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Los cortos de Crow: La revancha sobre el gatillo

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Sangre, quiero ver sangre en mis manos, en mis brazos, en mi pecho, en mi boca, quiero deleitarme con los gritos de un dolor incomparable, con el llanto del arrepentido condenado, quiero ver muerte, sentir muerte, beber muerte, oler muerte, tu muerte… y no… no quiero que mueras ni quiero matarte.

Afirmo el dedo sobre el gatillo. Mis pupilas se entierran en tus ojos. Respiro profundo. Sonrío de lado.

- Hijo de puta ¿de qué te ríes? – dices molesto, herido en el orgullo, mordiendo lágrimas, esas lágrimas de víctima clamando la compasión que no has tenido luego de humillar, destruir, ensombrecer, pisotear – Dime de qué mierda te ríes – y con tu antebrazo limpias la sangre que cae hilo carmesí desde una herida abierta en tu frente.

No me interesa responderte. Las palabras ya no sirven, ni las promesas, ni las súplicas.

Aprieto el mango del arma homicida. Se enrojecen mis nudillos. Empalideces. Tragas saliva. Gotas de sudor en tu rostro; peñón de falsedades.

- Cobarde, eres un maldito cobarde – gritas con el cuello surcado de venas hinchadas. Entierras las uñas en tus palmas. Se quiebra tu voz. Tiemblas de pies a cabeza, del alma hasta mí. Y te llenas la boca gritándome cobarde. Como siempre menospreciando, hundiendo, maltratando, insultando.

Mis párpados caen por un segundo. Trituro mis ganas de llorar. Mastico el odio que me abarca, ese odio que lleva tu nombre. Si tan solo supieras cuántas esperanzas he matado a sangre fría por ti. Cuánto futuro sacrifiqué agitando las banderas de tu felicidad. Me arranqué las alas, dejé de soñar mi sueño más soñado solo por lo que jamás valdrá la pena. Pero ya nunca lo sabrás, No me interesa hablarte. Las palabras ya no sirven, ni las promesas, ni las súplicas.

Llevas la mano al bolsillo derecho de tu chaqueta de nombre francés. Sacas un papel - ¿Cuánto quieres? Es un cheque y está en blanco. Te haré rico en lo que canta un gallo tan solo por dejarme ir. Vamos chico, hasta podrás cagar en inodoros de plata – tragas saliva. Sonríes nervioso. Esperas una respuesta. En tus pupilas los contornos de mi mano y el arma. Das un paso hacia mí. Qué negros son tus zapatos, cuánto brillo oscuro el de tus pasos. Tratas de tomar el control de la situación. Como siempre… pero ya no.

Aprieto mis muelas. Rechinan los dientes. Sombras danzando en mis ojos. Alas de cuervo en mi alma. No todo se compra. No todo se vende. Podría darte una lista interminable de cosas que no responden al idioma de los ceros a la derecha. Pero no me apetece mostrarte lo que nunca podrías entender. Te jodiste.

Apunto el arma hacia el centro de tu pecho, el lugar más frío de tu cuerpo luego de la cabeza. Acaricio el gatillo, también frío, como la muerte.

Esa es mi respuesta, no… mil veces no.

- Sé razonable. Dinero, te doy todo el que quieras. Abro una cuenta para ti, pero mierda, ¿qué logras con matarme? Pensemos juntos, fríamente. No vale la pena que te encierren por asesino, no seas tonto – se secan las lágrimas en tus mejillas. Salitre de la mentira. Pantomima de dolor.

No vale la pena, no la vales. Ni una lágrima más. Porque las viví a todas y cada una de ellas… y las morí como tal. No imaginas siquiera las veces que me has matado.

Y el vil destino de tu lado, siempre de tu lado. Cuánta envidia despiertas en mí aunque ella no me haya traído a ti en esta noche que no termina. Es más que eso. Mucho más que eso. Es odio. Odio que devora a mi alma y envenena mi sangre. Odio de mando, inmenso como tu hipocresía, omnipotente como tu vanidad, poderoso como solo este odio puede serlo. Profundo odio. Negro en sus raíces, en su superficie, en toda su extensión, desde el cero al infinito.

Tus párpados a media asta. Aprietas los labios. Has visto, nada me hará cambiar de parecer, no me sirven las palabras, ni las promesas, ni las súplicas. Te miro embargado de dolor, de futuros arrepentimientos, de rabia multiplicada por miles de lágrimas. Y sonrío amargamente.

Un disparo atraviesa las sombras del galpón. Sus destellos iluminan la humedad de las miradas. Su calor quema carne, atraviesa tejidos. Mis manos, mi pecho, mi boca, salpicadas de sangre. El cañón del arma humeante de final presenciando como se opacan esas pupilas, como se doblan esas rodillas, como cae el secuestrado.

Veo muerte, siento muerte, bebo muerte, huelo muerte… tu muerte… aunque no quería que mueras ni quería matarte jefe de estado, aunque no quería hacerlo como tú lo has hecho con mis sueños y el de miles.

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