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Hermana mía

en Amor filial

Apenas abro mis ojos, la imagen de Jim Morrison me asalta desde la cercana lejanía de un póster en la pared. El despertador no ha fallado y estalló con su maldita constancia a la misma hora de siempre. El que falló fui yo al no apagarlo cuando llegué hace cuatro horas y ahora, con los ojos empastados, me acuerdo de la casta de todas las putas del mundo. Salgo de mi dormitorio, avanzo a través del pasillo, desciendo las escaleras en espiral y paso junto a mi hermana, Laura, sentada en el sofá rojo de la sala con su dosis diaria de anestesia emocional de pastillas y alcohol.

La miro con el rabillo del ojo. Me mira con sus párpados a media asta. Pulgar hacia abajo a las palabras, al contacto y a cualquier interacción con ella. Es que cuando se trata de nosotros, no somos más que una postal del silencio y la indiferencia. De vez en cuando alguna frase que nos corrobora que tenemos voces. Hola. Adiós. ¿Está mamá? Sal del puto baño que me estoy meando encima. Menudencias familiares.

 

"Y encima debo verle esa cara de culo" pienso al pasar.

"Y encima debo soportar su presencia" seguramente es lo que piensa ella.

 

La cocina está al otro lado de la sala y quiero tomar un té que intente barrer la resaca que se aloja en mi cabeza luego de una noche de alcohol y humos dulces "Suelen decir que tuve una mala noche, pues no. Lo que tengo es una mala mañana" y sonrío en soledad y con la mirada perdida en ese pensamiento. "Tengo que dejar toda esa mierda. Cada vez me siento peor" me digo en voz baja mientras pongo el agua en el fuego y cuelgo el saco de té dentro de una taza. "Una bolsita de papel con hierba en su interior. Si fuese marihuana tomaríamos más té que los ingleses" La idea me causa gracia.

El silbido del agua hirviendo me quita de la estupidez y del saco de té. "Parece que tuviese una banda militar dentro de mi cabeza y encima debo soportar la cara de culo de mi hermana. Vaya lotería la que me he ganado" Lleno la taza con agua y revuelvo lentamente con una cuchara "Será que vuelvo a la cama y trato de dormir hasta mañana" pienso mientras me apoyo en el borde de la mesa con la infusión entre las manos. El vapor de un té caliente es acompañado por un aroma que me recuerda a la casa de mis abuelos. "Gracias al cielo que la niñez no dura toda la vida" y muevo mi cabeza a los lados. El té se ve bien, no así los recuerdos.

 

Escucho unos pasos en la sala y mi hermana que se asoma y apoya su hombro en el marco de la puerta de la cocina – Acaba de llamar mamá para avisar que hoy no vendrá - dice mientras lleva su mirada a los espirales formados por el vapor de la infusión. Asiento con la cabeza sin quitar mis ojos de los círculos de espuma en la taza de té. Nunca dejan de girar.

 

Frunce el ceño y rechina sus muelas antes de decir con todo el sarcasmo del mundo - Gracias por avisarme o vete a la mierda. No sé. Cualquier respuesta que me haga saber que has escuchado el mensaje y no un movimiento de cabeza. No eres autista ni yo adivina – y desparrama su mirada en el suelo. Espero su reacción de siempre. Una puteada, un golpe en la pared y la retirada hacia su refugio de pastillas y alcohol, pero rompiendo con todos los pronósticos, permanece apoyada en el marco de la puerta.

 

- ¿Y por qué el reclamo? Que yo sepa nuestras conversaciones son onomatopéyicas sin remedio. Asentí con mi cabeza en señal de que capté el mensaje, ¿ok? Creo que no hace falta más – y aproximo la taza de té a mis labios para dar el primer sorbo. Punto para mí.

 

- Tienes razón, tal vez sea inútil tratar de acercarnos. Nos criamos en un ambiente tan frío como solitario, sin padre y con una madre ausente. Demasiado pretenciosa mi idea de ser una familia normal – restriega sus ojos con una mano y sonríe de lado - Nada. Quizá me desperté susceptible. No me hagas caso – se aleja del marco de la puerta y pierde su mirada sobre uno de sus hombros. Punto para ella.

