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Oscuridad En El Piano

en Erotismo y Amor

Continuación de "Piano en la Oscuridad" de Sasha, que pueden encontrar en el link: http://www.todorelatos.com/relato/30828/

 

 

La vida es un hueco oscuro, sin más latidos que el sonido de mis lágrimas rompiendo contra las teclas del piano. Aún veo por las noches, el brillo amarillo de tus ojos, aún siento los tres besos lanzados al aire rumbo a la faz de mi alma. Aún puedo verte, al cerrar los ojos.

Te extraño Kassandra, no imaginas cuánto te extraño.

 

Un saxo maltratado y triste ofrece sus últimas caricias a un público en silencio, indiferente e inmerso en la penumbra del bar "Temple", un antro ubicado en un rincón oscuro y olvidado de la ciudad. Dos focos que penden sobre el escenario apuntan directo al instrumento convirtiéndolo en una fuente de brillos dorados, único atractivo posible que puede tener por culpa de su pésimo ejecutante, un músico que bien podría haberse dedicado a leer cuentos en los orfanatos, podar a los cincuenta árboles de la plaza principal o pasear al chihuahua de una groopie, qué importancia tiene sabiendo que la música no lo extrañaría ni por un segundo y mucho menos el público que lo sufre cada noche. Sí se le echa de menos a Octavio, un saxofonista virtuoso y de excelente presencia que emigró en busca de un sueldo acorde a su categoría.

El típico aplauso cerrado por obligación y el quiebre también obligado del saxofonista hacen que mis pasos pasen desapercibidos mientras subo los tres escalones de la escalera que conduce hacia el piano de cedro ubicado a un costado del escenario. En realidad es muy benévolo de mi parte llamar escenario a ese espacio pequeño como gallinero, pero mejor llamar a las cosas por su nombre y no por lo que aparentan.

¿Por qué permanezco aquí si tanto me quejo? ¿Por qué me empecino en amarrar mi futuro al pie de las mesas chuecas de un bar? Tuve cientos de oportunidades para dejar de tocar en esta caverna de mal gusto, muchas posibilidades de ser reconocido y muy bien pagado, pero no me iré de aquí. No me iré.

Mientras el público se sumerge en un murmullo ensordecedor, me acomodo en la silla metálica apoyando mis dos manos en sus bordes. Ocultando la mirada tras los cabellos derramados sobre mi rostro, observo de costado a esas caras extrañas mientras un nudo en mi garganta dificulta el paso de la saliva. No es fácil darle comienzo a otra noche en la cual, por enésima vez, sus largas piernas, su sonrisa de lado, sus ojos amarillos y su aroma no se harán presente entre tanta ausencia que ha dejado.

Mesas cojas de manteles rojos, faldas cortas apoyadas en la barra, el tequila más barato del estado derramándose en las gargantas de quienes quieren olvidar que la vida no es más que una herida en constante sangrado, el olor a nicotina hasta en lo profundo del alma, sueños muertos con una banda sonora que no merecen, putas viejas esperando la llegada de un millonario que pague por sus cuerpos tres veces más de lo que valen, solitarios desahogándose ante extraños de nombres falsos... y el rincón en donde se sentaba ella. Allí se sentaba esperando por mí; no había luna que no supiera de sus piernas cruzadas y esos martini dry sin aceituna, de su mirada encendida cual estrellas en el cielo de verano o la melodía que su piel emitía sometida a la yema de mis dedos. Allí la conocí... pero hoy no está, mi Kassandra ya no está.

Esta noche, en su lugar, una rubia de ojos celestes con un daiquiri de frutilla entre sus manos de dedos largos y uñas carmesí. Sus ojos se encuentran perdidos en el borde de la copa, un escote muy pronunciado deja ver o intuir al dibujo de sus senos que parecen ahogarse bajo la tela de seda blanca. Sonrío y clavo la mirada en la nada del recuerdo. No es fácil comenzar otra velada sabiendo que la felicidad llevaba su nombre y hoy es tan sólo el eco de un pretérito.

