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El filo de las drogas, su herida y el abismo

en Trios

Les contaré sobre un chico abocado a los abismos y una chica con alma de rescatista. Dicen que él era poseedor de la mirada más triste y que ella se reflejó en sus ojos para mostrarle que existían luces fuera de las sombras. También dicen que ella le enseñó que no existe “lo más importante que aprenderás en la vida es simplemente amar y ser amado” y él la amó con toda su alma pero eso no fue suficiente.

***

Ella se llamaba Pamela pero he decidido llamarla Pam simplemente porque la chica de Jim Morrison se llamaba así, y estoy dispuesto a aceptar cualquier cosa que me haga sentir un poco más Jim y menos yo. Pam siempre me ha parecido un nombre con ribetes de ángel, uno de esos ángeles que velan los sueños de los desesperados tras la renuncia de seguir agitando sus alas para continuar el resto del camino andando sobre los pies.

Para que se hagan una idea, diría que mi chica tenía un aire a Dolores Fonzi si Dolores Fonzi fuese tan bella y luminosa como para asemejarse a un ángel. Su cabello rubio lloviéndole a mitad de espalda, sus ojos claros y profundos, su piel blanca y suave como nubes si es que las nubes fuesen tan suaves como algodones, y sus curvas peligrosas, sinuosas, perfectas, una invitación a derramar en ellas una tormenta de pecados. La describo y es como si la estuviese viendo. Cruzando puertas hacia mí con una sonrisa de mil dientes, iluminándolo todo a su paso.

Mis amigos de excesos no se cansaban de recordarme que ella era lo único que valía la pena en mi vida, incluyéndome. Mi padre con tono sarcástico de padre me lo recordó las tres veces que lo encontré luego de irme de mi casa.

- Como siempre no vas a llegar muy lejos... no podrías vivir sin decepcionar a la gente – en su afán de corrección y aleccionamiento un padre puede talarte los tobillos antes de salir a bailar en ese vals que te propone la vida.

Pam era una de esas princesas de cristal que de la noche solo conocía la luna y de los excesos un vasito más de Pepsi Cola en el almuerzo de los viernes. Eso antes de mí, claro. Con dieciocho años tienes todo por delante y nada por perder. A mis veintiocho las noches corroen de adentro hacia fuera. Tan cerca de perderme para siempre, el pensamiento desesperanzador manda y siempre se cree que es demasiado tarde para aferrarse a la baranda de un centro de desintoxicación. En fin. Mala conjugación de edades, de caracteres y de vivencias, pero lógico; a los ángeles les atrae el dulce aroma del infierno y yo habitaba sobre uno de sus azufres más ardientes.

Armar un porro es tan fácil como sacarla para mear o rascarse las pelotas. Extender el papel, moler con la yema de los dedos, acomodar, enrollar, salivar, encender y a volar. Con el paso del tiempo y de los rituales del humo el vuelo se hace cada vez más corto, menos atractivo; por eso existen las demás drogas. Hay alas para todos los cielos y para todos quienes lo surcan. Pasado el tiempo, no tienes puta idea de cómo llegas a ese punto o cuál fue el motivo inicial pero el caso es que estás ahí, sin soluciones ni respuestas, con el culo rapado entre las llamas del quinto infierno y todas las brújulas apuntando a cualquier lado menos al norte.

Cierta noche, en algún bar de mala muerte, un adicto se refirió a él mismo como un tipo mitad hombre, mitad cuchillo a medio clavar y eso es justamente lo que soy. Cuando la mitad hombre desaparece de mí y da lugar a la parte que hiere, Pam es el peor enemigo que se pueda tener. Es que ella no es la típica mujer que en las discusiones te manda sin preámbulos ni culpa a la mismísima mierda. Al pasarme de jodido, Pam me mira con sus ojos húmedos de ángel decepcionado y responde con la voz tan baja que apenas se escucha lo que está diciendo, dejándome a solas con toda mi mierda. Luego baja la mirada y el silencio lo impregna todo. Con Pam, lo único que consigo con mis locuras y desencuentros es parecerme menos a un hombre y más a una mierda.

