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Un espectáculo dantesco

en Hetero: General

- Esto es un espectáculo dantesco - dice Victoria a la salida de un restaurante cinco estrellas mientras se aferra a mi brazo y observa como cinco niños menores de doce años se trepan a una montaña de bolsas de basura en busca de su cena. Camina apresurada en el afán de evitar lo antes posible esa imagen y clava uno de sus tacos aguja entre dos baldosas – Esto es un espectáculo dantesco -

- He allí la profunda noche de Argentina, de futuro saboteado, de esperanzas agonizando en las fauces de un mundo impiadoso. Qué impotencia. Qué ganas de llorar -

- Sí... qué ganas de llorar... y que rabia. Estos zapatos me costaron cien dólares. Entendés, CIEN DÓLARES -

- ¿No te das cuenta? Estos niños son el futuro del país -

- Sí, mi amor, me doy cuenta. ¿Vos no te das cuenta que estos zapatos me costaron cien dólares? Ay dios. Malditas calles de Buenos Aires y malditas sus baldosas -

Hace más de un año que Victoria pretende dejar de ser la típica modelito sin cerebro. Para ello tomó medidas tales como leer a los grandes autores de la literatura, ir a cuanta obra teatral se le cruzara en el camino, conocer a otro tipo de personas "más cultas", dice ella. Intenta erradicar la frialdad con la que trata al mundo pero nadie puede nadar contra su propia naturaleza. Interiormente lo sabe. Victoria es incorregible. Perfecta en cada curva, cada línea, cada pliegue. Hermosa por donde se la mire, hasta que habla.

- Mi amor, hoy quiero llegar más temprano a mi casa. Mañana tengo que asistir a una entrevista y necesito con urgencia darle a mis cabellos un baño de crema. No te molesta, ¿no? Seguro que no, si sos un hermoso -

- ¿Molestarme? Si soy un hermoso, ¿o no? - digo con sarcasmo y llevo mi mirada hacia uno de los niños ¿Cuál será el resultado de tanta desesperanza? Claro, esa palabra no existe en el diccionario de Victoria, para ella desesperanza es una marca de cremas hidratantes ricas en vitaminas. Su egocentrismo no la deja ver más allá de sus narices. Nunca nota el dolor ajeno, mucho menos, cuando algo me molesta. Y estoy molesto.

Un beso sobre los labios, tan frío como nuestra relación. Tres, a lo sumo cuatro sonrisas y es que, según ella, en demasía arrugan el rostro - No me toques el cabello, te dije que lo tengo hecho un desastre, mi amor. Sabés que no me gusta. Pero bueno, nada, no puedo esperar mucho más, tengo que irme - levanta el brazo derecho para detener al primer taxi que la vea - Nos hablamos, hermoso. Bye bye. Te amo - y sube al primer taxi que la ve.

- Sí, nos hablamos... - es lo que alcancé a balbucear antes de que cierre la puerta - Te amo - agregué con la idea de que lea mis labios. Iluso.

Comencé a caminar hacia la avenida 9 de Julio pateando latas de cerveza, filtros de cigarros, bollos de papeles y haciéndole goles a los arcos imaginarios de la soledad. La noche porteña es el sitio ideal de los enamorados. Sonríen el excedente de sus latidos, se pierden en los ojos de su otro yo, incluso más allá de ellos ¿Es que el amor ha decidido salir a la calle justo cuando me dejan de a pie? ¿Se han complotado contra mí todos los enamorados de esta puta ciudad? Solo falta fondo musical para que mi sensación de abandono y soledad sea épica. Pero seré realista, no se trata de ningún complot ni nada parecido, solo que en las otras noches ignoro las felicidades ajenas para no desnudar la infelicidad propia.

