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Ángeles Caídos...

en Sexo Oral

Ángeles caídos celebrando la total ausencia del padre

El fin de la obediencia divina

De los límites cercando al libre albedrío.

 

Los fantasmas de la noche

Chamanes de la profunda negrura

El brillo del pálido fuego en las pupilas mar adentro

Dulce amanecer nefasto

Aliento oxidado

Equilibrio sobre el filo.

 

Apreté su entrepierna

Y mi muerte sonrió.

 

 

 

- ¿Qué le ha sucedido?

- Nada.

- ¿Qué hace con el cuchillo?

- Nada.

- ¿De dónde procede la sangre de sus faldas?

- De los pecados - le responde Alejandra, sentada en el piso, al agente que se acercó hasta el recóndito rincón de uno de los callejones más oscuros de la ciudad al escuchar el llanto de una mujer.

 

Se pone de pie, no le es fácil y se ayuda apoyando su espalda contra la pared, las piernas le tiemblan, golpean sus rodillas una contra otra, arroja el cuchillo y sonríe de lado. Su cuerpo perfecto, de curvas sinuosas, su rostro pálido, terso, su cabello lacio derramándose sobre los hombros, sus labios tiesos, sus pupilas tan negras como alas de cuervo... y a cada lado de su cuerpo, en el suelo, dos charcos de sangre alimentados por gotas espesas. Eleva sus manos a la altura de su pecho y lleva las palmas hacia arriba.

 

- Para cuando llegue la ambulancia que usted pedirá... ya habré muerto.

 

El silencio se adueña de aquella postal postrera... el silencio surcado por las gotas espesas rompiendo contra los dos espejos de sangre, el silencio acariciado por el filo de una guadaña. Y en lo alto, una luna llena que derrama su luz plata sobre un poste metálico, tres cestos de basura, las pupilas de un gato negro, el filo de un cuchillo, el rostro atónito del agente que piensa por unos segundos, suspendido en su estupor, y que corre hacia la avenida clamando por ayuda "Para cuando llegue la ambulancia que usted pedirá, ya habré muerto" hace ecos en su mente mientras se maldice por olvidarse, justo esa noche, de su transmisor y se detiene en medio de la calle con la intención de interceptar al primer vehículo que pase por allí.

 

 

"Y en el día de mi muerte mi último pensamiento, la última imagen en mi mente...

serás tú..."

 

 

Los labios de Alejo son mis besos favoritos; sin ellos no sabría el verdadero significado de la unión de dos bocas tratando de saciar la sed de los latidos ni de los fuegos que provoca la mezcla de salivas, el golpeteo de lenguas, el calor húmedo más allá de las comisuras. Cuando me besó por primera vez sentí que mi vida residía en las líneas verticales de sus labios carnosos y que mi existencia se debía pura y exclusivamente al lunar ubicado en su labio superior. El roce cálido y suave, su aliento en mi barbilla, debajo de mi nariz, fusionándose con mi aliento, sus suspiros abrazándose a mis suspiros, mi sonrisa bañándose de esa felicidad producto del amor más profundo. Sí, desde el primer beso supimos que habíamos nacido para amarnos, inclusive antes de él.

Y si fue el primer beso aquel que le abrió los ojos a nuestras almas, apenas sus manos se posaron en mi cuerpo, supe que sus caricias son esas que siempre he deseado. La yema de sus dedos, la suavidad de sus palmas, las estelas de su tacto confirmaban una y otra vez que el océano de mi piel sólo a él le respondía con el fuego más intenso.

Aún puedo oír sus pasos atravesando la oscuridad de mi habitación, aún puedo oler su perfume impregnando cada rincón de mi alma, aún mis labios dibujan la sonrisa que nació al ver los contornos de su cara reflejándose en el vidrio de la ventana y en mi nuca, aún puedo sentir el calor de su susurro.

- Alejandra, ¿estás despierta?

- ¿Qué haces aquí? ¿Acaso estás loco? – me senté en medio de la cama, escasa de ropa, llena de ganas. Clavó su mirada en mis rodillas que separé adrede dejando verle parte de mi entrepierna y mis braguitas.

