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Bife y Mollejas

en Hetero: Infidelidad

El primer tema del que hablamos con Samantha fue justamente, que tema sería preferible tocar para romper el hielo. Pensé en voz alta, no es el tema sino la predisposición a escuchar, y esa noche mis oídos estaban atentos a cada palabra que aquellos hermosos labios dejarían escapar. Sonreímos con la idea, el hielo se había quebrado como la punta de un iceberg en las aguas del Caribe.

Pidió mollejas y un bife... jugoso en lo posible. Lo mismo, dije.

Estabamos en el restaurante del Sheraton Hotel, en Buenos Aires, y ya me sentía aliviado. Digo, la ansiedad y los nervios previos a conocer a quien nunca fue más que letras y frases para mis ojos, habían desaparecido parcialmente, dándome una leve brisa de tranquilidad.

Internet nos conectó una noche y luego de aquél encuentro "virtual", nos hicimos amigos virtuales, confidentes sin rostros ni labios, aún así, casi nada conocíamos el uno del otro. El mundo de la net suele poseer altos porcentajes de mentiras o verdades a medias... ¿porqué lo nuestro sería una excepción?.

- Estoy empezando a recuperarme de mi misma. No es nada fácil permanecer al lado de un hombre, solo por unos malditos papeles, mucho dinero y un anillo de oro puro que no dice más que eso.

Samantha –de vestido azul marino con la espalda totalmente descubierta y largo hasta las rodillas- ofreció rápidamente la profundidad y el conocimiento de sí misma que otros, según ella, la habían acusado de no tener. Me impacto la crudeza de su confesión, más aún si se toma en cuenta que no era yo, más que un extraño ante sus grandes ojos verdes. Si bien, las tardes y noches de chatear habían detallado los puntos más salientes de cada uno, era un extraño, lisa y llanamente un perfecto extraño.

Primero, me encantaba su sinceridad. Segundo, pidió mollejas sólo para probarlas, lo que implica que poseía espíritu de aventura y existía la posibilidad de que estuviese dispuesta a probar nuevas experiencias. Y tercero, comía carne roja. Siempre fui de tomar hasta el más mínimo detalle para ir dibujando el mapa del alma de las personas. Por ejemplo, que el mayor sueño de Samantha sea agarrar la camioneta de su marido y perderse tras las líneas del horizonte, hablaba claramente de un profundo deseo de romper con las cadenas del matrimonio... la idea del divorcio le carcomía la cabeza. Nunca me lo dijo explícitamente, pero sé que lo pensaba a diario.

Cuando decía que estaba empezando a recuperarse de sí misma, trataba de decir que ya no permanecería atada a sus miedos y frustraciones, lo noté en su melancólico tono de voz, en su turbia mirada tal cual torrentoso río de noche. Solo bastaba que hable de su matrimonio para sentir su pesar... y todos sus miedos y frustraciones, evidentemente eran arrastrados hasta sus faldas por el anillo de oro que rodeaba a su anular, pero principalmente por aquél hombre que en una suntuosa boda se lo había colocado tras un "hasta que la muerte nos separe".

En medio de la profunda e intima charla, de repente empieza a hablar de tragos.

- Me encanta probar todos los tragos de todos los bares de todas las ciudades a las que visito. Lastima que al llegar al tercero no me acuerdo cual es el apellido de mi marido, y a veces... no recuerdo estar casada.- Sonríe con la culpa de una mujer que habla sin remordimientos acerca de beber, y muestra un dientecito apenas torcido que tiene en el ángulo superior izquierdo de la boca. Esa sonrisa prometía que con su brillo podría sin más abordar mi corazón y tomarlo cuando y como quisiera.

-¿Y esta noche?- le pregunto

- Esta noche que...

- Digo, ¿esta noche te acordas de su apellido?.

- Mmm, digamos que apenas tome un vaso de vino tinto, pero puede que al tercero no recuerde estar casada.

