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El Ocaso de Caro

en Trios

Hoy algo se extiende en toda su dimensión y lo tiñe todo de grises y humedades convirtiendo en otoño a la primavera. Hoy el cielo y su inmensidad se derrama entre lloviznas y sombras sobre una ciudad que nunca duerme.

Carolina está sentada en el bar de una esquina, ajena al gentío y su bullicio, lejana, entreverada en una maraña de recuerdos. Observa a través de la ventana como la  garúa suspendida en el aire se adhiere a los adoquines de las calles, a los sacos de los transeúntes, al ir y venir de los vehículos, al cabello de las estudiantes, al espíritu de un pueblo nostálgico,  pueblo de tango.

Se siente tan impotente que el llanto se le aglutina en la garganta, pero no llora; y es que ha llorado tanto como se pueda y más. Noches enteras ahogando sus lágrimas en la almohada, días completos encerrada en la oscuridad de su habitación. Llorando. A compuertas abiertas. A lágrima viva.

Carolina habita un cuerpo que no usa, una piel que no goza, un alma que teme apagarse sin pena ni gloria antes de perderse en la nada de un final. Viaja en su interior, sola, a través de cada axón entre descargas eléctricas e impulsos nerviosos, rozando entrañas adormecidas, intentando no perder la esperanza de los amaneceres, tratando de demostrarse que aún no está muerta. Un escozor desconocido se aloja en la base del estómago al traer a su mente las imágenes de un futuro no tan lejano y un sudor frío recorre la palidez de su frente.

- Mierda, mierda, mierda.

El recuerdo, lejos de ser vago, se posa sobre sus hombros y la hunde en la mierda de un destino que jamás imaginó. Un chequeo médico de rutina como decenas hizo en su vida. Un simple chequeo médico. Ese día había ido al hospital como si se tratase de una cita amorosa. Se puso un vestido floreado, tacos altos y braguitas blancas - Quién sabe, dicen que en ese hospital los doctores son hermosos por donde se los mire y en honor a la verdad, me gusta mirar, que lo ojos son para eso - pensaba mientras peinaba su larga cabellera rubia.

La espera en los pasillos de un hospital puede resultar poco menos que insoportable. El color blanco lo domina todo. Paredes blancas sostenidas por pisos blancos transitados por batas blancas y camillas de sábanas blancas, iluminadas por poderosas luces blancas. Qué ironía cuando la muerte, habitúe y miembro vip de aquellos lugares se supone profundamente negra.

Esa mañana cada minuto se estiraba hasta darle forma a una pequeña eternidad tensa y aburrida - Maldita sea, olvidé la revista de chismes - murmuró mientras hurgaba en el interior de su cartera - ¿Será posible? traje hasta un diccionario y no traje la bendita revista de chismes. Me pregunto para qué cargo con un diccionario - agregó ofuscada consigo misma y con su hastío. Se preguntó en qué parte del hospital se encontrarían los médicos hermosos porque hasta el momento pasaron delante suyo, gordos, calvos y feos. Cruzó las piernas y atrapó una rodilla con sus manos entrelazadas. Una leve sonrisa iluminó su rostro y es que en medio del aburrimiento, las imágenes y sus sensaciones se sacudieron dentro de la colmena de los recuerdos – Néstor ¿qué será de su vida? – masculló entre dientes. El solo recordarlo la excitó.

Apolíneo de un metro noventa de altura, moreno, ojos celestes como el cielo del Pacífico y labios carnosos capaces de besar boca y mentón a la vez, Néstor era una suerte de modelo masculino bello, rebelde en demasía y varonil, un macho cabrío. Como contracara de tanta perfección estaba su fama de adicto a todas las drogas conocidas y no tanto, fama que generó en Carolina un temor que la alejó desde que supo de sus vicios. Tenerlo como vecino desde niña la había acercado en alguna oportunidad pero no fueron más que dos o tres “hola, cómo estás” y un “bien” de respuesta. Para ella eso era un verdadero sacrificio porque le encantaba, se excitaba imaginándolo en su piel y no fueron pocas las veces que se masturbó pensando en él. Claro, nada es eterno, si lo sabrá. Nadie mejor que ella.

Cosas del destino, burlas de la suerte. Se encontraron por casualidad un sábado por la noche en un pub ubicado en las afueras de la ciudad, muy lejos del barrio que los vio nacer. Se reconocieron, se sentaron frente a la barra sobre unas sillas altas que solo servían para apoyarse, entablaron una larga conversación entre whiskys y porros, y el sol se asomó a través de las ventanas mientras los camareros recogían los vasos, vaciaban los ceniceros y levantaban las sillas.

