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El Naufragio del Te Erre

en Grandes Relatos

 

 

El naufragio del Te Erre

 

Un zumbido agudo perfora mis oídos ¿Quién soy? ¿Dónde estoy? ¿Estoy? Desde el piso de madera húmeda y resbaladiza, levanto lentamente el párpado superior derecho que tiembla de dolor y el pigmento negro del iris refleja lenguas y espirales de fuego. Un movimiento casi imperceptible en ese ojo resulta de la combinación de dos movimientos, una brusca contracción del globo ocular sucediendo a una dilatación más lenta del mismo. Las pupilas se ajustan gradualmente al estallido de luces y sombras. Siento como el alma vuelve a acoplarse al cuerpo y a medida ocurre va creciendo en tamaño y profundidad el dolor en mi cabeza. Una gota de sangre desciende desde una herida profunda en la zona orbicular del párpado derecho, se posa en el lagrimal y continúa su paso carmesí hacia el surco nasopalpebral para estrellarse en el piso a milímetros del parche de cuero negro de mi ojo izquierdo. Con la visión más limpia de penumbras y el rostro recostado sobre mi hombro, observo mi brazo extendido, mi mano abierta y sobre la palma la empuñadura de mi espada dilatándose hasta culminar en la punta dirigida hacia las llamas y sus torbellinos de humo negro.

Me obligo a recuperar el aliento y las fuerzas, empuño la espada y pujo desde el torso en el afán de reincorporarme. Apoyo un codo en el suelo, clavo la espada entre dos maderas y me ayudo hasta quedar de pie. Doy un paso y tambaleo hacia un costado. Doy un segundo paso y tambaleo hacia el otro costado. Tres pasos más allá logro equilibrarme con cierta dificultad. Carraspeo y mi boca sabe a sangre. Tras la cortina de fuego alimentada por las velas y el palo mesana partido a la mitad puedo ver el brillo plata de las estelas que dejan en el aire las espadas en el fragor de la lucha. Se oye el cántico del metal contra el metal acompañado por el coro de los gritos de euforia y de dolor.

- “Te Erre” – murmuro y escupo sangre hacia unos tablones a mi derecha – Mi maldito barco, el “Te Erre” – miro por sobre mi hombro, a mis espaldas el timón arde en llamas avivadas por el aceite de los fanales de popa y más allá, el mar se devora al horizonte y luego lo escupe una y otra vez – No voy a morir de pie haciendo nada y convertido una maldita antorcha humana. Si este es el final que sea con clase – muevo mi cabeza a los lados craqueándome el cuello, doy un grito de guerra y elevo mi espada al cielo cuando el acero de una daga se hunde en mi pecho hasta la guarda y aprieta contra mí arrebatándome latido a latido. En el intento fútil de desenterrarla llevo ambas manos a la empuñadura sostenida por una garra enorme de nudillos huesudos y uñas negras. Mis ojos abandonan esas garfas taimadas y se alojan en el rostro del verdugo, de apariencia cadavérica, con las cuencas oculares vacías, o mejor dicho, ocupadas por un ejército de sombras. A segundos del último aliento solo quedan las preguntas y el intento estéril de contestarlas. Una mancha de sangre en el pecho y otra en la espalda se expanden a través de mi camisa blanca y no sentir las piernas me supone en las puertas del fin. Una estrella. Esa garra tiene tatuada una puta estrella. Un terrible. Cosas del destino, burlas de mi suerte.

- Capitán Bartholomew “Alex” Roberts, queda relevado del puesto. Está condenado y su barco morirá con usted –

***

El Te Erre da cabeceos profundos contra las olas y el mascarón de proa con el rostro salinizado de Trazada sueña con devorarse el océano hasta el horizonte. El bauprés se eleva hacia las nubes hinchadas de tormenta y con la misma rapidez desciende hasta hundirse en las aguas revueltas. Ese vaivén salvaje y continuo se siente en todos los compartimentos de la fragata.

- Pensé que pasarías el atardecer en el camarote del capitán – murmura  John “Crow” Rackham con las manos apoyadas en un escritorio de roble danés y observando la bravura del océano más allá de la claraboya circular.

A sus espaldas Charlotte “Sasha” De Berry apoya su rostro níveo contra el marco de la puerta - ¿Celoso? – sonríe con la sonrisa perversa que los caracteriza desde que el destino los unió cual gemelos de vida y muerte. Crow la observa con el rabillo del ojo, le devuelve la perversidad en una media sonrisa y vuelve a perderse entre las olas - ¿Puedo pasar? – pregunta Sasha, una de las tantas piratas pero la única vampira de la tripulación. Antes de recibir una respuesta se ubica detrás de Crow y lo rodea con sus brazos apoyándole las manos en el vientre - ¿Por qué estás aquí encerrado y solo, mi oscuro?