- Perdona, es que necesitaba hablar contigo – se sentó en el borde de la cama y elevó su mirada hasta posarla en mis ojos.

- Alejo, tu esposa se encuentra en la habitación contigua a ésta. ¡Dios! por eso pregunto si has enloquecido, no puedes estar aquí... mucho menos a estas horas de la noche – tomé aire, todo el aire del cuarto – Por tu bien, es mejor que te vayas.

- ¡Qué hermosos ojos tienes! – dijo con una sonrisa en los labios e inflando su pecho suspiró desde el alma con el alma. Así como lo leen, él estaba suspirando por mí, el hombre de mi vida, la razón de mis rechazos a los ofrecimientos de matrimonio, ese con el que tanto había soñado desde siempre, estaba suspirando por mí... la mujer que había nacido sólo para él.

- Tonto, hablo en serio – sonreí mientras mis pómulos se convertían en dos manzanas rojas - ¿Me has escuchado? Vete antes de que alguien te descubra dentro de mi cuarto – le dije rogando en silencio que hiciese caso omiso a mi pedido endeble y casi inaudible.

- ¿Realmente quieres que me vaya? – y con su pulgar derecho acarició mi mentón inaugurando en ese preciso instante mi adicción por sus roces. Sus caricias, la suavidad de sus manos,

- ¿Sabes de las consecuencias que esto puede provocar en nuestras vidas y en la de los demás? ¿Sabes que podríamos desgarrarnos el alma? – mi mirada se estrelló de lleno contra los dobleces de las sábanas de seda blanca mientras su rostro se acercaba sin temores a mis rodillas - ¿Sabes que esto es imposible? – y mis iris temblaron efecto de la humedad acumulada en los ojos.

- ¿Sí sé de las consecuencias, de lo que podríamos hacernos, de los odios que desataríamos? ¿Sí sé que lo nuestro es imposible? – sus labios se posaron en mi rodilla derecha y ese roce de su boca en mi piel inauguró mi adicción a sus besos – Nada es imposible, me importan un bledo los dedos acusadores y las lágrimas del entorno – de entre sus labios emerge la punta de su lengua y se pasea a través de mis muslos - Estoy dispuesto a pagar el precio que sea necesario.

- ¿Por qué me haces esto?

- Porque te amo. Porque no existe momento del día en que no piense en ti. Porque mi único gran sueño es perderte entre mis brazos. Porque a tu lado me siento un hombre completo. Porque mis sonrisas son producto de tu presencia y mi felicidad tiene nombre y apellido. Porque cuando me casé hace tres años, surqué un anillo dorado en el anular de una mujer a la cual no le dije sí, pues recuerda, mi sí fue dirigido a la primer fila de asientos, justo en donde tú estabas sentada. Porque ya no quiero vivir ocultando esto que siento... basta de decir que te amo en silencio, agachando la cabeza, buscándote en el pasillo de los sueños, basta de morder la almohada por las noches para no decir tu nombre – y tantas lágrimas como estrellas en el cielo nocturno se echaron a rodar desde mis ojos. Cuánta felicidad compactada en un momento... el momento más esperado de toda mi vida, cuántas noches de soledad despidiéndose de mis días, cuánto amor floreciendo de entre las ruinas que había provocado su alejamiento, su indiferencia, la imposibilidad de tenerlo.

La punta de su lengua se abría paso a través de mis muslos por medio de un camino de saliva y fuego, y mis rodillas se separaron una de otra casi desgarrándome. Con la parsimonia de la seducción y dos manos sabias me quitó la ropa interior y el olor a mi excitación se dispersó por toda la habitación. Hilos de lujuria unían a mis labios vaginales que sintieron por primera vez como una lengua se paseaba de arriba hacia abajo y mi espalda se arqueaba al son de los chasquidos de humedad creciente.

Elevó su mirada hasta alojarla en mis ojos desorbitados de placer y clavando su mentón en mi sexo sonrío con la malicia de los perversos. Ese rostro envuelto en los velos de las oscuridades, cubierto con el sudor de lo prohibido, era el mismo rostro que siempre habían provocado a todos y cada uno de mis sueños mojados.