- Néstor, el terrible Néstor. Jamás imaginé que podría encontrarte una noche cualquiera en un sitio tan alejado y mucho menos que te aceptara un vaso de whisky y luego otros – comenta elevando un vaso con dos cubos de hielo amarillentos – Sin contar el porro y hablar entre humos y alcohol como si nada pasara, como si fuera algo normal… que no lo es. No debería serlo – carraspea y detiene su mirada en una botella de cerveza ubicada en el otro extremo de la barra – Para serte sincera, no me reconozco y no sé si eso me agrade. Me quita de mi sitio de comodidad.

- ¿Por qué dices que no te reconoces? Yo te reconozco, Caro, siempre tuviste esa mirada entre luces y sombras  - apoya los codos sobre la barra y ubica el mentón sobre la palma de sus manos. Sabe que es irresistible. La seduce con la mirada, la obliga a desearlo, la lleva al borde de una cornisa en llamas y no le da opción, o salta hacia su vacío o se arroja contra él. Está claro que su mirada es poder y su belleza el arma perfecta.

- ¿Y desde cuándo me reconoces? Te conozco hace años y jamás tuvimos un acercamiento que no pase del saludo respetuoso.

- Saludo respetuoso porque siempre respeté tu idea formada sobre mí, Carolina, una idea realmente exagerada como la del resto. Ciertamente me quitabas la mirada al instante de cruzarnos en cualquier parte pero algo me decía que algo te acercaba a mí – bebe el último sorbo de su vaso y lo apoya en la barra con delicadeza – No es tu culpa que mi imagen sea la peor, de alguna forma contribuí para ello y si pensabas como el resto, sin drama, siempre respeté las opiniones de los demás aunque mi vida pasara por otros carriles.

Por un instante Carolina queda en silencio y lo mira a los ojos hasta que sonríe y frunce el ceño – Casi te creo. No seas predecible Néstor, no soy tan fácil como las mujeres que suelen seguirte. Ese verso conmigo, no – dice de mala gana - Creo que no debería estar acá. Es muy tarde y estoy muy lejos de casa. Debería irme y es justamente lo que haré en tres, dos, uno – intenta ponerse de pie apoyando las manos en el borde de la barra, se levanta de la silla pero el alcohol y el humo dulce la hacen sentir aturdida. El mundo gira a su alrededor como lo hace en su cabeza, siente los labios adormecidos y un hormigueo constante que le recorre la lengua, la espalda, la entrepierna. Tambalea y Néstor la toma de la cintura antes de que caiga al suelo y se convierta en el chiste de final de noche. Esas manos fuertes y delicadas, esos dedos gruesos tocando su cintura desnuda encienden una llamarada que promete extenderse si no se aleja lo antes posible de ese adonis.

- Bueno, queda en evidencia que no estás en condiciones de volver sola a ningún sitio. Te acompaño a tu casa – asegura Néstor mientras la nivela hasta dejarla de pie frente a él.

Carolina cierra los ojos, aprieta los párpados y los vuelve a abrir – Nada de eso. Usted se vuelve solito a su casa y yo haré exactamente lo mismo – y mueve un anular a la izquierda y a la derecha repetidas veces apoyando la negativa.

Él se sonríe y mueve su cabeza a los lados - ¿Cuál es tu problema, nena? No te estoy proponiendo matrimonio, tampoco te estoy invitando a un hotel y mucho menos a mi casa. Me ofrezco acompañarte hasta tu casa y dejarte en la puerta, incluso, sin beso de despedida si eso te da tranquilidad. Nada de otro mundo – mira hacia su derecha y llama al mozo levantando una de sus manos – Mira, tal vez tu problema sea que pegamos onda y no quieres saber nada con eso, pero no tengo la culpa que se haya generado esto entre los dos. A veces las cosas se dan de esa forma y no se puede hacer nada al respecto – afirma impregnado de seguridades, esas seguridades que Carolina clama para su vida y no suelen dar el presente.

- ¿Qué? ¿qué hay onda entre nosotros? ¿qué se generó qué cosa? ¿what? Muchacho, ¿estás más loco de lo que creía o lo que tomamos te pegó más que a mí? Nada de onda ni de lazos ni nada de nada. A bajarse de ese caballo que no vas a ninguna parte – responde molesta, muy molesta por haberse mostrado más de lo que debería.

