miprimita.com

Confesión de un suicida por amor

en Confesiones

Primero de agosto. Mi última cena. Nada de cruces ni de Judas. Nada de salvaciones ni resurrecciones. Nada puede ser más real que el reflejo en mis ojos del dedo doblándose sobre el gatillo de un arma que se sumerge en el interior de mi boca, rozando mis muelas, apretándome el paladar. Dos botellas vacías de tequila y el recuerdo cercano de tres líneas blancas derramadas sobre un trozo de espejo son los testigos de un fin anunciado. Este fin. No hay marcha atrás. El caño seguirá entre mis muelas prometiendo finales que cumplirá. No tendré un último suspiro o una palabra que me despida de la vida. Sobre mi cabeza afeitada cual mohicano, las hélices de un viejo ventilador de techo se mueven y rompen el silencio que sería absoluto sin él. Y aún así, esta habitación es tan sofocante; siempre lo ha sido, como la vida de algunas personas.

Su rostro viene a mi mente y sonríe como siempre lo hacía cuando la abrazaba y la estrujaba contra mi cuerpo. Aún puedo ver la separación de sus dos dientecitos delanteros y el lunar que se lucía a un costado de su boca, casi sobre el labio inferior. Aún puedo verla venir con su metro setenta; delgada, de tez blanca, piernas largas, pelo azabache hasta la mitad de su espalda, ojos marrones y esa sonrisa entre inocente y salvaje. Así era ella, la de esta historia. Claro que no, no describiré si sus tetas eran como dos pelotas o su culo montañas de esta cordillera, querido lector de TR, eso búscalo en uno de los cientos de relatos que se publican por día en esta página. No aquí.

La muerte, expectante, espera que mi dedo haga su recorrido final. Lo alienta, lo apura, lo hace temblar. Seguramente lo goza. Me arrodillo, arma en boca, apretando párpados y glúteos. "Es mejor morir arrodillado que vivir de esa manera" Parece un mal chiste pero nunca analicé frases hechas hasta este momento. "Es mejor morir quemado que desvanecerse lentamente" Perfecta para mi lápida que no leeré. Respiro profundamente y mi dedo comienza su recorrido. Qué delgada es la línea oscura que divide al principio del fin. Qué corto el recorrido del gatillo de un punto al pum definitivo. Pero antes del estallido, antes del epílogo de mis latidos, hace su aparición Alejandra y todo lo vivido con junto a ella; recuerdos lanzándose en desenfrenada carrera a la desintegración, a la nada, al vacío, al olvido absoluto, directo a la luz blanca del fin... mi fin.

Cinco de junio. Solo bastó su hola para hechizarme, y cuando me dijo su nombre, supe que sería capaz de intentar cambiar sombras por luces. El otoño desparramaba hojas a mis pies y escarcha sobre mis cejas. Esperar el ómnibus una noche a mediados de abril, pleno otoño del sur, es un suplicio para cualquiera, y en aquella esquina donde los vientos confluían el suplicio era doble. Pero en esa parada de ómnibus estaba ella con sus labios morados, temblando de frío. Pantalón de vestir ajustado color blanco transparentando su diminuta ropa interior, saco azul marino de botones rojos y camisa celeste. Sus cabellos al viento, sus pies inquietos por no congelarse en la espera y la adolescencia corriéndole por las venas. Toda una vida por delante. Solo bastó con mirarla a los ojos para saber que mi deseo era anclar de una vez por todas en el puerto de sus párpados y dejar los días de piratería hundidos en el pasado.

- Hola – suspiro haciendo trizas la magia del silencio y sus miradas.

- Hola – murmuré. "Hola", un simple y plano "Hola" es lo único que supe contestar. Sonó frío como la noche pero cargaba con las brasas de la fascinación. Tremendo boludo, esa mujer se merecía un hola seguido de decenas de poemas dedicados a ella, mínimo, Y yo con un simple hola.

- Me llamo Alejandra, ¿me podés decir la hora? – Alejandra, como dije, al escuchar su nombre supe que era "ella". La mujer de mi vida, la otra mitad de mi alma. Alejandra. El nombre más hermoso de todos.