Susceptible es una palabra que jamás hubiese asociado con mi hermana. Cabrón es la que mejor me quedaría en estos momentos - ¿Estás embarazada? – y dejo la taza sobre la mesa. No es mentira cuando afirmo que nunca hemos mantenido una conversación con más de tres palabras y tampoco mentiría si dijera que me está costando horrores tratar de establecer una comunicación.

 

- No, Alejandro, no estoy embarazada – obstinada mueve su cabeza a los lados – Estar embarazada sería algo que no me perdonaría. Con diecisiete años y sin dinero, un embarazo no llegaría más allá de un aborto. Pero no es eso – agrega. Su voz está cargada de melancolía y sus gestos son de añoranza. La desconozco, aunque decir eso es ser un hipócrita. No conozco a mi hermana.

 

- No estás bien. ¿Qué tienes? – pregunto con cierto interés y algo de preocupación. Después de todo es mi hermana.

 

- Mamá, tú, yo; vaya trío. Vivimos desde siempre bajo el mismo techo pero nunca hemos sido familia. No sé. Me desperté pensando en eso. Quizá lo soñé o tan solo se trate de una fantasía. No me hagas caso. Ya pasará. Mejor dejémoslo así – en su rostro se dibuja una sonrisa impregnada de dolor, al punto que muerde su labio inferior con intenciones de retener un ejército de lágrimas asomado en la puerta de sus ojos.

 

 

- Laura, perdona, es que no estoy acostumbrado a tener una conversación contigo. Tienes razón. Hemos sido criados como lobos esteparios… y ya ves; cuando uno intenta acercarse, el otro hace todo lo posible por alejarse – será el ambiente o el rostro de mi hermana pero me siento vulnerable. Miles de recuerdos se amontonan frente a mis ojos. Miles de imágenes que he preferido olvidar. En todas, mi hermana y yo, sin mirarnos, solos y en silencio. "Es cierto, a quién quiero engañar, nunca fuimos familia" Respiro profundo. Aprieto los párpados – Trataré de ser más cercano. Es tonto seguir negándolo. Me hace falta una familia. Me haces falta. Pero necesito tiempo para tratar de ser lo que nunca fui, ¿no te parece? – digo con los ojos humedecidos. Una sensación de pérdida se apodera de mí. Puntazo para ella.

 

Aleja su hombro del marco de la puerta y esgrime una sonrisa de mil dientes capaz de iluminarlo todo – Siempre esperé que lo dijeras – respira profundo, le tiembla la voz - Escucharlo me hace feliz – Uno, dos, tres. Sus pasos resuenan en mi cabeza y destruyen el silencio que siempre nos ha separado. "Es todo tan surrealista" pienso al ver su rostro y quedar sepultado bajo cientos de recuerdos de ella. En el parque, en la escuela, en el entierro de nuestro padre, en mi casamiento, en su graduación, en mi divorcio, en la presentación de su primer novio. Siempre indiferentes el uno del otro. Siempre distantes. Hasta hoy. Y así de repente sus diecisiete años se lanzan al fuego de mis bajos instintos. Me asusta. Me descontrola. Cabellos negros sobre sus hombros. Ojos almendra. Labios carnosos. Facciones suaves. Un cuello largo y delgado. Cuatro, cinco, seis. Y mi mirada desciende. Los senos marcándose en lo ajustado de su musculosa. Sus pezones erectos que traslucen su geografía circular de tonos cobrizos. Siete, ocho, nueve. Y su abdomen plano. Su ombligo, merecedor del premio a la más bella de las imperfecciones. Su falda rosada tan corta como sugestiva. Las curvas de sus caderas invitando a soñar con mis manos en ella. Sus piernas largas, torneadas. Y sus zapatillas rojas de tela, con los cordones desatados, que la traen. Diez. De pie frente a mí.

 

Mis pupilas se reflejan en las suyas. Su aliento acaricia mi mentón. Tiembla mi interior. Brillan sus ojos. Sonrío. Sonríe. Siento la brisa de sus pestañas. El sonido de sus pensamientos. Entreabro los labios. Suspira. "Basta ya. Debo terminar con esto antes de que sea demasiado tarde" estalla en mi mente, corre en mis venas. Estoy siendo presa del peor de los deseos, el de lo más prohibido. Es una niña. Y es mi hermana.