Uno de los focos apunta a mis manos ubicadas sobre las teclas pálidas del piano de cedro, sendas arañas de carne y hueso capaces de parir sombras y luces traducidas entre bemoles y corcheas. La primer nota es sucedida por un breve silencio y dirigiendo mi mirada hacia el rincón en donde se encuentra "la" mesa, pienso en la nada que sería el piano sin mis dedos como lo es mi vida sin ella. Tomo aire, mis pulmones se llenan de nicotina y noche y digo a modo de dedicatoria - Para ti, a la dama que estas notas, le dan forma a sus lamentos y sus sensaciones más profundas – Sus ojos celestes se encienden de sorpresa para luego humedecerse como nubes de tormenta oscura. Las notas comienzan a lamer con delicado candor y entre ellas mi frase y su posterior poema, ese que escribí aquella noche en la cual mis dedos le quitaron a su piel la melodía que guardaba para mí.

 

 

 

"De pronto emerges en el susurro evocante

Sombra luminosa de lágrima cansada..."

 

 

Te amo

Sin poseerte en cuerpo cada día

Más allá de las distancias

Más acá de la osadía

 

 

Te amo

A puro corazón

A puro despilfarro de latidos

A sólo una vida de tus brazos.

 

 

Te amo

Con uñas, pelos, labios, ojos

Con dientes, vellos, arrugas, tatuajes

Con el alma y con el cuerpo y todo

 

 

Te amo

Sin tiempo ni lugar

Sin yugos ni cadenas

Siempre más

 

 

Te amo

Sin rodeos ni demandas

Sin pretensiones abnegadas

Te amo

Desesperadamente

Soñando con ser ese quien te besa cada mañana

 

 

Te amo

Con desmesura, con deseo

Con locura, con pasión

Con lo que queda de mis restos

 

 

Te amo

Aunque tu ausencia ocupe aquella mesa

Y mis dedos hayan perdido a la piel de ese piano

Que feliz tocaba mientras me decía

Te amo.

 

 

 

 

Mis párpados apretados exprimen la negrura de mis ojos como cada noche y un hilo de lágrimas se hacen río de dolor en mis pómulos de barba crecida. Tantas preguntas se deslizan como filos sobre las respuestas que no quiero oír; tantos latidos secos golpeándome el alma como si se tratasen de palomas colicionando contra las ventanas, tanto amor colgado en el perchero del imposible más inmenso que haya abarcado a dos enamorados.

Ella, Kassandra, mi Kassandra. Nadie amó como nos amamos, con esas ganas convertidas en furia salvaje, con la piel y el alma, con todos los sentidos, con la pureza del amor verdadero y la fuerza de quienes nacen sólo para amarse. Ella, mi piano, mi musa, la dueña de mis notas y mis latidos, la mujer de mi vida... ella, mi Kassandra. Yo, suyo... de pies a cabeza, desde el corazón a mis adentros, hasta el final de los tiempos.

Una noche me esperó en la puerta del bar para decirme, inmersa en un llanto desgarrado del dolor, que debía volver con su antiguo novio, aquél que meses atrás la había abandonado. Él la necesitaba, estaba tan mal, tan solo, tan devastado y ella aún lo amaba, sí... aún lo amaba.

"Mi todo, a ti te amo como jamás podré amar pero él me necesita. Nosotros podremos... sé que podremos" Claro que podremos, pero olvidaste que ahora soy yo quien está tan solo, tan mal, tan devastado desde que tus labios se posaron por última vez en mi frente y marcaron con rush a la muerte de mi felicidad "Te amo más que a mi vida, pero debe ser así" me dijo mientras su espalda se empequeñecía al doblar la esquina para bajar la avenida y desaparecer de mi vida.

En estos casos hablar de justicia es como hablar de destino, la razón desvaría y la lógica es lo que hay.

No ha vuelto, cada noche la busco en aquél rincón, el sitio en el cual nos conocimos y en donde se sientan otras ellas, otras que caen en las redes de mi música, otras que no podrán conocer a mi corazón pues este se ha ido con "mí" ella, otras como esa rubia de ojos celestes, escote pronunciado y un daiquiri entre sus manos de dedos largos... otras, tan sólo otras.

