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Incesto, drogas y Jim Morrison (2)

en Amor filial

Nos equivocamos y no estoy triste / Estoy loco / Y estoy mal.

James Douglas Morrison (Orange County Suite)

 

- Jim ¿qué carajos te pasa?- pregunta Pamela mientras le da tres golpes a la zona más venosa de mi brazo, justo en la unión del bíceps con el antebrazo.

- ¿Por qué? – respondo con el ceño fruncido.

- Estás como ido… lejos de acá. Y de última es solo una pregunta, no es para que te enojés, loco -

- Mi amor, por si no te diste cuenta nos estamos picando – abro los ojos emulando una sorpresa -

- Ya, no voy a preguntarte más qué te pasa, Jim, y todos contentos. Anywhere, disfrutemos del momento – sonríe de lado y entierra suavemente la aguja en la vena menos picada del brazo para extraerme algo de sangre ¿Por qué mierda la sangre es roja en las películas? Es oscura, casi negra, como la vida misma. Sí, como la vida misma. Mezcla sangre y droga, combinación dionisíaca y vuelve a clavarme la aguja, ésta vez, para enviarme al paraíso de los vicios. Se abren las puertas de la percepción. Se quiebra el cántaro de la vida. Me pierdo en las turbias aguas del ojo de la muerte, bienvenido al éxtasis, me dice mi demonio interior, y mi tenue luz responde parcamente, mal venido a la adicción.

Apoyo la cabeza contra la pared y cierro los ojos. Miles de imágenes se disparan en mi mente y todas llevan el rostro de mi hermana. No puedo escapar de ella. Se supone que la droga nos eleva y nos pierde muy lejos, incluso, de los recuerdos, pero no. Y su culo perfecto se aplasta en la entrepierna de mis ganas, y sus pechos se aprietan contra mis bajos instintos, y su boca enreda su lengua en mis palpitaciones, y sus gemidos me despedazan sin compasión. Todavía puedo sentir la humedad de su vagina entre mis dedos, el golpeteo de su carne contra mi carne. Estoy jodidamente enfermo.

- Te amo, Jim, y cuándo quieras hablar de lo que te pasa, acá estoy – susurra Pamela.

- No pasa nada, bebé. Es solo un mal día… un día jodidamente malo. No tenés la culpa de que me haya levantado con el culo al revés así que dejá de preguntarme si tengo algo, eso me pone aún peor –

- Quedó bien claro… y lamento que sea un mal día para vos cuando para mí es el mejor día de la semana porque, oh estúpida de mí, estamos juntos, compartiéndolo todo – carraspea - Hagamos una cosa, la próxima vez que tengas un mal día, avísame y nos ahorramos el mal momento, las caras de culo y el tiempo perdido. En fin, me toca a mí, tomá la jeringa –

Amo a Pamela. Eso la convierte muchas veces en el blanco de mis golpes bajos cuando estoy de malas, pero esta vez es una manera de ocultar el engaño en el cual la estoy embarcando con total descaro. Soy un hijo de puta y ella no se merece a un hijo de puta. Limpio la aguja con un algodón y dibujo una sonrisa forzada mientras subo la manga de esa camisa tan horrible, regalo de su madre.

- ¿De qué te reís? – pregunta y aprieta los labios.

- A veces me pongo más idiota de lo normal y no tenés la culpa de eso, ¿me perdonás? – casi le imploro antes de estamparle un beso en los labios.

 

 

 

 

Volví a mi casa cuando todos estaban durmiendo; evitar encontrarme con mi hermanita era la consigna. Es raro cruzar la puerta de entrada y no recibir las puteadas de mi vieja por desperdiciar mi vida ni el nauseabundo ausentismo con aviso de mi viejo, sentado en el sillón negro del living frente a ese televisor devorando fútbol y más fútbol. Raro y refrescante.