- ¿Lo puedes sentir? El frío en los huesos, las sombras danzantes, el sabor a muerte. Es como si la madre de todas las tormentas estuviese agazapada esperándonos en alguna parte de este recorrido – masculla con marcada preocupación y posa sus manos sobre las manos de su oscura – No me hagas caso. Ya sabes, los cuervos solemos tener una visión agorera de todo. Deberías ir a divertirte. Puede que más tarde te siga.

- Sé de lo que hablas y no debería sorprenderte. Siempre supimos que algo espera entre las sombras y si tiene que ocurrir en este viaje, ¿cuál es la diferencia? Estamos juntos, es lo único que importa – esboza un jadeo en el oído izquierdo de Crow que se estremece – Además y deberías notarlo, estoy justo aquí para divertirme – le posa los labios entre el cuello y el hombro mientras sus colmillos crecen y aprietan mas no atraviesan la piel.

- Entonces disípame estas malditas sombras de una maldita vez y márcame – autoriza aunque cuando una vampira apoya sus colmillos sobre un cuello no sabe ni le interesa saber de autorizaciones y órdenes que no provengan de su bestia interior. Crow estira sus brazos hacia atrás, apoya las manos abiertas sobre los glúteos de Sasha y los magrea con fuerza. En sus palmas siente como las sedas del vestido se deslizan sobre las redondeces de ese culo que se abre y se cierra bajo la presión de sus dedos.

Ella succiona y su boca se impregna con el sabor de la sangre de su oscuro. Él gira su cabeza hacia un costado y ve como los labios de su oscura se tiñen de un carmesí encendido que desciende hilo hacia el mentón. Ambos respiran profundo y aprietan sus párpados mordiendo sus miradas y poblándolas con cientos de imágenes de todos sus ellos, vida tras vida, muerte tras muerte. Crow la toma de un brazo y gira sobre sí hasta quedar frente a ella. La mira a los ojos. Lo mira a los ojos. Se miran a los ojos. Ella expande sus pupilas sobre el iris amarillo de manchas verdes. Él dilata sus pupilas lóbregas sobre el iris púrpura de manchas rojas. Reflejos. Gemelos. Y ese infierno celestial se desata. Fusionan sus labios en un profundo beso de sangre. Se devoran.

Sasha le rasga la camisa y los botones vuelan golpeando una copa de vino a medio tomar, el borde del escritorio, el lomo de un libro empastado, el filo de una espada y la empuñadura de otra. Crow le rasga el escote hasta el ombligo y la parte superior del vestido de seda se desliza desde los hombros hasta la cintura. Dos torsos desnudos. Dos corazones desbocados. Dos almas incendiadas. Los pectorales macizos y tersos de él frente a los senos firmes de pezones tostados y abdomen chato de ella.

Se aprietan. Se abrazan. Se corroen. Se recrean. Ella le arrebata el cinturón que sisea en su recorrido y le desabotona el pantalón que cede y cae. Él le introduce las manos como garras bajo las faldas y le arranca la ropa interior que queda colgando del ala de una réplica de la Victoria de Samotracia. Se observan con los ojos entrecerrados, mordiéndose el labio inferior. Reflejos. Gemelos. Crow la toma desde los glúteos y Sasha lo abraza con las piernas. El glande henchido se posa entre los labios húmedos de aquella vagina y empuja hasta empaparse completo de fuego líquido. Se sumerge y emerge tan rápido como el deseo de penetrarla hasta lo más profundo para luego salir en busca de más fuerzas y volver, siempre volver. Ella se abre para recibirlo entero y se entierra para desenterrarse una y otra vez. El chasquido de las humedades y los jadeos desesperados se convierten en la banda sonora mientras que el olor a sexo lo impregna todo. Él da tres pasos y la espalda de ella da contra una de las paredes. Cae un retrato del excelso Carletto y otro que refleja una escena de la batalla final del Doctor Amor. Ella clava sus uñas en el cuello de él que a su vez entierra sus dedos entre los glúteos de ella. Gimen y gruñen. Bestias al fin. Oscuros. Gemelos oscuros. Él la enviste con fuerza y ella recibe con ganas, ella lo enviste deseosa y él se entierra hasta el alma y cada envestida es un golpe contra la pared. Un golpe y otro y otro y otro.

Samuel “Caronte” Bellamy se encuentra de brazos cruzados observado las inmensas olas batiéndose a duelo más allá de la claraboya circular. Una masa de agua se eleva hasta alcanzar el tamaño de una gran montaña y al instante es devorada por otra masa líquida aún mayor que a su vez se estrella contra las crestas de unas olas en formación que se elevarán hasta parir una nueva montaña igual de efímera y poderosa. Construye sonetos en su mente; siempre lo hace cuando una tormenta toma carácter de inminente o simplemente cuando los nervios comienzan a quitarle a su rostro la serenidad que lo caracteriza. Con la cabellera negra atada detrás de su cabeza, una capa blanca con mangas de terciopelo y bordes en dorado, pantalones negros hasta las rodillas, medias de sedas con ribetes y zapatos de cuero con hebillas de plata, Caronte puede ser un escritor, un poeta o un noble pero jamás un pirata. Aún así es uno de los piratas más temibles y mejor formados de los siete mares. Incluso sus actitudes diplomáticas lejos están de ser simples actos bucaneros. Respeta a los prisioneros, no destruye las embarcaciones que aborda ni mata sin motivo. “Nadie la va a estar esperando. Y se siente sola. Sola” murmura y la insistencia de unos golpes en la pared lo desconcentran.

