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El Ocaso de Caro

en Hetero: General

Algo tiñe de grises y humedades, al aire de un otoño recién nacido. Insistentemente, el cielo se derrama entre lloviznas y sombras. Carolina se encuentra sentada en el bar de una esquina porteña, ajena al gentío y su bullicio. Con sus ojos nublados, observa por la ventana, a la microscópica garúa suspendida en el aire, impregnada en los adoquines de las calles, en los sacos de los transeúntes, en el cabello de las estudiantes, en el espíritu de un pueblo nostálgico, pueblo de tango.

No puede hacer nada, o casi nada. Se siente tan impotente, que le dan ganas de llorar... pero no lo hace. Y es que ha llorado tanto... noches enteras ahogando sus lagrimas en la almohada, días completos encerrada entre las oscuridades de su habitación.

Habita un cuerpo que no usa, una piel que no goza, un alma que teme apagarse antes de irse. Viaja por su interior a través de la extensión del axón, entre descargas eléctricas e impulsos nerviosos, rozando entrañas adormecidas, tratando de demostrarse que aún sigue viva. Un escozor desconocido se aloja en la base del estómago al traer a su mente las imágenes de un futuro, no tan lejano... y un sudor frío recorre su pálida frente.

- Mierda, mierda, mierda.

El recuerdo, lejos de ser vago, cae sobre sus hombros, y la hunden en la mierda de un destino que jamás imaginó. Había ido al hospital como a una cita amorosa. Se puso un vestido floreado, tacos altos, y unas braguitas blancas... quien sabe, dicen que allí, los doctores son hermosos por donde se lo miren, pensaba mientras peinaba su larga cabellera rubia. Sabía que era algo serio, pero las cosas no se pueden dejar para mañana, cuando se pueden hacer hoy.

La espera en los pasillos de un hospital, puede resultar realmente insoportable. ¿Dónde mirar?... si todo es una sucesión de lo mismo. El color blanco, es amo y señor de cada línea, cada rincón, cada objeto. Paredes blancas sostenidas por pisos blancos, transitados por batas y camillas de sábanas blancas, iluminadas por poderosas luces blancas... irónico cuando la muerte, habitúe y miembro vip, se supone, es negra. Pero así estaban las cosas, y al mal tiempo... buena cara.

Esa mañana, cada minuto se estiraba hasta darle forma a una pequeña eternidad, aburrida y tensa. Maldita sea, olvidé la revista de chismes, murmuró mientras hurgaba en el interior de su cartera. Cruzó las piernas, y apoyo sus manos entrelazadas sobre la rodilla. Una leve sonrisa iluminó su rostro, en especial, a sus ojos. En el aburrimiento, las imágenes y sus sensaciones, se sacuden dentro de la colmena de los recuerdos.

Néstor... que será de su vida, pensó. Lenguas de fuego recorrían sus venas, por Dios pensó, el solo recordarlo, la excitaba.

Con un metro noventa de altura, moreno, de ojos claros y labios carnosos, Néstor podía no gustar, pero jamás pasar desapercibido. Es verdad que su aspecto no era el de un adonis, ni mucho menos. Su rostro jamás le había gustado lo suficiente como para mirarle, y su delgadez le causaba gracia. Tal es así, que lo ignoró durante toda su adolescencia, y es que no solo le parecía muy poco atractivo, sino que su fama de coquetear con las drogas y con cuanta mujer se le cruce en el camino, hicieron que lo deteste. Claro, nada es eterno... si lo sabrá. Nadie mejor que ella.

Se encontraron por casualidad, en un inhóspito pub ubicado en las afueras de la ciudad, un sábado por la noche. Se reconocieron, se sentaron frente a la barra, entablaron una larga conversación entre whiskys y porros, y el sol se asomó a través de las ventanas, mientras los mozos vaciaban los ceniceros y levantaban las sillas.

- Néstor... ha sido un placer hablar contigo.-

- El placer ha sido mío, y lo sabes.-

- Gracias por tan agradable noche. Pero se ha terminado, y debo volver a mi casa.- dijo Carolina, mientras ayudada por el borde de la mesa, se levantaba de la silla, aturdida por tanto alcohol y humo dulce.

- Las sombras nocturnas del bar me impedían verte en tu totalidad. Eres realmente, una mujer muy hermosa.- exclamó Néstor, con su mirada prendida en las curvas de Carolina.

- No me hagas reír. Diez años de vecinos, de saludos amables, de concurrir a la misma escuela... ¿ahora me vienes con eso?.-

- No seas injusta... no era yo quien daba vuelta la cara, cada vez que era saludado. Siempre me sentí atraído por ti, y lo sabes.-

- ¿Qué es esto?. ¿La madrugada de las confesiones?.- dijo Carolina, sonriendo irónicamente.

- Tu, ¿quieres confesarme algo?. Soy todo oídos.- respondió el tío, levantándose de la mesa, también ayudado por sus bordes de acrílico negro.