- Alejandra, qué lindo nombre. Yo me llamo como vos pero en masculino – y mi sonrisa fue tan patética como un musulmán festejando la navidad cristiana.

- Mucho gusto, Alejandro, ¿tenés hora? – y su sonrisa le enseñó a mis labios como ser sonrisa.

Comenzamos una conversación que duró el resto de la espera y se extendió en el ómnibus. Debo confesar que le mentí sobre mi edad y un par de cosas más. Sé que ella también lo hizo. Nunca entenderé porque solemos disfrazar nuestras edades durante el cortejo. Inseguridad, miedo al rechazo, necesidad de ser otro, simple complejo, no lo sé, pero todos lo hacemos. Volviendo. Entre tantas preguntas, una hizo que su mirada se nublara de lágrimas. Le pregunté si era feliz. Supuse que lo era. Una mujer hermosa e interesante como ella tenía que serlo. Querido lector, nunca supongas. Le crucé un brazo por sobre los hombros y llevé su cabeza contra mi pecho. La vida no es color de rosas, mucho menos para una adolescente con una infancia sumida en los abusos de padrastros y hermanastros, maltratada, denigrada. Sentí su congoja y su nariz sobre mi pecho, al borde de mi corazón. Sentí que la amaba como jamás lo había hecho. Resonó en mí aquella frase taimada: "No se puede perdonar a aquél que vivió sin haber amado" Si es así, perdonado quedo.

El tiempo voló como suelen decirlo los poetas, no los de TR, querido lector, los de TR solo dicen. Tenía que bajarme del ómnibus y ella seguiría camino. No podía irme sin decirle aquello que me estaba apretando el corazón en un puño de sensaciones. Era inconcebible perderla en el olvido si era la que iluminaba mis ojos de noches eternas. Tomé su mano y la apoyé en mi pecho - ¿Sentís como late? Es por vos – sentí que quitaba de mi alma seis toneladas de silencios. Sonrió como solo ella sabía sonreír, acercó su rostro al mío y posó tiernamente sus labios sobre mis labios. No sé cuánto duró ese beso tímido y lleno de amor, pero estoy seguro que aquellos segundos supieron a eternidad.

Mi parada había pasado, y la de ella, por lo que nos bajamos en la esquina de los corazones entrelazados y caminamos de la mano - bajo una noche otoñal que se disfrazó de primavera - hacia ningún lugar. Al fin de cuentas, ¿qué importaba el lugar si estaba junto a la mujer del nombre más hermoso del mundo? Ella comenzó a tararear una canción de Fito Páez y me uní como el más experto de los coristas. Le pregunté si le gustaba cantar. Respondió que solo cuando se sentía feliz. Vimos un hotel, nos miramos, no dijimos nada. Es que cuando se trataba de nosotros dos no hacían falta palabras, bastaban las miradas, lo silencios, los latidos. Habitación trece, su número favorito, también el mío. Abrí la puerta y un cuarto de tonos rojos nos pobló la vista. Más allá una cama enorme de sábanas carmesí lloviendo sobre el piso alfombrado. La tomé del mentón. Me tomó de la cintura. Le acaricié los labios. Me acarició el cóccix. Y nos besamos con locura, desesperados, salvajemente. Nunca le había dado tanta importancia a los besos. Era como una puta, no los daba, pero con Alejandra todo era diferente. Ella era diferente. Y a su lado, yo también lo era.