- Crow y Sasha van a hundir a este puto barco antes que cualquier tormenta – refunfuña, gira sobre los pies y se dirige hacia la puerta rumbo al pasillo. Unos pasos más adelante se encuentra con Stede “Vieri” Bonnet, un escritor mediterráneo de familia acomodada que hastiado de las bondades de su herencia decidió comprar una corbeta de treinta y dos cañones, y con treinta y dos hombres se hizo a la mar para convertirse en lo que siempre había soñado, un pirata. Y no fue solo eso, pasados los años se afianzó en los lienzos marinos para ser uno de los mejores de su tipo.

- Buenas noches, Caronte. Qué elegancia. No sé si te lo informaron pero el crucero del amor salía desde otro puerto y con otra dirección. Esto es un barco de piratas… PI RA TAS – bromea Vieri sin esbozar siquiera una leve sonrisa. La respuesta del rostro de Caronte es aún más inexpresiva – Piratas – agrega en tono jocoso.

- Simpático pero jamás estoy en el barco equivocado. Iba directo a meditar en la cubierta y si tus chistes me lo permiten, es lo que haré. Que tengas una buena noche si es que se puede con este clima y con esa cara.

- ¿Meditar en la cubierta? Lo que lograrás con tu peso y esos vientos es salir volando hacia el infinito y más allá, hombre – con su garfio quita un trozo de carne de entre sus dientes y continúa - Deberías estar meditando junto a las botellas de ron en el salón de orgías. Dicen que el cantinero se ha puesto tetas y aún no se las ha afeitado.

- Si vas a continuar con tus bromas de baja estopa, avísame y me pinto una sonrisa en el culo así sientes que cumpliste con la carcajada del día y continúo mi camino. No hay tiempo para tonteras y si tú no sabes invertir el tuyo, ve a lo de la cantinera con tetas peludas y toma cerveza de ellas, que el ron te queda grande.

- No te enfades. Tanta seriedad te matará antes que cualquier tormenta y aún no peinas canas – remata Vieri y le guiña un ojo – En honor a la verdad también estaba camino hacia la cubierta. No para meditar, eso es de santurrones… perdón pero es así como pienso. Decía, iba hacia la cubierta, más precisamente donde el capitán Bartholomew “Alex” Roberts. Necesito muchas respuestas y en mi camarote solo conseguiré un dolor de cabeza culpa de tanta promesa incumplida de alcohol y coño en este barco – escupe el molesto trozo de carne hacia un costado y vuelve la mirada a Caronte – Sí, sí, todo el barco folla como no podría ser de otra manera pero me apetece adelantarme a lo que está viniendo. Siento en mis bigotes que se gesta una gran historia que aún queda por escribirse: la de la leyenda del ángel que cambió el destino de los reinos de los dioses – hace un silencio y por un instante su garganta se achica – Usted me entiende.

Caronte entrecierra los ojos y lo mira con cierta desconfianza para luego esbozar una sonrisa tan leve como la esperanza de los esclavos – Estás loco, muy loco… - respira profundo - pero me caes bien y eso suele ser suficiente. Dicen que los locos siempre dicen la verdad aunque sus verdades sean tan… tan locas. En fin, tú me entiendes – hace una reverencia con su rostro y continúa su camino hacia las escaleras al final del pasillo que lo llevarán a la cubierta. Se detiene antes de pisar el primer escalón y lo mira por sobre su hombro – En el caso de que no estés loco y todo sea un error mío de percepción, lamento no haber asistido al funeral de tus putas neuronas. De seguro, las extrañas. Te harán mucha falta esta noche, te recomiendo una sesión espiritista para recuperar algunas – mueve su cabeza a los lados y continúa su camino.

- Como todos los que estamos en este barco, Caro, necesitaremos mucho más de lo que tenemos; así de loco y así de estúpido, para muestra tus zapatitos afeminados con hebillas de hojalata y esa capa de terciopelo digna de la Reina de Inglaterra – murmura Vieri y sigue los pasos que deja el barquero. Antes de llegar a la escalera lleva su mirada hacia la puerta entornada del último camarote y en ese espacio de visión entre el marco y la puerta divisa a una mujer con el cielo en sus ojos. Se pregunta quién podría ser la dueña de semejante brillo de moteado azulino. Lamenta por un segundo no seguirle los pasos a Caronte pero pronto piensa que es preferible saber sobre esos ojos que verle el culo flaco al barquero.