Lamentablemente, mi naturaleza siempre me lleva a reincidir en las bajezas de los vicios. Jim decía “Soy un asesino fantasma presenciando toda mi bendita sanción” Amén. No puedes escapar a tu esencia, a tu instinto. No puedes hacerte el idiota mientras tus adentros reclaman y el alma implora. Creo que si así no fuese la vida sería poco menos que algo sin sentido. “El amor duele Pam”, le dije luego de atravesar una de mis malditas crisis. “Duele”, repetía una y otra vez mientras vomitaba en el ojo sucio del baño y deseaba con todas mis fuerzas por fin vomitar mi alma y así acabar con esta basura. Mientras tanto, ella acariciaba mi cabeza sin decir ni una palabra. Y sí, duele, el amor duele y ser la herida en él, duele el doble.

Los dos somos extraños; solemos perdernos con el automóvil y alquilar una habitación en cualquier parte. Nos seduce dormir en un hotel y creer que escapamos de la rutina, esa serpiente mordiéndose la cola y de las mismas caras de siempre, de esas sonrisas dibujadas, de la complacencia tan humana como hipócrita. Bueno, en realidad a mí es a quien le fascina, ella lo hace por mí. Todo lo hace por mí. Hay una canción de Jim que dice: “Ven aquí, nosotros haremos el resto, el autobús azul nos está llamando... el autobús azul nos está llamando” Amén. Nunca supe qué carajo significa si es que tiene algún significado, quizá solo fue un relámpago de ácido en la mente de Morrison o una pintoresca pesadilla después del ácido, pero hay momentos en que necesitamos encontrar un autobús azul para que nos lleve lejos. Escapar, sí, escapar… las drogas también tienen algo de eso. Lamento eso. El no haber encontrado otro autobús azul.

Una de esas noches de hotel, tres líneas de cocaína sobre un pedazo de vidrio habían desaparecido dentro de mi nariz con dirección al entrelazado de mis neuronas. Pam  en silencio me miraba con sus ojos húmedos de ángel decepcionado; ella sabía a quién tenía enfrente, sabía como nadie de mis vuelos y mis dioses químicos, de mis excesos y mis viajes a ninguna parte. Sabía lo ridículo de mi locura. Lo sabía y lo aceptaba, aún así, lo sufría. Esa noche Pam estaba de lo más sensual. Faldas negras apenas por debajo de la ondules de sus glúteos, medias rojas de red luciendo las líneas de sus piernas, una camisa de botones a punto de eyectar calcando la turgencia de sus pechos, su cuello adornado por un collar y la belleza de su rostro amplificada por gamas de pintura carmesí. Todo eso y sin braguitas. No hace falta decir mucho más. Imagina el resto, lector, imagina.

Ella se recostó a mi lado, abrió su mano sobre mi entrepierna y comenzó a frotarme el pene para luego dejar que su cabeza ceda a mi mano empujándola hacia mí. Sí ella era mi paraíso, su lengua húmeda sobre mi glande era la bendita manzana de todo pecado. Bajé mis pantalones hasta los tobillos y la acomodé poniéndola en cuatro. Ese ángel sin alas similar a Dolores Fonzi si fuese bello cual ángel se convertía en un demonio perverso cuando a mis fuegos la llamaba. Mientras su boca me empapaba de saliva tibia y espesa recordé el párrafo de una canción de Jim que dice: “Ella era una princesa, reina de la autopista / Nadie podía salvarla más que el tigre ciego...”  Amén.

Tomé mi celular y marqué el número maldito, el de mi dealer favorito, ese enemigo disfrazado de amigo o mejor, el verdugo con ricitos de oro. Necesitaba un saque. Suplicaba por uno. Los dioses – o los demonios, quién sabe - me escucharon pues el hotel se encontraba en el itinerario del dealer que para completar, no tendría problemas de entrar por tener al dueño del establecimiento como uno de sus principales clientes. A veces pienso que se droga más gente de la que uno cree o sencillamente es la percepción de los adictos. En fin. La felicidad se arqueó en mi cara, necesitaba volar y más aún teniendo tan caliente a Pam. Ella se reincorporó y quedó arrodillada ante mí. Su mirada perversa y su sonrisa de lado completaban mi buen día que recién se estaba despuntando. Un ángel con mirada perversa, querido lector, es la puta olla llena de monedas de oro al final del arcoíris.

Con una mano comencé a desprenderle los botones de la camisa y sus pezones, círculos rosados de pezones duros, asomaron ardientes como el sol e las mañanas. Su torso desnudo era una verdadera obra maestra; trazos perfectos, curvas peligrosas. Un abdomen plano y pálido daba cobijo a su ombligo pequeño coronado por un aro que se había puesto meses atrás en conmemoración a nuestro amor o algo así. Siempre he sido malo con las fechas, jamás las recuerdo. Y más allá, su ingle. Párrafo aparte, claro.