 

 

- Laura, ya dimos el primer paso. Ahora solo queda tratar de recuperar el tiempo que hemos perdido. Lo lograremos – se me entrecorta la voz, me sudan las manos, me abro ante ella - ¿Sabes? Tal vez suene algo desubicado pero debo decirlo. Te quiero mucho – quito la mirada de sus ojos y llevo el mentón hacia uno de mis hombros. Caigo preso de la culpa y de la vergüenza. Deseo que se abra el suelo bajo mis pies. Quisiera desaparecer de esta cocina y aparecer frente a un vaso de tequila en la barra de algún bar en los suburbios. Lejos de ella. Lejos de mí.

 

Cierra los ojos. Sus pestañas largas y arqueadas se convierten en garras que esconden su mirada. Quizá también desea desaparecer de aquí y aparecer en cualquier parte. Uganda, Singapur, Saturno. Cualquier parte. No lo sé. Pero la juventud jamás renuncia a los instintos y la razón se desintegra con las primeras llamas – Hermano, necesito que me abraces - Y antes de que pueda reaccionar, me abraza. Nos perdemos entre nuestros brazos. Nos fundimos en nosotros. Sus pechos contra mi pecho. Su abdomen contra mi abdomen. Sus piernas contra mis piernas. Entrevero de pieles, de latidos, de suspiros.

 

Apoyo el mentón en su hombro y mis ojos gozan con la vista. El tigre tatuado en su omóplato derecho. La línea de su columna marcando el camino hacia el sur. La curva de la espalda perdiéndose en el cóccix. Y sus glúteos. Esas lomas pronunciadas bajo la falda rosada tan corta como sugestiva. Esos muslos perfectos que le dan vida a un culo hermoso. Al darme cuenta de que todo eso es de mi hermana, es demasiado tarde como para ocultar la dureza en mi entrepierna. Mi pene arde. Mis ganas fluyen. Mi bestia crece.

 

Alejo el mentón de su hombro. La miro a los ojos y dibujo una sonrisa que trata de ocultar fuegos y culpas – Bueno, luego hablamos. Mi cama espera. Se me parte la cabeza de dolor y se me parte la cabeza. Ya sabes, como de costumbre tuve una noche un tanto complicada y necesito descansar – le digo sin lograr que dé ni un paso atrás. Necesito irme antes de que la locura atraviese la línea sin retorno. Necesito que todo esto termine de una vez antes de que atravesemos todos los límites. Y al contrario, me abraza con más fuerza.

 

- Necesito que me abraces muy fuerte. Hoy no quiero sentirme sola – solloza y hunde su rostro en mi pecho. Siento sus lágrimas atravesando mi remera negra, impregnando mi piel. Hasta puedo imaginar su sabor. Son tan amargas como mis lágrimas nocturnas. Lobos esteparios. Fantasmas en la oscuridad – No quiero estar sola – repite y se aferra a mí. Mis manos se pierden entre sus cabellos que se derraman en su espalda. Rozo las fauces de su tatuaje. Quisiera que me devore. No falta mucho para que pierda el poco juicio que me queda.

 

- Y no vas a estar sola - le susurro al oído. Mis dedos navegan sin rumbo en el océano de su espalda. Sus dedos se pierden entre mis omóplatos y mi cintura. Solo se escuchan nuestras respiraciones. Su pelvis se pega a mi pelvis y ya es tarde para todo. Por un instante pienso en salir corriendo de allí y tratar de olvidarlo todo, pero la bestia liberada en mi interior no sabe de razonamientos ni de límites. Y al parecer, tampoco la bestia interior de mi hermana.

 

- ¿Te parezco linda? – susurra entre mi cuello y mi hombro.

 

- Sabes lo que pienso al respecto, como también ambos sabemos que somos hermanos y que estamos yendo demasiado lejos - respondo en voz baja.

 

 

- Quiero escucharlo de tus labios y que obviemos por un momento que somos hermanos. Eso no viene al caso – hunde los dedos de su mano en mi cintura, sus uñas negras dibujan círculos viciosos en mi piel – Tú me pareces lindo. Ese fue siempre el comentario de mis amigas – una sonrisa traviesa se dibuja en su rostro e instintivamente apoyo con fuerza mi pene contra su entrepierna. Espero una respuesta violenta de su parte. Un bofetón, tal vez muchos insultos y el deseo de que me muera de una sobredosis de lo que sea. Pero no. Para mi sorpresa, comienza a friccionar su vagina contra mi erección. Y todo se va al demonio. La tomo de la cintura y la aprieto contra mí.