- Hey, flaquito, flaquito - alguien me está llamando, sé que es conmigo. Seré sincero, si hubiese estado seguro de quien me llamaba otra sería la historia, pero sé que se trata de un indigente y a estas horas da mala espina. ¿Vivir en la calle te hace delincuente? ¿revolver la basura en busca de comida te convierte en un animal inhumano? No lo sé, pero vivir al margen del sistema, lejos de los parámetros del consumismo y a merced de los despojos de la gran ciudad, te convierten en un posible delincuente. Además, los que pagamos impuestos y tenemos donde dormir tememos mirarle la cara a esa miseria que nos rasguña la espalda. Nos molesta pensar que podríamos ser ellos. Lastima la realidad. Pesa verle los ojos a la pobreza y evitamos ese "espectáculo dantesco"

- Che, vos flaco. El de la camisa fina - es conmigo, mi camisa Pierre Cardin me delata, así que no queda más alternativa que voltear hacia él con una sonrisa amistosa. Es mejor ocultar los dientecillos blancos de perro pequinés doméstico a una pandilla de leones hambrientos - ¿Tenés un cigarro?- la voz grave proviene de una mole de casi dos metros, de aspecto andrajoso. Su sobretodo negro se desparrama sin complejos por el suelo y un gorro de lana cubre la mugre de sus cabellos.

Me acerco con el paquete de cigarros en una mano. Justo detrás de él sobresalen unos caños cromados semi cubiertos por una manta de varios colores.

- Qué bueno. Un Marlboro, mi favorito - dice examinando el largo y la textura del cigarro como si se tratase de un auténtico habano cubano proveniente de las oficinas gubernamentales de mismísimo Fidel Castro - ¿Me darías otro, man? -

- Son tuyos - le arrojo el paquete que ataja. No moriré por un paquete de cigarros, mi vida no vale un paquete de cigarros. Justo cuando estoy preguntándome de que van esos hierros cromados, noto que la manta de varios colores cae al suelo y descubro entre las sombras a una joven de unos dieciocho años sentada en una silla de ruedas.

- Ella es mi hermana, Soledad. Un ricachón pasado de copas no recordó que el rojo en un semáforo indica que hay que detenerse y ahí la tenés. Inválida, inservible y virgen -

Soledad es una adolescente que tiene la cabeza rapada cual mohicano, un piercing en su ceja izquierda, otro en su labio inferior y un tercero en la nariz, una remera negra grande con la estampa de Jim Morrison en el frente y sus piernas, delgadas como ramas en pleno otoño, con las rodillas pegadas y los tobillos muy separados uno del otro. Si bien, la imagen impacta a primeras, me detengo en la inmensidad de su rostro pálido, en esos dos enormes ojos húmedos, resignados, acabados, en su brillo azulado trasluciendo todo el dolor que carga. Tan joven y tan vieja.

- Loco, ¿no tendrás un porrito? - pregunta apretando el anular y el índice.

- Me pedís cigarrillos, me pedís porro ¿no querés que te pague dos pasajes a Madrid y tres entradas en primera fila para el nuevo concierto de Joaquín Sabina? - mi mirada abarca la geografía de ese rostro de ángel caído en la desgracia.

- Hey hey, más respeto ricachón. ¿Vos te crees que estás hablando con tus amiguitos de oficina? Tené cuidado, boludo, que acá soy el amo y señor de la cuadra, pedazo de puto -

- Bueno, disculpá. Es que no fumo porro y acabo de darte lo único que tenía. Bueno, nada, tengo que irme, que disfrutés del humo - dije tratando de enfriar la situación que parecía arder en el infierno. Mi orgullo jamás deja que cierre la boca, ni siquiera en momentos tan críticos como éste. Al dar la media vuelta una mano se posa sobre mi hombro. La observo. Uñas largas, falanges sucias, nudillos amoratados. Esto no pinta nada bien.

- Vos te quedás acá. Noté que mirás a mi hermana más de lo debido. Yo creo que te gusta, cabeza. ¿No es así?- y aprieta su mano en mi hombro como la garra de un cuervo a su presa ¿Decirle que su hermana no me gusta? ¿qué verla apocada solo me provoca lástima? El tipo reaccionaría de la peor manera y no, tampoco soy suicida. Ella observa con esa mirada que parece contener una tormenta que no sabe llover.

