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La hipocresía de los hipócritas

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El avión corta al cielo con sus alas, una azafata sentada en el fondo inclina su cabeza hacia atrás y se relaja; dos mujeres recién divorciadas concluyen que desde Adán hasta hoy todos los hombres son prescindibles; un joven lee la guía de emergencia del avión y carraspea; un niño observa la punta de una de las alas y se pierde en la pregunta ¿por qué se cayeron las nubes?

Y él, espera.

Sus ojos recorren el interior del avión, las butacas, los rostros, los televisores, cada sombra, cada rincón visible; hasta que se detienen en una de las luces encendidas que indican el uso obligatorio de los cinturones de seguridad. Acaricia un libro pequeño con tapa de cuero que se encuentra en un bolsillo de su saco y recita en su cabeza "Los que no hayan creído tendrán un castigo severo. En cambio, los que hayan creído y obrado bien tendrán perdón y una gran recompensa" Lleva la yema de los dedos a su frente y acaricia su rostro en descenso para luego ofrecer al cielo las palmas de sus manos: "Āmīn"

El niño continúa preguntándose sin encontrar respuesta, la azafata baja su mirada para observar a las dos mujeres divorciadas que carcajean, el joven cierra los ojos intentando dormir… y él, sonríe. La luz que debía apagarse se apagó. Se quita el cinturón, se pone de pie y camina a través del pasillo hacia la cabina de control. Cuatro hombres más también se levantan de sus asientos, pero estos permanecen inmóviles. Cuando la espalda del líder se pierde más allá de la puerta de la cabina, uno de los hombres clava la mirada en los ojos de la azafata, muestra un libro con letras plateadas que reza en su tapa "Al Qur'ān Al Karīm" y se dirige a todos: "Quédense quietos. Estamos tomando al avión. Lo devolveremos al aeropuerto. Permanezcan tranquilos y todo estará bien" Luego coloca el libro sobre un asiento.

Se detiene el mundo. Se congelan los rostros. Se desmoronan los sonidos. Todo es silencio. De pronto un sollozo generalizado se expande como el fuego y entre sus llamas se impone el llanto desconsolado del joven en cuya mente se dibujan los ojos húmedos de su madre, discute con la esposa que no ha conocido y abraza al hijo que no ha tenido; grita y su grito es contagioso. Nace el desconsuelo. Tiemblan las voces, las manos, las quijadas, los hombros, las almas. En las mentes de todos se desbordan ríos de recuerdos pasados y deseos futuros entre remolinos de angustia. La suma de todos los miedos.

Las azafatas tratan de contener a los pasajeros pero son detenidas por los cuatro hombres. Ellos se han convertido en los dueños del destino, cancerberos del futuro consumiéndose en sus pupilas.

Una mujer toma de la mano al joven y éste le agradece con la mirada. Las dos mujeres sin Adán comienzan a rezar mirando hacia una de las ventanas, ¡el cielo se encuentra tan cerca en todo sentido! Saben que el avión no será devuelto a ningún aeropuerto. El niño escucha a su padre que abrazándolo le dice "solo se trata de una fiesta bebé, todos estamos emocionados, así como te pones en tus cumpleaños" El niño sonríe con el rostro iluminado de inocencia y vuelve a preguntar "Papi, pero ¿por qué se cayeron las nubes?" El padre muerde sus labios, aprieta los párpados y trata de retener las lágrimas que se han acumulado detrás de sus ojos. Una, indomable, cae por su mejilla "Papi, si lloras no te invito a mi cumples" y su mano pequeña se apoya en el rostro del hombre.

Dentro de la cabina la sangre lo domina todo. El carmesí danza en los controles, en los asientos, en el piso, en el rostro del capitán y en el pecho del copiloto; en ella se refleja la sonrisa de él. Es feliz. El Bayt al ridwan comienza a asomarse más allá de sus ojos: Setenta y dos adolescentes vírgenes dispuestas a brindarle sus favores sexuales agitan las manos entre árboles sin espinas que dan sombra y brindan frutos que cuelgan al ras del suelo. Desconecta la computadora. Ni siquiera en sus entrenamientos aéreos había soñado con volar sobre los cielos del Atlántico en un avión comercial con bandera extranjera y lo está haciendo como si galopara sobre un caballo bereber por el valle del Nilo. Siente esperanza, pasión, placer… pero por sobre todo siente poder, todo el poder de Dios fluyendo a través de sus venas, el poder supremo impregnándose en su alma, el poder de todo el cielo en sus manos. Su aliento lleva el aroma de la justicia, el sabor de la revancha. Será el dedo de Dios llevando a cabo el castigo a los infieles, el filo del Islam cortándole el cuello a la bestia enemiga. Infla su pecho, late de orgullo.

El avión dibuja un semicírculo en dirección contraria a las agujas del reloj girando al sur para luego iniciar un descenso.

