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Jugando al límite

en Trios

Lector, ella se llamaba Pamela pero he decidido llamarla Pam; la chica de Jim Morrison se llamaba así y estoy dispuesto a aceptar cualquier cosa que me haga sentir un poco más Jim y menos yo. Pam… siempre me ha parecido un nombre con ribetes de ángel, uno de esos ángeles que velan los sueños tras la renuncia de seguir andando sobre los pies.

Para que se hagan una idea diría que mi chica tenía un aire a Dolores Fonzi si Dolores fuese tan bella y luminosa como para parecerse a un ángel. Su cabello rubio lloviéndole a mitad de espalda, sus ojos claros, su piel blanca y suave como nubes si es que las nubes fueran suaves como algodones, y sus curvas peligrosas, sinuosas, perfectas, una invitación a derramar en ellas una tormenta de pecados. Es como si la estuviese viendo.

Mis amigos de excesos no se cansaban de recordarme que ella era lo único que valía la pena en mi vida, incluyéndome. Mi padre con tono sarcástico de padre me lo recordó las tres veces que lo encontré luego de irme de mi casa.

- Como siempre no vas a llegar muy lejos... no podrías vivir sin decepcionar a la gente -

Chúpame el dedo mayor de la mano, dejaste de ser padre cuando me echaste de casa, así que metéte los consejos por donde mejor te quepan. Y si es en el culo, mejor.

Pam era una de esas princesas de cristal que de la noche solo conocía la luna y de los excesos un vasito más de Pepsi Cola en el almuerzo de los viernes. Eso antes de mí, claro. Con dieciocho años tenés todo por delante y nada por perder. A mis veintiocho las noches corroen de adentro hacia fuera. Sí, estoy a tres metros de perderme para siempre y es demasiado tarde para aferrarse a la baranda de un centro de desintoxicación. En fin. Mala conjugación de edades, de caracteres y de vivencias, pero lógico; a los ángeles les atrae el dulce aroma del infierno y yo habitaba sobre uno de sus azufres más ardientes.

Armar un porro es tan fácil como sacarla para mear o rascarse las pelotas. Extender el papel, moler la piedra con los dedos, acomodar, enrollar, salivar, encender y a volar. Con el paso del tiempo y de los rituales del humo el vuelo se hace cada vez mas corto, menos atractivo... por eso existen las demás drogas. Hay alas para todos los cielos y para todas las aves. Pasado el tiempo, no tenés puta idea de cómo llegás a ese punto o cuál fue el motivo inicial pero el caso es que estás ahí, sin soluciones ni respuestas, con el culo rapado entre las llamas del quinto infierno y todas las brújulas apuntando a cualquier lado menos al norte.

Cierta noche en algún bar de mala muerte, un adicto se refirió a él mismo como un tipo mitad hombre, mitad cuchillo a medio clavar y eso es justamente lo que soy. Cuando la mitad hombre desaparece de mí y da lugar a la parte que hiere, Pam es el peor enemigo que se pueda tener, y es que ella no es la típica mujer que en las discusiones te manda sin preámbulos ni culpa a la mismísima mierda. Cuándo me paso de jodido, Pam me mira con sus ojos húmedos de ángel decepcionado y responde en voz tan baja que no podés entender que está diciendo, dejándome a solas con toda mi mierda. Luego baja la mirada y el silencio lo impregna todo. Con Pam, lo único que consigo con mis locuras y desencuentros es parecerme menos a un hombre y más a una mierda.

Lamentablemente, mi naturaleza siempre me lleva a reincidir en las bajezas de los vicios. Jim decía "Soy un asesino fantasma presenciando toda mi bendita sanción" Amén. No le podés escapar a tu esencia, a tu instinto. No podés hacerte el idiota mientras tus adentros reclaman y el alma implora. Creo que si así no fuese, la vida sería poco menos que algo sin sentido. "El amor duele Pam", le dije luego de una de mis crisis. "Duele", le repetía una y otra vez mientras vomitaba en el ojo sucio del baño y ella me acariciaba la cabeza sin decir ni una palabra. Y sí, duele.

Los dos somos extraños; solemos perdernos con el automóvil y alquilar una habitación en cualquier parte. Nos seduce dormir en un hotel y creer que escapamos de la amarga rutina, de las mismas caras de siempre. Bueno, a mí me fascina; ella lo hace por mí. Hay una canción de Jim que dice: "Ven aquí, nosotros haremos el resto, el autobús azul nos está llamando... el autobús azul nos está llamando" Amén. Nunca supe qué carajo significa si es que tiene algún significado, quizá solo fue un relámpago de ácido en la mente de Morrison, pero hay momentos en que necesitamos encontrar un autobús azul para que nos lleve lejos. Escapar... las drogas también tienen algo de eso.