Le quité el saco para luego desabotonarle la camisa. Uno, dos, tres, cuatro botones y asomaron sus tetas; redondas, firmes, perfectas. Tetas de adolescente con pezones de burdel. Tetas emputecidamente vírgenes. Sí, querido lector, las describo porque me place, no porque quiera que me beses el culo con un comentario falso ni por las míseras cinco estrellitas. Volviendo. Deslicé mis manos a través de su espalda, rocé con los nudillos el nacimiento de los senos mientras ella me acariciaba la espalda, el cuello, los hombros, la cintura. Mi excitación apretaba debajo de la cremallera, diría que hasta dolía, entonces en la desesperación, mis dedos se atrevieron a traspasar la línea que el pantalón creaba entre su cola y el final de su espalda. No tardé en abarcar sus glúteos bajo el pantalón y la ropa interior con mis manos, mucho menos en empujarla contra mí para que pueda sentir la dureza de mi entrepierna. La yema de mis dedos se arrastraron más allá hasta que pude sentir la humedad caliente de su vagina, la suavidad de esos labios, el infierno de esas ganas. Se apretó aún más contra mí y comenzó a mover sus caderas.

Apoyé mis manos en su pecho y la empujé hacia atrás, dejándola sentada en el borde de la cama. Me agaché frente a ella, tomé sus pantalones por la cintura halando hacia abajo y cuando estos atravesaron los tobillos pude sentir la excitación de verla en ropa interior. Tanga negra, como aquél relato de Carletto - mi padre de letras - el relato que me trajo a TR. Pero, ¿quién recordará a mi padre de letras? Supongo que nadie; la ingratitud de esta página a veces quiebra al más pintado.

Me reincorporé, la besé en la boca salvajemente y luego comencé a descender con mi lengua hacia su mentón al cual chupé cual helado de fresa. Continué mi travesía salivando su cuello, la línea de sus hombros, las inmediaciones de su pecho y por fin, la suavidad de sus tetas, la dureza de sus pezones. Minuciosa pero ardientemente iba dejando en ellos círculos de baba, no como los que canta Fito en su tributo a Sasha y Sissí, sino de verdaderos círculos de saliva y calor, sin más muerte que el deseo de estallar y verla estallar. El descenso continuó hasta encontrarme lamiendo su ombligo con mis manos aferradas a sus tetas. Los besos mojados siguieron el camino de los vellos cuasi invisibles que caen hacia el pubis hasta que el elástico del tanga se interpuso entre mi boca y su piel. No lo dudé, lo tomé de la parte superior y halé hacia abajo. El resultado fue la postal más erótica de mi vida. Sus tobillos separados y cerrándose a medida avanzaba hasta cerrarse en una entrepierna que a su vez se abría en flor.

¿Quién hubiese podido resistirse a una vagina como la de ella? Abierta, ofreciéndolo todo, brillando de humedad, ardiendo de deseos, ¿cuál de los lectores que hasta aquí llegaron sería capaz de renunciar siquiera con el pensamiento? Acerqué mi rostro, soplé sobre la vulva y posé la punta de la lengua entre la carnosidad de sus labios. Luego lamí, lamí enloquecido, lamí sacado, lamí convertido en un demonio obseso de ella, en un adicto a su flujo. Ella gemía, y eran sus gemidos de niña salvaje, como lo eran sus gestos de excitación y sus movimientos de caderas que la traían hacia mi boca en un ida y vuelta salado. Al meter toda la lengua en su interior gritó mi nombre dos o tres veces y acto seguido se derramó en mi boca. Todavía puedo sentir el hilo de flujo cayendo desde mis comisuras y el sabor a gloria de verla temblar entre espasmos de amor y placer.

¿Qué siguió después? Lo que has leído una y otra vez en esta página, querido lector de una sola mano, solo que ésta vez no es mi intención que te hagas una paja sino que escuches mi historia, nuestra historia. El resto permanece en mi memoria… lo llevaré conmigo.

Decirte que esa noche ninguno de los dos quería volver a casa, y no lo hicimos. Esa noche, nuestra casa era la habitación de ese hotel y no importaba más nada. Tras hablar muchísimo y coger aún más, nos dormimos abrazados, temblorosos de tanto amar. Aún la recuerdo con su rostro sobre la almohada, mirándome, sonriendo, al borde del sueño "No quisiera dormirme nunca o no despertar jamás, es que no sé si esto es un sueño o la realidad más hermosa" me dijo sellando esas palabras con un beso, "el" beso.