Samantha termina su jugoso bife, no deja más restos que un hueso totalmente limpio. Yo no había terminado mi porción, quizá debido a que estaba pendiente de esa preciosa ninfa.

Confiesa que antes de llegar a la mesa en donde yo la esperaba, sentía que su vientre estaba por estallar. Aseguró que siente esa sensación cuando se ponía muy nerviosa. Yo escuchaba y asentía y la miraba. Era tan perfecta que necesitaba hallarle defectos, y fue así como descubrí que su nariz tenía una casi imperceptible desviación hacia la derecha, que tenía puntillos negros entre el labio inferior y el mentón y que una ceja era algo mas ancha que la otra. Pero estas imperfecciones no hacían mas que lograr hacerla aun más perfecta. Si, era perfecta.

- ¿Me estás escuchando?.- pregunta.

- Por supuesto que te escucho... ¿porqué lo preguntas?.

- Es que note que tu mirada estaba en cualquier lado menos entre nosotros.

- Estaba entre nosotros Samantha... estaba en vos, más de lo que imaginas.

- ¿Eso intenta ser un halago?.

- Que... ¿no fue obvio?.

Sonrisas y un ambiente de seducciones creciendo entre nosotros.

- Como desde el comienzo, voy a ser sincero. Sos realmente muy atractiva. Pero no debe ser algo muy original para decirte... tantos lo habrán hecho antes.

- ¿De verdad pensas que por creerme bonita, una manada de machos me llenan los oídos de halagos y me invitan a cenar?. Ninguno pide mi número de teléfono cuando camino por la calle.

- Se lo pierden.

- ¿Y vos que crees que se pierden?.- Su mirada se fija en mis ojos y ubica sus antebrazos sobre el borde de la mesa, como apoyándose en ellos.

- Ok, continuando con mi sinceridad, debo decirte que no solo tu cara roza la perfección, sino que tu cuerpo es armónico para con esa belleza.

- ¿Cómo es eso?.- Sonríe por enésima vez en la noche, pero posee esa sonrisa una rara mezcla de inocencia y salvajismo. Recuerdo la mirada de los animales y realmente me calentaba en gran manera esa imagen en su cara.

- Mmm, directo... si, porque no, ambos sabemos porque estamos acá. Esa espalda desnuda plagada de lunares y los finos hombros me fascinan, pero me pregunto como será el paisaje más allá del escote. En realidad lo sé, terrible par de pechos... ¿tal vez pezones oscuros y muy eréctiles?. Lamentablemente la imaginación es nada cuando la realidad esta frente a uno.- Su mirada bajo hacia el limpio hueso que había quedado sobre el plato y la sonrisa fue perdiendo esa ondulación que segundos antes la hizo brillar. La sorprendió lo que escuchó, pero interiormente esperaba esa sorpresa.

- Apenas te conozco y realmente no sé que hago acá. Solo sé que te llamas Diego, que tenes 30 años y que te conocí en un chat tres meses atrás, en una de las tantas noches en las que mi marido dormía luego de echarme un polvo de tres minutos... máximo. Tu vida es para mí él más grande de los misterios, y aun así no me arrepiento de haber venido.

- El depto que estoy alquilando desde hace dos meses queda a pocas cuadras. Me encantaría que vengas conmigo. Estoy deseando esto desde hace mucho tiempo.

- ¿Cómo? ¿Qué deseas?

- Samantha, dijimos que seríamos sinceros. Acaso, ¿no deseas nada en este momento?.

Levanté una mano mientras miraba a un mozo desocupado en el fondo del restaurante y lo llamé. Él se acerca rápidamente, las propinas son el pago a la amabilidad y la solvencia... un mozo sin su propina es un asalariado más. Son 50 dólares dice. Dejo 100. ¿Si es mucho?... así es. Estaba apurado y la velocidad de aquél mozo fue recompensada.

Me levanto de la silla y Samantha permanece sentada, mirando a ese hueso limpio sobre el plato que sirvió su cena.