 

- Que seamos hermanos siempre viene al caso, pero sí, en ronda de confesiones, te deseo hace muchísimo tiempo, tanto que no querrías saber - y un gemido detiene su confesión. Su mirada es la de un animal, mi mirada es la de un animal.

 

- También te deseo hace muchísimo, tanto que te gustaría saberlo… cada vez que me masturbo pienso en ti – remata.

 

Se detienen los relojes. Se congela el relato. Se silencia la sala. Mi hermana me ha deseado desde siempre. Sí, todo esto es surrealista. O peor. El despertador, el póster de Jim Morrison, la escalera en espiral, el sofá rojo, mi hermana, el fuego, el agua, la taza de té, las zapatillas de tela roja, mi hermana, ésta conversación, las miradas furtivas, las caricias, las ganas, mi hermana, sus gemidos, mi erección contra su sexo, mil veces mi hermana. Todo es surrealista.

 

- Eres hermosa, hermana, eres hermosa y yo soy un maldito desquiciado - mis manos descienden a través de su espalda. Omóplatos, tatuaje, cóccix y por fin, sus muslos ocultos bajo la falda rosada tan corta como sugestiva. Mis dedos como garras se aferran a esos muslos. Los acaricio, los aprieto, los hago míos. Subo su falda hasta la cintura. Siento su piel. El calor que emana de su carne. La cercanía de su entrepierna. Siento sus vellos. Tiembla. Suspira. Y las yemas de mis dedos se insinúan a través de la línea de sus glúteos. Rozo su ano. Arquea su espalda. La miro a los ojos. Aprieta sus párpados. Y la beso en los labios. Lenguas enloquecidas, mordiscos en celo, humedades candentes. Desesperados. Encendidos. Ángeles sin alas. Demonios sin infierno.

 

Si mi culpa tuviera nombre… se llamaría Laura.

 

- Somos unos malditos desquiciados – solloza y abre de un mordisco una pequeña herida sangrante en mi labio inferior. Incesto, amor filial, estupro, palabras, solo palabras que han sido devoradas por las llamas de este infierno de carnes y humedades, de lujuria y pasión – Somos, sangre de mi carne, somos… y me quedo con eso – sonríe de lado, hoyuelo en la mejilla, y lame la herida.

 

Sus palabras. El tono de su voz. El brillo animal de sus ojos. El movimiento de sus caderas. Sus curvas. Su calor. Todo el conjunto me ha perdido en su vorágine de locura. Mis dedos se convierten, por enésima vez, en garras de cuervo, y se enganchan a los lados de su braguita blanca. Jalo hacia arriba. Muy lentamente. Un respingo la pone en punta de pie. Su sexo es invadido por la seda. Crece en humedad. Estalla su pecho en latidos. Gime - Arráncame la ropa interior – clama entre suspiros – Quítamela – y posesionado por todos mis demonios, impregnada mi alma de oscuridades, me llevan a cumplir al pie de la letra su pedido. Jalo con fuerza. La seda penetra su sexo, la línea de sus glúteos, los separa, los abre. Se estira y cede, desgarrándose. Llevo la prenda a mi nariz y la olfateo. Entrecierro los ojos y sonrío – Chúpamelo, Alejandro, devórame entera – musita ahogada en un suspiro interminable.

 

Le lamo los besos. Intenta morderme. Y beso sus mejillas, su barbilla, la comisura de su boca. Me devora con su mirada. La penetro con mis latidos. Quiere más. Quiero más. Siempre más. Se le eriza la piel. Se me incendian las entrañas. Y hundo los dedos en sus muslos. Clava sus uñas negras en mi espalda. Sus pies abandonan el suelo. Giro con ella pegada a mi cuerpo. Almas entreveradas. Fuegos entrelazados. Cordones colgando. Y la apoyo en el borde de la mesa.

 

Sus besos se derraman en mi cuello. Mis besos acompañados de mordiscos cubren sus hombros, el filo de la clavícula, los flancos de su pecho. Su piel sabe a comienzos de primavera. Su blancura huele a flores frescas. Y mi otoño es una bestia salvaje corriendo a través del incendio de las ganas. Somos un concierto de roces y gemidos, de chasquidos y suspiros. Lleva sus manos a mi cintura. Intenta arrancarme la ropa interior jalando hacia arriba. No puede hacerlo, obvio, es Calvin Klein. Vuelve a intentarlo jalando hacia abajo. Lo logra a medias. El glande se asoma por sobre el elástico. Me encanta dilatar el placer. Y mi índice izquierdo se desliza por el borde superior de su musculosa.