El mozo se ubica a la izquierda de Néstor y le extiende una mano con la cuenta. Seiscientos sesenta y seis pesos – A ver, Carolina. Hermosa. Espera que tenemos espectador – saca de su billetera unos billetes y se lo entrega al mozo – El cambio es tuyo. Gracias – lo despide amablemente y retoma – Carolina, hace poco más de dos horas que nos estamos coqueteando… los dos, ambos, existe un ida y vuelta más que evidente. Puedes continuar lo que resta de la noche para negarlo pero no pretendas que haga lo mismo, siempre me hago cargo de mis actos y mis sentimientos, incluso de las consecuencias y es algo que no le reclamo a los demás pero sería tan sincero que lo hagan – aloja su mirada en las pupilas de ella y pareciera que comienza a taladrarle las retinas – Me gustas. Mucho. Y no es de ahora. Me hago cargo de eso – le guiña un ojo y arroja un beso al aire.

- ¿Gustarte? Bueno, ya, me voy. Gracias por los tragos – da un paso y él la toma por un brazo – Suéltame o grito.

- ¿Te molesta que me gustes?

- Me molesta que me mientas.

- ¿Por qué habría de mentirte? ¿tienes problemas de aceptación y de inseguridad? Déjame decirte que no me incluyas en eso. Sé muy bien lo que me gusta y punto.

- No te burles de mí, Néstor. Suéltame que quiero irme.

- Voy a soltarte si me dices cuál es el problema que me gustes.

- Ninguno si fuera cierto.

- Insisto, ¿por qué carajo habría de mentirte? Eres hermosa y además muy sensual. Podría decirte que me gustan tus ojos y tu manera de mirar pero sería  una apreciación incompleta porque me gusta más que eso ¿Te interesa saber qué otras cosas me gustan de ti?

- No estoy segura de querer saberlo.

- Yo sí estoy seguro de decírtelo. Me gusta tu cara, tus hombros, el contorno de tus tetas debajo de esa musculosa apretada y la geografía incierta de tus pezones, el abdomen, la cintura, tu piel suave y ese culo que siempre he deseado. Existen otros ítems pero ya van más por mi imaginación – se detiene y sonríe – Carolina, eso es seguridad y hacerse cargo.

Se enrojecen sus mejillas, siente una brisa de infierno en la cara y la entrepierna se le humedece al instante – Ya, gracias por tantos halagos… me cuesta aceptarlos pero… nada, es lo que piensas y se respeta, como a tu sinceridad – carraspea incómoda – Perdona si creíste que estaba coqueteando contigo… pero, no sé, la impresión es errada porque… cuándo… es que vos y yo… en serio… no pega por ninguna parte – intenta salir de la órbita de esos ojos hechiceros, lleva su mirada a un muchacho rubio apoyado contra una columna y con una copa en una mano pero no puede evitarlo, vuelve su mirada a Néstor y se muerde el labio inferior.

 

- Bueno… no sé qué decirte… ¿gracias? Gracias de nuevo – mira para los lados, sorprendida, abordada como pocas veces le pasó en la vida, le gusta la sensación y tanto le gusta que no cede – Solo puedo pensar en que esto no está bien y que debo irme antes de que se haga más tarde – baja la mirada en un intento de esquivar el fuego de esos ojos y se encuentra con la mano blanca de Néstor tomándole el antebrazo. Dedos finos y largos, nudillos rugosos, palmas calientes. Evita imaginar donde quisiera sentir esa mano pero cuando más intenta anular lo pensado, más fuerte e intenso se hace. Y de pronto aquélla mano se extiende hasta cubrir sus pensamientos más ocultos y clava las uñas en sus glúteos, aprieta, estruja, empuja y gime. Se asusta, espera que el gemido solo haya sido en el pensamiento.

Néstor observa las ventanas iluminadas por la luz de la mañana que se refleja en los ojos de dos mozos apoyados en la barra que no desean otra cosa que se vayan los últimos clientes para cerrar el local e irse a dormir - ¿Más tarde? Ya pasamos la barrera del ”más tarde”, linda – sonríe pasándose la lengua por el labio inferior – En fin, muy tarde o muy temprano, señorita, con ese mareo es hora de llevarla a su casa o bien a mi casa y continuamos la charla para definirnos de una vez. No me gusta dejar las cosas a medias. Supongo que a usted tampoco.

- O sea, ¿cuál es el chiste? ¿y encima la hora del “ustedeo” – Caro mastica rabia por no poder evitar que esas palabras detonen miles de bombas de deseo en su interior – Acabo de decirte que… - antes que pueda terminar la frase, Néstor le cruza los labios suavemente con su índice y le guiña un ojo.