- ¿Quieres más? – preguntó con sus labios empapados de mi flujo y perversamente arqueados hacia arriba.

- Quiero más... siempre quiero más – y realmente quería más, quería que me chupe todo el cuerpo, que meta su lengua en mi vagina y la mueva desesperadamente, quería que me apriete con sus manos y me arranque todos y cada uno de mis gemidos, quería ser suya desde el cabello hasta la punta de los pies, desde la piel al alma, completamente suya como nadie jamás se había entregado por amor, porque yo lo amo como nadie puede amar a otro ser y él me ama de la misma forma.

El filo de su lengua se acomodó entre mis labios vaginales, se paseó de arriba hacia abajo dos o tres veces más y luego se introdujo sin más preámbulos en mi infierno interior para comenzar a moverse como una serpiente en las arenas del desierto más caliente. La sapiencia de sus manos ayudaban en la faena acariciando los alrededores del clítoris - que pretendía dejar para el final -, apretándome el pubis, sobándome los lados de una manera deliciosa. Inmersa en lo más profundo de la excitación, mis dedos se hundieron en sus hombros, mis glúteos se ofrecieron con el ano deseoso de correr la misma suerte y mordí mi labio inferior hasta sentir en mi boca gusto a sangre.

Su respiración estaba descontrolada y movía sus caderas con el salvajismo que da la locura de los ardores – Alejandra, me enloqueces como nadie lo ha hecho - Llevó una de sus manos a mi coxis y empujó hacia arriba dejando la mitad de mi cuerpo suspendido sobre la cama; quedé con mis talones clavados en el colchón, mis rodillas separándose al borde de la ruptura, la parte superior de mi espalda pegada a las sábanas y todo el placer del mundo rendido ante sus lengüetazos y mordiscos. Con el dedo más largo de su mano libre recorrió la línea de mis glúteos hasta que lo detuvo sobre el perineo, sobre el cuál oprimió con fuerza y dibujó círculos de fuego húmedo – Así Alejo, muévelo así... ¡sí bebé! muévelo de esa manera que me mata – y terminé la frase con un gemido que de no morderlo hubiese despertado a todos en la casa.

Aún no podía creer lo que estaba ocurriendo sobre esa cama, aún temía ser víctima de otro de mis sueños con su rostro, aún no confiaba en la realidad; y es que tantas noches de llanto derramado, tanta congoja por su lejanía, tanto dolor por no tenerlo, y ahora él entre mis sábanas, haciéndome gozar como jamás nadie supo hacerlo, diciéndome con cada lamida, con cada roce, con cada mirada "te amo, te amo mi Alejandra"

Cuando enterró todo su dedo en mi ano para meterlo y sacarlo como si se tratase de un pene, y mientras su boca continuaba deshaciéndose entre lamidas, se estremeció todo mi cuerpo, tembló mi alma y desbocada, comencé a moverme con más rapidez – Así Alejandra, quiero que te muevas como si fueses una puta, mi puta – sollozó apartando a su boca de mi vagina y con una sonrisa demoníaca que me disparaba aún más. Mi respuesta fue un rostro envuelto en los tules de una calentura como nunca había sentido en toda mi vida y una mirada de puta que le pedía que haga lo que quiera – Soy tu puta... tu puta... has lo que quieras de tu puta – le dije entre resoplidos y comencé a danzar desde mis caderas en un vaivén descontrolado.

Con sus labios empapados por mis flujos apretó a mi clítoris, que ardía de inflamado y palpitante, para luego y de manera alternada, acariciarlo con el filo de sus dientes y succionarlo, halándolo. Fue el punto exacto, la tecla de mi explosión, la compuerta de mis diques, el gatillo de mis fuegos. Abrí los ojos, clavé mis uñas en su cuello, enterré los dientes en mi labio inferior, inhalé profundamente hasta enrojecerme entera y un ejército de demonios lujuriosos surcó mi cuerpo desde la nuca a mi entrepierna, derramándome en su rostro, en su boca, en sus besos.