- No, no te confundás. Ella es muy bonita pero tengo novia - es lo único que atraviesa mi garganta en forma de palabras entrecortadas acompañadas al temblor de piernas y manos. El miedo me invade. Y la inseguridad. Recuerdo aquella frase rockera: Buenos Aires te mata. Espero que no.

El tipo se deshace en una carcajada mientras se toma el bajo vientre - Pendejito, te gusta, mi hermana te gusta... y mucho - dice sin parar de reír - Soledad, ¿viste? ya tenemos un candidato para que te quite la virginidad - agrega limpiándose los ojos con las manos.

Por mi mente pasan miles de intentos para evitar lo inminente. Arrancarle la cabeza con una patada voladora, aunque lo único que sepa de las artes marciales es que arte va sin hache; tomar un objeto contundente del suelo y arrojárselo en un ojo para dejarlo ciego, aunque lo único que me rodea son latas y papeles; empujarlo y salir corriendo, lo más factible pero a su vez lo más arriesgado. De pronto, el tipo saca de entre sus harapos un revolver plateado como la luna y largo como el Obelisco, y mi rostro palidece hasta convertirme en un fantasma.

- Bueno, flaquito, es hora de darle una alegría a mi hermana - dice agitando el arma. Soledad baja la mirada y se sumerge en las aguas de su gris silencio. Siento pena por ella, duele ver el vacío absoluto de la muerte reflejado en los hombros caídos de una juventud envejecida. La vida es injusta con algunos, pero con otros es perra y cruel. Nadie merece estar sentado allí, marchitándose, pero ¿qué culpa tengo? Mis piernas son fuertes, corro una hora todas las mañanas, subo y bajo escaleras, tengo un sueldo que me permite vivir bien y una novia que me quita de las estadísticas de los solitarios, ¿eso me obliga a sentarme en el banquillo de los acusados? ¿por qué debo sentirme culpable por la carencia de quiénes no tienen lo que tengo? Sí, la vida es perra y cruel con algunos, y muy injusta con el resto.

- Esperá. Razonemos. No creo que tu hermana haya soñado tener su primera vez detrás de unas bolsas de basura con su hermano como espectador. Merece más que eso - tiemblo como hoja al viento pero algo tengo que decir.

- A ver, flaquito, no conocés a mi hermana para decir a boca lavada si merece o no lo que sea. Yo digo que esta noche mi hermana tendrá su primera vez... y el arma en mi mano apoya la moción - dice apoyando el orificio de fuego entre mis cejas - O sea, no te estoy preguntando. La noche se está acabando y con ella mi paciencia - agrega empujando el caño de muerte contra mi frente.

Soledad permanece ajena a todo, con la mirada perdida en las nadas de enfrente, rendida ante su destino, apagada. Y yo no tengo muchas opciones si pretendo continuar con vida. Si debo hacerlo, mientras más rápido, mejor.

- ¿Debe ser aquí? - murmuro.

- No, faltaba más. Ahora mismo vamos a pagar un cuarto en el Hilton Hotel con yacuzzi y tres etíopes que te masajeen las nalgas - vocifera con todo el sarcasmo a flor de piel - A ver, flaquito, deberías ser más positivo. Vas a coger con una mina que no es tu novia sin pagar un puto peso. Así que basta de rodeos o te vuelo la puta tapa de los sesos - me empuja hacia Soledad y apoya el arma en mi nuca - Arrodilláte y dejá de romper las pelotas, pendejo -

Me arrodillo frente a Soledad hasta quedarnos cara a cara. Sus ojos son negros como su destino. Sus labios pálidos como el mío - Soledad, estoy seguro que esto no se parece ni de cerca a lo que hubieses querido para tu primera vez, tampoco se parece a lo que yo hubiese soñado alguna vez - le murmuro al oído - Y lamento que encima de estar como estás, tengas un hermano tan maldito -

- Nunca tuve más sueños que el de morirme - aquellos labios susurran en una voz apacible como el aleteo de los ángeles las palabras más tristes que escuché en mi vida, y me embarga - Las cosas son así, no te sientas culpable de nada. Como decís, mi hermano es un maldito y su sentido de inferioridad lo lleva a hacer estas cosas. ¿Vos cómo te llamás? -