Estábamos rompiéndonos las bocas de un beso cuando el dealer golpeó tres veces la puerta. Pam tomó rápidamente su camisa tapándose los senos con ella y permaneció arrodillada sobre la cama frente a mí. Nunca entendí porque se tapó las tetas si era el culo lo primero que vería quién entraría a la habitación. Cosas de mujeres.

- Pam ¿me amás? -  le pregunté fuera de todo contexto.

- Más de lo que puedas imaginar pero cuando me lo preguntas, tiemblo -  respondió clavando su mirada húmeda en la mía. Odiaba reflejarme en sus ojos cuando mis vuelos. Esas no eran las alas que ella merecía ver.

- Nos gusta abrir la mente a las nuevas experiencias, ¿no es así? - sonreí con la dulzura de un niño y ella asintió - Me encantaría que este tipo nos vea cogiendo – agregué ante su mirada atónita. Tres nuevos golpes contra la puerta y el silencio posterior.

- Me estás pidiendo demasiado, Jim, lo sabes – musitó quitándose el mechón salvaje sobre el ojo izquierdo - ¿Qué nos vean? No voy a mentirte, tuve esa fantasía alguna vez pero de ahí a llevarlo a la realidad, un océano, ¿no te parece? No sé, no creo estar preparada–

- ¿Lo harías por mí? – insistí sabiendo que no podría negarse a mi pedido. Su respuesta fue un silencio cómplice que infló mi pecho aunque pasado el tiempo llegué a la conclusión que su sonrisa era solo por complacerme, como siempre y no por un deseo personal, como creí.

- Campeón, ya te escuchamos. Entra, está abierto – le dije al tipo al otro lado de la puerta que al entrar y quedar frente a esa postal de la espalda y el tremendo culo de mi chica, abrió los ojos como si le hubiesen cortado los párpados con una navaja – Mierda, mierda, mierda – exclamó y cerró la puerta tras de sí llevando su mirada a la abertura de las nalgas y parte de la entrepierna que se insinuaba al final de la falda - Cómo va Jim, te traje lo que me pediste - tartamudeó - Un león con los dientes bien afilados – agregó y dio unos pasos hacia nosotros hasta que lo detuvo el borde de la cama. Pam me miró en silencio; nerviosa, expectante.

- Cómo va. Te besaría las bolas por haber venido hasta aquí pero como verás, no me puedo levantar a saludarte y para que mentir, prefiero besar a mi chica – le dije guiñándole un ojo y sonrió mordiéndose el labio inferior, asintiendo con la cabeza.

- Hijo de puta, qué bien la estás pasando. Drogas, un dealer amigo, o sea yo,  y una mujer desnuda sobre ti, o sea, ella; el paraíso en la puta tierra y toda la puta suerte acariciándote las pelotas ¿Qué más se puede pedir? – suelta a la vez que se relame.

- Más droga, eso faltaría – remato habitando a mi rostro con una sonrisa socarrona – Bueno, nada, que es bueno verte querido dealer, ahora… de onda, si quieres puedes quedarte a ver nuestro show. Eso sí, dame la droga de una puta vez y ten en claro que mi chica no puede esperar más así que voy a pagarte en cuánto termine de cojer – El dealer, del cual nunca puedo recordar el nombre, me lanzó un pequeño bulto que atajé como Goycochea al penal de Maldini en el mundial noventa. Droga en mano me apunté a la nariz, quebré el envase y ante mí… el cielo en primavera. Mis alas de cuervo extendidas, el aire sobándome la cara, la carne quemándose en el fuego de mi alma, el vuelo del ácido.

“Intenta incendiar la noche. El momento de dudar ha pasado. No es tiempo de revolcarse en el barro. Inténtalo, solo podemos perder”

                                      

Tarareé ese fragmento de “Light my fire” y Pam asintió con la mirada justo cuando comencé a comerle las tetas. Desesperada lengua en sus pezones, labios apretando, dientes mordisqueando, saliva… lava ardiente de pasión. Halé su falda hacia arriba dejándosela de cinturón y su culo quedó al desnudo. Cuándo miré al dealer estaba con los pantalones en los tobillos, la camisa desabotonada y una palma ahorcándole la verga.