Vieri apoya su garfio contra la puerta y empuja. Mientras el crujido de la madera añeja y las bisagras oxidadas se ocupan de disipar el silencio de la habitación, esos ojos rasgados emergen hasta enmarcarse en un rostro pálido de labios finos y cabellos rojos como un atardecer en el Caribe  - ¿Quién eres y qué quieres? No creo haberte invitado y no estoy de ánimos para recibir a nadie, muchos menos a desconocidos – exclama enérgica la mujer mientras enciende las tres velas de un candelabro.

- Mi nombre es Stede “Vieri” Bonnet, capitán del “Revenge” y el hacedor de las victorias más resonantes de Barbanegra hasta que la parca Maynard lo envió al infierno y estoy aquí porque… porque… porque… no sé, sus ojos, su mirada, algo de usted se robó algo de mí y eso me inquieta –

- Poesía barata en la boca de un pirata barato con garfio barato y una historia de dudosa veracidad que seguramente también es barata. En el mejor de los casos un segundón y a parar de contar – se acerca a Vieri que aún no acaba de cruzar la puerta y aproxima el candelabro a su rostro - Mi nombre, es Ching Ayelén Shih, una prostituta devenida a pirata con más de dos mil barcos bajo mi mando y más poder que la misma Armada Invencible – sonríe de lado por un segundo o dos y devuelve su rostro a un frío gesto – Ahora dime realmente qué demonios estás haciendo en mi camarote antes que te atraviese con mi espada.

- Tan vituperadora, hermosa y poderosa y no pareces aceptar que tus ojos pueden actuar en alguien como el canto de las sirenas. No hay segundas ni terceras intenciones, Ayelén, es tan simple como la atracción que provocas – Vieri aprieta sus labios, lleva la vista al piso y la devuelve a esos ojos que lo han hechizado – Nada. Seguramente ya lo sabes pero huele a tormenta y no precisamente de las que se derraman desde cielo, así que mi recomendación sería permanecer en estado de alerta, con esa espada con la que me amenazas, preparada para la acción. Buenas noches.

- Espera, no te vayas aún – posa su mano sobre el antebrazo que culmina en garfio y aprieta levemente – Ya… disculpa, he sido demasiado dura y al parecer has venido con las mejores intenciones. No estoy acostumbrada a cortejos poéticos, los hombres de mar suelen ser un tanto más… salvajes y sinceramente no creo en lo que no veo, y el amor no se ve – entrecomilla el aire su opinión sobre el amor - Tú me entiendes.

- Te entiendo pero no te disculpo – el pirata extiende la mano hacia aquél rostro de ojos celestiales que le ha dado poesía a su boca, si hasta le cuesta reconocerse en esa actitud tan ajena a él.

- ¿Por qué? – frunce el ceño en un atisbo de desconfianza.

- Porque ahora te besaré y no pediré permiso ni disculpas por ello – roza con el lomo de su mano el mentón fino de aquélla muñeca de porcelana china y se acerca hasta acoplar sus labios sobre los de ella. Nadie podría decir cómo, cuándo y porqué el huracán de palabras hirientes dio paso a los rayos cálidos del deseo pero allí están, besándose apasionadamente.

Se apretujan, se amasan. Él empuja y cierra la puerta con su bota. Ella se empuja y se abre contra él. La punta del garfio recorre el cuello, un hombro, engancha la parte alta del vestido y lo lleva consigo hacia el comienzo del brazo, el nacimiento de un seno, la curva de la cintura y el más allá de la cadera. Los dedos de uñas largas pintadas de negro con dibujos orientales le desabotonan la camisa, la deslizan hacia los costados y la hacen caer al piso para luego comenzar a dejar marcas felinas en la espalda y el pecho del pirata. Senos que se aplastan contra el pecho que contiene y no se trata de amor a primera vista ni de enamoramientos vanos ni de lazos con promesas de eternidades que no serán, simplemente dos cuerpos ubicados en el momento exacto a la hora señalada en el lugar indicado. Nada de romanticismos ni de poesía ni de roces épicos, la mano de él se posa en una nalga de ella y se cierra, aprieta, separa mientras las manos de ella se encargan de tomarle el miembro y estrujarlo en un sube y baja tan ardiente como intenso.

- La tienes enorme y gruesa – jadea ella mientras siente como aquella mano se cuela entre sus nalgas.

- Cuánto puede importar el tamaño si se perderá dentro de ti – solloza agitado de excitación, la ubica de espaldas a él, posa la palma de su mano en el coxis y empuja doblándola sobre sí misma hasta dejarla con las manos abiertas apoyadas en el borde de un escritorio con una bitácora de cuero y una pluma negra con tinta seca. El garfio, esa punta afilada y brillante se clava a dos centímetros de una fotografía en blanco y negro de los Verdiales. Ella queda con las piernas abiertas y su vagina empapada de deseo, él con la verga erguida, dura y palpitante.