Culmina la primer pieza y una oleada de aplausos acaricia al dolor de latir como lato. Suspiro cansado, le ofrezco una sonrisa amarga al recuerdo sin ojos ni labios, muevo mi cabeza a los lados y una cascada de cabellos azabache cubre mi rostro. No me iré de aquí, me digo mientras muerdo mis labios y mi pecho se ahoga en la congoja del que ama hasta el fin de los tiempos. No me iré de aquí, su sombra y su brillo, silueta oscura de luces dispersas me roban el aliento, me quitan el sueño, me dan los latidos que aún marcan mis pasos.

 

 

 

 

 

Acerca la silueta oscura que se dibuja de su nariz y te respira

roba tu aliento

súcubo succionando la forma que de tu alma exhalas en tu tranquilo sueño seguro, abandonado e indefenso.

 

(...)

 

La sombra te susurra

"Estoy aquí, finalmente a la vera de tu lecho"

y te abandonas a sus palabras

porque la conoces

porque la esperabas en las penumbras de tus infinitas madrugadas.

 

 

(Del poema, "La Sombra" de Sasha

http://www.todorelatos.com/relato/31181/ )

 

 

 

 

Cierro los ojos y los labios carnosos de mi Kassandra convirtiéndose en el beso más esperado, aliento cálido en mi cuello, brisa de verano en cada rincón de mi alma - Mi amor, susúrrame al oído nuestro poema – me pedía mientras mis manos navegaban las inmensidades de su piel. Dedos intrépidos abarcando con las yemas el ángulo de su barbilla, el dibujo de sus labios, la curvatura de su cuello casi llegando a los hombros, el nacimiento de sus senos, la geografía sinuosa de sus pezones, lo chato de su vientre, el abismo de su ombligo, la suavidad de su pubis y el mar derramándose ardiente dentro de su sexo. Su piel, el piano de mi vida, la musa de mis notas, la melodía de mi espera saldada con su llegada – Mauro, hazme el amor – y el pedido de sus labios era ya un hecho en las pieles.

Una cama, una mesa, el piso, la superficie de una puerta o de las paredes de la casa, el jardín en donde escribió tantas veces o el pasillo de los sueños, cualquier sitio era un muy buen sitio para hacernos el amor como dos bestias desatadas o simples enamorados de novela blanca. Entre gemidos, respiraciones aceleradas, palabras perdiéndose en el éxtasis, estampidas de "te amo" con la frecuencia de los latidos y la fluidez de las caricias, nuestros cuerpos se fusionaban hasta formar la unidad de dos enamorados en un alma brillante y eterna.

Sus uñas se clavaban en mi espalda mientras mis dedos se hundían entre sus glúteos, sus pezones enterrándose en mi pecho, las lenguas proclamándose "una" dentro de las bocas, el suave movimiento de caderas y los pubis en constante fricción; qué placer el de mi sexo penetrando su interior empapado de lujuria, vagina sonrojada brillando la pasión que nos poseía, pene tieso abarcando con el candor de las ganas.

- Te amo mi Kassandra, te amo por sobre todas las cosas, más allá de todo – agitado, exhausto, enrojecido, sonriendo, completo, sí... a su lado estaba completo

- Te amo mi Mauro, te amo por sobre mí, más allá de la muerte – agitada, exhausta, empapada, sonriendo, completa, sí... a mi lado estaba completa.

Y el estallido de semen ardiente, de espasmos húmedos, el abrazo con la fuerza del amor, las manos apretando hasta hundirse en la carne al punto de rozar el alma, mordidas sublimes al borde del rompimiento de pieles, sudores bañando cada espacio de cuerpo y esa mirada de iguales, de amor puro, de eternidad.

No quiero abrir los ojos, siempre me niego a abrirlos y mis párpados me consienten ayudados por mis cabellos derramándose sobre mi rostro recostado en la palma del recuerdo. Así pasan las piezas que nacen desde las teclas del piano de cedro acariciadas por mis dedos, así se consumen las noches en este bar mientras la espero y recibo como premio una ausencia que me devora el alma y la escupe hacia un costado del camino. Pero no me iré de aquí... allí se sentaba mientras escribía en servilletas de papel las palabras más hermosas jamás escritas, allí cruzaba sus piernas y paseaba la yema de sus dedos por el borde de la copa de martini dry sin aceituna, allí descubrí lo que es amar con el alma, con el cuerpo, con todo el ser y más que eso, allí estaba y está cada noche, en mi mente.