Subo la escalera en espiral, la misma puta escalera que con sus giros atenta cada noche contra mi andar en zetas producto del Ritual de los Picos. Un día de estos la dinamitaré al grito de "la puta que los parió, la próxima vez pongan una escalera recta"

Me quito los zapatos y al pasar por la puerta del dormitorio de mi hermana camino en punta de pies. No sea que la despierte. Una bandada de fornidas gárgolas lujuriosas ennegrece el ya oscuro cielo de mi mente y el apasionado fuego de la noche anterior con ella se expande en mi interior. La puta madre que los parió, basta de pensar en ella. Hasta hace unos días Pam y los excesos trabajaban full time en mis pensamientos y ahora esto. Es mi hermana… y para llenar cartón es menor de edad. Cruzo el pasillo rápidamente, abro la puerta de mi dormitorio y luego de encender la luz oprimo el PLAY de mi equipo de música. A ver ¿qué tenemos aquí?, pienso entre mis piojos y tomo del cajón de la mesa de noche una petaca de tequila José Cuervo, mi favorito.

Las primeras notas de "Roadhouse Blues" se pasean por mi infierno mental:

"Manteen los ojos en la carretera y las manos en el volante / Sí, estamos yendo hacia el motel / La vamos a pasar realmente bien"

La imaginación es cruel, no le pide permiso a la razón y se caga de risas ante el atónito rostro de las buenas costumbres, pues ese párrafo me lleva al interior de un auto, Camila y yo dentro de él, excitados, deseosos de nuestras carnes, de nuestros besos, de nuestros sexos.

Dos golpes a mi puerta y se me congela el alma ¿Quién mierda será? Por primera vez en mi vida deseo que sea mi vieja para putearme por tener el alto el volumen de música o mi viejo para contarme que San Lorenzo perdió tres a veinte a cero con Huracán, pero Camila, no, no puede, no tiene que ser ella.

- ¿Quién es?- pregunto con la cara pegada a la puerta.

- Cami, soy Cami. ¿Puedo pasar? – contestan del otro lado.

- Camila, ¿qué carajo querés a esta hora? Ya es tarde, nena, y me estoy yendo a dormir. Nos vemos otro día -

- No seas forro, Jim, abríme che, tengo que hablar con vos -

- Camila, son las cinco de la mañana. CINCO de la mañana. Tengo que ir a trabajar en dos horas, no me jodas. Ya te dije, hablamos otro día -

- Dale, no sean malo, necesito hablar con vos y tiene que ser ahora – suplica con voz de niña. Mierda, mierda, mierda, ¿qué tendrá que decirme? ¿Estará embarazada? No, no puede ser, cojimos ayer y es imposible saber eso tan rápido ¿Y si queda embarazada? ¿En qué carajo estaba pensando? O tal vez se hayan enterado mis viejos. No, no puede ser tan pelotudo en contar eso, aunque pensándolo bien, si mis viejos se hubiesen enterado estarían acá mismo colgándome de las bolas.

- Camila, la puta madre, ¿qué puede ser tan urgente como para romperme las pelotas a las cinco de la mañana? -

- Dejáme entrar y te cuento, no me gusta hablarle a las puertas y menos en medio de la oscuridad – responde. Llevo la botella de tequila a mi boca y le doy un profundo sorbo que me quita la respiración por unos segundos eternos. Rasco mi cabeza, carraspeo, muerdo mi labio inferior ¿Por qué a mí? Tengo una novia espectacular, cojemos de maravillas y aún así, termino encamándome con mi hermana menor. Definitivamente estoy enfermo, pienso y sufro.

- Jim, ¿vas a abrirme o tengo que empezar a contarte las cosas del otro lado de la puta puerta? – dice exasperada y empujo el picaporte y halo hacia mí. Mierda, su rostro ilumina cada rincón oscuro de mí. No puedo evitar sonreír de lado.

- Camila, tengo muchísimo sueño, de verdad, ¿qué querés decirme? – digo tratando de fruncir el ceño.

- ¿Puedo entrar? – insiste esgrimiendo una sonrisa inocente, tan de niña.

- Entrá, Camila, entrá – y me alejo de la puerta, perdido, aturdido.

- Nene, ¿te pegó mal la droga o te peleaste con tu chica? – esboza mientras cierra la puerta. Pijama blanco de dos piezas sostenido en la parte superior por dos tiras rojas que surcan sus hombros y un pantalón corto, mínimo - tanto que deja ver el nacimiento de sus muslos - como pieza inferior. El pecho se me rompe a "latidazos", la razón esconde su cabeza en un agujero de vergüenza y es inevitable, la imagino desnuda y a mí sobre ella.

