitorio, avancé por el angosto pasillo con cuadros insulsos de caras abstractas elegidos por mi esposa, y entré a la cocina para ver que me esperaba en el refrigerador. Buenísimo, un par de cervezas... eso si que es suerte, me dije... "conformismo". Me senté, destapé a la primer botella de cerveza y le dí el primer sorbo, largo, como si ese líquido fuése el primero luego de días en el Sahara. Bien helada, como a mi me gusta, me dije... parecía un comercial de Quilmes o Heineken. Mirándo a un punto en la nada, me acordé de Agustina, una compañera de trabajo que sin dudas poseía las mejores tetas de la empresa, y me excitó ese pensamiento. Recordar aquéllos melones redondos y deliciosos que insinuantes se montaban debajo de blusas y escotes, me púso como un vaso de agua dentro de un microondas. Así que disfrutándo de una casa tan vacía como lo era la mía en ese momento, me dispúse a llevar una mano debajo de mi pantalón y empuñándome el pene, empecé suavemente a masturbarme. No habían pasado más de cinco minutos, cuándo sonó el timbre. Ringgggggggg... ¿Tan rapido llegó ésta cabrona?, pensé fastidiado por la inoportuna irrupción. Me levanté de la silla y mi pene continuaba como el mástil mayor de un barco pirata. Riiiiiiiiiiiing. Asi y todo me dirigí a ver quién diablos era.

Al abrir la puerta unos ojos azules como el mar en primavera brillaban con la luz del día y una sonrisa blanca que aquél rostro ofrecía.

"Hola señor, estaría Soledad?". Yo asomaba solo la cabeza manteniéndo la puerta entreabierta debido a mi erección que lejos de perderse en su flacidez, se acrecentó al ver semejante belleza femenina.

"Hola. Mirá, ella se fue a la costa con el novio y todavía no volvió.?". Al decirle esto noté que los ojitos se le nublaron y la sonrisa ofrecida era solo un recuerdo de instantes atrás.

"Y no sábe usted cuando podría volver?. Es que necesitaba hablar con ella con cierta urgencia". Se nubló mas aún esa bella mirada, y apenada agachó su cabeza. Realmente necesitaba hablar con mi hija o con alguien, esa chica parecía no estar en su mejor momento, algún problema tendría.

"No sabría decirte cuándo volverá... no me dice mucho, habla con la madre, pero ella tampoco está en este momento". Levantó nuevamente su mirada y un mechón rubio le cayó sobre los ojos, cuándo con una mano se los quitó y volví a ver sus ojos, estos estaban húmedos.

"Imagino que debés ser una amiga de mi hija. Lo único que puedo hacer por vos es escucharte si es que tu problema es grave y necesitás alguna oreja para que te escúche... pero... perdonáme, tal vez no te serviría de mucho, no es lo mísmo hablar de tus cosas con un desconocido". Le dije, con la seguridad de que me saludaría, daría media vuelta y se iría.

"Me serviría, pero tampoco quiero molestarlo ni cargarlo de mala onda. Quizá sea mejor que me vaya, disculpe la molestia." Siempre creí que esto pasaba solamente en las peliculas (y no en todas), pero a veces la vida real puede tornarse una pelicula... ¿de que?, eso habría que descubrirlo. La miré y ella sonriéndo tibiamente se dio media vuelta.

"Esperá, no me moléstas para nada. Incluso estaba aburrido, no hay fútbol, víste (y sonreí)". También sonrió y accedió con una hermosa bajada de párpados. A todo esto, mi erección se estrujaba contra mi pantalón produciéndome un molésto dolor, asi que disimulándo lo más que púde, la hice pasar y rapidamente le ofrecí sentarse en el sofá que mi esposa había comprado un mes atrás con mi sueldo, obvio.