- Malditos piratas eróticos, tanto zarandeo partirá el barco desde la quilla antes que cualquier enemigo – gruñe el viejo Edward Lionking Low mientras afila su espada sentado en un banquito de madera escandinava, en el camarote contiguo al de Ching Ayelén Shih. Los gemidos seguidos de gritos y continuados por gemidos en una rueda de éxtasis supremo se mezclan con los golpes de algún mueble contra la pared y hasta puede oír el chasquido de humedades y el golpeteo de las carnes – Malditos, mil veces malditos, uno no puede esperar el final con un poco más de dignidad y silencio. Ojalá y se te caiga la verga, seas quién seas, maldito bastardo – remata escupiendo tabaco contra un Poseidón de pene flácido y tridente largo tallado en madera. Lionking nunca tuvo en mente ser pirata, ni siquiera cuando fue obligado a embarcarse en un buque de guerra inglés para defender la Corona. La muerte repentina de su mujer, cuando él estaba en altamar, lo llevó a convertirse en uno. Nunca pudo asumir esa muerte. Sus cenas solo eran compartidas con una silla vacía y un plato de grandes raciones que supuestamente le correspondía a ella y hasta mantenía conversaciones románticas con su amada cuando se encontraba solo frente al timón. Nadie puede permanecer cuerdo demasiado tiempo viviendo una realidad onírica. Ni siquiera él. Su sadismo descomunal a la hora de tratar a los prisioneros hizo que su nombre sea temido en todos los mares. Dicen que les cortaba los labios a los capitanes de los barcos que apresaba y luego se los hacía comer con pimienta y sal – Y a ella, quien quiera que sea, que se le agusane la maldita vagina. Con gusto le metería serpientes en su entrepierna y luego le cosería la vulva con los cabellos de su amante para que sea devorada desde sus entrañas por puta.

Justo frente al camarote del viejo gruñón se encuentra el de Mary “Kassandra” Read quien fue raptada cuando adolescente por un grupo de bucaneros que decidieron llevarla a sus viajes como cocinera de la tripulación hasta que les demostró ser más pirata que ellos mismos. No solo fue reclutada como una más sino que a los pocos meses se convirtió en capitán del navío y no tardó en degollar a todos los que participaron en su rapto. Se dice que untó su cuerpo con la sangre de cada uno de los degollados y preparó platos soberbios con sus corazones y sus cerebros. Allí está, sentada en el borde de la cama, totalmente desnuda y peinando su larga cabellera negra que cae sobre sus pechos. Su piel de tan blanca parece brillar en la oscuridad. Ha dejado la puerta de su camarote entreabierta para que aquellos dos hermanos filibusteros, sus juguetes personales de turno, entren sin tener que golpear. Sonríe al recordar como la noche anterior le hicieron el amor pero sonríe aún más por la frase que acuñó cuando estaba cabalgando sobre uno de ellos: “La princesa es experta en domar briosos corceles” Solo rememorar ese instante la humedece. Se recuesta en la cama de sábanas de seda negra y con los ojos cerrados comienza a deleitarse con el fresco recuerdo de los dos poseyéndola. Vendaron sus ojos y la ataron a los barrotes de hierro forjado del catre. Cuatro manos naufragaron sobre su piel, dos bocas dibujaron en su geografía surcos de saliva, se acostaron uno a cada lado y comenzaron a devorarla entera, lenta y ardorosamente. Evoca profundamente cada momento, los degusta con total placer y lleva una de sus manos a los senos para pellizcarse alternadamente los pezones mientras la otra deambula en su bajo vientre, su pubis, los alrededores de su vagina. Se eriza su piel, curva su espalda, abre sus piernas, muerde sus labios, se aceleran sus latidos, se empapan sus adentros, se derrama en éxtasis, gime.

Se abre la puerta con el crujido característico y entra uno de sus amantes – Mi Señora, buenas noches. Mi hermano Robert, quizá venga un poco más tarde. Debe recuperarse de unos tragos de más que aún le inundan su cabeza o su hígado o ambos – dice titubeando mientras se sienta al borde de la cama.

- No lo lamentes, Christian, no lo lamentes - Kassandra enciende una sonrisa de mil dientes en su cara y extiende la mano que antes de la irrupción se alojaba en su entrepierna. Está húmeda, huele a sexo y mientras Christian le lame los dedos piensa en dónde habrá dejado la daga de plata con ribetes dorados. Es hora de degollar y de devorar un corazón.

Caronte sube escalón por escalón con la parsimonia de los que van a enfrentar una realidad de la que no quisieran saber. Pero la intuye y eso es más que suficiente. Posa una mano sobre el barandal de la escalera y vuelve a mirar por sobre su hombro. No le sorprende no ver a Vieri, las realidades sin muecas ni sonrisas son difíciles de aceptar para personas como él, piensa.