- Camila, a ver, ¿de qué querés hablar a las veinte mil de la mañana? – pregunto rogando que no conteste lo que ambos sabemos. Apoyo mi coxis contra el borde del escritorio y amarro mis manos entre sí frente a mi entrepierna. Vaya simbolismos.

- No se trata de nada puntual… o sí, no sé – esboza observando las líneas del suelo.

- ¿Y tiene qué ser a esta hora? Mirá, lo que sea, tratá de dormir y lo hablamos otro día, ¿ok? – le respondo en un intento de sacarla de mi habitación.

- ¿Por qué me tratás así? – solloza y la humedad de sus ojos me parte en dos.

- ¿Qué? ¿te estoy tratando mal? Camila, tengo sueño, no me rompás las pelotas – quiero sonar seguro de mí, decidido.

- No, nada… es que tanta indiferencia… luego de… no sé… debe ser que… ya, no me hagás caso – dice sin decir, perdida como yo… se le nota, pero desnuda ante mi coraza.

- Descansá, hermanita. Hablamos otro día – y me alejo del escritorio rumbo a la cama.

- No, Jim, otro día no. Dejá de hacerte el pelotudo. Me parece que tenemos que hablar y esto no puede esperar hasta el próximo siglo – reclama enérgicamente – Si querés hablamos así pero tené en cuenta que mamá y papá pueden despertarse – agrega en forma de amenaza.

Llevó la mirada hacia un vaso ubicado sobre el equipo de música. Está vacío, ¿qué hace ese vaso ahí? ¿vacío? Bueno, no debería extrañarme que esté vacío, siempre me encargo de que eso suceda. Anhywhere. Mis ojos siguen sobrevolando mi propia habitación en pos de evitar los ojos de mi hermana, cualquier cosa con tal de no verla de frente. Una foto de Pamela con los cabellos rojos y las uñas negras junto a otra de Morrison luego de esnifarse las cenizas de su inocencia, las dos debajo de un pósters de los Doors. Y Camila, frente a mí. Es hermosa. Toda una mujer.

- Camila, dejemos todo así. No sé si podamos olvidar esto, pero es lo que nos toca. Seguir en éstas nos puede joder el resto de la jornada. Es mejor que te vayás a dormir – le digo y me acerco a ella para tomar el picaporte de la puerta con una mano. Error, su perfume es embriagador.

- ¿Chan chan? ¿así de fácil? No, Jim, no es así de fácil, no para mí. Cojimos, hermano, cojimos y ahora no puedo soportar esa idea. Vine para ver si podía terminar riéndome de eso y pasar así a la otra página, pero no puedo. Yo no puedo – solloza con sus ojos húmedos.

- Perdonáme, pero tenemos que olvidarnos de todo. Por favor, ¿sí? – y apoyo la otra mano en su hombro. Segundo error, o vigésimo séptimo, da igual; su piel suave empalaga mis sentidos.

- Ojalá tuviera esa frialdad. Pero no. Para suerte o desgracia mis venas llevan sangre y no hielo. Seguramente para vos fui otra putita drogadicta que te cojiste luego de haberte esnifado cualquier cosa que alucine. Para mí fue algo más allá. Me encantó, me gustó coger con vos y no puedo olvidarme de eso. Ese placer me carcome el alma. Me siento una puta nefasta – dice con lágrimas surcando su rostro y una tonelada de vergüenza en cada palabra.

- No sé qué decirte. Perdonáme, de verdad, chiquita, perdonáme – esbozo con la culpa masacrando a mis palabras. Me mata verla llorar. Quito mi mano del picaporte y me acerco con el peligro entre los dientes. Enésimo error. Me sitúo a milímetros de sus labios y las ganas de besarla quieren arrebatarme la razón. Bajo la mirada. De su mentón pende una lágrima. Más allá, en su cuello, tres lunares. Y descendiendo, sus senos, turgentes, pequeños. No trae corpiños por lo que puedo verle los pezones. Mierda, mierda, mierda.

- ¿Puedo preguntarte algo? – pregunta acongojada.

- Claro… - respondo temiendo la pregunta.