Carraspeo - Omar... mi nombre es Omar -

- Omar, sé que preferirías tomar un vaso de orín o caminar sobre brasas antes de tocarme, pero mi hermano está loco y no te va a dejar tranquilo si no hacés lo que te pide. Y yo, bueno, ya me cansé de que me golpée hasta dejarme inconsciente. Si te sirve, si hubiese soñado como sería mi primera vez, seguro que soñaba que sea en cualquier lugar con un tipo como vos, tan buena gente - sentada en esa silla de ruedas se encuentra la sinceridad y el sentido común que hemos perdido entre cenas y paseos por los cómodos callejones del consumismo.

- Pendejo de mierda, estás tardando demasiado - interrumpe el cabrón apretando el caño en mi nuca.

Cierro los ojos y trato de imaginar a Victoria, mi bella y vacía prometida. Su rostro gira en torbellinos dentro de mi cabeza. Sus escasas sonrisas, sus miradas de lado, sus roces prohibidos, todo su narcisismo ¿Por qué estaré enamorado de ella? ¿estaré enamorado? Mis labios se acercan a esos labios macilentos, desvaídos, hasta que nos convertimos en un beso. Soledad posa sus manos en mi rostro y profundiza el beso ¿Quién diría que esta niña de aspecto y vivir apocado besa tan bien? Su lengua dentro de mi boca, sus mordiscos en mi labio inferior, el aliento cálido de su respiración, el conjunto, la situación, lograron que aquella desvalida me excitara.

Llevo mis manos a su espalda y con la yema de mis dedos naufrago con vehemencia en la inmensidad de su espalda. Late mi entrepierna. Pienso en mi hermosa y hueca prometida y crezco en deseo y tamaño. Imagino que estoy en su espalda y la aprieto contra mí hasta sentir los latidos de su corazón. Los desconozco. Estos latidos son salvajes, no podrían ser de mi Victoria, pero quiero pensar que lo son. Deben serlo. Sus dedos entrelazados en mi nuca van ganando fuerza y perdiendo altura hasta recalar en mi cintura. Acaricio su cuello, sus hombros, su pecho hasta toparme con la pequeñez de sus senos. Pechos pequeños, los de Victoria dejaron de ser pequeños luego de haber pagado dos mil dólares por la operación. Y abro los ojos ¿Para qué mierda abro los ojos? La realidad, dura como el asfalto, me golpea en la cara y en las pelotas. Esa remera sucia con el rostro desdibujado de Jim Morrison trae en su interior a una joven rapada cual mohicano, desahuciada, derrotada, digna de desfilar entre las consecuencias del capitalismo caníbal. Pero sus ojos, sus hermosos ojos son capaces de contener a todas las luces del mundo. Qué ironía.

- La puta que te parió, hombrecito de traje azul, es mejor que te apurés o te pego un balazo en la cabeza. Si serás pendejo, ni siquiera sabés aprovechar una cogida caída del cielo - reclama exasperado el tipo y me patea el culo.

- Ya, que no es fácil para mí, lo estoy intentando - muevo la cabeza a los lados.

Soledad me pierde en sus pupilas, sonríe de lado y su atormentada alma se le derrama desde los ojos. Siento su dolor, hasta podría palparlo, es el dolor del rechazo, el dolor de los despreciados. Siente que prefiero correr desnudo sobre hielo a estar frente a ella. Siento que con el caño de un arma aopyado en mi cabeza se hace dificil hacer cualquier cosa.

Vuelvo a cerrar mis ojos y le planto un beso en los labios. Imagino a Victoria, quiero imaginarla, pero ella no besa así. Según dice, demasiados besos resecan la textura de los labios y le hacen perder el brillo natural. Siempre supe que son cosas de su narcisismo estúpido, por ello, ni siquiera se lo reclamo. Soledad es tan diferente. De pronto, sus manos en mis glúteos y mi pene apretujándose contra sus piernas muertas. Comienza el safari de sus caricias, rodeando mi cintura hasta llegar a mi entrepierna, donde aprieta. El placer es intenso, ya, los rostros de Victoria y Soledad se entreveran hasta formar uno.