Ahogué el grito apretando los labios y los párpados pero abriendo mis piernas y mi sexo. Me sentí embargada por una sucesión de temblores, un torbellino de espasmos enmarcados por la felicidad reflejándose en mis pupilas, mi felicidad con nombre y apellido.

Aún la luna llena se colgaba de la ventana y las fotos de mi Alejo descansaban en secreto dentro del cajón de la mesa de luz, aún las cortinas blancas se movían como fantasmas en la noche y mi cuerpo temblando de placer, sintiendo el peso de su cuerpo, le ofrendaba con cada roce una lluvia de "te amo" que no ocultaría nunca más. Adiós silencio, adiós dolor por no tenerlo, adiós a las barreras que la vida nos había impuesto para convertirnos en algo imposible, sin más futuro que las miradas furtivas y las palabras mordidas, sin más posibilidades que el sueño frustrado y las alas quemadas. Adiós a la obediencia divina, a los tabúes sin sentido, a la pureza de los movimientos, al pensar en el entorno. Bienvenida... profunda noche esmeralda.

- Estoy dispuesto a pagar el precio que sea necesario. Sólo me importas tú, nadie más que tú – me decía mientras inundaba mi rostro con miles de besos. En sus pupilas mar adentro, atravesando las líneas de los iris, cruzando las nebulosas de lo corpóreo, mi alma decidió recostarse abrazada a un latido con su nombre prometiendo permanecer hasta el fin de los tiempos, y créanme, la eternidad es posible cuando el amor es profundo, intenso, incondicional.

 

 

 

 

- Señorita, una ambulancia ya viene en camino. Confíe en mí, todo saldrá bien. Por favor, trate de no cerrar los ojos, manténgase despierta, es lo único que le pido.

- Claro que todo saldrá bien – y sonrío de lado mientras una lágrima desciende desde mi ojo derecho y refleja a la luna llena y su luz plata. Aún así en el callejón todo es oscuridad y sombras, apenas puedo ver la punta de mis pies, parte de mis piernas extendidas, mis manos apoyadas en el piso con las palmas abiertas y la sangre emanando desde los cortes que alimentan a los charcos correspondientes. Más allá el filo del cuchillo y... "también estoy dispuesta a pagar el precio que sea necesario... también yo mi amor"

 

¡Tengo frío, mucho frío! Tiemblo por fuera y por dentro, mis dientes tiritan amenazando con partirse entre sí, se congela mi aliento, e irónicamente, siento fuego en mis muñecas, mi sangre hierve, aún arde la vida. El entumecimiento de mis músculos impide que levante los brazos para tratar de alcanzar a tu hermoso rostro y aunque lo intento, sólo logro arrastrar los nudillos sobre el asfalto. Tengo miedo Alejo, quiero que esto se termine de una vez, no es justo... pactamos mirarnos a los ojos hasta que estos se oscurezcan de final. Alejo, mi amor, necesito imperiosamente que me abraces... abrázame.

 

Más allá del filo del cuchillo y entre las sombras, las puntas metálicas de unas botas apuntan hacia el cielo, tres estrellas bordadas en el cuero negro se lucen como en un mar nocturno, unos pantalones de lino se muestran extendidos como las piernas a las que viste, mientras una camisa de seda blanca, totalmente desabotonada, imita a las alas desplegadas de un ángel. Todo un cuerpo recostado boca arriba con la espalda y los glúteos pegados al suelo, y en su rostro, una sonrisa calma como el vacío inerte de sus pupilas. A la altura del esternón, un lago carmesí derramándose hacia los lados, un corte profundo, la firma de la muerte.

 

- Alejo, llévame contigo... por favor, ese ha sido nuestro pacto de amor, llévame a tu lado de una vez y para toda la eternidad... abrázame mi amor, abrázame – imploro en silencio, con un surco de lágrimas secas atravesando mi rostro y el alivio de sentir que ya nadie podrá impedir que nos amemos – Abrázame mi todo, abrázame, abrázame... – repito sin voz mientras el corazón se apaga con el eco del último latido y mi alma se escapa de entre mis pupilas hacia los brazos de Alejo, el amor de mi vida, la razón de mi existir, mi amante... mi hermano.

 

 

Dedicado a ustedes, nosotros…

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