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¿Vale La Pena Amar?

en Fantasías Eróticas

" Miro como te vas adentrando en la niebla 7 y empiezo a recordarte"

................ ............ Mario Benedetti.

 

Las persianas dejan pasar a un delgado hilo de luz; la claridad deshace lentamente a las sombras. Los primeros pasos comienzan a irrumpir el silencio del nuevo día, pero no otro más. Doce rosas rojas descansan dentro de celofán plateado, y un papel que ya es carta, será el mensajero del más profundo de mis sentimientos. ¿Estará nublado? No importa... el sol no estará en el cielo, pero se encuentra esperando mi llegada, en pos de conmemorar a nuestro primer mes juntos. Naty, te amo... y no existen palabras ni acciones que puedan expresar todo esto que llevo dentro del pecho. Te amo.

Como si una fuerza sobrehumana me agarrase de los hombros, me siento en el borde de la cama, y sonrió. Por un instante, mi mente me lleva hacia la habitación de Naty, quien aún estará dormida, entreverada entre las sábanas de seda blanca; con su rostro hundido en la almohada celeste de algodón y lino. La falda que usó anoche, seguramente se encuentra al pie de la cama, junto a sus corpiños. Y sin divagar en mi pensamiento, hasta sé que su diminuta tanga comparte el sitio, con un gatito de peluche que le regalé hace tres días. Me lo prometió... y ella cumple con sus promesas.

Que bella se ve dormida, con su pelo lacio y negro derramándose sobre la almohada; las manos entre las rodillas, los pechos firmes y libres. Pareciera ser un ángel luminoso y sin alas... sonriente, mordiéndose su labio inferior, respirando pausadamente; soñando con el abrazo que la aferra a mi cuerpo, con los besos que le quitan el aliento, con nuestro amor.

 

Aún puedo sentir el calor de sus besos humedeciéndome el cuello, el mentón, los pómulos; para luego convertirse en jugosos labios contra labios, desesperados, enloquecidos de pasión. Sus manos recorriéndome el ancho y el largo de la espalda, tras arrancarme la camisa; y mis dedos comenzando a introducirse debajo de su falda, rumbo a sus muslos.

- Omi, te amo, te amo, te amo.

- También te amo, Naty.

Y el cielo derramándose sobre nosotros, tiñéndonos de felicidad y gratitud, regalándonos el don más preciado que el ser humano pueda tener. Cuando se conoce al verdadero amor, se llenan los huecos más ocultos y sangrantes de nuestras almas, se cierra toda herida, y se abre el pecho para recibir la absolución de toda pena pasada.

Mis brazos rodeándola, para deshacer hasta el ultimo centímetro de distancia que nos separa, logran fundir sus pechos con mi pecho. Puedo sentir como sus pezones erectos se entierran a dos latidos de mi corazón, y sus piernas buscan la cercanía de mis piernas. Es tan hermosa... todavía me cuesta creer cuanto tiempo viví sin ella, lejos de sus roces, de sus sonrisas y de cada una de sus miradas.

- ¡Mi amor, me pones tan loquita! – dice mientras muerde el lóbulo de mi oreja.

- Naty... ¿no es peligroso tu dormitorio para hacerlo? Por aquellas cosas del destino, entran tus padres, y soy hombre muerto – musito, mientras mis dientes se convierten en mordiscos sobre su cuello.

- No seas tontito. Se fueron a cenar a la casa de unos amigos. Y de no ser así, sería capaz de atarte a la cama, para que no te vayas – sonríe sobre mi oído.

- Que fatal resultaste ser... me encanta. La próxima vez traigo una soga, y te ahorro el trabajo de conseguirla – digo mientras lentamente desabotona mi pantalón, logrando excitarme de manera incontrolable.

- Dejemos la soga de lado – dice entre jadeos, y con la mano deshaciéndose del ultimo botón – En este momento, solo deseo lo que llevas entre tus piernas – y tras lograr dejarme solo con el slip, apoya las yemas de sus dedos sobre el bulto que me provoca. Cierro los ojos, y hundo mis labios en su boca, fusionándolas en un profundo y húmedo beso.

Se agacha lentamente, con la sensualidad que solo las mujeres saben manejar; hasta dejar su cara frente a mi pene erecto, aún en el interior del slip. Sus ojos se clavan en el interior de mis pupilas, reflejándose en ellas, y sonríe. No existe mujer más bella, dulce, y cariñosa, que Naty; ella es como un rayo de luz atravesando la oscuridad... ella es el faro que me atrajo a la costa del amor, tras años en medio de océano inmenso y vacío... ella es la mitad que me completó.

Su respiración sobre mi slip, sus manos en mi cintura, su mirada inocente y a la vez, salvaje... me disparaban a la luna sin más motores que la excitación, y puedo asegurar que nunca antes estuve desbordado por tanta lujuria. La inquietud de sus dedos, tomó posesión del elástico, y tiraron hacia abajo, provocando que mi pene emergiera como un mástil deseoso de ser lustrado. También lo entendió así, porque al verlo, lo tomó de la base, y posó su lengua en el capullo ardiente de placer, propinándole un lengüetazo enorme. Un hilo transparente se prendió de su labio inferior, al que eliminó con una relamida suave y precisa.

- ¿Te gusta bebé? – pregunta con sus manos aferradas a mi pene.

- Me vuelve totalmente loco que me roces, siquiera – y juro que no exagero en lo más mínimo.

- Mi amor... me pones tan loquita, que voy a mamártela hasta hacerte acabar.

Su lengua se paseo por toda la extensión del tronco, al cual agarró con una de sus manos, y lo elevó para lamerme también los testículos. Los succionaba con enorme placer, haciéndome gozar como pocas veces en mi vida; si existe una cosa que le fascina a Naty, es mamar... y lo hace con extraordinaria maestría.