Se llamaba Andrea, tenía un año más que mi hija, o séa 18, y acababa de terminar con su chico, con el cuál había compartido un noviazgo de 3 años. El único hombre de su corta vida. Andrea era una adolecente hermosa, podía pasar sin que nadie se dé cuenta, por una chica de 22 o 23 años, ya que su cuerpo bien contorneado y sus facciones así se lo permitían. Esa tarde, tenía una pollera de verano, suelta y una remerita ajustada al cuerpo de color negra que en letras doradas decía SEX APE... y al leer eso, vi la ondulez perfecta de sus pechitos jóvenes, no muy grandes, pero por eso no menos lindos. La miraba directo a los ojos, trataba de no mirar mas que eso, era amiga de mi hija y sinceramente su confianza al hablar conmigo me permitía mantener cierta cordura prudente. Mientras hablaba, no púde evitar sentirme pésimo... mi hija cuántas veces se sentiría asi de mal y de desorientada, y yo ni enterado. Habló por largo rato, y mientras lo hacía era evidente que se aguantaba para no llorar... lo notaba porque su vocecita se quebraba y hacía un silencio para luego retomar. Adolecentes... que extraña y complicada clase de la que formé parte hace tiempos immemoriables, creés que tenés todo en orden y que la única verdad es tu verdad hasta que un vientito le vuela el techo a la choza de tus seguridades entre pinzas y en bolas, llorás y putéas y volvés a llorar.

"Gracias por escucharme... necesitaba desahogarme un poco... se notó, no?". Que bella sonrisa la de esa niña dentro de un cuerpo de mujer... que hermosa verdaderamente. Sólo atiné a sonreír, no dije nada.

"Y usted?... que cuénta?... como se siente?". La miré sorprendido, ya no recordaba cuándo fue la última vez que me habían preguntado lo mísmo y no esperaba que me lo pregunte ya nadie más... "conformismo".

"Yo?... antes que nada, por favor, tuteáme porque me hacés sentir un jovato, aunque lo soy, pero no me lo recuerdes, jajaja". Reímos los dos, era ameno el momento y hace mucho esa palabra estaba en el arpón de mis olvidos más celosos.

"Ok...usted, digo, vos no sos tan viejo, al menos no lo aparentás. Y mejor aún, tenés toda la onda, dificil encontrarla en un tipo que apénas pasa los cuarenta". El que me déje de tutear me jugó en contra, no podía evitar que esa niña mujer déje de excitarme, y eso era un punto en contra de mi cordura.

"Gracias, muy amable, jajaja, pero no bordéo los cuarenta, es más, hace cinco años que ya los superé. ¿Querés tomar algo o ya te tenés que ir?." Internamente, mi pequeño mundo personal estaba en una crisis de esas... existenciales. Por una parte rogaba que se vaya lo antes posible... por la otra, que se quéde sonaba mas que atractivo.

"Dale, agua no que me oxído". Me dijo en tono picarezco y de confianza, mientras por enésima vez su sonrisa me partía en veinte pedacitos irreconciliables unos de otros. Recordé la cerveza que quedaba en el refrigerador, lo helada que estaba, como en los comerciales me dije por dentro.

"Tengo una cerveza en el refrigerador, la traigo acá o vamos a la cocina?".

"Vamos a la cocina, esto de estar sentada no es para mí". Me levanté con mi erección menos potente, pero erección al fin y nos dirijimos hacia la cocina. Abrí la heladera, saqué la cerveza, la destapé. Tomé un vaso y Andrea rompió ese silencio que se había armado producto de los que miden sus palabras.

"Sin vaso, todo bien". Upsss, del pico... hace cuánto no compartía una cerveza del pico con alguien, y más aún si ese alguien era nada más y nada menos que una chica tan hermosa y joven como Andrea. Tomó la cerveza con su derecha y como diría mi papá, empinó el codo. Estábamos apoyados contra la mesada y debi sentarme en ella para ocultar la erección de mi pene que hizo doblarme al ver como aquélla boquita ocupaba el pico de la botella. Terminado su sorbito, bastante largo, me miró, sonrió y estiró su brazo con la botella. Yo duro como un paquete de pastillas. "Tomá hombre, o no vas a querer?". Sonreí, y le dije, "No tomar yo?, dáme eso nena."