Antes de pisar el último escalón que lo dejará en la cubierta del barco, recuerda a su Niña Lucía, su amor para siempre, el sexo perfecto, su cielo y su infierno; tenía quince años en el cuerpo, doce en los pechos, y dieciocho en el coño. Sus padres la llamaron Lucía, pero para quien en verdad tuvo la suerte de conocerla, jamás fue Lucía. Lucías hay muchas, y ella era única. Él la conoció como nadie podría conocerla jamás. Era su Niña Lucía. Le duele hablar en pretérito cuando se refiere a ella, pero eso es lo que es, una silueta difusa en las brumas del pasado, una vagina húmeda, un par de pezones alfiles y una boca jugosa tan borrosas como la lejanía de lo que ya no es ni podrá ser. Recordarla le da fuerzas, es un impulso necesario en momentos cruciales como éste. Inhala todo el aire que lo rodea, llena sus pulmones de oxígeno y coraje y atraviesa la puerta.

- Buenas noches, Samuel “Caronte” Bellamy, un gusto ver por aquí a hombres como usted teniendo en cuenta la tormenta que se avecina – saluda cortésmente un hombre alto de ojos claros y piel morena con el que se topa apenas sale a cubierta – Perdón, Jean Tomas “Champ´Diers” Dulaien es mi gracia, a sus órdenes.

- Un gusto, Marqués, escuché de sus campañas en cada mar y solo han sido citas memorables de las que debe estar orgulloso. Ya que menciona la tormenta que se avecina, justamente iba a conversar con el capitán del navío.

-Lo acompaño.

***

 

 

Bartholomew “Alex” Roberts une sus manos por detrás de la espalda mientras sumerge su mirada en donde debería estar el horizonte si la oscuridad absoluta y la bruma oceánica no se interpusieran. Lo siente en sus huesos, en las heridas antiguas y en las que vendrán, lo siente en lo más profundo de su ser. El momento crucial, el punto de no retorno, el quiebre de todo está tan próximo que puede olerlo. En uno de sus hombros se encuentra como durante todas sus salidas nocturnas a cubierta su fiel amiga FX, una cacatúa tan blanca como los espectros de medianoche. Suele pasarse horas escuchando los monólogos de las únicas tres palabras que articula el plumífero pero esa noche todo está sumido en un silencio espeso. Estira sus dedos unos con otros y crujen en escala.

- Caronte. Champ´Diers. Justamente estaba por comunicarles a todos que ya es hora. Lo inminente está por desatarse – asegura Alex sin quitar la vista de las brumas y la oscuridad tras ellas.

- Señor, ¿a qué se refiere? – Champ´Diers pregunta vislumbrando la respuesta pero negándosela – Me va a disculpar pero no puedo entender su calma ante una tormenta, Capitán… debemos recoger las velas sobre las vergas, afincar las jarcias, reducir el aceite de los fanales, tensar los obenques, no hace falta que lo enumere… todos en este barco sabemos de que se trata y debemos prepararnos en vez de estar perdiendo el tiempo.

Caronte sonríe amargamente – El capitán no se refiere precisamente a una tormenta. Debemos prepararnos pero para algo mucho peor, Champ´Diers. Me temo que debemos despejar la cubierta, levantar las velas, preparar los cañones, nuestras espadas, hachas, arcabuces, todo lo que tengamos a mano – y señala por sobre el hombro del capitán. Una, dos, cinco naves emergen de entre las brumas y se siguen sumando en el paisaje oceánico – Una flota con la estrella roja sobre negro viene a aniquilarnos. Capitán, necesitamos la orden, están a quince minutos y eso ya es poco tiempo. Aún tenemos posibilidades de ofrecer resistencia – nuevamente toma todo el aire que puede y continúa – No querré morir hablando y sin hacer nada… nadie querrá morir así. Nos conoce desde hace mucho tiempo y no se nos da muy bien eso de permanecer de brazos cruzados.

- Es cierto, los conozco hace mucho tiempo. Demasiado. Tanto que ya somos una especie de liga, diría una familia, lamento mucho el momento que tendremos que atravesar – suspira acongojado, sus palabras cansinas atraviesan sus labios apretados que apenas se articulan gracias a su lengua y el paladar – Perderemos mucho y no solo hablo de vidas ni de efectos personales. Perderemos la esencia de muchos, el impulso de escribir nuestras bitácoras plagadas de aventuras y sueños… los terribleros de estrella roja sobre negro no solo nos superan en número sino que se han alimentado de nuestro desánimo y las eternas peleas intestinas. Fueron inteligentes o mejor dicho, básicos y contundentes;  hundirnos cada  barco de letras con sus asaltos de una estrella le dieron el poder necesario para crecer y convertirse en la flota apocalíptica que allí pueden ver.