- No te voy a obligar a nada. Ni siquiera voy a pedírtelo de nuevo. Voy a salir del restaurante en este preciso momento, con rumbo a mi depto. De ahí en más, si venís o no será pura y exclusivamente tu decisión.- Me alejé de la mesa y ella permanecía sentada. Imagino que en su mente el debate de la infidelidad estaría haciendo estragos, imagino el brillo del anillo en su anular izquierdo reflejándose en sus húmedos ojos claros.

Al cruzar la puerta de la calle, una luna cubierta de pálidas nubes reinaba en el oscuro cielo. Acomodé el cuello del saco, miré hacia la calle y emprendí la caminata hacia mi domicilio. Apenas pisé la vereda, una mano me toma del brazo. – Diego, si lo pienso negativa a tu deseo es rotunda y sin vuelta atrás. Pero ya te dije, estoy empezando a recuperarme a mí misma... y mis instintos hablan con el idioma de mi cuerpo... cuerpo que desea lo que el tuyo.

Bingo... ya la daba por perdida.

Camino a la trinchera, mi brazo le rodeó la cintura y con las yemas de mis dedos le di rienda suelta a pequeñas caricias que comenzaron a jugar sobre su ingle por arriba el vestido azul marino de tela fina. - Basta... estamos en la calle -. El tono de su voz no acompañó a su débil pedido, mucho menos su cuerpo... que se desarmó en un profundo suspiro.

En la corta caminata, mi mano siguió posada en ese paradisíaco lugar de fuego, alegres las yemas de mis dedos se friccionaban suavemente. Samantha solo lo disfrutaba... sé que lo disfrutaba, las miradas de las mujeres cuando están en celo son únicas e inconfundibles.

- Llegamos. Te dije que no eran mas que pocas cuadras.

- Así es, confíe en vos y no me equivoqué. ¿Puedo confiar en vos?.

Me lastimó la pregunta, pues quizá mi respuesta no sería justamente la que ella esperaba. Sonreí sin mirarla a los ojos mientras ponía la llave en la puerta de entrada al edificio. Sentí su mirada enterrarse en mí. No acoté nada.

- ¿Y ese silencio a que se debe?.

- Se debe a que en este lugar no podemos hablar. Es muy tarde y además quiero que lleguemos cuanto antes a mi departamento. ¿Vos no?.

Sonrió, pero su sonrisa no fue la más sincera de su vida ni mucho menos. Al fin y al cabo, no éramos más que dos perfectos extraños con deseos de coger hasta el amanecer, o hasta que los horarios lo permitan. No más que eso. Llamamos al ascensor, el cual abordamos al abrirse sus puertas, ¿destino?... piso séptimo, habitación trece... mi trinchera. Aprieto el botón que posee estampado al número siete, siempre me ha gustado ese número. Las puertas se cierran.

- Sami, realmente me calentás mucho. Desde que mis ojos te vieron aparecer en el restaurante, no puedo quitarme de la mente la imagen de tu andar sensual y tus curvas... a ver... que curvas¡!. Le dije enterrándole mis pupilas en ese pronunciado escote.

Sus mejillas se sonrojaron y como tratando de quebrar los últimos resquicios de timidez, levantó su mirada directamente hacia mis ojos y sonrió perversamente, como solo las mujeres saben sonreír en situaciones tan eróticas como esa.

- Gracias por el cumplido... ¿entonces?.

Entonces nada... me acerqué y coloqué mis labios a la altura de su oído derecho. – Sami, no soporto más y siento que vos tampoco... muero de ganas por cogerte, mi amor- le susurré. Ella cerró los ojos y yo posé la palma de mi mano sobre el tablero del ascensor, más precisamente sobre el botón que decía "detener"... era clara la intención y no hizo nada por evitar la situación. Obviamente la marcha se detuvo... entre los pisos cuarto y quinto, es verdad que no faltaba mucho para llegar al séptimo, pero... era mejor así. Otra vez el silencio dominando la escena.