- Néstor, no sigas.-

Carolina dio media vuelta, y haciendo eses, se dirigió hacia la puerta de salida. Néstor la siguió, sin quitarle la mirada del perfecto culo, que insinuaba debajo de una corta y ajustada falda roja. Un paisaje delicioso, habrá pensado. Sin dudas que lo era.

Ya en la calle, con el sol clavándose en sus ojos, y las consecuencias de los excesos en el cuerpo, se dispusieron a esperar el taxi que, por separado, los lleve a sus destinos. Néstor no dejaba de mirar al conjunto de curvas, que peligrosas, daban forma a ese apetitoso cuerpo de mujer. Esa remera ajustada, aquella falda, las medias de red negras, insinuaban una perfecta desnudez, que lo ponían cada vez mas caliente.

- Que pena... – se lamenta el tipo, mientras sus ojos continúan recorriéndola, insistentes, libidinosos.

- ¿Qué pena?. ¿Por qué te lamentas?.-

- Es que si subes al taxi sin mí, y rumbo a tu casa, te perderás de algo que puede llegar a gustarte, y mucho.-

- ¿A que te refieres?.-

- Nena, basta de preámbulos... me gustas muchísimo. No te das una idea, de las ganas que tengo de arrancarte la ropa, y cogerte aquí mismo.- Silencio entre ellos, tenso silencio. ¿Cómo responder?. ¿Que decirle?. ¿Lo mando a la mierda?. ¿Me callo?. Carolina, con sus ojos redondos de sorprendidos, y un nudo en la garganta impidiendo el paso de su saliva, no sabia como reaccionar. Y es que, mas allá del comentario fuera de lugar y subido de tono, la excitaba ese descaro.

Cuando estuvo a punto de responderle con algún insulto y su posterior huida, Néstor la tomó de su cintura y le propinó un jugoso e impertinente beso en los labios. Un beso que intento rechazar, solo por un segundo, pues su lengua cayó en el hechizo de los alientos, las salivas y el aceleramiento de las respiraciones. Las manos de él, apretaron con fuerza a su fina cintura, y sintió como ese pene crecía pegado a su ingle.

Al separar sus labios, ella quedó atónita, casi sin aliento. – Ahora, todo queda en tus manos. Puedes subir sola, al primer taxi que aparezca, para ir a dormir a tu cómoda cama, cerca de tus dulces padres. O bien, compartirlo conmigo, y dirigirnos a una habitación que nos sirva de guarida para cogernos hasta morir. Libre albedrío, muñeca.- dijo Néstor, sin tapujos ni rodeos, como su vida.

Elevó su brazo y un taxi, que circulaba por la avenida a baja velocidad, se arrimó a la acera. Abrió la puerta del vehículo, y sin decir una palabra, entró. Carolina no sabía que hacer, miles de dudas se aferraron a sus ganas... libre albedrío, resonaba en su cabeza. Pensó en sus padres, en su cama, en su dolor de cabeza, en el alcohol en su aliento, en el duro pene de Néstor, en la lengua de Néstor, en las manos de Néstor... y subió. Se cerró la puerta... libre albedrío.

Los besos de alocadas lenguas y mordiscos en celo, continuaron en el asiento trasero del taxi. Que importaba que el conductor mirase por su espejo retrovisor... cuando la lujuria se apodera de la carne, todo lo demás no existe.

Las manos de Néstor acariciaron con ardor, a esos firmes y redondos muslos. Enterraba sus dedos en aquellas nalgas de ensueño, tal cual garras, aumentando la temperatura de la situación, y de sus entrepiernas. Carolina hundía sus jadeos, en el interior de la boca de su atrevido amante, mientras sus dedos se deslizaban por las piernas de este. Cuando sintió que, bajo la palma de su mano, se alzaba tiesa y larga, la pija que tanto deseaba, no pudo evitar aferrarse de ese bulto... el deseo era mas fuerte que la presencia de un fisgón por casualidad.

Lo miró a los ojos, como solo las mujeres saben mirar cuando el deseo las desborda, y él entendió. Con una sonrisa de mil dientes en su cara, no tardó en bajarse la cremallera y sacar su pene. Caro se relamió y centró su vida en ese duro falo, al cual, llevó a su boca en cuestión de segundos. La locura se había apoderado de sus sentidos, la razón la abandonó totalmente y ya nada importaba... nada que no sea aquella pija.

Deslizó su lengua a través de toda la longitud del venoso miembro, una y otra vez, mientras sentía como los dedos del tío, se hundían entre los mojados labios de su vagina. Como si estuviese poseída, comenzó a succionarle el glande, mientras empuñando al pene con ambas manos, lo masturbaba con devoción. Néstor sé abrojo al asiento de cuero negro, y perdió sus dedos entre la enmarañada cabellera rubia de ella, empujándola contra su entrepierna.

Un profundo jadeo sumergido en el silencio, y expresiones faciales de éxtasis, fueron el resultado de una abundante descarga de semen dentro de la boca de Caro, que no cesaba de succionar. No dejó caer una sola gota de leche, sobre el oscuro tapizado del asiento. El chofer del taxi, doblemente agradecido.