Los cuatro hombres, jinetes de otro Apocalipsis, permanecen de pie en el pasillo. Sus sentidos están atentos a cualquier desorden. Sus mentes, sus almas, se preparan para ofrendarse: Mártires, qué bien les suena. El paraíso les tiene un sitio a ellos y a sus descendientes. Uno sonríe de lado y suspira como si estuviera en las puertas de un orgasmo, puede ver su rostro empapelando todos los muros de su pueblo natal y miles de niños soñando con ser él. Es feliz.

A su alrededor, lágrimas sobre teléfonos celulares, dedos entrelazados, rezos entre sollozos. Incertidumbre. Desconsuelo. El joven apenas puede marcar el número telefónico de su madre y deja grabado en el contestador "Vieja, solo llamaba para decirte que te amo" La azafata sentada en el fondo del pasillo contiene el llanto e intentan mantener una expresión de calma, "primero el pasajero" se repite entre dientes. Aquellas dos mujeres se miran a los ojos y en sus miradas se confiesan soñar con otra oportunidad para ser felices. El niño aún pierde su mirada en el ala absorto en su sencilla gran pregunta, no le interesa que la ciudad se asoma por su ventanilla, ni la línea del horizonte debatiéndose entre el cielo y el mar. Su juventud exige respuestas.

Pende una lágrima en un mentón, se tambalea a los lados casi imperceptiblemente hasta que cae y rompe contra la tapa negra de un libro con letras doradas: "La Santa Biblia" Otras siguen su camino, abren en el aire cauces de dolor. Desde cualquier perspectiva será una masacre, no solo de la tripulación, ni de los pasajeros, ni los empleados de las Torres Gemelas, ni de la policía, ni de los hijos del capitalismo. Será una masacre a la razón, a la conciencia, a los sentidos. En los ojos de los secuestradores la palabra guerra se devora a toda la humanidad, la degrada a su mínimo exponente, la destruye en un eterno círculo de víbora mordiéndose la cola. Matar porque matan es la premisa, destruir porque destruyen el orden divino, el sabor de la gloria, la promesa del paraíso, el "esfuerzo en el camino de Dios", el ŷihād. La guerra se alimentará de la sangre derramada y derramará aún más. Siempre ha sido así.

Los edificios menores de Queens aparecen sobre los controles. Él piensa en todas las veces que imaginó la sensación que podría provocarle cargar con el arma más grande de la historia y concluye que su imaginación jamás llegó a la intensidad que ahora experimenta. Aprieta sus muslos, achata su estómago, rechinan sus dientes y se le dispara la adrenalina al ver la cuadrícula de Manhattan con sus diagonales, avenidas, manzanas, distritos; puntos en movimiento, la ciudad de los pecados ante su mirada. Aferra su mano a la palanca de vuelo y se emociona al tener el primer plano de la ciudad que ha parido a tantos infieles. La ve tan frágil, tan expuesta, tan suya. En ningún momento siente ganas de aumentar la velocidad, todo lo contrario, la disminuye. Las arenas y sus remolinos, la fe, los profetas, los ríos y sus orillas, las matanzas por amor a Dios, el filo de los sables, las plazas de los juicios, las mujeres sin rostro… toda la historia esperando este preciso instante; miles rogando con estar en estos zapatos; siglos de clamar justicia y venganza.

"Allahu akbar" se gesta en su pecho; en el negro de sus pupilas se dibujan las gemelas, columnas del imperio occidental, insulto a la grandeza de Dios, y sin embargo, las ve tan hermosas, tan perfectas, tan colosales; quiere devorarlas poco a poco como si se tratara del último deseo, siente que las ama. El poder de Dios recorre su cuerpo cual legiones del cielo y de la tierra contra "la hipocresía de los hipócritas". Pronto aplastará con su dedo a miles de infieles, los arrojará al abismo de los miedos que su pueblo conoce, los ahogará en las aguas del dolor que su gente tanto ha bebido.

"Allahu akbar" recorre su garganta y cuarenta asientos atrás el joven aprieta con todas sus fuerzas la mano de la desconocida; en otros, las dos mujeres divorciadas se funden en un abrazo sin dejar jamás de rezar; las azafatas muerden sus labios al punto de lastimarse en el intento de no derramar lágrima alguna y aquél padre... se pierde en los ojos de su hijo, le da un beso en la frente y ante su mirada interrogante le dice "Hijito, eres lo mejor que me pasó en la vida… te amo, no se cayeron las nubes, tú llegaste hasta ellas".

"Allahu akbar" ruge finalmente él hasta que su grito se ahoga en un estallido que clama los noventa y nueve nombres de Dios más uno… La Santa Biblia cae al suelo, El Corán descansa ahora en un asiento vacío, el mundo que los rodea arde, se desmorona, se vuelve infierno.

 

Sasha, gracias por ser el impulso de mis alas, la fuerza de mis ganas. Este texto no es mío, es nuestro. Te quiero, siempre más …

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