Abro los ojos, nuevamente la realidad de frente. Soledad me mira con sus ojos confundidos entre el placer y la tristeza y atina a bajar su mirada - Mirame a los ojos, Soledad - tomo los bordes de su remera y halo hacia arriba. Levanta sus brazos, entregada, y la remera se desliza hacia la desnudez. Victoria desaparece en la niebla de la noche y Soledad lo ocupa todo. Ya no veo a una niña apocada e inválida. Veo a una mujer hermosa con el alma empapelándole las córneas.

- Apuráte, pelotudito. Si viene la policía te vuelo la puta cabeza - vuelve a reclamar el tipo arma en mano.

- José, basta de insultarlo - irrumpe Soledad asombrándonos - No se merece lo que le estás haciendo. Bastante tiene con tener que hacerlo obligado... y conmigo. Sé que no nos dejás alternativa, así que te pido que cerrés la boca y no mirés. Dáte vuelta que no soy una de esas putas a las que frecuentás - carraspea. José baja su mirada y se aboca al silencio. Sí, nos da la espalda, pero antes me devora con su mirada. No puede creer que su hermana, un ser casi autista hasta el momento, lo regañe delante de otra persona. Sonrío y antes de decir algo, continúo sonriendo para luego seguir sonriendo.

Su vientre plano, su ombligo, sus costillas marcando las huellas del hambre en su tórax, sus lunares esparcidos por la inmensidad de esa piel herrumbrosa y descuidada, el nacimiento de sus pechos pequeños, los círculos perfectos de sus pezones en punta endurecidos por la pasión y por el frío de la brisa. Una postal erótica que no olvidaré mientras viva. Mis manos son partícipes de las primeras caricias incendiadas por aquellas regiones de belleza oculta, zonas vírgenes e incólumes de roces prohibidos.

Mis labios retornaron a esos labios, y el beso más envidiado por todos mis besos pasados enciende la luna de la noche más extraña de mi vida. Lenguas friccionándose, bocas devorándose en deliciosa cena de placeres. Y sus pechos abarcados por las palmas de mis manos, apretándolos, magreándolos, sobándolos, hasta que deshago el beso y lo rehago famélico en esos copos de nieve en punta. Neruda sería feliz con la descripción. Soledad, aprieta los párpados reteniendo todo el fuego de su pasión. Restriega su sexo contra la silla. Y arquea la espalda.

No aguanto más. Necesito liberarme. Soledad me vuelve loco. Sus besos, su sabor, sus curvas, sus heridas, toda ella me enloquece. Me pongo de pie, bajo mi bragueta y dejo caer el pantalón hasta mis tobillos. Tomo el borde de esas faldas roídas por el tiempo y la subo hasta su cintura. Braguitas diminutas color negras con encajes que hago a un lado.

- Omar, ¿estás seguro? Mejor será que te vayás, no quiero ensuciarte la vida, no quiero ser un mal recuerdo para vos. Sos un buen tipo – dice con la mirada cual cántaro roto.

- Soledad, no quiero irme - tomo sus piernas marchitas, separo sus rodillas y me arrodillo ante ella.

- Estás a tiempo, te prometo que si te vas, mi hermano no te va a tocar ni un pelo –

- No quiero irme – susurro mientras mi pene enhiesto apunta hacia arriba. Me dejo llevar. Nunca me he sentido tan libre. Y caigo sobre ella. Rechina la silla de ruedas mientras su vagina húmeda, trémula, se abre como una flor en la primavera de la vida. Mi glande se posa entre sus labios. Empujo hacia ella una, dos, tres veces, hasta que logro hundirme en su océano de ganas. Y jadeamos.

Mis glúteos van y vienen, sus caderas vienen y van, se besan las ingles, se agitan los pechos, resuena el chasquido de humedades en los sexos e insiste el chirrido de la silla que apenas soporta nuestros embates.

