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Sangre

en Hetero: General

- Sangre – resonaba dentro de mi cabeza, tal cual ecos oscuros y lejanos, una y otra vez – Sangre.

Mis manos aferradas al volante del automóvil descapotable, mi espalda pegada contra el asiento de cuero negro, el viento nocturno fustigando mi rostro pálido, agitando a mi larga cabellera azabache. La ruta bajando iridiscente, bajo el techo de la noche, flanqueada por árboles muertos de ramas crujientes, y sombras ondulando su misterio. La luna, ese aro blanco, reflejándose en mis pupilas prietas, mientras el rímel ennegrece las adyacencias de mis ojos. No queda lejos mi destino, solo unos pocos kilómetros. Observo mi rostro en el espejo retrovisor... un desastre... un verdadero desastre... ni tiempo a limpiarme la sangre seca que salpica mi frente.

Seth se encuentra a mi lado, con la cabeza recostada en la ventanilla del asiento derecho, y una daga de plata enterrada en el medio de su pecho. Su cuello esta abierto de oreja a oreja, y sus ojos rehusan a cerrarse, aunque ya no vean; se encuentran naufragando entre las sombras de la muerte. Lo observo por un instante, y mis lagrimas comienzan a brotar de manera desconsolada – Perdoname mi amor, por favor, perdoname – me inclino sobre él, y lo beso en los labios, tiesos y fríos, helados e idos. Llevo una de mis manos hacia su frente, apartando mechones de pelo ensangrentados, y le brindo todo mi amor con una mirada.

- Estás en paz, mi amor. ¿Qué esbeltos y ágiles espectros caminarán junto a ti, en ese viaje hacia el descanso eterno? – sonrío de lado, y un mar de lagrimas distorsiona su imagen.

Vuelvo mis ojos al río de asfalto, rechinando dientes, achicando el alma, deshaciéndome en pena. Aprieto el pie en el acelerador, mis muslos empujan hacia atrás, mis senos se dividen contra el cinturón de seguridad, y el paisaje se pierde entre líneas difusas.

 

Cuando lo vi aproximarse hacia mí, esbelto, blanco, inmaculado y sacro con su cabellera negra derramándose sobre sus anchos hombros, y una mirada tan profunda como misteriosa enterrándose en el infinito de mis pupilas, sentí que lo conocía desde hace siglos. Tan bello y enigmático, rogaba que se apoyará en la barra, a mi lado, y me invitase un trago. Entre murmullos, ritmos musicales, gritos, ruidos de copas y botellas, sus pasos aproximándose eran lo único que escuchaba. Lo miré por un segundo, con esa mirada que solo las mujeres sabemos arrojar, cuando alguien realmente nos atrae, y soplé un mechón de cabello que caía sobre mi frente. Una sonrisa cargada de sensualidad surcó mi rostro, para luego internar mi atención en un punto invisible más allá de unas copas vacías ubicadas a lo largo de la barra. Por más bello, tampoco me regalaría... aunque sinceramente, hacerlo no me quitaría el sueño.

Apoyando mis brazos en el borde de la barra, lucía a mis uñas largas pintadas de negro, que se balanceaban como guillotinas mínimas sobre la pelusilla de mis antebrazos. Mi rostro pálido, adornado de sombras, era enmarcado por una cabellera oscura como la noche, que caía sobre mi espalda desnuda, tal cual llovizna invernal. Un vestido de seda negro, era la piel que había escogido para deambular bajo aquella luna de diciembre. Amo la noche... a sus bestias, a sus espectros, a sus mitos y leyendas... la amo, y es por ello que es un ritual obligado, salir por las calles cuando el sol ha muerto en el horizonte. Salir... respirar su brisa, sentir la caricia de sus sombras, perderme en su misterio, saborear su halo de temores... no podría vivir sin ello.

- ¿Se puede? – irrumpe una voz masculina, detonando dentro de mí, un sin fin de sensaciones. No puede ser él, pensé... no puede ser. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, de punta a punta, y lentamente abandoné aquel punto invisible tras las copas, para llevar mi vista hacia esa voz vibrante. Era él, una gárgola sensual entre ovejas y corderos sin brillos ni sentidos, atravesando mi alma con su punzante mirada lúgubre.

- Se puede – musité, mientras mis piernas temblaban como nunca antes lo habían hecho.

- Permiso - dice, y se sienta a mi lado, sin quitar su mirada de mis ojos – He visto en tu rostro a todos mis deseos. Cada uno de mis sueños, camina a través de la suavidad de tus labios, en busca de los latidos de tu corazón.

- ¿Cómo dices? – sonrío sonrojada.

- Lo que has escuchado. ¿Tiene nombre este ángel sin alas, que brilla entre tanta oscuridad?