- Carolina, somos adultos e inteligentes, ¿vas a continuar negando con palabras lo que te pide el cuerpo y el alma? – suspira agotado – Si en este preciso instante me aseguras que no te atraigo y que no quieres nada conmigo, prometo que desaparezco luego de darte un beso en la mejilla y aquí no pasó nada – se juega la noche pero sabiendo que la verdadera respuesta podría por fin ver la luz.

- Quince años de ser vecinos en los cuales concurrimos a la misma escuela e incluso tuvimos y tenemos amigos en común, y ahora, en esta noche me haces una pregunta tan desubicada como tardía – intenta escapar impoluta del asedio. Quiere irse pero se contradice al quedarse. Nadie la detiene más que una mano que no ejerce fuerza – Estamos muy borrachos, estoy mareada y con dolor de cabeza, lo único que quiero es ir a mi casa.

- Que somos vecinos, que ya es tarde, que quieres irte, bla bla bla – mueve su cabeza a los lados y se muestra fastidiado – Mucha palabrería y no puedes responder a una simple pregunta. Te atraigo o no te atraigo – remarca poniendo comillas al aire en cada “atraigo”,  lo hace decidido sin quitarle la mirada de encima, jugándose la última carta antes de salir solo del bar – Es una pregunta simple hasta con cierta inocencia de niño de primaria, de primera noviecita. No estoy preguntando si te gustaría coger conmigo, solo si te atraigo, si te gusto o no.

- Basta, no sigas. Te estás poniendo demasiado pesado y ya no soy una niña para que me hagas preguntas idiotas. Estoy borracha, bo-rra-cha, no coordino ni mis ideas. Tengo que irme y punto – da una media vuelta llena de dudas y enfrenta la puerta de salida. Da cuatro pasos que no saben de líneas rectas, se siente torpe y eso le molesta demasiado. Odia quedar en ridículo, por eso mismo siempre odió el alcohol y las drogas y de paso, a la gente adicta como Néstor. Tras el quinto paso, sabe que él la sigue y que seguramente le está mirando el culo. Esa idea la hace sonreír. Antes de cruzar la puerta, él le cruza un brazo por delante para que no continúe avanzando y le susurra al oído – Una respuesta, tan solo una simple respuesta.

Afuera el sol comienza a dejar a la vista todo lo que la noche se encargó de ocultar. Botellas rotas en las veredas, vómitos en los rincones, huellas de barro seco, colillas de cigarrillos, papeles por cientos. Carolina observa el brazo extendido que le impide terminar de salir del bar, gira la cabeza hacia él y lo mira a los ojos con rabia, esa rabia de quienes saben que están por ceder a pesar de todo – Néstor no me hagas esto, insisto, somos adultos para esto.

Él sonríe, sabe que su sonrisa hechiza, quita los sentidos y el aliento – Una respuesta, una simple respuesta. Siempre quise saberlo. Digamos que soy muy curioso – y mira ese escote de esa musculosa ceñida al cuerpo que lo ha atormentado durante toda la noche.

Fastidiada por la insistencia, bufa – Ok, niño, me gustas, me atraes desde que somos niños, ¿así está bien? Nada que no te haya dicho otra mujer.

- Somos adultos. Acabas de decirlo. Pues, ahora quiero una respuesta más compleja.

- Me estás poniendo de malhumor ¿Qué pretendes que diga?

- Lo que me dice tu mirada desde que aceptaste el primer trago hasta este preciso instante. Parece que tus ojos son adultos y valientes pero no tú.

Carolina se toma de la cabeza e imita un gruñido – No me vas a dejar en paz, ¿no? Sí Néstor, sí, me gustas mucho, tanto que me pareces irresistible, demasiado irresistible, tanto que se me nota ¿Ahora me vas a dejar ir o me vas a preguntar como creo que la tienes de grande? Y viajo sola, que quede claro – la respuesta es contundente. Él quita el brazo y le guiña un ojo.

Fuera del bar corre una brisa caliente típica del verano que moldeó a su antojo el calentamiento global. El sol comienza a clavar sus rayos de fuego y las sombras ceden ante esa fuerza. Carolina continúa mareada. Su cabeza es un remolino y la calle se mueve al ritmo de los latidos de su corazón. Le causa gracia y esboza una sonrisa.

- ¿Contenta? – le pregunta él sin esperar respuesta.

- Borracha – responde ella sin esperar otra pregunta.