Fueron meses de encuentros furtivos, de poemas, de cartas, de sueños, de camas de hotel, de baños y asientos traseros, de llegadas tarde a nuestras rutinas, de amor, puro amor, y cada encuentro sumaba historia, nuestra historia, esa que no les incumbe, queridos lectores de TR.

No lo pensamos demasiado; un veintitrés de junio decidimos escapar de nuestras antiguas vidas. Empezar de nuevo, pero juntos… para siempre. Y fuimos felices con la decisión. Recuerdo que, camino al hotel, ella cantó una canción de Joaquín Sabina; "… y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres. Porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren" y como siempre, fui su coro, su guitarra, su acorde. Quedamos en que antes de partir pasaríamos por nuestras casas y trataríamos de acomodar todo lo que había que acomodar y del resto, solo olvidar. Al despedirnos me dijo algo que jamás olvidaré;"Mi amor, te voy a seguir hasta en la muerte... te amo", y subió al ómnibus, apurada, feliz, llena de sueños.

Al llegar a mi casa no había nadie. Cosa extraña para esas horas, pero sin pensar demasiado junté mis pocas cosas para largarme de una puta vez. El teléfono detuvo mi partida y al atenderlo, una voz distorsionada, de mujer, me daría una noticia que no esperaba, que arrancó mis alas para siempre. Alejandra había muerto en un confuso accidente. Cayó desde un noveno piso. Pensé en sus padrastros, en un posible despechado, incluso en un suicidio, e imaginé su cuerpo desarticulado en la calle, media sonrisa en su rostro ensangrentado, ojos vacíos, alma en vuelo. Sin ella, la nada absoluta, el sin sentido. Me pregunté cuáles habían sido sus últimas palabras, qué pensaría en esa eterna caída y en quién me estaba comunicando la noticia al teléfono de mi casa. Caí de rodillas y me deshice en llanto al aclararlo en mi mente. Era mi culpa. Todo había sido mi culpa. No fue un accidente, fue homicidio. La llamada la hizo el asesino, un asesino conocido. Y cobré su vida. La vengué. Pero no bastó, nunca bastaría, ni que mate a todos los asesinos del mundo, querido lector, Alejandra estaba muerta. Muerta.

Primero de agosto. Mi última cena. Nada de cruces ni de Judas. Nada de salvaciones ni resurrecciones. Nada puede ser más real que el reflejo en mis ojos del dedo doblándose sobre el gatillo de un arma que se sumerge en el interior de mi boca, rozando mis muelas, apretándome el paladar. El ventilador gira y gira. Aún así no puede detener las huestes del calor sofocante. Como la vida de algunas personas.

Pero ya, querido lector de TR, lo que has leído no fue escrito para calentarte y darte una paja gratis, eso mejor búscalo en otro lado fuera de mi nick. Lo que has leído es lo último que estoy pensando antes de terminar con mi vida, aunque ella se haya terminado cuando Alejandra voló hacia la muerte. O mejor dicho, cuando le pusieron alas a su muerte. El asesino – o la asesina - fue mi esposa, que yace muerta bajo la cama matrimonial con un tiro entre ceja y ceja. El mismo tiro que le propiné luego de escupirle la cara. Hija de puta. Me mató en vida. Al enterarse de mi engaño fue al departamento de Alejandra y tras una discusión, la empujó hacia el vacío. Alejandra no habrá entendido nada; desconocía que yo tenía esposa. Sí, esa fue una de mis mentiras. Mi intención era confesárselo camino a nuestro futuro porque no quería que nada del pasado lo empañe pero ese futuro jamás llegó.

Y ésa ha sido la historia y éstas las últimas palabras de un condenado que antes del punto final halará del gatillo y todo habrá terminado, querido lector de TR, y tú, si es que llegaste al final de esta historia, tendrás ganas de pajearte y te irás de aquí, en busca de un link que te dé lo que deseas. No verás cuando estalle mi cabeza… y no importa. Sabrás que estoy muerto y eso es suficiente.