- Me traes desesperada. Quiero sentir tu boca en mi sexo – insiste tomándome del cuello, esclavizada por el deseo. Mis pupilas en su iris. Tomo los bordes de la musculosa y jalo hacia arriba. El paraíso de su desnudez se adueña de toda mi existencia. Sus senos pequeños, turgentes, pálidos, suaves, cálidos. Sus pezones de burdel, erectos, circulares, cobrizos. Un par de pechos esperando por mis fauces. Y mi lengua traza sensaciones con saliva. El nacimiento de los senos, entre ellos, ascendiendo, círculos de fuego mojado siguiendo el dibujo de los pezones y por fin, la erección en ellos. Lengua que desesperada los atrapa ayudada por los dientes. Mordiscos lujuriosos. Besos salvajes. Le aprieto los muslos y sonríe. Su rostro no es su rostro. Mis manos no son mis manos. Somos bólidos entre llamas dentro de cuerpos firmados con la misma sangre.

 

Mis besos continúan con su descenso al infierno más próximo. Ése que clama urgencia centímetros al sur. Estigia candente. Mi boca se deshace entre sus costillas, dentro de su ombligo. Mis labios se debaten en el calor del abdomen plano. Y sigo el camino de una línea de vellos imperceptibles en la lejanía. Supero la barrera de la falda rosada convertida en cinturón de ocasión. En la ingle izquierda un águila de sangre y de sombras. En la ingle derecha el vacío que le corresponde al águila en mi espalda de sangre y oscuridades. Sus muslos apoyados en el borde de la mesa. Mis manos en su cintura. Mis rodillas hundidas en el suelo. Mi rostro frente al Hades del deseo más profundo.

 

Si mi lujuria tuviera un nombre… se llamaría, Laura.

 

- Cómemela – y el demonio se ríe en mi rostro, de cara a una sonrisa vertical empapada en flujos, cobriza, de tres lunares. Lamo el grueso de sus labios, la verticalidad caliente de su hendidura. Mi lengua insinúa. Mi nariz se empapa. Entre mis dientes, su clítoris. Erecto, duro, palpitante. Sus gemidos crecen al ritmo del movimiento de sus caderas. Se hunden mis facciones en su entrepierna. Degusto. Huelo. "¿Así olerá la inocencia perversa? ¿y el pecado imperdonable? ¿se mojará de esta forma la inmoralidad? ¿gemirá lo prohibido?"

 

- ¿Gemirá lo prohibido? – musito clavando la mirada en sus labios. Danzan los demonios del deseo alrededor de nuestros cuerpos ardiendo. Se elevan dos almas desplegando las alas del desenfreno. "Es hermosa, pero desnuda y excitada es espléndida" Sin quitar los ojos de los suyos me levanto lentamente hasta quedar de pie, con mi ropa interior entre los tobillos y todos los infiernos en mi carne.

 

- ¿Qué? ¿si gime lo prohibido? ¿estás loco? Me encantaba lo que estabas haciendo – masculla en tono de reclamo. Sus ojos como dos brasas. Su boca entreabierta. Su pecho cubierto de sudor y saliva. Su falda rosada enrollada en la cintura. Sus piernas abiertas. Su sexo carente de vellos. Mojado – Lo que viene va a gustarte aún más – en mi cara una sonrisa de mil dientes, que no iluminan, pero intentan – y cuando gimas con más fuerza voy a corroborar si lo prohibido gime… porque somos algo prohibido, hermana. Lo somos – introduzco índice y anular derecho en mi boca para luego llevarlo hacia su entrepierna. Rozo sus labios vaginales. Se estremece. Arquea la espalda. Se ahoga en un gemido.