- ¿Qué fue para vos? Necesito saber qué fue para vos. Solo eso, y me voy – y clava sus ojos en los míos. Distancia en su mínima expresión. Deseos en la máxima explosión. Silencio arrollador. La voz de Morrison se derrama melancólica desde los altavoces:

"Toma la autopista hasta el fin de la noche / Reinos de éxtasis, reinos de luz / Algunos nacieron para los dulces placeres / Algunos nacieron para la noche sin fin"

De "End of the night"

- No me preguntés eso, al menos, no esta noche – me niego a contestar eso y a su vez muero por decírselo antes de besarla, pero tanto una cosa como la otra forman parte de mis imposibles. Decirle la verdad sería como detonar una bomba atómica bajo la cama de mis padres. Y no solo ellos morirían por la explosión. Pienso en Pamela. No lo merece. Y pienso en mi hermana. Tampoco lo merece. La palabra incesto se agazapa en mi pecho y no me deja respirar.

- Jim, solo te pido que contestés esa pregunta. Nada más. Necesito saber qué fue para vos para entender, para no castigarme ni sentirme tan culpable – dos, tres, cuatro, seis lágrimas hacen llanto en su rostro. Un llanto silencioso.

- Camila, ¿de qué sirve decir eso? Mierda, nena – carraspeo, tomo aire – ¿De qué carajo sirve? Si al fin de cuentas eso no nos va a quitar este rosario de culpas. Pasó, Camila, pasó lo que no tenía que pasar y ahora tenemos que cargar con eso. No sé de qué mierda te puede servir escuchar que me volviste loco, que no dejo de pensar en ese momento y no puedo evitar excitarme al tenerte cerca, como ahora. Camila, no puedo dejar de mirarte los pezones ni de imaginarme pegado a ellos, carajo ¿Querías sinceridad? Espero que al menos puedas soportar el peso de eso – vuelvo a carraspear ante su mirada atónita – Lo peor es que no puedo decir que me arrepiento, pues nada más lejano que el arrepentimiento… y ya, de verdad, es mejor que te vayas. Hablamos otro día – remato cerrando los ojos.

- Claro que puedo con eso. Me pasa lo mismo – dice lo que no debimos decir y antes de darnos cuenta nos devoramos la boca de un beso. La tomo de la cintura, la aprieto contra mí, abre sus palmas sobre mi espalda, me aprieta contra ella. Sus pezones se clavan en mi pecho. Mi dureza se recuesta sobre su abdomen. La deseo como nunca he deseado a nadie; me excita como solo ella puede excitarme. Y somos hermanos.

- Camila, basta ya – deshago el beso mirándola a los ojos – Esto no puede ser, carajo, esto no puede ser. Hice cosas malas en mi vida pero como esto… nada – y ella responde con una sonrisa de lado – Tampoco yo - Su aliento mentolado, el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo. Un segundo después continuamos devorándonos las bocas con pasión desbocada mientras Morrison se devora a sí mismo:

"Ave de rapiña, ave de rapiña / que vuelas alto, vuelas alto / Pasa de largo suavemente / Llévame en tu vuelo"

De "Bird of Prey"

 

 

Apoya su mano abierta sobre mi pecho, la desliza suavemente hacia mi cintura e introduce los dedos por debajo del pantalón. Clavo mis uñas en sus muslos, los abro rozándole los labios vaginales y sobo aquella línea de infierno. Está empapada. Estoy durísimo.

Aprieta mi verga, acaricio su vagina y su ano; nuestros ojos se hunden en un océano de sombras y de fuego. Quiero devorarla. Quiere que la devore. Y Morrison nos incita a perdernos en la profunda noche esmeralda:

 

"Ella es una buena chica / Desnudos como chicos / Fuera en los prados / Desnudos como chicos / Salvajes como puedan ser"

De "Queen of the Highway"

 

- Me volvés loca – musita en su agitación.

- Me volvés loco – musito en la mía.

Sin preámbulos la despojo de su pantalón mínimo mientras ella ahorca mi verga.

- Hermanito, ¿te gusta que te la agarre así? – jadea de pecho convulsionado. Mi respuesta no se tarda. No median palabras. Tomo las tiras de su tanga a cada lado de la cintura, halo hacia arriba y ésta, antes de desgarrarse, se entierra en la vagina y la línea del culo. Cierra sus ojos. Aprieta los párpados con todas sus fuerzas. Mueve imperceptiblemente sus caderas… y la tanga cede quedando entre mis dedos. La observo, blanca como su inocencia, pienso, y la arrojo hacia un costado, cayendo sobre una fotografía de Pamela. Ironías del destino, que le dicen.