- Kassandra, este ángel se llama Kassandra – respondo hipnotizada por sus palabras dulces - ¿Tiene nombre este dulce adulador?

- Seth Dupont Baros, un servidor – apoya su mano sobre mi rodilla, y sonríe levemente – Una vez completadas las presentaciones, desearía invitarte un trago, y que aceptes sin compromiso alguno.

- Ante artilugios tan galantes de conquista, ¿alguna vez te han dicho que no?

- No les di oportunidad de hacerlo, pues nunca antes ofrecí más que mis desprecios – se acomoda en su asiento – Ya te lo he dicho, eres un ángel... y ellos no suelen pisar el fango de este mundo. En fin, ¿aceptas un trago de este servidor?

- No seré la primera que te diga NO.

El alcohol es el néctar de los excesos, la razón de los impulsos irracionales, y en su composición danzan los duendes de los deseos. Dulces los labios humedecidos en la incitación de su propuesta, gozosos los sentidos liberados de ataduras coloquiales y candados moralistas. Una copa tras otra, el alcohol se derramaba entre mis labios, ante la mirada de mi abstemio acompañante. Mi visión comenzaba a deformar cada imagen, hasta convertirla en formas difusas, mientras mi sonrisa, era tan amplia como mis deseos por aquél hombre misterioso.

- Tu no has bebido absolutamente nada. Acaso, ¿pretendes emborracharme por algún motivo? – le digo sosteniendo una copa de ajenjo en una mano, mientras la otra se aloja en su antebrazo. Delicadamente, lleva su anular a mi frente, y quita ese maldito mechón de cabello que siempre cubre a mi ojo derecho.

- Eres la mujer más bella y radiante que he conocido en toda mi vida. Ni reinas, ni emperatrices, ni princesas, ni la más admirada de las admiradas, podrían siquiera disputarle el podio al brillo de tu belleza. – Suena a una dulce melodía que no merezco – susurro tras acercarme peligrosamente a su oído izquierdo. Mi sangre se arremolina entre deseos y ardores, para surcar como ríos de lujuria al cauce de las venas. Totalmente expuesta, mi alma se entrelaza en los huesos, y clama salirse del cuerpo.

Su mirada se internó más allá de mis pupilas, y en sus ojos pude ver la oscuridad de mil noches sin lunas ni estrellas, vahos de tiempo por sobre una soledad eterna, fauces sangrientas de bestias nocturnas disputándose a sus presas de turno, océanos de vacío y dolor. Una lagrima atravesó la palidez de mi rostro, y con mis manos, acaricié sus pómulos helados – Llévame lejos de aquí – le dije.

Cruzando un mar de personas, risas y sudores, salimos de aquel antro nocturno, y nos subimos a un automóvil descapotable. Aferró sus manos al volante, y tras mirar un largo rato hacia la calle, dirigió sus ojos a mi rostro y rompió el silencio – Angel de luz... bájate, te lo ruego.

No podía entender su pedido; recorríamos un camino plagado de miradas deseosas, y de repente su gris petición. ¿Qué había hecho que le molestara?, pensé, pero mi razón ya no contaba, solo los latidos de mi corazón, el fluir de mi sangre, el hálito de mi alma... no me bajaría por nada del mundo - Deseo estar contigo, dulce príncipe negro – y apoyé mi cabeza en su hombro. Sonrío, y arrancó el motor.

 

 

No me pareció para nada extraño, que detenga el automóvil frente a las puertas enrejadas del cementerio de la ciudad. Cómo a mí, la oscuridad brotaba por sus poros, y se reflejaba en el fondo de sus ojos - ¿Entraremos? – le pregunté, segura de su respuesta.

- ¿Lo deseas?

- Ya te lo he dicho. Llévame contigo.

Por un instante, cuando las puertas se abrieron por sí solas entre un crujidero de hierros oxidados, la perplejidad ocupó todos mis sentidos. Solo por un instante, pues inconscientemente sabía con que bueyes estaba arando. Un denso vaho azulado se deslizada sobre la tierra húmeda, por entre lapidas torcidas y cruces resquebrajadas, mausoleos y nichos... mientras el descapotable avanzaba inmerso en la bruma, adentrándose en la oscuridad.

Se detuvo frente a un sepulcro suntuoso, y por enésima vez, sus ojos se clavaron en el fondo de mis pupilas - ¿Qué haré contigo? – murmuró apenado, y agachó su cabeza.

Llevando mi anular a su mentón, levanté su rostro con la intención de que vuelva su vista a mis ojos – Haz lo que debas hacer.