Néstor la observa de arriba hacia abajo. Musculosa apretada, escote hasta la mitad del pecho, pezones insinuando su geografía, abdomen plano a la vista, aro de plata con una piedra roja en el ombligo, falda negra por debajo de los glúteos, medias blancas hasta la rodilla, piernas finas pero fibrosas, zapatos de taco aguja.

Carolina lo observa de arriba hacia abajo. Ojos claros y penetrantes, rostro anguloso, barba a medio crecer, cuello largo, camisa desabotonada hasta el pecho, hombros rectos, pectorales velludos, una cadena de oro con una cruz inversa, cintura fina, pantalón de blue jeans, un enorme bulto en la entrepierna, botas tejanas negras.

- Qué pena – se lamenta él sin dejar de mirarla.

- ¿Y ahora qué? ¿por qué te lamentas?

- Es que va a pasar un taxi, vas a subirte sola porque no quieres que te acompañe y vamos a perder la posibilidad de pasarla muy bien – hace un silencio y retoma – Porque no sé tú pero yo estoy seguro que la pasaríamos muy bien.

Ella lo mira con el ceño fruncido - ¿Y por qué estás tan seguro que la pasaríamos tan bien? Por lo visto no te has dado cuenta que no quiero saber nada con alguien tan pedante y problemático como tú. Tu mala fama te precede, querido. No quiero problemas.

- Justamente por todo eso, querida. Sí quieres problemas, sí deseas algo distinto que te quite de la monotonía que te ofrece la rutina, sí te mueres por un poco de adrenalina pero tienes demasiados miedos para aceptarlo y te molesta el haberte topado con alguien que no le teme a nada y que se caga en lo que piensan de mí. Sé quién soy. Eso me sobra. Tú, ¿sabes quién eres tú? – tras escupirle todo eso, se acerca a ella lentamente y le da un beso en la frente. Carolina queda atónita, no por el beso sino por la avalancha de verdades que acaba de caerle encima.

- ¿Te respondo, te mando a la mierda, me callo, qué hago? – pregunta ella bastante frustrada.

- Vive, deja de pensar la jugada futura cuidando los movimientos presentes, deja de tener miedo, de sumergirte en el gris de la rutina, por favor, elige, utiliza el libre albedrío que nos da la vida, deja ya de pedir permiso – la toma de la cintura, le acaricia un mechón de pelo y le da un beso en los labios. Ella intenta rechazarlo el primer segundo pero al siguiente su lengua visita aquella boca y los alientos se entrelazan en una danza de alcohol, humo dulce y pasión. Él la aprieta contra su cuerpo y ella puede sentir como ese pene crece contra su abdomen, duro y largo. Puede imaginarlo con el glande rojo y húmedo. Ella se aprieta contra su cuerpo y él puede sentir los pezones contra sus pectorales y la curva de su espalda bajo sus manos.

Carolina deshace el beso como volviendo en sí y casi sin aliento recrimina – No debiste hacer eso Néstor, nunca debiste hacerlo – sabe que acaba de iniciar un viaje sin retorno. Las piernas le tiemblan y su vagina se impregna de humedades. Lo imagina desnudo, recostado en una cama inmensa con el pecho transpirado y el pene enhiesto apuntando hacia el techo. Semejante visión le hace dudar en si lo chuparía hasta los huevos o se lo ensartaría lo más profundo posible.

Néstor eleva su brazo derecho y un taxi que apenas cruza la esquina se detiene lentamente – Caro, para completar con mi sinceridad, el beso que me diste casi me hace acabar. Así de deseoso estoy – agrega plantándose en el rostro una sonrisa perversa. Abre la puerta del taxi, entra y no cierra – Libre albedrío, hermosa, libre albedrío. Hazle caso a tu cuerpo, ven conmigo – ella piensa en sus padres esperándola en la casa, en la verga de Néstor, en los gritos de su madre por llegar tarde, en la lengua de Néstor, en el silencio de su padre al sentirse traicionado en su confianza, en las manos enormes de Néstor, en su borrachera inusual, en los huevos llenos de leche de Néstor y mientras imagina leche y olor a sexo se sube al taxi y cierra la puerta. Libre albedrío es lo último que piensa al oír como arranca el vehículo y se pone en camino hacia… no le importa el destino.

Un taxi puede ser uno de los mejores sitios para ir más allá de uno mismo cuando el destino es más que una dirección.