- Capitán, debo insistir, no podemos seguir perdiendo tiempo. Tome una decisión ya mismo o nos agarrarán con las bolas en una mano – apura Caronte.

Alex gira hacia ellos y en el ojo sin parche los refleja, los contiene – He aquí la tormenta más perfecta de todas. La única que puede abatirnos – carraspea y aspira todo el aire del mundo para casi deshacer sus pulmones en un grito – Cañoneros a los cañones, piratas a la cubierta, espadas y pistolas fuera de sus malditas fundas, a defender el Te Erre con todo lo que se tenga – lleva sus manos a su cinturón y toma una espada y una pistola – A matar o morir por el Te Erre.

Se vacían los camarotes al tiempo que los pasillos comienzan a poblarse de piratas y espadas, de gritos de guerra y corridas atropelladas. Las escaleras sufren con cada paso firme, crujen y hasta se astillan. En lo que dura un microrrelato o una poesía erótica, todos los piratas del barco están preparados para recibir a los agresores.

Lin Feng “Tenchu” Limahong observa desde la proa como tres naves enemigas se acercan por estribor. Empuña sus dos katanas y sus nudillos se enrojecen al igual que su alma. Es el señor de la guerra, es el fuego oriental, la pluma con más filo de la tripulación y quizá el más salvaje, y está dispuesto como siempre a dar su vida. A pasos de él prepara un arcabuz, Henry “ElEscribidor” Morgan, tan temible como pionero de la piratería – Chino, nos están rodeando. Esto va a ser una verdadera carnicería – baladra a Tenchu que responde efusivo – Occidental de ojos grandes, si voy a morir lo haré llevándome a muchos de estos idiotas para que puedan servirme en el más allá para toda la eternidad. Será un gran premio y todo un honor – eleva las katanas al cielo y las cruza en el aire quebrando las olas con su grito de guerra.

Los relojes se detienen. Y las valoraciones. Y los conteos. Y las respiraciones. Todo menos el espíritu de grupo, de defensa, de comunidad. Decenas de fragatas, bergantines, carabelas, bricbarcas, goletas, balandras, juncos y hasta jabeques rodean al Te Erre  como si fueran una enorme mano de madera, cañones, fuegos, filos y terribles. La intención es clara. Apretar, aplastar y aniquilar sin miramientos.

Christopher “Navegante” Moody alza su espada corva y grita deteniendo su mirada en los ojos vacíos del capitán de la fragata más cercana que se encuentra cargada de filibusteros, espadas y muchas ganas de acercarse más de lo que se quisiera. Jean Tomas “Champ´Diers” Dulaien se acerca corriendo a Navegante, lo mira y le brinda una sonrisa amable – Nos van a abordar por babor y estribor. Esto se va a poner rojo y húmedo. Ha sido un placer conocerte, amigo mío, si salimos de ésta te prestaré a una de mis amantes - Navegante sonríe y frunce el ceño – No saldremos de ésta, Marqués, por eso estás ofreciendo lo que nunca entregarías ni por un segundo – ambos carcajean – Lo intenté, querido amigo, pero me has descubierto otra vez – comenta Champ´Diers ya con los ojos húmedos y sus huevos en la garganta.

Un capitán espectral sin ojos, nariz ni orejas y con carne putrefacta haciendo girones entre los huesos del rostro abre su boca y emite un grito que lo atraviesa todo - Fuego a discreción – ordena y tras ubicar la babor de su fragata a la par del estribor del Te Erre, abre fuego con sus cañones cubiertos de hongos y moluscos. El Te Erre responde rápidamente el ataque con una ráfaga desde sus cañones. El sonido de las explosiones es ensordecedor. Fuego cruzado. Esquirlas, astillas, humo negro, llamas, estupor en ambos lados. Un montículo de huesos y gusanos se monta al hombro del capitán espectral y le grita al oído – Abarloar, abarloar, abarloar – moviendo una especie de saliente huesuda con articulaciones que podría ser una cola. El capitán lo observa y sonríe con mil dientes de oro y sarro – Maldito simio del infierno, eres tan Spazz como siempre y me gusta tanto que sea así de maldito. Abarloar, malditos piratas, abarloar y acabar con todo a nuestro paso. Hoy la gloria es nuestra – y los arpones de la fragata fantasma se clavan en toda la cubierta  del Te Erre y las sogas comunican a un barco con el otro, y los terribleros del infierno comienzan a abordar el emblemático barco del capitán Alex y sus piratas de letras. Algunos caen a las aguas del océano que queda entre ambas embarcaciones, otros mueren apenas pisan la cubierta y otros tantos logran abordar.