Sus labios se posaron sobre mis labios de rush negro, y su lengua helada se ocupó de recorrer cada rincón de mi boca; desbocados besos del infierno, desquiciado ardor helado. Su nariz hundiéndose en mi pómulo, mi aliento jadeante penetrando en su boca, mis pezones endureciéndose bajo la seda fina. En mi interior una legión de sensaciones lujuriosas me arrebataba la poca cordura que poseía, y mis manos se encargaron de apretar la dureza que había nacido en su entrepierna.

- Mi gárgola oscura, que dura la tienes – jadeé entre dientes, mientras él apretaba mis pechos con sus manos. Se arqueaba mi espalda, y mis caderas se movían de manera descontrolada, en el afán desesperado de frotarme la vagina contra el asiento de cuero negro. Tomé el extremo de la bragueta de su pantalón y jalé hacia abajo; el sonido del cierre abriéndose rompió el silencio de muerte que imperaba en el lugar. Mis dedos hurgaron en su entrepierna, y sintieron la dureza de su pene palpitante, al que saqué tras empuñarlo en la mano.

Me incliné hacia abajo, doblando mi cuerpo hasta quedar de cara a su entrepierna, y mis ojos se deleitaron al ver como su pene venoso y ancho emergía presto a ser mamado. Que delicia, pensé, mientras mi rostro se desencajaba sumido en el profundo deseo de poseerlo, y que me posea. Coloqué la punta de mi lengua en su glande, para jugar con la humedad salada que comenzaba a salirle, y rodeé con sendas lamidas los bordes del bálano. Mis labios acariciaron la punta de aquel falo, para luego deslizarlo lentamente hacia el interior de mi boca. Una succión y me alejaba, así una y otra vez, hasta que mi lengua se decidió a lamer el tronco de arriba hacia abajo, y viceversa.

Mientras mi lengua empapaba toda la dimensión de su pija, llevé mi mirada hacia los ojos de Seth. Se encontraba recostado contra la puerta del vehículo, con los párpados apretados y mordiéndose el labio inferior. El saberlo tan excitado, me excitó aún más. Con una mano tomé su pene, y comencé a masturbarlo, a la vez que mis labios succionaban la dureza de sus testículos.

- Que bien lo haces – musitó, y enterró sus dedos en la negrura de mi cabellera.

Mi lengua abandonó a sus huevos, y se deslizó a través de su tronco, hasta llegar al glande. Con las manos en su cintura, apreté la cabeza de su pene entre mis labios y lentamente lo fui metiendo dentro de mi boca centímetro a centímetro, en su totalidad. Mmm, lo devoraría durante toda la eternidad, pensé. Con salvajismo y lujuria, envuelta en un halo de pasión desenfrenada, devoré a ese pene con profundas chupadas que lograron darme arcadas, al sentir el roce de la punta en mi garganta.

Seth se reincorporó y me lanzó contra la puerta del vehículo. Enterró sus ojos ensangrentados en mi escote, se abalanzó sobre mis senos y de manera descontrolada, tras sacarlos del vestido, comenzó a chuparlos. Abrumadamente excitada, poseída por una lujuria que desconocía, comencé a jadear desesperadamente, enterrando mis dedos en los hombros de mi oscuro dueño.

- Mi amor... me arrancas el alma del cuerpo – mascullé entre dientes.

Sus labios succionaban la dureza de mis pezones erectos, mientras que su lengua se paseaba en círculos deliciosos. Mis caderas no respondían más que al vaivén de la excitación, y mi boca abierta sintonizaba con los párpados apretados. En ese momento sentí un fuerte ardor en mi seno izquierdo, y Seth se apartó de mí, apoyando su espalda contra el volante del vehículo.

Al mirarme el pecho, un hilo fino de sangre roja se deslizaba sobre la palidez de mi piel, y un destello de luz lunar se reflejaba en el carmesí. Seth escondía la mirada entre sus rodillas, en la superficie negra de los asientos, en una botella de licor en el piso, en cualquier sitio que no tuviera nada que ver conmigo.

- ¿Qué pasa príncipe? – le dije agitada y sorprendida... aunque no tanto.

- Debes irte antes de que sea demasiado tarde – respondió vehementemente, escondiéndose tras las sombras de la noche. Intenté acercarme a él, pero me alejo con su antebrazo – Vete, te lo ruego.

- Dime que ocurre, por favor – supliqué.

- Soy la nada andante, el monstruo que los vivos matarían, una bestia temida y odiada. Sin vida, sin alma... mi pecho no posee latidos, mi boca carece de aliento, mis ojos no desprenden brillo. Yo soy un vampiro, un ser que vive bajo el techo de la noche, que alimenta a su muerte de vida – dice – Vete, vete antes de que mi apetito supere al amor que por ti siento.

- Si me amas, tienes que estar vivo – le dije con los ojos empapados en lagrimas.