Mas de THECROW

El lado oscuro de la fiesta

Putas, las piernas abiertas de Argentina

Sexo, drogas y dolor

Cría Cuervos

La fragilidad del olvido

Tres lágrimas

Nena, no te duermas

Árbol de fuego

La cama de los sueños

Cosas del destino, burlas de mi suerte

Cortos de Crow: Entierro

Respirar

Adolescencia otoñal

Malvinas, la puta helada

Poema N°3: Si quieres

Poema N°2: Por quien vivo y por quien muero

Perversos

Poema N°1: Te doy

Contengo sombras

Entre sábanas de seda

Cortos de Crow: Todo negro

El Naufragio del Te Erre

El Ocaso de Caro

Una cogida con alas y sin piernas

El amante perfecto

Un día menos en este puto infierno

El filo de las drogas, su herida y el abismo

A Trazada

Ángeles caídos

Cortos de Crow: En el nombre del padre

Todo por Jim Morrison

Asesinato en tercera persona

Cría cuervos...

El viejo, su mundo personal y la chica

Sangre ...

Confesiones de una puta

El árbol de fuego. Nuestra morada

Ojos violeta

(Leedor) de una sola mano

Heroína

Todo negro

Yo, su hija, la más puta

Alas de una dama oscura

Todo por Jim Morrison

Respirar (de rosas y claveles)

Jugando al límite

Un día menos en el infierno

No te duermas

Derrames de Silencio

Ángel crucificado

Hermana mía

Incesto, drogas y Jim Morrison (2)

Incesto en Do Menor

La Cama de los Sueños

Cosas del destino, burlas de mi suerte

El ocaso de Caro

Violación consentida

sosrevreP

Siempre más

Los hombres también lloran

eNTRE sÁBANAS dE sEDA

Laura va

Un espectáculo dantesco

iNCESTO, dROGAS y jIM mORRISON

iNVÓCAME

Héroes de hielo

Poema Nº19: Fuiste

Leedor de una sola mano

Hermanita mía

Los Cortos de Crow: En el nombre del padre

Entierro

La hipocresía de los hipócritas

Poema Nº18: Teníamos

Los cortos de Crow: Contengo sombras

Ella es mi chica

El Blanco Filo Del Slencio

Los cortos de Crow: La revancha sobre el gatillo

Poema Nª17 (Mi testamento)

Disfraces

Ángeles Caídos...

Cría cuervos...

Memorias de un adicto (version mejorada)

Un día menos en el infierno

25 de febrero, De Luces y De Sombras

Oscuridad En El Piano

Poema N°16 (Designio)

Poema N°15 (No Te Dejo)

Incesto en Do Menor

Poema N°14 (Te Amaré y Después... Te Amaré)

El Árbol De Fuego

Poema N°13 (¿Perdonarte?)

La Cama De Sus Sueños

Poema N°12 (Volviendo a Vos)

Poema N°11 (Mi Morada)

Poema N°10 (Tuyo y Mía)

Poema N°9 (Usted)

Duermes...

Perversos (2)

Interview with the female mystery

Meet the angel of death

Meet the angel of the dark flame

Poema Nº8: Quiero amarte siempre

Alejandría

Derrames de Silencio

A feast of Morrison

Todo negro

Sangre

Memorias de un adicto

¿Vale La Pena Amar?

Todo Por Jim Morrison

El Ocaso de Caro

La vida de Laura...

Maldito Océano Atlántico

Un Espectáculo Dantesco

Incesto, Drogas y Jim Morrison

Cosas del Destino, Burlas de mi Suerte

Poema (07: Si Queres)

Poema (06: Tengo Que Decirte Adiós)

La Terminal

Confesión de una puta

Los hombres tambien lloran

Bife y Mollejas

Llorá... pero no olvides

Poema (05: El Adiós Que No Escuché)

La puta y el gran falo

Poema (04: Llevate)

Poema (03: Sublime)

Poema (02: Logros En Vano)

Poema (01: Lamento)

Tormenta Perfecta

El que viaja a dedo

Incesto, Drogas y Jim Morrison

Pam, mi dealer y yo

Argentina Beauty (1)

Naty y yo... amor eterno

El divorcio

Será hereditario?

Que hicimos Naty...