Una de esas noches de hotel, tres líneas de cocaína sobre un pedazo de vidrio habían desaparecido dentro de mi nariz con dirección al entrelazado de mis neuronas. Pam sin decir una palabra me miraba con sus ojos húmedos de ángel decepcionado; ella sabía a quién tenía enfrente, sabía como nadie de mis vuelos y mis dioses químicos, de mis excesos y mis viajes a ninguna parte. Lo sabía y lo aceptaba, aún así, lo sufría. En fin, esa noche, Pam, estaba de lo más sensual. Faldas negras apenas por debajo de la ondules de sus glúteos, medias rojas de red luciendo las líneas de sus piernas, una camisa de botones a punto de eyectar calcando la turgencia de sus pechos, su cuello adornado por un collar y la belleza de su rostro amplificada por gamas de pintura carmesí. Todo eso y sin braguitas. No hace falta decir mucho más. Imaginá al resto, lector.

Qué va, te lo contaré. No creo que valga la pena hacerlo en una página en donde la competencia por ser el culo más lamido es lo primordial, pero te lo contaré, que vos no tenés la culpa.

Ella, se recostó a mi lado, abrió su mano sobre mi entrepierna y comenzó a frotarme el pene para luego dejar que su cabeza ceda a mi mano empujándola hacia mí. Sí ella era mi paraíso, su lengua húmeda sobre mi glande era la bendita manzana. Bajé mis pantalones hasta los tobillos y la acomodé poniéndola en cuatro. Y ese ángel sin alas similar a Dolores Fonzi si fuese bello cual ángel se convertía en un demonio perverso cuando a mis fuegos la llamaba. Mientras su boca me empapaba de saliva tibia y espesa recordé el párrafo de una canción de Jim que dice: "Ella era una princesa, reina de la autopista / Nadie podía salvarla más que el tigre ciego..." Amén.

Tomé mi celular de la mesa de noche y marqué el número maldito, el de mi dealer favorito. Necesitaba un saque. Suplicaba por uno. Y los dioses me escucharon pues el hotel se encontraba en el itinerario del dealer que, para mejor, no tendría problemas de entrar por tener al dueño del establecimiento como uno de sus principales clientes. A veces pienso que se droga más gente de la que uno cree o sencillamente son muchos los que no asumen su adicción. En fin. La felicidad se arqueó en mi cara, necesitaba volar y más aún teniendo tan caliente a mi chica. Ella se reincorporó y quedó arrodillada ante mí. Su mirada perversa y su sonrisa de lado completaban mi buen día que recién se estaba despuntando.

Con una mano comencé a desprenderle los botones de la camisa y sus pezones, círculos rosados de pezones duros. Su torso desnudo era una verdadera obra maestra; trazos perfectos, curvas peligrosas. Un abdomen plano y pálido daba cobijo a su ombligo pequeño coronado por un aro que se había puesto meses atrás en conmemoración a nuestro amor o algo así. Siempre he sido malo con las fechas, jamás las recuerdo. Y más allá, su ingle. Párrafo aparte, claro.

Estábamos rompiéndonos las bocas de un beso cuando el dealer golpeó tres veces la puerta. Pam tomó rápidamente su camisa tapándose los senos con ella y permaneció arrodillada sobre la cama frente a mí. Nunca entendí porque se tapó las tetas si era el culo lo primero que vería quién entraría a la habitación. Cosas de mujeres.

- Pam ¿me amás? - le pregunté fuera de todo contexto.

- Más de lo que puedas imaginar pero cuando me lo preguntás, tiemblo - respondió clavando su mirada en la mía.

- Nos gusta abrir la mente a las nuevas experiencias, ¿no es así? - sonreí con la dulzura de un niño y ella asintió - Me encantaría que este tipo nos vea cogiendo – agregué ante su mirada atónita. Tres nuevos golpes contra la puerta y el silencio posterior.

- Me estás pidiendo demasiado, Jim, lo sabés – musitó quitando el mechón salvaje sobre el ojo izquierdo - ¿Qué nos vean? No voy a mentirte, tuve esa fantasía alguna vez pero de ahí a llevarlo a la realidad, un océano, ¿no te parece? –

- ¿Lo harías por mí? – insistí sabiendo que no me diría que no. Su respuesta fue un silencio cómplice, sonrisa por medio y eso, de alguna forma me sorprendió. Los ángeles se suponen más pudorosos.