Cuando llevé el pico a mi boca me calentó sobremanera el imaginar que allí se alojaba un beso húmedo de aquélla diosa adolecente y para sorpresa mía y de un par de hombres de mi edad que están leyendo éstas líneas, ví que la mirada de Andrea se alojaba en mi boca y el pico... la mirada era diferente a todas las anteriores, estaba cargada de un brillito diferente... supúse que se trataba del alcohol, pero pensándolo fríamente... un sorbito no emborracha ni a mi ahijado de tres años. Asi continuamos hasta el ultimo sorbo de la botella, tomaba ella, miraba yo... tomaba yo, miraba ella... disimulándo ambos, obvio.

Hablábamos ya de cualquier cosa, le conté que mi esposa se convirtió en una zorra con el pasar de los años hasta llegar a ser una desconocida para mi, que no me ocupaba como debía de mi hija y eso lo había pasado por alto hasta ese momento, le conté que muchas veces me sentía un fracasado, que mi vida se había convertido en un mal chiste repitiéndose con cruel constancia todos los días. Ella continúo contándome sus desventuras con su ex, su único chico, de los problemas con sus padres, en especial con su padre, de sus confusiones y sus miedos. Todo... la cerveza estaba vacía desde hace un largo rato, y la charla parecía no acabar nunca.

"Estoy algo mareadita... víste, dale cerveza a las nenas y el resultado es la ridiculez en persona, ja ja ja". Dijo sonriéndo exageradamente, obviamente, producto del alcohol. Me bajé de la mesada en la que estaba sentado y le dije si es que quería que la acompáñe hasta el sofá mientras se recuperaba, no quería ser cómplice de un desmáyo ante mis ojos. La respuesta me erectó terriblemente... si si, mi erección jamás había bajado del todo desde que ella estaba delante de mi, pero esa respuesta hizo que alcance el punto máximo, algo asi como el Everest de mis erecciones lo que no quiere decir que tenga yo una cordillera bajo los pantalones, que quéde claro.

"No, no , no, que si noo...". Y sonrió picaronamente.

"Sino qué???". Le pregunté mientras la miraba fijo a los ojos sonriéndo de lado, tambien picaronamente.

"Naaaaada". Fue su respuesta mientras el rostro se le ponía más colorado que un atardecer caribeño en pleno verano.

"¿Querés tomar algo para no llegar tambaleándo a tu casa y evitar las preguntas de tus padres?. Tengo unas pastillas que tóma mi esposa para que yo no la véa borracha cuándo lléga de ver a su amante." Sabía que me engañaba, lo suponía, pero palpaba a esa suposición como la única certeza de mi pequeño mundo personal.

"Te engaña?"

"Asi es, pero no me afecta, ya te conté... solo nos úne un papel, bienes en común y una hija adolecente... en el medio ya no quéda más nada". Me miró sorprendida, yo había bajado la mirada que turbada golpeó entre mis pies y sus piernas... que piernas mas bonitas. Posó una mano en mi hombro y sonrió como diciéndo, no le des bola, ya va a pasar.

"Bueno, vas a querer o no?". Le dije mientras alejaba la imagen que había creado en mi cabeza de mi esposa cojiéndo hasta morir de placer con su amante, mientras yo me masturbaba como un chico bajo la ducha todas las noches y algunas mañanas.

"Si si, dale, vamos a buscarlas, no me vas a dejar sola en una casa que no conozco". Y sonreía para animarme, ya que mi comentario anterior la entristeció, lo percibí en su mirada. Las pastillas se encontraban en una pequeña cajonera ubicada en áquel pasillo angosto en el cuál unos cuadros insulsos de rostros insulsos elegidos por mi insulsa esposa pendían insulsamente. Abrí el cajón, ví las pastillas, y las tomé. Andrea estaba a mis espaldas y al girar hacia ella, ví como miraba el cuarto de mi hija que tenía la puerta entreabierta.

"Ese es el cuarto de Soledad". Empujé la puerta hasta abrirla en su totalidad y encendí la luz. La miré , y a pesar de que ella miraba hacia el interior, sé que su mirada me dibujaba parado a su lado, intuiciones que te dan los años en cuanto a las mujeres. "Pasá, dale, no creo que se enoje si sos la amiga". Agregué, y entró, yo tras de ella.