En el asiento trasero Carolina duda por un instante – Creo que voy a bajarme – y Néstor afirma – Creo que ya es tarde para eso – toma el mentón de ella con el dorso de un pulgar y acaricia los labios con el índice hasta introducirle la yema en la boca – Ya es demasiado tarde para todo lo que tenga que ver con el exterior de este sitio - Ella cruza una pierna por sobre él y queda sentada cara a cara.

Se besan en la boca, se agitan, se muerden los labios, se pierden en sí mismos sin importarles ni por un segundo el espectador de lujo que los observa por el espejo retrovisor, el conductor. Un tipo de unos cincuenta años, calvo,  un ojo más pequeño que otro, manos enormes y ásperas, barba de una semana y al parecer, con muchas ganas de ser un voyeur documentado.

Néstor lleva sus manos engarfiadas bajo la falda negra y le aprieta el culo clavándole las diez uñas posibles, cinco en cada nalga, jala hacia los costados y lo abre cuanto puede. Entre sus dedos puede sentir como esa hendidura se expande tibia y lo requiere. El hilo de la tanga blanca se pierde en la línea del culo y el ano quedando expuesta completamente a la vista del conductor que estaciona el taxi en una esquina perdida de la ciudad. Carolina ahoga sus jadeos dentro de la boca de Néstor mientras con una mano le aprieta la verga. Le muerde el labio inferior hasta hacerlo sangrar y lo mira a los ojos – Me tienes loca – musita mientras con la otra mano le baja la cremallera. Cuando logra palpar el glande, lo siente hinchado, caliente, húmedo y se relame, siente que está a punto de tomar el cetro que siempre ha deseado. Lo saca del cobijo de la ropa interior con ayuda de él que se baja los pantalones como puede, y lo masturba, arriba y abajo, hasta que decide ir a beber del néctar de lo tan deseado. Le planta un beso en el mentón y desciende hasta toparse con el torso, el ombligo, el pubis y por fin la verga, larga y gruesa, venosa y dura. Apoya sus labios cerrados sobre el glande, le da un beso mínimo y luego lo engulle. Saborea el semen que aún no es semen. Se relame. Se siente una diosa, puta, pero diosa. Y le gusta sentirse así.

- Parece no importarte que tengamos espectador – afirma Néstor con el corazón galopando en la carne de su alma y como respuesta Carolina abre su boca, prepara la garganta y la traga hasta que sus labios hace tope con la base de la verga. Él aprieta los párpados devorando su propia vista y al abrir los ojos ve que el taxista se acaricia la entrepierna – Taxista, hoy es tu día de suerte. Tendrás porno en directo – remata.

A Carolina solo le importa aquella verga. Siempre la deseó como se desean las cosas prohibidas e imposibles. Néstor, el rebelde más consecuente que conoció, el perverso, el oscuro, el intenso, el que vive de las sombras, el que detesta al mundo, el dueño de ese rostro y esos músculos y esa verga. Desliza la lengua por toda la longitud de ese miembro sintiendo en sus labios, en su paladar, en sus dientes, el curso de las venas hinchadas, el cuello del glande, la viscosidad del prepucio, la dureza incontenible y como posesa, acaricia esos huevos, roza las inmediaciones de ese ano, es dueña y esclava, ama y sumisa, todo a la vez.

Néstor aún con sus manos en ese culo acaricia con los labios vaginales por sobre la tanga. Está empapada, caliente, y sin introducir los dedos en la ropa interior, masajea el clítoris con los pulgares. Ella arquea la espalda, mueve las caderas, abre las piernas y cambia jadeos por gemidos. Él la toma de la cintura y la hala hacia arriba hasta posar su frente contra la de ella – Me encanta lo puta que te pones.

- Hoy es tu día de suerte. Soy tu puta – dice ella con esa voz que se adueñan de las mujeres ardiendo desde su centro y con la boca roja y húmeda, con olor a sexo.

- No te reconozco.

- Deberías. Acabas hacer esto de mí.

- Creí que te conocía.

- Todos conocen la máscara, pocos la esencia.

Se besan en la boca. Se devoran. Arden. Enardecen. Son dos bolas de fuego enfrentadas a punto de colisionar. Y Néstor la aprieta con fuerza estrujándola contra él, adentrándola en sus ganas – ¿La quieres dentro? – murmura entre llamas.

- Sí, la quiero dentro de mí. Toda – le responde sollozando.

- Pídemelo.

- Cógeme, Néstor, quiero que me cojas.

- Dile al taxista que quieres que vea como te cojo.

- Néstor… no hace falta decirlo, nos está viendo desde el comienzo.

- Dilo.