- Cojeme, cojeme, cojeme… - repite incansablemente ahogada en el éxtasis, y desenfunda mi verga apoyándosela contra su pelvis – Cojeme, por favor, cojeme… - insiste. Escuchar de su boca esa palabra con ese tono me enloquece, pero escucharla y verla desnuda, caliente, sacada… me mata.

Apoyo una de mis manos sobre su pecho y la empujo sobre la cama. Cae abierta de piernas, con la mirada infestada de deseo y furia. Ya no es una niña, la que está sobre mi cama es una mujer. Sonrío de lado. Me quito el pantalón, la ropa interior y mi verga apunta al techo - ¿La querés? – pregunto hundido en la morbosidad de la imagen – Toda, la quiero toda – responde sumergida en la perversidad de la escena. Y lentamente me ubico sobre ella.

Sus costillas, su abdomen, su cintura, su todo temblando. Su ingle, su pelvis, la ausencia de vellos, rosa inocencia marcando el final de sus labios vaginales y el comienzo de su infierno interior, un infierno empapado, brillando en su fuego. Poso el glande en su vagina, la miro, me mira. Lo llevo de arriba hacia abajo, en un ida y vuelta perverso. Sonríe con el labio inferior mordido. Y la penetro. Me muevo sobre ella, mis manos son puños a cada lado de su cuerpo, sus manos se pierden en mis caderas, soy Jim Morrison en persona, el dios del sexo y de la oscuridad, Dionisio en carne y hueso, el puto rey del incesto, un terrible hijo de puta.

Se friccionan las pelvis, mis huevos golpean contra la humedad de su vagina, mi abdomen se pega al suyo… y se aleja, una y otra vez. Me entierro en ella, tiemblan mis piernas, tiemblan sus piernas, el alma nos tiembla. Bajo la parte superior de su pijama sudado los pezones se le erizan. Me encantan sus tetas. Y su culo, sus gemidos, sus miradas, su aliento, su aroma a sexo, sus chasquidos de humedad, sus rasguños, marcas que me delatarán, lo sé.

Y mis manos se hunden como garras en su culo. Abro sus muslos, meto mis dedos, la invado y ella, aumenta sus movimientos, sus gemidos, su fuego, me aprieta en su interior, me exprime, me succiona, me atrapa… me atrapa.

- Metéme el dedo en el culo – suplica.

Y mi dedo mayor la invade poco a poco, lubricado con las humedades que sudan desde la vagina. Está por acabar, estamos por acabar. Los movimientos finales son bruscos, torpes, a destiempo. Se contrae su sexo, el mío activa su estallido. Y los jugos se funden en uno solo, leche y flujo, la pócima del placer de los placeres. Nos une un grito que entierro en sus cabellos y ella en una mordida en mi hombro. Hasta Jim Morrison parece callar al escucharlo.

Caigo sobre ella. Exhausto. Extasiado. Me abraza. La abrazo. Me mira a los ojos. Sonríe. La miro a los labios. Sonrío. Y suspiramos. El reloj debería poder detenerse. Deberíamos poder elegir un momento para convertirlo en algo eterno. Me acaricia la espalda. Le acaricio el cabello. Es hermosa. Es una mujer. Es mi hermana. Esa es la única realidad. Lo demás es una madeja de sueños imposibles.

- Camila… - musito con una sonrisa amarga en mi rostro.

- Lo sé, esto es imposible, nada es más imposible que esto y por ello, debe terminar – carraspea y la congoja de su pecho de hace lágrimas en sus ojos.

- Antes de terminar con esto quiero decirte algo – digo y ella, con sus mejillas rojas, un río de lágrimas cayendo desde sus ojos y sus labios temblando, clausura mi boca con su dedo, en señal de silencio.

- Yo también te amo, Jim… yo también te amo –

 

 

 

Un silencio doloroso como ninguno marcó el adiós. Esa noche Jim Morrison, después de arrancar su lengua, coció su boca con hilos de acero.

Y nos dormimos, sin goteras en la madrugada… y sin futuro.

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