 

 

 

 

También sé...

Que la vida es la sonrisa cínica a un mal chiste

que el alma que me abarca siempre te pretende

que me duele no tenerte

que te abrazo en un silente...

 

 

También sé...

que te vivo y que te muero

que me asesinas y me renaces

que me traes y me llevas

que me acercas y me alejas

que me adoras y me temes

que te presiento y no te siento

que el destino no sonríe, carcajea...

 

 

 

 

Las notas de la última pieza se pierden en el espiral de las sensaciones que provoca en el público y pronto una ovación de gente de pie vitoreando la destreza de mis manos, logran que mis párpados se eleven hasta descubrir la humedad de mis ojos ahogados en un llanto silencioso. Miro de costado y, en su lugar, la rubia de ojos celestes sonriendo con una lágrima pendiendo de su mentón y sus manos sosteniendo la misma copa de daiquiri de frutilla. Duele no tenerte, ¡cuánto duele! Si mi piel sólo clama por tu piel y tu piel hace lo mismo por la mía, dime por qué tiene que ser así... dime mi amor, ¿por qué? Me sonríe. Le sonrío.

Tras levantarme de la silla metálica, doblarme en reverencia ante lo dulce de los aplausos y bajar los tres escalones de aquella escalera, me dirijo hacia la mesa sin mediar mensajes en servilletas ni miradas copulativas. Sólo me mueve el deseo de ahogar mi dolor en las mieles de otra mujer que sufrirá mis embates de deseo animal. Otra a la que al cerrar mis ojos vestiré con la piel de mi Kassandra, con el brillo de sus ojos, con los movimientos de sus caderas, con su sonrisa de labios entreabiertos, con sus palmas sobre mi espalda, con su respiración en mi cuello, con su más allá de las pupilas.

 

 

 

 

Si querés, podés besarme.

Mis labios necesitan imperiosamente de otros labios para apagar tanta sed de amar

tanto deseo en vano

tanta furia alojada bajo la cintura, demonios que bailan alrededor de las llamas del placer.

Pero te lo aseguro, lo firmo en donde sea...

ni tu beso más caliente podrá lograrlo.

 

 

(De mi poema N° 7 "Si querés"

http://www.todorelatos.com/relato/28529/ )

 

 

 

 

- Buenas noches rubia. He notado que eres la mujer de mirada más triste que pueda sostener un daiquiri entre sus manos y me placería saber el porqué de ese dolor tan pronunciado. No es bueno para la belleza estar apenada.

 

Me mira absorta, en una especie de trance - Tu música, tus notas, tus palabras... no sé como lo logras pero le has dado forma a mis lamentos y a mis sensaciones más profundas – dice tratando de que su voz no se quiebre como el tallo de una rosa en medio de una tormenta. Recuerdo la primer nota de mi Kassandra, el regalo más hermoso que jamás me habían dado y mi mirada se pierde en las planicies del recuerdo. Si todavía pareciera que estoy tomando ese papel doblado en cuatro de la mano de la mesera para luego abrirlo y descubrir en esa nota la clave de mi felicidad – Esta tarde mi esposo me dejó por otra mujer. Antes de cerrar la puerta para siempre, me gritó que así es la vida, que cuando el amor no tiene la fuerza suficiente, muere sin pena ni gloria en la trinchera de la rutina – el silencio se expande entre nosotros hasta que al borde del llanto y dejando de lado la copa de daiquiri de frutilla me mira y sonríe amargamente – Pianista, llévame a un sitio en donde pueda sentir que mi dolor puede apagarse sólo por un instante, un pequeño e intenso instante. Regálame una noche en la cual pueda tener la esperanza de que el amor no es un sentimiento mutando hacia la nada – baja la mirada y sus pómulos se sonrojan.