 

Mi Calvin Klein atraviesa la cocina, en vuelo de emergencia, hasta quedar colgado en una de las aspas del ventilador de techo. Mi sexo, enhiesto, parece observar su bamboleo. Y ella, con un brillo oscuro en los ojos, derriba el último bastión de inocencia que se arrinconaba en su mirada para darle lugar a la fiera en celo. Sonríe. Solloza. Desea. Y se pierde detrás de sus párpados – Sí, hermano, somos algo prohibido ¿importa eso ahora? -

 

La tomo del brazo y la pongo de espaldas a mí. Catarata de cabellos negros sobre su espalda, tatuaje felino entre llamas, y su mirada por sobre el hombro izquierdo. Apoyo una mano entre sus omóplatos y la empujo hacia la mesa. Trata de reincorporarse. La empujo con más fuerza y llevo uno de sus brazos hacia la parte inferior de su espalda. Se sacude. Intenta zafarse - ¿Qué haces? No me gusta que me amarren. Suéltame – refunfuña mientras su instinto de supervivencia la lleva a patalear con histeria. Uno de sus talones da con mi rodilla. Aprieto una de sus muñecas y la llevo contra su cóccix – Alejandro, te dije que me sueltes. Ya – amenaza. Carcajeo maliciosamente. A estas alturas ningún reclamo tendría efecto y lo sabe – Me está doliendo. Por favor, suéltame – solloza con voz de niña. Una lágrima rueda por su mejilla. Dos se evaporan en la mía.

 

Tomo mi pene desde la base para dirigirlo hacia el infierno de sus ganas. Froto mi glande entre sus glúteos. Dejo tres gotas de mi placer como constancia de mi paso por ellos. Su piel es suave, su carne firme. – Hermana, niña y putita. Es tarde para cualquier cosa. Pero sé que lo quieres tanto como yo – le digo mordiendo cada palabra. Separa el abdomen de la mesa. Levanta sus nalgas. Ronronea. Y mira por sobre su hombro izquierdo – Cójeme como si fuese una puta o a una niña o lo que quieras. Pero cójeme, ya, cójeme – gimotea al borde de la súplica.

 

Su rostro, sus senos, sus latidos contra la mesa, y la humedad de su aliento sobre ella. Su culo elevándose hacia mí, en línea recta a mis deseos. Sus zapatillas rojas de tela en puntillas. Su vagina empapada. Su olor a sexo. El instinto devorando cada centímetro de su inocencia. Y mis ojos recorriéndola sin perder detalle. Cada vello, cada pliegue, cada curva. Es hermosa. Un ángel maldito. Una vorágine de hormonas. Diecisiete años con aires de inocencia y movimientos de burdel jugando con mis tres décadas.

 

Si mi perversidad tuviera nombre… se llamaría Laura.

 

Apoyo el glande entre la vagina y el ano. El istmo del placer. El perineo. Se dice que es una de las zonas más sensibles del cuerpo. Lo corroboran sus puños de uñas clavadas en las palmas; la sangre del pecado. Enlazo sus cabellos con una mano y la jalo hacia a mí. Su espalda se arquea. Sus omóplatos se rozan. Y se abre el infierno bajo mis pies. Demonios lujuriosos desgarran mi carne. Lenguas de fuego rodeándome, maldita hoguera de moralidades. Se dice que las razones del corazón tienen razones que la propia razón nunca entenderá. No hace falta mencionar que queda para las razones de la entrepierna. Y mi sexo, erguido, se recuesta a lo largo del recorrido de sus labios. Eleva sus caderas hasta donde la posición se lo permite. Clama con su cuerpo – Cójeme, deja de hacerme sufrir y cójeme – jadea como si se tratase de su último aliento.

 

Si mi condena tuviera un segundo nombre… se llamaría Laura.

 

Ella con el torso contra la mesa y sus zapatillas rojas de tela de puntillas en el suelo. Yo de pie, detrás de ella. La postal del incesto. La prueba del pecado. Tal vez si me detuviese a pensar, un sentimiento de culpa desgarraría mi alma, pero es demasiado tarde para pensar en nada. En mis pupilas, sus cabellos enlazados en mi mano, su cuello largo, su lado salvaje tatuado sobre un omóplato, su espalda curvada, sus glúteos hacia mí, su vagina ardiendo de humedad y ganas, como mi pene.