Mi lengua comenzó a jugar en su oído mientras una de mis manos tomaba posesión de su fina cintura, digna del mejor de los halagos. De pronto, sus manos se posaron sobre mis muslos y me llevaron hacia ella, apretujándome sin pudor alguno contra su cuerpo. Su pelvis se restregaba con locura sobre mi pene, a esas alturas, erecto y duro como un mástil, mientras sus pechos se aplastaban contra el mío, dejándome sentir la dureza de sus pezones a flor de piel.

- Bebé... ¡¡¡qué caliente estas!!!.

- Mmm... me tenes bien caliente desde la primer noche que chateamos, y ahora que te tengo contra mí... mmm, me incendio de ganas de tenerte entre mis piernas.

Mis caricias navegaban a la deriva sobre la suave inmensidad de su desnuda espalda mientras ella continuaba frotando su pelvis contra mi pija frenéticamente. Las yemas de mis dedos se detuvieron en el nacimiento de sus glúteos y es ahí donde hallé el límite del vestido, rozando suavemente el nacimiento de la línea del culo.

- Mmm mi amor, que deliciosas se sienten tus caricias.

- Te aseguro que la suavidad incendiada de tu piel se siente aún mejor.

Estabamos calientes como brasas, como leños al fuego, como el placer, como el dolor, así es... el dolor también quema... consume. Crucé con mis manos, la frontera de tela azul marina que el vestido creaba en aquélla fina cintura, tomando con ellas dos a esos muslos que formaban un culo realmente espectacular. Firme, redondo, suave, perfecto... totalmente perfecto... y en ese momento, era yo el dueño de esa perfección.

- ¿Te gusta mi colita?.

- Me fascina putita, tenes un culo hermoso.

Ese "putita" le arrancó un profundo suspiro que logró convertir a su blanca hilera de dientes en una dócil mordedura en celo sobre mi hombro. Que placer me estaba dando esa mujer, podía sentir como sus duros pezones, aún bajo el vestido, insinuantes en su escote, se clavaban en mi pecho que agitado, yacía bajo la camisa. Y no solo eso, mientras mis manos apretaban con fiereza a sus muslos y lo empujaban contra mí, ella hacia lo mismo con mi culo... el resultado... las pelvis pegadas hasta formar un solo movimiento de golpe contra golpe. Mi duro pene enterrado a lo largo de su ingle, su entrepierna ardiendo, desesperados... totalmente desesperados.

Mi boca buscó a su boca que, a su vez, buscaba a mi boca, y al encontrarse se convirtieron en un profundo y eterno beso de lenguas desaforadas, de calientes alientos, de respiraciones ajenas, de humedades deliciosas. Mordía su labio inferior y ella succionaba a mi labio superior... un beso que resumía los terribles deseos mutuos de sexo desenfrenado, de amor bajo las suelas de los zapatos... amor... lo habíamos dejado en la planta baja del edificio, y hasta creo que ni siquiera se hizo presente en todo lo que iba de la noche.

Levanté su vestido hasta dejárselo enredado en la cintura, logrando así que solo mi pantalón y su tanga se interpongan entre mi piel y su piel, mis llamas y las suyas. Acto seguido y sin perder un segundo, ella desabotonó mi pantalón y luego de dejarlo caer hasta mis tobillos, introdujo sus manos en el interior del slip, sobre mis muslos.

- No doy mas Die, estoy loca por sentirla entre mis piernas, dentro de mí- dijo mientras su voz se quebraba debido a su agitación.

La besé en los labios o mejor dicho, le comí la boca, mientras bajaba la parte posterior de su vestido escotado y sin espalda, que a esas alturas no era más que una especie de cinturón azul marino alrededor de su cintura... su fina cintura. Mi lengua paseó por sus labios, su fino cuello, sus hombros y llegó paciente y desesperada a sus pechos... tetas preciosas de oscuros y grandes pezones parados por la excitación, tetas a las succionaba como si fuera a beber de ellas, deseaba devorármelas, morderlas suavemente, apretarlas entre mis labios... tan duras y suaves, tan redondas y firmes, brillando producto de su sudor y mi saliva.