Un rayo de frío atraviesa mi columna vertebral rumbo a mis glúteos y de allí a la entrepierna. Siento ganas de acabar, de derramar litros y litros de semen en su interior y disfrutar de su infierno inundado pero un segundo de cordura me lleva a intentar sacarlo. Antes de hacerlo, ella me toma por la cintura y me adhiere a su cuerpo sin dejarme mover.

- La quiero dentro de mí – pide con esa mirada universal de las mujeres cuando están en el fragor del éxtasis. En mi lugar, ¿te preguntarías por qué una virgen pide que le acabes dentro? ¿se lo preguntarías estando al borde del orgasmo? Si puedes, te felicito, porque yo no puedo. Y estallo desde mis entrañas al tiempo que ella implota hacia las suyas. Todo es blanco. Todo es fuego. Todo es húmedo. Todo late.

- Soledad, espero que estés bien. Recordá, nunca apagues la luz de tus ojos - le doy un beso en la frente y subo mis pantalones. Recuerdo una escena de la obra teatral que vi con Victoria hace unas horas. Un tipo escucha a los Doors mientras mantiene relaciones sexuales con su hermana. Al terminar se siente culpable, tanto que no sabe como actuar hasta que ella le hace una pregunta tonta, si Morrison tenía hermana o algo así. Él le contesta con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos: "Esta noche, yo también te amo" Sonrío de lado, porque increíblemente esta noche, yo también la amo, aunque sea una extraña.

- Puedo decir que esta noche soñé por primera vez. Gracias, Omar. Nunca voy a olvidarme de vos - muerde tormentas con los párpados. Toma la remera con el rostro de Jim Morrison y mientras lo hace observo sus senos y luego sus ojos, esos ojos preciosos que se esconden tras una muralla de penas ¿Decirle adiós? Le diría muchas cosas, pero ¿para qué?

José continúa de espaldas sin emitir sonido. Podría darle un buen golpe en la cabeza y una vez en el suelo, patearlo hasta lograr que se disculpase en diez idiomas, pero no. Le toco un hombro, lo miro y continúo mi camino.

- Gracias, hermano. Disculpá el mal trago - lo escucho decir pasos atrás.

Andá a la reputa madre que te parió, pienso.

Retomo mi camino hacia la avenida 9 de Julio, pateando latas de cerveza, filtros de cigarros, bollos de papeles y haciéndole goles a los arcos imaginarios de la soledad. Llevo mi mano al bolsillo del pantalón en busca de un cigarro que me alivie las tensiones y viene a mi mente el momento en el cual se los entregué a ese idiota. Soledad, ¿qué pasará con ella? ¿podrá quitarse las penas? ¿sabrá emerger de las sombras?

 

 

 

 

A los dos meses me casé con Victoria. Su vestido costó dos mil dólares, mi traje unos mil quinientos, los anillos mil trescientos y el sí, la felicidad.

Siete años pasaron de aquella ceremonia en el altar católico y su anillo de unión eterna. Siete años que nos dieron dos hijos varones, dos perros de raza pequeña, una casa de dos pisos en la zona más cara de Buenos Aires, otra casa en la costa, dos autos, una moto, cuatro bicicletas, tres amantes y cero pasiones. Victoria potenció su narcisismo y yo, agudicé mis silencios a medida fue pasando el tiempo.

¿Soledad? No volví a verla nunca más, aunque desde aquel día, todos los viernes por la noche, paso por esa esquina solo o con Victoria, con la esperanza de encontrarla y perderme en su mirada de ángel. Le diría todo lo que no le dije por temor a reconocer lo que hoy reconozco. Que nunca la pude olvidar, que aún siento el calor de sus labios en los míos, que fue lo más real que me pasó en la vida, que con ella fui libre como nunca volví a serlo, que la amo.

Sus ojos empapados de tormentas me observan desde las nieblas del tiempo.

A la salida de un restaurante cinco estrellas, aferrada a mi brazo, Victoria clava por enésima vez su taco aguja entre dos baldosas mientras varios adolescentes y niños buscan su cena en bolsas de basura - Nunca cambia. Esto es un espectáculo dantesco -

Sonrío de lado. Rechino los dientes. Me resigno - Verdad, "esto" es un espectáculo dantesco -

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