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Llorá... pero no olvides

en Grandes Relatos

Botija, aunque tengas pocos años / creo que hay que decirte la verdad / para que no la olvides.

Mario Benedetti.

Pesados pasos de oscuras botas militares incrustan sus huellas de facto en el verde pasto, mientras se abren paso hacia el numeroso grupo de mujeres reunidas y agitando pañuelos alrededor de la histórica pirámide que emerge omnipotente en el centro de la Plaza de Mayo. A escasos metros de la muchedumbre irrumpe en la tarde la voz de un oficial gritando un "alto" con fiereza y decisión de mando. El avance se detiene abruptamente acatando la orden ante las atónitas y asustadas miradas de las allí congregadas mientras quien ordenó el alto, se ubica de espaldas a una perfecta formación de hombres con cascos y fusiles al hombro. El silencio, por un instante, se torna eterno, solo se escuchan los aleteos de las palomas que acaban de dispersarse.

- Señoras, en la plaza no se pueden reunir, hay un estado de sitio que cumplir, carajo... retírense o nos veremos obligados a emplear el uso de la fuerza.-

Nadie se movió ni se movería. En la plaza todas eran iguales; a todas la dictadura les había llevado un hijo, un esposo, un novio... todas pedían justicia, reclamaban saber del paradero de sus "desaparecidos", necesitaban enterarse de la suerte de sus amados, todas habían ido a los mismos lugares y a todas, esos lugares les había cerrado la puerta en la cara de la esperanza, del dolor. Una audiencia con el hijo de puta de Videla, el dictador de turno, era un buen comienzo, pero ni eso. Nadie las escuchaba, eran sus ruegos, sus reclamos, solo un grito sangrado y silencioso, autista e ignorado. Fue así como la Plaza las agrupó, las consolidó.

- No nos iremos hasta que sepamos el destino de nuestros desaparecidos.

- Pelotudas de mierda.- Murmuró ofuscado el oficial y bajó su cabeza por un segundo para llevarla luego a lo alto, con sus labios apretados y los ojos enrojecidos.

- Esto no es joda señoras, se retiran o no nos van a dejar más alternativa que usar la fuerza.- Claro que no era joda para ellas, como tampoco lo era la desaparición de sus hijos, esposos, novios. La Argentina de finales de los 70 era cosa seria... muy seria.

- Soldados... preparen.- Los fusiles bajaron de los hombros con la velocidad de la muerte y esputando un escalofriante ruido metálico tomaron posición de tiro. – Apunten... – Valía la pena morir por aquélla causa o como quieran llamarla. Era justo saber que había sido de los seres amados que arrancados de sus hogares desaparecieron para no volver. ¿A dónde los habrían llevado?, ¿Tendrán frío?, ¿Comerán a diario... que comerán?, ¿Estarán vivos?... Dios... ¿Vivirán o quizá... ?. Daba miedo pensarlo, pero era una fuerte posibilidad que nos ofrecía el enorme abanico de una realidad que se enterraba en el alma de los argentinos como si de una rabiosa mordida se tratase.

Se miraron entre ellas con las más diversas sensaciones cargadas en sus ojos mientras los amenazantes fusiles dirigían sus promesas de fuego hacia su posición. Irse de la Plaza sería aceptar la idea de no saber ya más de quienes desaparecieron bajo esa cruenta política del terror. Renunciar a los que entre abrazos y besos yacían en el recuerdo... porque solo eso quedaba de ellos, el recuerdo.

– FUEGO - Gritaron todas al unísono. Quedaba bien claro cual era la decisión de aquellas madres, las Madres de Plaza de Mayo.

Pero la historia que les quiero contar se remonta varios meses atrás de aquél episodio, precisamente en un comedor para niños ubicado en los golpeados suburbios de la Ciudad de Buenos Aires. Allí el hambre (y no solo de bocas), decía presente como en muchas zonas del país y porque no... del continente todo. Gobiernos de facto con dictadores adiestrados en las tierras del tío Sam no eran más que inquisidores modernizados, asesinos encubiertos tras rangos militares y condecoraciones de cotillón. Con la excusa de erradicar al terrorismo interno, buscaron perpetuar el "orden" tras las continuas limpiezas. "No hay nada más ordenado que un cementerio".