Carolina gira su cabeza por sobre su hombro y mira al taxista que continúa magreándose la entrepierna – Señor – se detiene, increíblemente siente vergüenza al decirlo aún sabiendo que el tipo ha visto todo lo acontecido - Quiero que vea como me coge – y vuelve su mirada a los ojos de Néstor.

- Señorita, lo que usted diga – responde el taxista, agitado, boqueando ganas.

Néstor la sienta sobre su entrepierna, le corre la tanga hacia un costado y apoya su glande en la vulva. El aire huele a sexo. Ellos huelen a sexo. Todo el taxi huele a sexo. Carolina se contornea y cruza sus antebrazos por detrás del cuello de él. Se mezclan las pupilas hasta que las córneas se unifican y en ese segundo mágico, él empuja contra ella justo cuando ella lo hace contra él, hasta que él se entierra entero y ella lo recibe completo con la coordinación de la que suelen carecer los primeros encuentros sexuales.

El taxista no puede más de placer. Sus ojos, sus manos, su entrepierna gozan con ese culo subiendo y bajando y esa vagina abriéndose paso ante una tranca larga y gruesa, el brillo de las humedades combinadas, el chasquido del choque de carnes mojadas. Su verga no soporta más el encierro y lo obliga a bajarse los pantalones para liberarla y empezar a masturbarse. Ya no le importa que su pene no llegue a ser ni la mitad de largo y ancho que el de aquél suertudo al que llaman Néstor, la calentura puede más y a esas alturas la cordura y la vergüenza se habían perdido dentro de ese vehículo.

- Nadie dijo que saques tu cosita, man – reclama Néstor apoyando su mentón sobre un hombro de Carolina y suspira – Mierda, en tu lugar no se que hubiera hecho. Sacar la pija para machacarla, mínimo – completa con una sonrisa forzada sin dejar de meter con fuerza su falo en el interior incendiado de ella.

- Ustedes sigan con lo suyo que yo estoy pasándola genial con lo que veo – responde el taxista, penecito en mano.

Carolina sube y baja incansable sobre esa verga. No le importa el taxista ni el taxi ni los que pudieran pasar por allí ni el hambre del mundo. Se siente una puta, la más puta, y en contra de todos los preceptos, le gusta, le excita sentirse así y lo mejor, no siente culpa. Néstor le toma la musculosa por los bordes y hala hacia arriba hasta quitársela, le arranca el sostén y comienza a devorarle los pezones, pasa la lengua entre sus tetas, las mordisquea hasta que llega a su cuello y le susurra en el oído – Carolina siempre quiero más. Es mi maldición – le muerde el lóbulo dejándole marcados sus dientes, mordida infernal – No es justo que ese pobre taxista este haciéndose una paja tan solitariamente teniendo una boca tan libre de verga – agrega con la voz pastosa.

- ¿Estás loco? – grita ella sin dejar de moverse sobre esa pene.

- Sí, lo estoy – responde agitado y con una sonrisa de medio lado gravitando alrededor de sus perversidades – Taxista, ven, arrodíllate entre los asientos de adelante y apunta tu cosita hacia nosotros que mi chica te la va a chupar mientras se la doy por detrás – ordena ante la mirada de estupor del taxista. El tipo, con cara de haber ganado la lotería se arrodilla entre los asientos y soba su penecito delgado y cabezón pero duro como un diamante. Néstor desacopla su verga del interior dinamitado de Carolina, la toma de la cintura y ésta cambia de posición, quedando de cara a la verguita del conductor y con sus agujeros abiertos y dispuestos ante ese corruptor.

- Cómesela – exclama Néstor mientras pasa su glande por la línea del culo de ella hasta enterrarle la verga en la vagina. Se oye el sonido de las carnes friccionándose entre tanta humedad y los golpes del culo de ella contra la pelvis de él – Cómesela – repite apretando los dientes y Carolina apoya sus dos manos contra el pubis peludo del taxista y comienza a chupar el pequeño falo. El tipo hunde sus dedos en los cabellos dorados de ella y la empuja hacia él enterrándole su miembro en la boca. Ella la saborea, se da cuenta de algo que sabía pero no había tomado en cuenta; no todas las vergas saben igual y no importa su apariencia ya que las más feas visualmente y hasta las más pequeñas suelen saber riquísimas. Agradece el tamaño, podría comerle hasta los huevos y no tendría una sola arcada.