Se sentó sobre la cama de mi hija... su amiga, y panéo con sus ojitos azules a toda la habitación hasta detenerse en mis ojos. Yo le mostré las pastillas mientras las sacudía como si le estuviése ofreciéndo una caja de chicles Adam.

"Acá están". Sonreí y sonrió, pero su sonrisa ya no era la sonrisa blanca e inocente que había ofrecido durante toda la tarde... ésta sonrisa estaba cargada de deseo... si, asi como leyeron... la nena estaba excitada, lo noté apenas habíamos entrado al cuarto.

Sin quitarme la mirada de los ojos me tomó del elástico del pantalón y me atrajo hacia ella. "Haber de lo que se pierde tu insulsa esposa". Con sus manos a cada lado de la cintura de mi pantalón empujó hacia abajo, dejándome completamente en pelotas delante suyo, ya que mi slip tambien yacía entre mis tobillos.

"Mmmm, véo que se pierde realmente de algo delicioso". Se pasó la lenguita por las comisuras de su boquita y sin quitarme la mirada de mis sorprendidos espejos oculares me besó tiernamente el glande que se encontraba ya húmedo desde hacía largo rato y morado de calentura. Hizo lo mísmo con todo mi tronco que estaba rodeado de gruesas venas... acto seguido, esos besos se convirtieron en leves mordiscos de placer.Les aseguro, esta niña sabía bien lo que hacía, tenía bien aprendido el libreto de las mamadas. Con una mano tomó a mi pene y luego de masturbarlo delicadamente se lo metió en su boca, y empezó a moverse frenéticamente con el en su interior bucal. Varias veces lo sacó, lo escupió y volvió a la carga, estaba encendidísima, parecía como si se la quisiera devorar una y otra vez, como si fuese esa la ultima mamada de su vida. Mientras yo, la tomaba de la cabeza y la empujaba hacia mi, acompañándo a sus ritmos mientras cerraba mis ojos, llevaba mi cabeza hacia arriba y disfrutaba de la mamada que me estaba dándo.

Pero quería disfrutarla toda, deseaba con locura incontenible recorrerle el cuerpo, detenerme en sus partes mas ocultas y beber de ellas, perderme en esa perfección hecha mujer, asi que le saqué el pene de su boca y me agaché frente a ella, para sacarle la remerita, pudiéndo ver asi emerger a sus turgentes pechitos de duros y rosados pezones a los que no tardé en pasarles la lengua para mordisquearlos luego, una y otra vez. Andrea gemía de manera escandalosa, evidentemente a esta niña le gustaba coger como comer chocolates, y yo que venía de paja en paja no tardé en acoplarme a su lujuria. En este caso la frase tal para cual encajaba a la perfección.

Mis besos húmedos al por mayor se plantaron en la planicie compacta de su pancita, a los que ella respondía con movimientos desesperados de caderas, en un vaivén que solo la juventud puede darte. Llevé sus piernas sobre la cama mientras ella permanecía sentada y subí su pollerita hasta dejársela como si fuése un cinturón de tela. Solo una bombachita de color verde me separaba de su tesoro tan preciado, de su perla de Vénus... la miré a los ojos y púde divisar como su rostro y su cuerpo morían por sentirme en su cosita... pero, calma niña, hagámos las cosas bien, pensé. Apoyé mi mentón sobre la bombachita justo entre sus labiecitos vaginales, sintiéndo la abundante humedad y el delicioso aroma a sexo que emanaba y soplé sobre ella. Acto seguido, mi mentón fue reemplazado por mi lengua que comenzó a lamerséla por sobre la bombachita. Andrea parecía una serpiente sobre las calientes arenas del desierto mas cruel, se retorcía, arqueaba su espalda, mientras sus dedos de aferraban a mis hombros enterrándome sus uñas como el cuervo del que hablaba Jim Morrison.