- Campeón, ya te escuchamos. Pasá, está abierto – le dije al tipo que, al abrir la puerta y quedar frente a esa postal de la espalda y el tremendo culo de mi chica, abrió los ojos como si le hubiesen cortado los párpados con una navaja – Mierda, mierda, mierda – exclamó y cerró la puerta tras de sí llevando su mirada a la abertura de las nalgas y parte de la entrepierna que se insinuaba al final de la falda - Cómo va Jim, te traje lo que me pediste - tartamudeó - Un león con los dientes bien afilados – dio unos pasos hacia nosotros hasta que lo detuvo el borde de la cama. Pam me miró en silencio; nerviosa, expectante.

- Cómo va. Te besaría las bolas por haber venido hasta acá, pero como verás, no me puedo levantar a saludarte y para que mentir, prefiero besar a mi chica – le dije y sonrió mordiéndose el labio inferior, asintiendo con la cabeza.

- Hijo de puta, qué bien la estás pasando. Drogas, un dealer amigo, o sea, yo, y una mujer desnuda sobre vos, o sea, ella; el paraíso en la puta tierra y toda la puta suerte acariciándote las pelotas ¿Qué más se puede pedir? – suelta a la vez que se relame.

- Más droga, eso faltaría – remato de sonrisa socarrona – Bueno, nada, que es bueno verte, dealer, ahora… de onda, si querés podés quedarte a ver. Eso sí, dame la droga de una puta vez y ten en claro que mi chica no puede esperar más así que voy a pagarte en cuánto termine de cojer – agrego. El dealer, del que nunca puedo recordar el nombre, me lanzó un pequeño bulto que atajé como Goycochea al penal de Maldini en el mundial noventa. Droga en mano, me apunté a la nariz, quebré el envase y ante mí… el cielo en primavera. Mis alas de cuervo extendidas, el aire sobándome la cara, la carne quemándose en el fuego de mi alma, el vuelo del ácido.

"Intenta incendiar la noche. El momento de dudar ha pasado. No es tiempo de revolcarse en el barro. Inténtalo, solo podemos perder"

Tarareé ese fragmento de "Light my fire" y Pam asintió con la mirada justo cuando comencé a comerle las tetas. Desesperada lengua en sus pezones, labios apretando, dientes mordisqueando, saliva… lava ardiente de pasión. Halé su falda hacia arriba dejándosela de cinturón y su culo quedó al desnudo. Cuándo miré al dealer estaba con los pantalones en los tobillos, la camisa desabotonada y una mano ahorcándole la verga.

Llevé mis manos a su cuello y comencé a descender. Sus hombros, su pecho, sus tetas, los laterales del torso, sus omóplatos, la parte inferior de su espalda, su abdomen, su cintura, hasta detenerme en sus glúteos que separé con la yema de los dedos. Paseo de fuego por las hendiduras, un recorrido dactilar empapándose de jugos y ganas. Mis caricias la calentaban, claro, pero esa calentura era potenciada al sentirse observada por un desconocido verga en mano. Vaya ángel de carne débil, de infierno oculto, de alas rotas, mi ángel caído.

- Chupámela como vos sabés - murmuré clavando mis codos en el colchón. Ella apoyó sus manos a los lados de mi cintura, enterró las rodillas en la cama y llevó su boca a mi entrepierna. Con la punta de su lengua dibujo en saliva un pecado sobre mi glande, en el prepucio, en la extensión venosa del tronco hasta llegar a las pelotas para succionarlas con locura.

Droga y sexo, qué pasada.

Cómo sea, las entrepiernas pierden la razón con el primer roce y las mentes con el primer saque, el resultado de esa combinación es lo que vino después. De pronto decidí ir más allá. Llamé al dealer - que se estaba dando la gran paja - invitándolo a que forme parte. Para mi sorpresa, Pam no se negó, solo continuó girando su cabeza sobre el eje fálico que era mi pene.

El dealer, sin pensarlo dos veces, terminó de quitarse los pantalones y se arrodilló detrás de Pam apuntando con su verga a las líneas abiertas y mojadas que deseaba desde que abrió esa puerta. Su rostro era un conjunto de ganas, hasta temí que los relatos de TR sean cien por ciento verídicos y el tipo eyecte litros de semen por toda la habitación, incluyendo mi cara y el celular sobre la mesa de noche. Delirios de un drogado.