Me sorprendió su actitud, me dejó sin demasiadas palabras para no sentirme como una prostituta a la que le ofrecen la módica suma de veinte dólares por un buen polvo mientras el corazón se ubica al pie de la cama. De todas maneras es lo que estaba buscando, un cuerpo en el cual poder derramar la ausencia y su quebranto, retazos de una piel suave que la traiga al menos por unos instantes. Con extrema sensualidad se levanta de su silla, se acomoda la falda y toma su cartera de cuero negro. Deja unas monedas sobre la mesa, corre un mechón de pelo que le cae sobre su ceja izquierda, me mira a los ojos y con su mano derecha me acaricia uno de los pómulos – No tienes que decir mucho para que una pueda darse cuenta que encierras el dolor de amar a quien no está. Veo el amor en tus ojos, lo he sentido en tus notas, lo he saboreado apretando mis párpados. Gracias pianista – sonríe de lado - ¿Tienes nombre?

- Pianista en la oscuridad, así es como me llamo – respondo con la seriedad que da el saber que en ese cuerpo no se encuentra lo tan buscado; ni en ése ni en ninguno que no sea el de mi amada Kassandra. La tomo de la mano y sonrío irónicamente al darme cuenta que aún posee el anillo dorado en su anular izquierdo – Es hora de irnos hacia donde las penas se adormezcan en las faldas de las bestias del deseo. Las fauces de las carnes esperan por nosotros.

 

- ¿Pero tienes nombre? Mi nombre es Sara.

- El mío es pianista en la oscuridad. Un gusto Ana.

 

 

Cruzamos la pista de baile (como se le llama a ese ridículo espacio dos por dos que se encuentra a un lado del escenario) luego la barra que escuálida de marcas se ofrece como símbolo de su baja categoría y al caminar por el angosto pasillo que conduce hacia la salida, nos encontramos con el cielo abierto y una luna llena cubierta de nubes negras. ¿Estrellas? Ya no busco estrellas, todas se fueron junto a ella, "mi ella" y el cielo ha quedado desierto de brillos, ausente de sombras, muerto de frío lejos de su abrazo, cerca del final.

 

A media cuadra, un hotel de paso, un cartel luminoso, una puerta de madera, unas escaleras de mármol, barandas de bronce, una cabina rodeada por un vidrio espejado y tras él un tipo de barba con mirada depravada y alojándose en las tetas de la rubia – Por la habitación de categoría normal, son unos 10 dólares que deberán ser abonados antes de entrar. Se les cobrarán tres dólares cada quince minutos excedidos y eso se respeta al pie de la letra – ofrece una sonrisa de dientes cariados y se rasca la nuca.

- Sería genial que antes de pagarle, nos diga cual es la habitación o al menos, en que piso queda – digo con marcada ironía.

- Es cierto. Habitación treinta, primer piso a la derecha – y sus ojos reflejando una puteada que morirá en sus adentros.

Del bolsillo superior derecho de mi campera de cuero saco mi billetera y, de ella, diez dólares que arrojo por debajo de la ventanilla – Seguramente no hará falta pagar más que esto – y acomodando mis pantalones, me dirijo hacia las escaleras que llevan a la habitación indicada. La rubia me sigue como el rebaño al pastor, aunque yo poco tengo de pastor y ella, mucho de oveja obediente.

Un largo pasillo, alfombras rojas y gastadas, paredes del mismo color, la puerta con el número treinta en forma de siluetas femeninas y el picaporte plateado que halo hacia abajo. La habitación es tan pequeña que con suerte ha podido entrar una cama matrimonial de sábanas vinotinto junto a una mesa de luz, un cenicero con el nombre del hotel y preservativos sobre ella, toallas blancas, jabones, cepillo de dientes, pasta dental al costado. Las luces tenues de colores le dan al ambiente, cierto morbo.

 

- No me dirás como te llamas, ¿no es cierto?

- Claro que sí, Clara. Me llamo pianista en la oscuridad.

 

Caen mis párpados, me acerco a ella y mis manos comienzan a deambular por la suavidad de su espalda, el nacimiento de sus senos, la curvatura de su cintura, el hueco del cóccix. Suspira, aliento mentolado, labios húmedos a la espera del beso y cae la blusa de seda blanca acariciando en su descenso la dureza de sus pezones rosados, lo claro de su piel. Suavemente quita mi campera de cuero que imita al destino de su blusa y luego es mi camisa blanca la que corre esa misma suerte.