- Que buena mamada. No imaginé que serías tan golosa.-

- Soy muy golosa... por eso, no me conforma solo una mamada.- musitó la ardiente ninfa, mientras Néstor guardaba su pene, ya flácido, dentro del pantalón. Claro que no, ha nadie conformaba una mamada, por mas completa y excitante. El destino fue fijado en el primer hotel que surgiera en el camino. Y surgió.

Les causó mucha gracia, el guiño de ojo que el chofer del taxi, les ofreció, cuando pagaron el pasaje. Simpático el tipo, coincidieron. Pero quien no lo sería, luego de semejante espectáculo.

No terminaron de entrar a la habitación, cuando sus bocas se acoplaron en un ardiente beso, de lenguas y salivas, alientos y jadeos. Con la furia de la lujuria, y la sed de sus cuerpos, en pocos segundos, se encontraban sobre la cama, calientes y prestos a gozar por ello.

Salvajes caricias, provenientes de las manos de Néstor, amasaban a las tetas de Caro. Que placer le causaba ser tocada de esa manera. Nada de caricias con amor, de roces enamorados, de suaves travesías... estas eran verdaderas sobadas de extrema calentura, destinadas a una puta. Se sentía una puta, y eso la excitaba aún mas. Su remera terminó sobre el piso, luego su falda y sus bragas, solo las medias negras de red, y su desnudez permanecieron debajo de aquel metro noventa.

La masculina lengua le recorrió cada línea, cada curva, cada rincón, salivándola en cada lamida. Su cuello, sus pezones erguidos, sus hombros, su abdomen, su ombligo y el piercing en él... su pubis. Carolina se retorcía como una serpiente, y era presa de los espasmos que le provocaba traspasar los limites de la excitación.

Al sentir aquella lengua posarse sobre su vulva, sus ojos se pusieron blancos y mordió sus labios con fuerza. Nunca había sentido tanto placer... loado el libre albedrío, pensó, y continuo gimiendo. Mientras los certeros lengüetazos se deslizaban sobre y entre sus mojados labios vaginales, movía su pelvis fuera de sí. Con urgencia necesitaba que la penetren, por donde sea, pero que la penetren.

- Metemela, no soporto más. Necesito que me penetres, necesito tu carne dentro de mí.- murmuró entre jadeos y espasmos.

Néstor, obedeciendo a tan exquisita orden, le abrió las piernas, y las colocó sobre sus hombros. Tomó su pija, dura y palpitante, dirigiéndola hacia la entrada de la desesperada vagina, y la penetró. Caro se deshacía entre gritos y contracciones, mientras aquel miembro se hundía en su interior.

Jadeos, gritos, espasmos, las humedades resbalándose en las entrepiernas, el aceleramiento de las respiraciones, el galope de los corazones, el crujir de la cama... chic chic chic. Y las uñas de ella, enterrándose en la espalda de él. Y las manos de él hundiéndose en la línea de los muslos de ella. Y las contracciones en su vagina. Y el pene, apretándose en ese interior empapado de placer. Y el semen vertiéndose dentro de su sexo, en sus entrañas.

- Ledesma, Carolina.-

Que hombre, que bien me había cogido. Aún podía sentir, como su leche caliente se derramaba entre mis piernas. De que manera temblaban mis piernas.

- Ledesma, Carolina.-

Libre albedrío... ¿qué hubiese pasado de no subir al taxi?. Quien sabe. Cuando la lujuria se apodera de la carne, nada mas existe.

- Ledesma, Carolina... ¿es usted, señorita?.- Un hombre de guardapolvo blanco, con un sobre blanco entre sus pálidas manos, la trajo a la realidad. Claro, el hospital, pensó... todo blanco, salvo la muerte.

- Si, soy yo.- contestó, aún con su mente en el recuerdo de Néstor, el único hombre con el que había mantenido relaciones sexuales. El doctor le entregó el sobre, la miró a los ojos, y sin decir una palabra, se perdió al final del pasillo. Ledesma, Carolina... que puta costumbre, la de los doctores, empezar por el apellido, utilizando esa maldita voz con tono militar... Ledesma, Carolina, puaj.

Abre el sobre, lo lee, y cae a sus pies. Suero reactivo, HIV positivo.

Algo tiñe de grises y humedades, al aire de un otoño recién nacido. Insistentemente, el cielo se derrama entre lloviznas y sombras. Carolina aún se encuentra sentada en el bar de una esquina porteña, ajena al gentío y su bullicio. Libre albedrío... mierda, mierda, mierda.

No puede hacer nada, o casi nada. Se siente tan impotente, que le dan ganas de llorar... pero sus lagrimas son secas, temidas como si se tratara de cicuta. Miedo, le tienen miedo, terror, pánico. Trata de entender porque no le dan oportunidades, porque la apartan de la vida, si aún no esta muerta. Estudió sicología para aprender lo que ya sabía. No hay explicación lógica para quienes le temen a lo desconocido, sumidos en la ignorancia. No se si lo sabrá... tampoco hay justicia.

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