Llevé mis manos al cuello de mi chica y comencé a descender.  Sus hombros, su pecho, sus tetas, los laterales del torso, sus omóplatos, la parte inferior de su espalda, su abdomen, su cintura hasta detenerme en sus glúteos que separé con la yema de los dedos. Paseo de fuego por las hendiduras, un recorrido dactilar empapándose de jugos y ganas. Mis caricias la calentaban, claro, pero esa calentura era potenciada al sentirse observada por un desconocido verga en mano. Vaya ángel de carne débil, de infierno oculto, de alas rotas, mi ángel caído.

- Chúpamela como sabes, reflejo cósmico - murmuré clavando mis codos en el colchón. Ella apoyó sus manos a los lados de mi cintura, enterró las rodillas en la cama y llevó su boca a mi entrepierna. Con la punta de su lengua dibujo en saliva un pecado sobre mi glande, en el prepucio, en la extensión venosa del tronco hasta llegar a las pelotas para succionarlas con locura. Ángel del pecado.

Pensé una y otra vez, “droga y sexo, qué pasada” Aún me pregunto en qué mierda estaba pensando.

En fin. Las entrepiernas pierden la razón con el primer roce y las mentes con el primer saque, el resultado de esa combinación es lo que vino después. De pronto decidí ir más allá. Llamé al dealer - que se estaba dando la gran paja del siglo - invitándolo a que forme parte. Para mi sorpresa, Pam no se negó, solo continuó girando su cabeza sobre el eje fálico que era mi pene.

El dealer sin pensarlo dos veces terminó de quitarse los pantalones y se arrodilló detrás de Pam apuntando con su verga a las líneas abiertas y mojadas que deseaba desde que abrió esa puerta. Su rostro era un conjunto de ganas, un puto ejército de miles y miles de lectores, hasta temí que los relatos de TR sean cien por ciento verídicos y el tipo eyecte litros de semen por toda la habitación, incluyendo mi cara y el celular sobre la mesa de noche. Delirios de un drogado. O de un asiduo a esta página.

Tomó su glande entre dos dedos, lo apoyó entre los labios vaginales y empujó violentamente hacia ese interior caliente y húmedo. Los golpes de esa pelvis contra esas caderas repercutían en las succiones que Pam le daba a mi sexo y el chasquido de humedades no tardó en hacerse oír. Pamalejó por un momento su boca de mi verga y gimió entre dientes como nunca antes lo había hecho. La miré a los ojos, aún puedo ver el fuego de esa mirada, el calor de su aliento, el placer en su cuerpo ¿Quién dice que a los ángeles no les gusta berrear en el azufre? ¿quién puede afirmar que a los ángeles no les gusta coger? Recordé una poesía del rey lagarto: “Vestida al sol, inquieta de necesidad, muriéndose de fiebre”, no había mejor descripción que esa. Pamela, ese ángel, acababa de colocarse alas negras con olor a sexo.

La velocidad del dealer, en cuanto a embates, empezó a mermar y antes que acabe donde no tenía que acabar, tomé a Pam por la cintura dejándola de espaldas a mí y paseé mi glande por la línea de su culo.  Ella me miró por sobre su hombro y fue ésa la mirada más oscura que vi en toda mi vida. Sonreí de lado. Sonrió de lado. Sonreímos como demonios. Con mi glande apretando sobre su clítoris solo tuve que empujar una vez para clavársela hasta los huevos de tan mojada que estaba - Mi Jim, me moría por sentirte dentro – gimió entre dientes y al volver su mirada se encontró con la verga del dealer. La tomó con una mano, la pajeó y se la llevó a la boca saboreando jugos propios y ajenos.

Cerré mis ojos, apunté el mentón hacia el techo y clavé mis dedos en sus glúteos. Aceleró sus movimientos contra mi pelvis con la intención de meter todo mi cuerpo en su interior. Aceleré mis movimientos contra su cadera con la idea de enterrarle hasta los huevos. Con mis ojos cerrados los sonidos lo ocuparon todo en mi mente. El avance de las agujas de un reloj se entreveraron con los golpes de las carnes húmedas y los gemidos ahogándose con la extensión de un pene, el sudor y los jugos vaginales deslizándome hasta lo más profundo, las respiraciones agitadas de los dos extremos, él y yo o yo y él, líneas de semen dibujando los rostros de todos los autores de TR, jadeos desapareciendo tras un manto de lectores. Un “Jim te amo” hizo que abra los ojos, era el momento de acabar, el mío, el de él. Y acabamos. Él en la boca, yo en la vagina y ella en nosotros.