Torsos desnudos friccionándose en la excitación, sintiéndose al borde del abismo de la lujuria, pezones erectos, sudor incipiente, calor en las carnes y mis dedos, garras prestas a halar hacia sus tobillos la molestia en la que se ha convertido esa falda negra con encajes. No es raro que al lograr ese cometido, sean mis pantalones los que crucen la línea de mis pies y vuelen por los aires hacia cualquier rincón de la habitación. Completamente desnudos, envueltos en las llamas de la excitación, las manos se convierten en caricias de salvajismo inocente, una encarnizada batalla de dedos pretendiendo atravesar la carne hasta rozar la superficie del alma, pero en este caso mi alma no se encuentra en mi cuerpo... ni siquiera dentro de esta habitación. Levanto los párpados y unos ojos celestes como el cielo en primavera se reflejan en la lágrima que desciende amarga a través de mi pómulo derecho rumbo a ningún lugar. Muerdo mis labios, la congoja se aloja en mi garganta, el dolor se abre flor en mi pecho y ubico un dique de contención para tantas lágrimas, océano de pesar.

 

- Sólo te pido que esta noche lo hagas conmigo y no con ese amor que te ha producido la herida por la cual sangras – murmura mientras su lengua se pasea por mi barbilla y la punta de su nariz roza mis labios.

- Sólo te pido que no hables – le respondo mientras mis párpados vuelven a bajarse como un telón tras el final de una obra.

 

 

 

 

Sé lo que tengo y más lo que no tengo

ojos soñando acariciar tu imagen desde lejos

oídos rogando susurros apagados en tu encuentro

manos tocándote tristemente en mi propio cuerpo

lengua degustando el vacío de tu infierno

olfato agotando el humo del cigarrillo que no fumo para olvidar mis desaciertos

 

 

(Del poema "Sé", de Sasha

http://www.todorelatos.com/relato/36830/ )

 

 

 

 

Al cerrar mis ojos, las sombras y sus brillos se expanden por mi mente, imágenes pretéritas desgranándose en mis latidos y Kassandra apoya sus labios sobre mi frente y mis párpados. Sentir la humedad de esos besos suaves, el calor de su aliento acariciando mi rostro – Hola mi bello... aquí estoy – y una sonrisa feliz y entristecida se adueña de mis labios. Siempre estarás aquí mi Kassandra, dentro de mí, en cada paso que dé, en cada recuerdo que abrace, en cada despertar... siempre estarás. El dique ocular no puede con las lágrimas que lo desbordan y se derraman sobre mi rostro.

Poso la punta de mi índice derecho sobre su barbilla y comienzo la travesía hacia su pecho, el jardín de sus latidos, para alojarlo en uno de sus senos, en cercanías de la erección del pezón. Se aceleran las respiraciones, se erizan las pieles, se humedecen los sexos. Y muerdo su cuello, vampiro de vida, mordida desesperada queriendo arrancar hasta el último gemido. Se arquea su espalda, levanta sus glúteos, levemente abre sus piernas y enredando mi mano izquierda en sus cabellos, halo hacia atrás. Gime apasionada, sus garras de uñas carmesí se clavan en mis muslos, atrayéndome hacia su pubis.

 

- Me encanta sentir tu dureza empapándose en mi humedad – solloza moviendo sus caderas a un ritmo vertiginoso, la consecuencia de caer atrapada en las redes del placer.

- Me encanta que tu excitación se derrame sobre la mía – murmuro con mis dientes queriendo atravesar la piel de su cuello largo y fino.

 

Sin abrir los ojos, con las pestañas encarnadas en la base del párpado inferior, la tomo de los codos para arrojarla sobre la cama de sábanas vinotinto, me arrodillo en el borde como un cuervo en su rama y con mis piernas, abro las suyas. Ahora sus rodillas - ampliamente separadas una de la otra - apuntan al espejo ubicado en el techo, dejando al desnudo el brillo húmedo de sus labios vaginales como también la palpitación creciente de su ano. Claman los cuerpos, las humedades, las ganas; claman al infierno en la tierra, en la cama, en sus pieles y como si fuese un ángel caído me lanzo hacia la tierra del pecado.