El tibio aliento acompañaba a cada lamida, causando que mi cuerpo se estremezca una y otra vez. Mis dedos se perdieron entre sus cabellos, y la empujaron hacia mí. Agachada, en puntas de pies... abrió sus piernas al máximo, y aferró sus manos a mis muslos. Eterno momento cuando se introdujo mi pene en su boca, y comenzó a mamarlo con locura.

El mundo entero era solo ese instante; no existía nada más que nuestros cuerpos ardiendo de pasión. La perfecta conjunción de dos partes coincidiendo en el éxtasis de sus deseos, la fuerza de un sentimiento potenciando a la unión de la carne, y de las almas. Te amo ¿cómo no hacerlo?

Tus labios carnosos comprimiendo el tronco a su paso, tus manos apretándome contra ti, el sonido de las humedades, los jadeos... el conjunto, anunciaba el principio del fin. Los bruscos movimientos de tus caderas en alocado frenesí, y mis muslos apretándose, en el afán de contener el estallido... dieron cuenta de la venida.

- Naty, mi amor... estoy a punto de acabar. Mejor será que te apartes un poco – le dije.

- ¿Acaso estás loco? Quiero saborear hasta la ultima gota de tu leche. La nenita quiere que papi le dé toda la lechita – diciendo eso aceleró las embestidas de su boca sobre mi pene, con lo que no tardé en derramarle dentro de su boca una abundante cantidad de semen. Tras tragarlo todo, un hilo blanco asomaba desde la comisura de sus labios, y muy gustosa lo relamió.

Me senté a su lado, y nos abrazamos largamente.

- Omar, te amo – dijo y plantó su cabeza en mi pecho.

- ¿Escuchas mis latidos? – le dije

- Claro que si – sonrió.

- Cada latido es el mensajero de mi amor hacia ti.

 

Que bella se ve dormida, me repito una y otra vez, con una sonrisa de oreja a oreja; y mi mirada se desprende del punto invisible en el cual se posaba mi mente. Maldita sea, se me ha hecho muy tarde. Como disparado, salté de la cama, y corriendo me dirigí a la ducha. Con el apuro, nada hice bien... me afeité hasta la nariz, me perfumé la cara... el grito fue desgarrador... no se imaginan lo que arde, luego de afeitarse. En tiempo récord, me vestí con mis mejores galas, tomé el ramo de rosas rojas, la carta, y mis pasos me llevaron hacia la casa de Naty.

La amo... como nunca amé a nadie; como jamás podría como jamás podría volver a amar, en ésta y en las próximas tres vidas. Increíble que lo diga un tipo que hace un mes atrás, creía firmemente que el amor era solo un invento de moralistas, para alejarnos de la promiscuidad, y del libertinaje que provoca la soledad. Insólito que su presencia en mi vida, me convierta en una persona más sensible y vulnerable, y a su vez... más fuerte. Una y otra vez, me decía lo tanto que la amaba, y con fuerzas, sostenía el ramo floral... tanta fuerza, que me he clavado un par de espinas.

Llegué a la puerta de Naty; y me senté en el escalón de la entrada, con la clara intención de esperarla para sorprenderla. Observé a los pétalos de las rosas... los conté, los clasifiqué, los agrupé, los volví a contar. Joder, no es tan difícil como parece. Tres horas después, Naty por fin atravesó la puerta, me miró sorprendida, y me abrazó fugazmente.

- Te amo Naty, te amo, te amo, te amo – le dije, dándole el enorme ramo de rosas.

- Omi, ¿qué te ocurre?

Caminamos siete cuadras, en las que le dije sin parar... te amo. Ciento setenta veces, tal vez doscientas... me perdí en el te amo número cincuenta y siete. Llegamos a la estación de trenes, y nos subimos a un vagón plagado de gente. Una vez en el vagón, inflé mis pulmones con todo el aire del lugar; me paré sobre el respaldo de dos asientos, y grité con orgullo y pasión.

- Damas y caballeros, niños y niñas, por favor, quiero que todos ustedes sepan – todo el mundo miraba atónito, inclusive Naty – Estoy enamorado de esta mujer – la miro sin parpadear un segundo, y continúo – Naty, te amo. Te amo tanto que necesito gritarlo ante todo el mundo... Te amo, te amo, te amo.

La gente sorprendida tardó en reaccionar ante tamaña osadía de mi parte; pero al minuto se empezó a escuchar el murmullo del gentío, acusándome de loco, tarado, desvergonzado, idiota al cuadrado. Naty, por su parte, se sintió tremendamente ofendida, y en cuestión de segundos, ese sentimiento se masificó.

- ¿Estás loco? Jamás creí que fueras tan pendejo – dijo mi amada.

Defraudado, destruido y con la cabeza gacha, bajé en la primera estación, ante la indiferencia de Naty, y la mirada acusadora de toda la gente. Más solo que nunca, con el ramo estropeado entre mis manos, y una amargura que se derramaba desde mis ojos, caminé a través del andén.

De pronto, la voz de un hombre mayor, surcó el largo de la estación, y detuvo mi triste andar. Era un anciano encorvado, vestido de traje, con una corbata deshilachada, y un cigarro de los cubanos, entre los labios.

- Joven... lo estaba llamando a usted – dijo.

- Siento no haberlo escuchado. Es que no es mi mejor día – mi mirada se torna oscura y húmeda.

- Lo se – dice, y sus labios resecos, se convirtieron en una leve y desdentada sonrisa.

- ¿Le gustaría conocer a mi nieta?

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