 

Aprieto los párpados. Llevo mis caderas hacia atrás. Mil imágenes de ella pueblan mi mente. Ella besándose en el jardín de la casa con su novio de turno. Ella sentada en el sofá de la sala frente al televisor, abrazándose las piernas. Ella con la mirada perdida, de sonrisa pícara, mordiéndose el labio inferior. Ella bajando las escaleras en ropa interior. Sitúo el glande entre sus labios, introduzco la puntita y empujo lentamente hacia ella. Centímetro a centímetro. Se caen las agujas del reloj. Se quiebran los recuerdos consanguíneos. Se incendian nuestras fotografías del alma. Jadea. Gime. Grita. Y me encanta. Y lo sufro.

 

Su rostro recostado sobre la mesa. Su boca entreabierta. Su aliento empañando la superficie – Sí, sí, sí, quiero más, hermanito, quiero más – y se acoplan los pubis, las ingles. Estoy rodeado de ella. Está invadida de mí. Siento su calor. Siente mi dureza. Me muevo. Se mueve. La penetro. Me devora. Las caderas se deshacen en una danza de chasquidos húmedos y olor a sexo. La mesa, cruje. Y lo gozamos, nos matamos, nos sentimos, nos deshacemos, nos quitamos todas las ganas, todas las tensiones, todas las lejanías, todas las insinuaciones.

 

Jalo sus cabellos hacía mí cual bridas empapadas de negrura – Acaba, putita, acaba para mí, acaba para tu hermano – alcanzo a decir ahogado en mi desenfreno; y acelero los movimiento, poseído por cientos de demonios interiores desgarrándose las carnes entre sí en el infierno de mis pasiones. Ella se acopla a mi ritmo frenético, se sacude ante el reto con liviandad "No solo encajamos, también coordinamos a la perfección" pienso dentro de lo poco que puedo pensar en este momento donde todo gira alrededor de un huracán de sensaciones "¿Será porque somos hermanos? Será"

 

Un escalofrío golpea nuestras frentes, nos besa las mejillas, nos impacta en los mentones y gira hacia nuestras nucas para descender a través de los hombros como si se tratase de una lengua de hielo y fuego lamiéndonos rumbo a nuestras entrepiernas. Resplandece el águila en mi espalda. Agita sus alas. Ruge la pantera en su omóplato. Brillan sus dientes. Clavo mis uñas en su piel. Arquea su espalda. Me hundo en ella. Se restriega en mí. Apretamos los párpados que se sumergen en la humedad de los ojos. Estallan dos gritos que se entrelazan en su camino a la cima del éxtasis. Y todo se hace blanco.

 

Si mi éxtasis tuviera nombre… se llamaría Laura.

 

De su entrepierna chorrea su orgasmo y mi semen. Una línea tibia, pálida, escandalosa, se desliza cual filo ardiente; desgarrando, tajando, abriendo la piel de nuestras almas, la carne de nuestro futuro, el lazo que nos une. Es simiente prohibida sobre piel prohibida, y ambos lo sabemos, siempre lo supimos, todo tiene un precio que de alguna u otra manera, se paga.

 

Una gota de sudor atraviesa mi frente rumbo a mi entrecejo para caer luego entre esas nalgas de ensueño. Sonrío de lado "Ese culo será mi perdición" pienso y me desplomo sobre ella. Mi abdomen se ensambla a su cóccix, mi pecho a su espalda, mi rostro a su rostro sobre la mesa. Cejas gruesas, ojos claros, labios carnosos, mentones en punta, facciones análogas producto del mismo útero.

 

Cuatro pupilas húmedas de culpa reflejan la taza de un té frío sin espirales de vapor al borde de la mesa. Me pregunto en qué momento la habré dejado allí. Se pregunta que pasará cuando tenga que ponerse de pie y mirarme a los ojos. Nos preguntamos que será de todo esto. El futuro siempre es incierto, y las acciones, y sus consecuencias. De algo estamos seguros. Nosotros nos ahogaremos con las lágrimas de la culpa por atraernos y querernos más allá de la sangre, moriremos cada vez que nos miremos y nos reconozcamos hermanos pero por sobre todo, amantes. Ustedes, lectores, se calentarán cada vez que lean nuestra historia incestuosa sin más futuro que estas líneas, y al cerrar la página, con o sin comentario de por medio, sembrado de terribles o apenas acariciado por dos o tres estrellas, se olvidarán de nosotros, incluso, de estas palabras finales.

 

 

Si el olvido tuviera nombre… se llamaría TR.

 

 

Todo es silencio, incertidumbre y después. Allí y aquí.

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