Me desplomé contra el respaldo de la cama y Pam me abrazó con todas sus fuerzas. Me amaba. La amaba. Nos amábamos. Quedamos así por largo rato mientras, de fondo, el dealer se abrochaba los pantalones.

- ¿Cuánto te debo por el saque? – pregunté exhausto, apenas modulando las palabras para que sean medianamente entendidas.

- Hermano, la cuenta está saldada. Con semejante cojida el que te debe soy yo – respondió guiñándome un ojo mientras llevaba los bordes de su camisa por debajo del pantalón.

 – A ver si lo entiendes. No creas que te cojiste a mi chica porque vi que esa sería la forma de pagarte el saque. Mi chica no es puta de nadie. Ni toda la droga del mundo podría pagar esto. Toma el dinero que corresponde y un tanto más que debo pagarte un extra por haber cumplido una de nuestras fantasías. Por cierto, es hora de que nos quedemos solos ¿Podrías irte? – aclaré desde el océano, como diría Luca, aclaré por ella y por mí, por nuestra relación, por lo que éramos. Pero cuando enciendes un cerillo sobre un tul, no vale aclaración que detenga el incendio.

- No seas así, mi amor, quizá el pensó que armamos esto para pagar la droga que te metiste – sollozó Pam y el dealer no hizo más que mirarnos, dibujar un sarcasmo enorme en su rostro, tomar el dinero y dar un portazo que hizo temblar a todos los cuadros y relojes del hotel.

- ¿Te gustó? – le pregunté y ella me abrazó largo rato hasta que sentí como sus lágrimas empapaban mi hombro y se deslizaban a través de mi espalda.

- Quiero perderme contigo… estoy cansada de todo esto. Tal vez, quizá… quizá tengas razón y una sombra enorme nos abarca a todos para siempre – respondió. Un silencio profundo nos abrazó hasta dormirnos sumergidos en su vacío.

Esa noche el abismo devoró a un ángel. O yo dejé que la devore.

Lector, lamimos el fondo de todos excesos, juntos dilapidamos lo que fuimos y jamás volveríamos a ser. Juro que ella era un ángel. Uno de esos ángeles luminosos, de alas blancas y luminosas, de sonrisa franca. Era… así en pretérito absoluto porque esa noche yo mismo me encargué de arrancárselas, de arrojarla al infierno, de destruirle los sueños y las esperanzas, de incinerarle las ganas de vivir, de amar. Fue así que se convirtió en un ángel sin recuerdos, sin motivos, sin horizontes, sin nada.

La última vez que la vi tras nuestra ruptura fue en un bar de mala muerte: drogada, delgada de un modo esquelético, desarticulada, con los ojos empapados de sombras y lágrimas por llorar. Tantas lágrimas por llorar. A su lado estaba el dealer de aquella noche y en una de sus manos un bulto pequeño. Me dio un beso en la mejilla y murmuró un aleteo de esos que solía dar pero impregnado de oscuridades nuevas “Te amo Jim, te amo tanto como te odio” y se fue, sola hacia ninguna parte, arrastrándose. Me enseño a amar y ser amado y a cambio, la empujé hacia el abismo de los abismos.

Duele tanto.

***

Querido lector, los días se transformaron en semanas y las semanas en meses, y una noche como ésta me decidí a contarles de esta historia, una historia sobre un chico abocado a los abismos y una chica rescatista que fue atrapada por las sombras; una chica que se perdió en el reflejo de mis ojos, ese reflejo donde las luces agonizan con cada línea y las oscuridades lo han tomado todo. Y aunque siempre existe una esperanza, aunque se puede salir de este infierno, aún sabiéndolo, así espero el final, agazapado en el recuerdo y la culpa, esperando que un ángel llamado Pamela venga a buscarme y así perdernos ambos entre luces.

Que no sea esta tu historia si es que estas líneas llegan a los ojos y al sentir de un adicto, que sepas, puedes buscar la luz cuando la noche arrecia, puedes aferrarte a las alas de tu ángel y salir de tanto exceso y dolor. Puedes. Hazlo, por ti, por mí, por Pamela.

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