- Die... me encanta... me muero- exclamó ahogando un grito en mi hombro a modo de falaz mordida.

- Eso dolió puta- la marca de su mordedura había quedado marcada como si de un golpe se tratase.

- Si... te voy a comer todo, quiero comerte todo.

Se agachó ante mí y arrancándome el slip, me tomó el tronco de la pija para llevárselo a la boca como si se tratase de su golosina preferida. Y como tal la trató, lamiéndola en toda su extensión, lustrándola entre sus labios, con su lengua... del glande hasta los huevos en una ida y vuelta que me lanzaba a otra dimensión, la del placer y la locura. Mientras lo hacía, me miraba a los ojos y sonreía con mi pedazo de carne en el interior de su boca... succionaba y mi alma se quebraba en mis pedazos... mordisqueaba y me erizaba hasta el tuétano. Mmm, que bien la chupaba, le encantaba hacerlo y llegué a imaginar mientras me dejaba la excitación, que hace mucho tiempo desearía chupar una verga que no fuese la de su marido.

- Vení perrita, ya no aguanto más.

Posé mis dedos en garra sobre su cabeza y la jalé de los pelos sin rudeza pero con firmeza hasta dejarla de pie frente a mí. Tomé una de sus piernas y la llevé a mi cintura. Su empapada conchita estaba a milímetros de mi pene, podía sentir en mi glande el calor que aquélla vulva ofrecía en su lujuria. Una de mis manos se perdió dentro de la perfecta línea de su culo, al que sobaba de manera apasionada y por un instante me detuve a admirar a su rostro desencajado, desfigurado, ese rostro que solo las mujeres pueden tener a la hora de desear ser penetradas.

- Metémela, Die... cogeme.

No le iba a poner mucho suspenso a la escena, claro que no, y es que tampoco podía soportar mucho tiempo más sin sentir como las paredes de su vagina se abrirían paso ante la entrada de mi pene. De un solo golpe, seco y brusco, mi pija penetró en su mojada vagina hasta hacer tope mis huevos en su culito.

Cogimos como dos animales, la penetraba con dureza y ella me recibía aún más duro, las pelvis se golpeaban provocando chasquidos de humedad.

Cuando sus dientes se clavaron en mi brazo y mis dedos se enterraron en su pierna, que yo sostenía a la altura de mi cintura, la explosión de nuestra calentura no nos dio tiempo a desacoplar nuestros sexos. Un potente chorro de leche bañó sus entrañas y a su vez, su lechita descendía desde su vagina junto a mi semen. Nos vestimos rápidamente y oprimimos cualquier botón del ascensor que nos llevé hasta el séptimo piso.

Al bajar del mismo, un hombre de traje esperaba.

- ¿Estuvieron mucho tiempo atrapados allí adentro?. Realmente estaba empezando a preocuparme, pues nadie contestaba a mis llamados.

- Solo fue un instante, no se haga problemas. Hablaremos mañana del tema. Bye.

Había puesto la llave en la puerta de mi depto cuando me detuve antes de girarla dentro de la cerradura.

- Sami... eso fue hermoso.

- Claro que sí, pero todavía no se ha terminado.

M silencio volvió a dominar la escena. – Sami, abajo me preguntaste si podías confiar en mí y no te contesté.

- Cierto.

- Como empezar... creo que no fui totalmente sincero... digo, no te dije toda la verdad.

- ¿A que te referís?... ¿a que sos el amigo de mi marido?.

Un balde de agua fría había caído sobre mí. – Diego Barrado, sos el mejor amigo de mi marido, y seguramente llegaste a mi MSN por él.

- ¿Lo sabías?.

- Diego, por favor abrí esa puerta que me place seguir cogiendo.

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