Tomó su glande entre dos dedos, lo apoyó entre los labios vaginales y empujó violentamente hacia ese interior caliente y húmedo. Los golpes de esa pelvis contra esas caderas repercutían en las succiones que Pam le daba a mi sexo y el chasquido de humedades no tardó en hacerse oír. Pam, alejó por un momento su boca de mi verga y gimió entre dientes como nunca antes lo había hecho. La miré a los ojos, aún puedo ver el fuego de esa mirada, el calor de su aliento, el placer en su cuerpo ¿Quién dice que a los ángeles no les gusta berrear en el azufre? Recordé una poesía del rey lagarto: "Vestida al sol, inquieta de necesidad, muriéndose de fiebre", no había mejor descripción que esa. Pamela, ese ángel, parecía una puta por placer.

La velocidad del dealer, en cuanto a embates, empezó a mermar, y antes de que acabe donde no tenía que acabar, tomé a Pam por la cintura dejándola de espaldas a mí y paseé mi glande por la línea de su culo. Pam me miró por sobre su hombro y fue ésa, la mirada más oscura que vi en toda mi vida. Sonreí de lado. Sonrió de lado. Sonreímos como demonios. Con mi glande apretando sobre su clítoris solo tuve que empujar una vez para clavársela hasta los huevos de tan mojada que estaba - Mi Jim, me moría por sentirte dentro – gimió entre dientes, y al volver su mirada se encontró con la verga del dealer. Se la agarró, la pajeó y se la llevó a la boca saboreando jugos propios y ajenos.

Cerré mis ojos, apunté el mentón hacia el techo y clavé mis dedos en sus glúteos. Aceleró sus movimientos contra mi pelvis con la intención de meter todo mi cuerpo en su interior. Aceleré mis movimientos contra su cadera con la idea de enterrarle hasta los huevos. Con mis ojos cerrados los sonidos lo ocuparon todo en mi mente. El avance de las agujas de un reloj se entreveraron con los golpes de las carnes húmedas y los gemidos ahogándose con la extensión de un pene, el sudor y los jugos vaginales deslizándome hasta lo más profundo, las respiraciones agitadas de los dos extremos, él y yo. Un "Jim te amo" hizo que abra los ojos, era su momento de acaba, el mío, el de él. Y acabamos. Él en la boca, yo en la concha y ella en nosotros.

Me desplomé contra el respaldo de la cama y ella me abrazó con todas sus fuerzas. Me amaba. La amaba. Nos amábamos. Quedamos así por largo rato mientras, de fondo, el dealer se abrochaba los pantalones.

- ¿Cuánto te debo por el saque? – le pregunté.

- Hermano, la cuenta está saldada. Con semejante cojida el que te debe soy yo – respondió con gestos de satisfacción ubicando la camisa debajo del pantalón.

– A ver si entendés. No creas que te cojiste a mi chica porque vi que esa sería la forma de pagarte el saque. Mi chica no es puta de nadie. Ni toda la droga del mundo podría pagar esto. Tomá el dinero que corresponde y un tanto más, que debo pagarte por haber cumplido una de nuestras fantasías. Por cierto, es hora de que nos quedemos solos ¿Podrías irte? – aclaré desde el océano, como diría Luca.

- No seas así, amor, quizá el pensó que armamos esto para pagar la droga que te metiste – dijo Pam y el dealer no hizo más que mirarnos, tomar el dinero y dar un portazo.

Lector, juro que ella era un ángel aunque lo que les he contado demuestre lo contrario. Era… y es que le arranqué las alas, la arrojé al infierno, le destruí los sueños, le incineré las ganas y se convirtió en un ángel sin recuerdos, sin motivos, sin horizontes, sin nada.

La última vez que la vi luego de nuestra ruptura fue en un bar de mala muerte: drogada, delgada como nunca, desarticulada, con los ojos impregnados de sombras. A su lado estaba el dealer de aquella noche. Y en una de sus manos, un bulto pequeño.

He recibido el peor de los castigos. Saber que aquél ángel, el amor de mi vida, es hoy despojos de lo que era, y todo por mi culpa, por no querer salir de las drogas, por desoír las consecuencias de los excesos, por no quererme un poco más, por no permitir que me ayude… hoy ella es como yo y el final que le espera es éste, lector, la sobredosis y su posterior vacío.

Dedicado a los adictos que aún no han salido de ese infierno. Fuerza, se puede.

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