"Me estás matándo mi amooooooor". Casi como gimiéndo dijo Andrea, agitada, descontrolada, mientras se movía sin parar a un ritmo frenético. Hasta que decidí correrle la bombachita hacia un costado, dejándo ante mis ojos a su delicada vagina totalmente depilada, cerradita, rosada, mojadísima, impregnada de olor a sexo como un animal en celo... que rica se veía y se olía. Mi lengua comenzó a visitarla de abajo hacia arriba, y asi... los gemidos de esta niña ya eran gritos, y no me importaba si llegaba mi esposa, es más, quién es mi esposa?, estaba yo casado?. En el momento que metí mi lengua en su conchita, me tomó de la cabeza, me empujó contra ella, se movió sacada de este mundo y acabó en mi boca en gran cantidad. Jadeaba mientras de entre sus piernas caían hilos de agua... no bendita, pero parecida.

"La quiero adentro, por favor... necesito que me la métas, no doy más". Fue lo más parecido a una súplica... y no solo por la voz, su carita expresaba el deseo de ser penetrada prestamente. Me paré frente a ella, tomé mi pene hinchado y húmedo como nunca, en su cara se reflejaba la desesperación. Me arrodillé sobre la cama, la tomé de sus caderas hasta dejarla abierta de piernas ante mi y comencé a pasarle el glande por la línea de su conchita, para luego penetrarla lentamente. Con un dedo me ayudé para que entré, luego fuí hundiéndola y en cada centímetro sumergido la niña parecía morir del placer que recibía , no duraría mucho lo mío... estuvo tanto tiempo erecta mi pene que era un milagro que aún permanezca sólida como un bloque de hielo. Estaba en el cielo mísmo... sentir la calidez y la húmedad de aquélla vagina apretada me hacía sentir como hace tanto tiempo no me sentía. Las pelvis chocaban, se humedecían, los besos en la boca ahogaban a los gemidos, pero no evitaban la respiración acelerada y caliente, las pulsaciones saliéndose de los latidos... éramos esa tarde un poema sexual, la perfección amatoria... mi experiencia, su insaciable fuego... una combinación letal.

Cuando sentí que me estaba por venir y ella notó mi sensación, la saqué de su vagina y la apoyé en la entrada de su culito. Redondito y duro, se lo abrió con sus manos y no faltaba explicar con palabras sus deseos. Que agujerito mas encantador si es que un agujero puede ser encantador. Ayudado por la humedad creada por sus constantes y abundantes flujos, y mi liquido preseminal que ya era mucho, la coloqué entre sus nalgas y solo empujé tres veces para clavársela hasta la mitad. Luego de ahí, bombee´cuatro veces hasta poder enterrársela toda, momento en el cuál mi semen se derramó en sus entrañas. "Mi amooooooor, que caliente se siente tu lechitaaa, por dios, que bien me cojés". Y mientras lo decía continuaba descargándo mi esperma dentro de su hermoso culito, con mis movimientos espaciados golpeándo contra ella duramente mientras desde mis labios emitía jadeos como un animal a punto de morir.

Nos abrazámos por largo rato, sus manos recorrían mi espalda con delicada ternura haciéndo círculos y más círculos imaginarios. Yo le acariciaba el suave cabello y lo enrrulaba entre mis dedos. Parecía una secuencia de alguna película romántica, nada de eso, solo que ambos necesitábamos lo que habíamos vivido hace apénas instantes, que algo nos despiérte de la pesadumbres de la vida, de la muerte en la que nos alojábamos... ella me despertó, me hizo ver más allá de la bruma.

Cuándo se fué, ya era casi de noche, y todavía ni noticias de mi familia. Al despedirla en el portal de mi casa, me besó en la mejilla y me dijo algo que jamás voy a olvidar..."Andrés... siempre podés elegir, a cada minuto, a cada segundo, es posible doblar el curso de las cosas si así lo deseás".

Observé como se perdía en la avenida iluminada ya por los faroles de la noche, que loco, cuánto tiempo perdí dormido en las faldas del conformismo idiota y me despierto el día menos pensado con una jovencita que no conocía. Un auto estacionó en la puerta de calle, mi esposa y mi hija, mi familia, mi pequeño mundo personal, mi círculo de tiza, mi balcón.

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