La defensa del Te Erre es heroica. Se elevan las espadas, dejan su elipse plateada en el aire, se empapan de sangre, se entierran hasta atravesar mortalidades, arrancan pedazos de carne y órganos que caen al piso y lo tiñen todo de muerte. Álex protege el timón, símbolo de la conducción del Te Erre, y ensarta en un ojo con su espada a un terriblero que se desploma sin vida mientras con la otra mano dispara un pistolón y el impacto de la bala da contra la frente de otro invasor que cae desde la cubierta al mar. Grita el nombre del barco como nunca gritó en su vida. Le duele la garganta, el pecho pero grita con más fuerza. Da unos pasos hacia adelante hasta que una explosión delante de él lo derriba y todo se vuelve negro.

Crow clava su espada en el pecho de una mole de carne putrefacta, se puede escuchar el ruido del esternón partiéndose, y Sasha completa decapitándolo con el filo plata de una de sus espadas. Cástor o Pólux. No importa cuál de las dos espadas, ambas son letales y tienen mucho trabajo. La cabeza rueda hasta quedar a centímetros de los pies de Tenchu, que da un salto hacia adelante y arranca de una patada la mandíbula de otro y al caer sobre sus dos pies lo atraviesa por la espalda con sus katana. Su alarido oriental recorre cada rincón de la embarcación asediada. Se mueve rápido, en silencio a través de tanto ruido y se pierde entre una oleada demoníaca de esqueletos empuñando filos en los que se escurre la misma muerte. Caronte amontona cadáveres a cada uno de sus lados, nuevos pasajeros que ha reclutado con su espada y que se llevará en cuanto su destino decida la caída del telón. Arroja estocadas mortales sin moverse un solo centímetro de su centro. Uno, dos, tres, diez, quince, es tan rápido como letal y a pesar de ello jamás pierde la elegancia. Vieri apoya su espalda a la de Lydia y combaten a dúo impregnados de coraje y mucho valor. Se abren paso entre decenas de enemigos hasta que se pierden entre ellos. Todos unidos en la defensa de un barco que les dio viajes y lazos, un rincón en el mundo, un cúmulo de sueños, armas y letras. La defensa es épica. Ellos son épicos. Todos y cada uno.

Estalla un barril de aceite en la cubierta. Lenguas de fuego lamen las velas del palo mayor que se quiebra por el golpe de dos bolas encadenadas a cada extremo lanzadas desde el barco invasor. Estalla una de las cofas y cae encendida como un bólido sobre el bauprés que se parte y se pierde en las profundidades del océano. El mascarón de proa con el rostro de Trazada se quiebra y por un momento, los ojos del maestro derraman una lágrima de sangre y otra de tinta. Un bergantín logra abarloar la babor del Te Erre y una corbeta embiste la popa mientras el capitán Bartholomew “Alex” Roberts se encuentra de rodillas, atravesado de pecho a espalda por una espada sin filo. A pesar de estar a segundos de la muerte y de saborear amargamente lo incorpóreo de la derrota, Alex sonríe con esa sonrisa de aquéllos que sueñan alto y profundo, y esa curva de su rostro empata con las primeras burbujas enormes que brotan desde las profundidades del mar. Una marejada brutal lo desestabiliza todo, se abren las aguas alrededor de la totalidad de los navíos en bordes curvos y profundos que se conectan hasta crear un remolino colosal en medio del océano. Alex murmura cansado, dolorido pero esperanzado – El Te Erre no podría morir conmigo. El Te Erre somos todos. Todos. Hasta los terribleros.

Un kraken, un molusco gigante, un pulpo prehistórico, Godzilla con dolor de ovarios, la segunda de Titanes del Pacífico, un desagüe oceánico, agua girando en un gran inodoro, las fauces del demonio, el culo de Dios, lo que sea ese remolino inmenso que se abrió en el océano rodea a todos los barcos con todos sus piratas y todas sus historias, guerreros de pluma y filo que aún se deshacen en la lucha; y tras abrirse en su máxima expresión comienza a cerrar sus fauces en un instante eterno, en slow continuo.

¿Si nos devorará a todos? ¿si partió al “Te Erre” por la quilla? ¿si nos elevó una gran nube de sombras? ¿si el destino es naufragar eternamente? ¿si nos hundimos y en el fondo comenzamos a navegar en otra realidad, tal vez, mucho mejor, quizá mucho peor? ¿si permanecemos en el estómago de una bestia divina? ¿i todo es simplemente un mal sueño luego de una noche de sexo y alcohol? ¿Quién puede saberlo? Te invito a que uses tu imaginación querido lector, tú eres nuestro impulso, nuestras ganas, nuestra razón de querer superarnos con cada escrito, continúa descubriendo entre letras y sensaciones, sumérgete en nuestro mundo de trazas y buenas intenciones o tan malas como nos lo permitas, solo así podremos contarte el final o el comienzo, según puedas verlo. 

Te Erre es eso, querido lector. Un instante eterno en medio de unas fauces que nunca terminan de cerrarse. 

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