Resbalo sobre ella, animal en celo apoyando su falo en un pubis totalmente mojado, bestia salvaje mordiendo la dureza de los pezones y lamiendo en círculos de baba, piras en espiral ardiente – Cógeme, cógeme, hazlo ya, entiérrate dentro de mí – gime desesperada, tan desesperada como mis deseos de penetrarla al escuchar su pedido. Ahora es una fiera reclamando que su sed de carne sea saciada y yo el cazador con el poder de darle todo lo que pida. Mis manos abiertas sobre las sábanas a cada lado de su cuerpo y mis fauces degustando el sabor de su sudor mientras el pene se acomoda entre los labios de su vagina; glande palpitando navegando a través de la línea de fuego, testículos gravitando sobre el océano de Venus, placer supremo.

El resoplido de Kassandra en mi mentón, dientes rozando el labio inferior, sonrisas de lado – Te amo mi Mauro – resuena en los pasillos de mi mente a modo de ecos presentes y luego el suspiro enamorado derritiendo mi alma como si se tratase de mantequilla al sol – Te amo mi Kassandra – respondo a viva voz, con los ojos apretados y los dedos enterrándose en el colchón.

 

- ¿Cómo me llamaste?

- Como deseo que te llames ahora.

 

Y los glúteos, el pubis, la pelvis, el abdomen dirigiéndose hacia ella en un movimiento frontal que entierra en lo profundo de un interior incendiado a la vara que domina en mi entrepierna; vagina quemando la delicada piel del miembro endurecido, daga abriéndose paso a través de la herida ofrecida. Movimientos a destiempo, enloquecida batalla de sexos, bramidos desde el alma, chasquidos de las carnes - Más, más, entiérrate más, penétrame con todas tus fuerzas... cógeme más duro pianista – y aceleramos el galope en las planicies de la lujuria, desahogamos el grito de las fauces del dolor, rasgamos el paño de las inhibiciones.

Sonrío extasiado, completo, ausente de ausencias y el vaivén se pierde en el desenfreno – Mi todo, como a ti te gusta... sólo como a ti te gusta que te coja – y su espalda arqueada sobre la cama, mis labios arrancándose la piel, sus nalgas oprimidas en las sábanas, mis jadeos derramándose en la noche, sus uñas carmesí clavadas en mi cintura.

Se contrae, me endurezco aún más y ante el inminente estallido desde el interior, elevo mis párpados hasta que la mirada se topa con unos ojos celestes, pupilas de cielo opaco. Muerdo mis labios y una constelación de lágrimas comienza a desfilar desde mis ojos, ejército de penas, rebaño acongojado de latidos marchitos. Los últimos movimientos saben amargos, vacíos, sin vida; y mientras se derrama entre gemidos y arañazos en mi espalda, mi semen se escurre en el interior de su vagina sin más pena que una ausencia, sin más gloria que un orgasmo.

Mi cuerpo cae sobre un envase de cabellos rubios quedando mi rostro a un costado del suyo. Mis piernas cansadas, mi soledad como siempre, mi sexo fláccido y húmedo, mi dolor intacto. No es ella, sus manos no poseen la suavidad de aquellas caricias ni sus ojos el brillo oscuro de nuestras miradas. Extraño la prisión de sus piernas, el abrazo débil luego de hacernos el amor, las lágrimas de felicidad confundiéndose con el sudor, las corcheas y los bemoles construyendo nuestra historia cada día, aquellos martini dry sin aceituna, su sonrisa de lado, nuestros juegos nocturnos de bar y sus caricias autoregaladas, mi nombre en su boca y toda la corte de "te amo". La extraño con el alma, con la piel, con las ganas, con los sueños ya muertos al costado del camino de la vida... y ahora, a pensar en como huir de este sitio, de esta extraña, de esta noche.

 

 

 

 

 

Si querés podés irte

pero no te podés quedar.

De pronto su sonrisa blanca y acogedora

se desvanece

se va el amor

nada queda.

(...)

 

De pronto tu cara vuelve a ser tu cara

y ella

como hace mucho tiempo

ya no está.

 

 

(De mi Poema N°7, "Si querés"

http://www.todorelatos.com/relato/28529/ )

 

 

 

 

- Lo sé pianista, lo sé – dice la rubia con sus ojos enrojecidos tomando su blusa del piso – Lástima que no pudiste ni siquiera llamarme por mi nombre – agrega acomodando sus pechos.