Mi nombre es Andrea, una taurina de 21 años, metro setenta de altura, tez blanca como mi papá, pelo azabache enrulado como mi mamá. De buen físico, debo confesarlo, mis caderas siempre fueron motivo de murmullos entre los hombres mientras me veían pasar, y mis pequeños pero firmes pechos no eran por ello menos observados cuando mi vestimenta los insinuaba. Y eso me gusta... digo, me encanta sentirme deseada, anhelada, soñada, supongo que todas las mujeres tienen ese toque de vanidad o como quieran llamarlo.

Soy de temperamento fuerte, fiel a lo que siento, incondicional para con los míos. Quizá sea esa mi gran virtud y mi peor defecto. Pero no es solo eso lo que me caracteriza como persona, sino también mi espíritu de solidaridad... y fue ese mismo espíritu, esas ganas de ayudar a los que así lo necesitaban, las que me llevaron a convertirme en una de las cocineras del comedor para niños que se encontraba a pocas cuadras de mi casa. Setenta y tres niños se acercaban cada día con sus caritas percudidas y sus pies descalzos, setenta y tres angelitos que comían, jugaban, reían y se marchaban nuevamente hacia sus duras realidades que inocentes, ignoraban. Quizá eso es lo que más extraño de mi niñez, la inocencia y su mundillo aparte, lejos de toda maldad y ajeno a todo dolor.

Fue en ese mismo lugar donde, una tarde como las demás, conocí a Ernesto, un activista zurdo que se acercó al comedor para darle apoyo escolar a los niños, que en su mayoría, no conocían lo que era un lápiz y un papel, mucho menos una palabra.

Ernesto era un hombre de unos 35 años, casado, con dos hijos, poseído por un sólido espíritu revolucionario y con años de militancia en su partido político. Con su metro ochenta y su tupida barba, me hacía recordar a las fotos de los guerrilleros que marcharon heroicamente por las tierras bolivianas años atrás, bajo las órdenes del Comandante Che Guevara y por los que nunca había sentido ni el más mínimo vestigio de admiración. La fuerza solo nos conduce a la muerte, pensaba, mientras con un largo palo revolvía dentro de las grandes ollas el caldo para los niños.

Cuando la tarde moría y el ultimo de los niños cruzaba la puerta de salida rumbo a su casa, Ernesto me hablaba sobre el terrorismo de estado, las torturas, las desapariciones, el miedo impuesto en la sociedad para paralizarla, la falta de libertad, las desigualdades sociales, la injusticia, el dolor... me daba miedo, pero a la vez sentía ganas de gritar a los cuatro vientos que dejen de lastimarnos, que amemos a la vida. Como duele saber que un puñal se entierra lentamente en el pecho de nuestros sueños y esperanzas, y no podemos hacer más que cerrar los ojos y los puños, en silencio... en silencio.

- ¿Porqué lloras divina?.-

- Ernesto, no puedo dejar de pensar en todos aquéllos que jamás volverán a sus casas. Nunca creí escuchar de personas que desaparecen como si fuesen pompas de jabón.-

- Princesa, no llores. La revolución esta cerca... se puede oír sus pasos y oler su dulce aroma a victoria. Debemos resistir y no aflojar en nuestra lucha.- Me estrechó entre sus brazos y mi húmedo rostro se recostó manso sobre su pecho. Los latidos de su corazón se asemejaban a un galope desesperado hacia las líneas de un horizonte inalcanzable y mis manos se aferraron a su cintura trayéndolo hacia mí. Desde aquél momento nació en mi una obsesión llamada Ernesto. Lo deseaba con todo mi corazón, con cada parte de mi cuerpo, y no me importaba en lo más mínimo que su estado civil grite casado y tenga dos hijos. Lo deseaba con locura, y no lo oculté.

Comencé a vestirme cada vez más provocativa... remeras con escote en V insinuando la redondez de mis pechos o pantalones Oxford bien ajustados a mis caderas... todo para lograr que sus ojos se posen en mi. Las charlas fueron tornándose cada vez mas personales... le preguntaba por su esposa, por sus hijos, quería saber de mis novios y amigos, me comentaba que la política abrió un abismo entre su mujer y él, le conté que solo había hecho el amor una vez y no fue para nada memorable.