- Este cuerpo no tiene vida. Vete mientras puedas.

- No me iré. Hazme tuya. Quiero ser lo que tú eres, quiero ver lo que tus ojos ven – susurré sumergida en un profundo llanto, mientras me acercaba a él.

- No, eres un ángel de luz, no puedo permitir que sufras lo que he sufrido. No puedo arrancarte la vida, para ofrecerte esta muerte.

Lo tomé de sus hombros y lo llevé hacia mí – He esperado por ti toda mi vida. Llévame contigo... sácame de esta muerte.

Nunca olvidaré a su rostro cuando le dije eso. Las brumas, el vaho, el frío, las sombras, su mirada, se iluminaron en un instante eterno, y como nunca antes, deseé morir. Sus ojos se posaron en el hilo de sangre que bajaba hacia mi abdomen, manchando a los finos vellos casi invisibles, y al abrir su boca, dos colmillos blancos emergieron de su dentadura – Hazme tuya – repetí, una y otra vez.

Con sus brazos fornidos rodeó mi cintura, y levantándome del asiento para ubicarme sobre sus piernas. Mis muslos se acomodaron a la perfección, mientras las yemas de sus dedos tomaron los bordes de mi vestido, lo jalaron hacia arriba, dejando mis bragas a la vista. Solo imaginar su pene dentro de mí, hizo que mi excitación comenzará a aumentar tal cual llamas del infierno. Por sobre mi ropa interior, apoyó dos dedos entre los labios de mi conchita, y comenzó a presionar.

Cerré los ojos, arqueé mi espalda y llevé mi culito hacia atrás. Sentí cuando corrió mis bragas hacia un costado, y apoyó su glande en la línea de mi vagina. Me estremeció en cuerpo y alma cuando su pene se enterró en mis humedades, y las caderas arremetieron una contra otra. Pero el mayor placer fue cuando sus labios se posaron sobre la herida en mi seno, y sus colmillos se clavaron como dagas de fuego. Cada succión era un latido menos en mi pecho, un suspiro menos en mi boca, un rayo de luz extinto en el cielo.

Una tormenta de espasmos atravesó cada centímetro de mi existencia, mil sensaciones estallaron en los rincones de mi alma, la muerte y sus sombras deslizaron sus filos en mi interior. Mi amante oscuro devoró mi vida, mientras su rostro, sus hombros, sus brazos, estaban empapados de sangre... mi sangre.

 

Esa noche morí en mi vida, para nacer en su muerte... y como dos vampiros nos perdimos en los cielos prietos de la noche. La eternidad era nuestra, al menos hasta que los locos de Dios descubrieron la morada en la cual descansábamos, mientras el sol era el rey en esta parte del mundo. Enardecidos por la luz de los justos; empapados de brutal salvajismo, con el cual los hombres operan bajo el poder de la cruz, cortaron tu cuello con una daga de plata, y con ella te atravesaron el pecho. Antes de desprenderte de ese ultimo hilo de muerte que te unía en cierta forma a la vida, lograste alertarme del ataque... y pude vengarte. Con sus muertes sellé tu fin, y desconsoladamente lloré sobre tu cuerpo.

 

 

Levanto el pie del acelerador, y lentamente el descapotable va deteniendo su andar. Te miro por ultima vez... te amo mi príncipe oscuro, nunca te olvidaré. Beso la palidez de tu frente, y mi rostro se deforma de dolor, hasta perder el último vestigio de belleza humana. Tomo un bidón de gasolina, y lo derramó sobre el automóvil. Seth, te amo, te amo, repito sollozando, una y otra vez. Enciendo una cerilla, y la dejo caer sobre el asiento de cuero negro. Dicen que el fuego eleva a las almas, que descanses mi amor, si es que existe tal cosa.

Una cabaña en la profundidad del bosque será mi refugio, no queda muy lejos, y llegaré antes del amanecer. Allí pasaré las noches y los días, esperando que el destino te traiga en otro cuerpo, en otra vida. Cambiaré mi nombre, no por temor, sino porque intentaré volver a empezar. Pero llevaré tu apellido hasta el fin de los tiempos, pues serás mi esposo por toda la eternidad.

Mi gárgola oscura, en donde quieras que estés, si es que estás, debes saberlo. Pensé en montar el automóvil y manejar sin destino, con la intención de esperar que el brillo asesino del sol se derrame sobre nuestras pieles. Es que no puedo vivir sin ti, o mejor dicho, no soportaría una eternidad sin ti. Pero no puedo acompañarte en ese viaje a quien sabe, que lugar... en mi vientre florece el fruto de nuestro amor, el faro entre las brumas de la muerte, la razón de nuestra unión.

 

Te amo.

 

S.

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