- No te prometí nada Andrea, no me pidas amor... sólo puedes pedirme olvido – y tras ponerme los pantalones, tomo la camisa y la campera – Suerte en tu casamiento, verás que no es tan malo estar casado – dije con mi mano halando del picaporte de la puerta.

No sé cual fue su mirada, desconozco la geografía de sus últimas palabras si es que las dijo porque un portazo la dejó del otro lado de mi vida; el lugar exacto en donde se ubican las "otras ella" que no son más que un consuelo fugaz y estéril.

 

 

Las noches posteriores me encontrarán con el rostro cubierto por una cascada de cabellos y barba crecida, un piano blanco de cedro ante mí y el sueño de encontrar en la mesa ubicada en ese rincón, la figura de Kassandra, mi hermosa Kassandra, mi todo, ese igual que dobló el curso de mi destino. Esa historia increíble y única de corcheas y bemoles que no tiene pasado ni presente ni futuro; simplemente el sonido de dos voces y dos pianos, uno de madera y otro de piel que permanecerá por siempre en lo más profundo de mi alma, afinado una y otra vez por los dedos de mi espera para así dejar salir la melodía que sólo mi amor interminable puede tocar en él.

 

 

 

...

 

 

Dedicado a la persona que con su aparición en los cielos de mi vida, dobló para siempre el curso de mi destino embelleciendo las sombras y los brillos del bosque esmeralda y su amor interminable.

A vos, mi gemelita... sí... a vos Sasha... gracias por tanto, por las lunas compartidas, por el aliento, por las palabras, por sus latidos, por ser parte de mi vida... gracias por el "somos", por el "nunca más solo", por las alas, por el cielo, por lamer mis heridas y comprenderlas, y saberlas, gracias por ser ... por confiar en mí, por quererme tanto...

Te quiero mucho hermana de alma ...

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Los Cortos de Crow: En el nombre del padre

Entierro

La hipocresía de los hipócritas

Poema Nº18: Teníamos

Los cortos de Crow: Contengo sombras

Ella es mi chica

El Blanco Filo Del Slencio

Los cortos de Crow: La revancha sobre el gatillo

Poema Nª17 (Mi testamento)

Disfraces

Ángeles Caídos...

Cría cuervos...

Memorias de un adicto (version mejorada)

Un día menos en el infierno

25 de febrero, De Luces y De Sombras

Poema N°16 (Designio)

Poema N°15 (No Te Dejo)

Incesto en Do Menor

El Árbol De Fuego

Poema N°14 (Te Amaré y Después... Te Amaré)

Poema N°13 (¿Perdonarte?)

La Cama De Sus Sueños

Poema N°12 (Volviendo a Vos)

Poema N°11 (Mi Morada)

Poema N°10 (Tuyo y Mía)

Poema N°9 (Usted)

Duermes...

Perversos (2)

Meet the angel of death

Meet the angel of the dark flame

Interview with the female mystery

Poema Nº8: Quiero amarte siempre

Alejandría

Derrames de Silencio

A feast of Morrison

Todo negro

Sangre

Memorias de un adicto

¿Vale La Pena Amar?

Todo Por Jim Morrison

El Ocaso de Caro

La vida de Laura...

Maldito Océano Atlántico

Un Espectáculo Dantesco

Incesto, Drogas y Jim Morrison

Cosas del Destino, Burlas de mi Suerte

Poema (07: Si Queres)

Poema (06: Tengo Que Decirte Adiós)

La Terminal

Los hombres tambien lloran

Confesión de una puta

Bife y Mollejas

Llorá... pero no olvides

Poema (05: El Adiós Que No Escuché)

Poema (04: Llevate)

La puta y el gran falo

Poema (03: Sublime)

Poema (02: Logros En Vano)

Poema (01: Lamento)

Tormenta Perfecta

El que viaja a dedo

Incesto, Drogas y Jim Morrison

Pam, mi dealer y yo

Argentina Beauty (1)

Naty y yo... amor eterno

El divorcio

Será hereditario?

Que hicimos Naty...