Néstor aumenta la velocidad de sus movimientos. Ella siente que toda esa leche se está concentrando y está a punto de estallar, aprieta esa verga en sus paredes vaginales y empuja su culo contra él lo más que puede. Aleja su boca de la pijita del taxista y pide, suplica, implora entre espasmos y jadeos – Llénenme con sus leches, empápenme toda – y todo el infierno de ese viaje desatándose en unos segundos. Gritos, espasmos, chasquidos, lenguas de fuego lamiéndoles el alma y las carnes, dolor en el sexo, olor a sexo, sabor a sexo, a leche, a flujo, a tres. Carolina recibe la leche del taxista en su mentón y entre sus tetas mientras que Néstor saca su verga de la raja y le acaba en el culo y la espalda hasta la nuca. Ella lo goza, se siente puta, putísima y disfruta eso como nunca lo había hecho y como jamás volverá a hacerlo. Al fin y al cabo, la vida es para vivirla aunque sea en un instante detenido entre las sombras del tiempo, al fin de cuentas, el libre albedrío está en cada esquina al alcance de las manos de cualquiera.

- Ledesma, Carolina –

Qué bien me cogieron ese día. Néstor con su verga descomunal; ese taxista con su verga de pequeñez deliciosa. El recuerdo es muy fuerte, tanto que al repasarlo le arde el sexo al punto de humedecerse. Aún puede sentir como la leche de Néstor se desliza caliente desde su espalda y su culo hacia el nacimiento de sus pechos y las piernas. Tanta leche para ella sola. Ni en sueños. Aún siente la leche del taxista chorreando en su mentón y entre sus tetas. El imaginarlos de manera tan vívida hace que le tiemblen las piernas de placer y sienta ganas de tocarse. Pero no puede. Eso sí, no puede evitar mojarse la braguita.

- Ledesma, Carolina –

 

 

 

 

 

 

Libre albedrío ¿qué hubiese pasado de no subir al taxi? Quién sabe. Cuando la lujuria se apodera de la carne nada más existe.

- Ledesma, Carolina ¿es usted señorita? - Un hombre de guardapolvo blanco con un sobre blanco entre manos blancas la trajo a la realidad, también en blanco. Claro, el hospital, todo es blanco… salvo la muerte.

- Sí, soy yo, Carolina Ledesma - responde aún saboreando el recuerdo de Néstor y el taxista pero intentando arrancarlo para no sufrir sus consecuencias. El doctor le entrega un sobre blanco que no podría ser de otro color, la mira a los ojos y sin decir una palabra permanece delante de ella. Piensa “Ledesma, Carolina. Que puta costumbre la de los doctores empezar por el apellido” Le causa hasta gracia la idea y esboza una sonrisa.

Abre el sobre, lo lee y el papel cae a sus pies.

- ¿Está bien, señorita? Señorita, siga mi mano. Enfermera, venga por favor.

En el suelo la carta, el resultado de mis exámenes. Suero reactivo, HIV positivo.

***

Hoy algo se extiende en toda su dimensión y lo tiñe todo de grises y humedades convirtiendo en otoño a la primavera. Hoy el cielo y su inmensidad se derrama entre lloviznas y sombras sobre una ciudad que nunca duerme.

Carolina aún se encuentra sentada en el bar de una esquina, ajena al gentío y su bullicio, lejana, entreverada en sus recuerdos.

- Mierda, mierda, mierda –

 

 

Se siente tan impotente que el llanto se le aglutina en la garganta pero no llora, y es que sus lágrimas son temidas como si se tratase del peor de los venenos. Terror, todo el mundo les tiene terror y solo es llanto, un llanto que requiere de apoyo y cariño, un cariño que hasta sus padres le niegan tras enterarse de la triste noticia. No sabe si es el terror a contagiarse o simplemente a ver de cerca el brillo sombra de la muerte. La cuestión es que el temor aleja y aísla. Trata de comprender porque todos hacen que su vida sea aún más difícil, más dura, más dolorosa. Porqué profundizan con sus actitudes ese dolor al punto de provocarle desear esa muerte que la mira al espejo cada mañana. Intenta entender porqué ese afán de hacerla sentir muerta estando viva.

Estudió sicología para aprender lo que ya sabía. No hay explicación lógica para quienes en este mundo temen y huyen sin mirar atrás. No hay razones que valgan cuando la ignorancia se aferra a los huesos de quienes alejan el dolor ajeno para no sentir en mayor intensidad el dolor propio. Sus estudios no pueden ni podrían radiografiar la estupidez y la hipocresía humana. Porque no es miedo sino ignorancia. Porque no es autoprotección sino una condena, una maldita condena pública.

No sé si Carolina Ledesma también lo sabrá… pero en este mundo tampoco hay justicia.

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