Nunca antes un hombre me atrajo como Ernesto, lo deseaba con locura, lo amaba con el corazón, lo reclamaba cada curva, cada línea, cada pliegue de mi carne envuelta en la más ardiente de las lujurias... lo necesitaba en cuerpo y alma. En un principio solo deseaba por las noches, y me masturbaba mientras lo imaginaba besando mis pechos metido entre mis piernas, pero ahora, era las veinticuatro horas. Me masturbaba en el baño o en mi cuarto, sin horarios ni tapujos.

Fue el día previo a mi cumpleaños cuando el ambiente entre los dos se tornó realmente insostenible. No sé muy bien si fue debido a mi sugestiva vestimenta o a causa de los deseos que pululaban entre nosotros, pero apenas apareció en la mañana, su mirada se dirigió a mi escote y al saludarme, su beso de todos los días, sobre mi mejilla, se acercó peligrosamente a mis labios.

- Hola princesa... debo confesarte que hoy lucís hermosa.- ¿Qué está ocurriendo?. ¿Escuché bien?. No... no puedo creer que se esté fijando en mí. Mm, quizá me parezca... me tiene tan loquita que ya imagino cosas. Le ofrecí una sonrisa y no hice más que darle las gracias por el piropo.

– Mahia, ¿té pasa algo?- preguntó y sus ojos se hundieron en mi mirada. Me puse nerviosa, hace ya mucho tiempo venía soñando con esos ojos y esa mirada, pero no era el caso... sabía que llegado el momento me inhibiría totalmente.

- ¿Porqué me lo preguntas?-

- Es que noto que estás muy callada, inmersa en un silencio que no entiendo.-

- Nada Ernesto, es que... nada... solo me pareció raro que te hayas fijado en como luzco hoy.-

- Siempre me fijo en como estás... cada día.- No podía creer lo que mis oídos acababan de escuchar, y más sonriente que la Mona Lisa me dispuse a servirles el desayuno a los niños.

El día transcurrió inmerso en miradas furtivas, delicadas insinuaciones y charlas sugestivas cada vez que teníamos la posibilidad de cruzarnos en el comedor o en el patio, lejos de los chicos y de los demás voluntarios. Al pasar delante de él, agitaba mis caderas más de la cuenta mientras sus ojos seguramente se prendían de ella o simplemente le lanzaba profundas miradas acompañadas de las sonrisas más dulces y sensuales que podía brindar.

El sol comenzó a ceder ante el empuje de las horas hasta que el atardecer fue apagando los brillos del día. Pronto, los niños comenzaron a retirarse a sus respectivos hogares y a ellos los siguieron los voluntarios. Hace largo rato había pasado la hora de salida pero nos quedamos acomodando sillas, guardando platos y vasos, excusas para no irnos... para que el día no muera en vano.

- Mahia... Mañana es tu cumpleaños, ¿cierto?.-

- Cierto, desde ya estás invitado... no hace falta ni que lo diga.-

- Bebé, es imposible que pueda ir, no sabía como decírtelo... lo siento. Es que debo ir a una reunión vital para el futuro del partido y eso seguramente me va a llevar todo el día.-

- ¿Justo en mi cumpleaños?... ufa.- Realmente me entristeció escuchar eso. Deseaba poder estar a su lado el día en que me haría mayor de edad... 21 años... como pasa el tiempo. Y pensar que me resultan tan frescos los días de muñecas y vueltas en la calesita.

- Sabes que me hubiese encantado estar.- Se acercó hacia mí y se sentó sobre el borde de una mesa sin quitar jamás su mirada de mis ojos.

- Solo sé que no vas a estar y más nada.- Mi rostro se nubló y suavemente moví la cabeza hacia ambos lados... que mala suerte la mía... justo una maldita reunión en el día de mi cumpleaños. Solo faltaba que Fidel Castro ordene un ataque aéreo sobre la cuadra en donde se encontraba mi casa y chau fiesta.

- No te pongas así hermosa, es por eso que hoy me quedé hasta tan tarde. Para remediar mi ausencia en el día de mañana.-

-¿Para remediarla?... ¿Y vos crees que con solo estar un rato más podes remediar el mal que le vas a infligir a mi sensible almita?.- Nuevamente una sonrisa, como pocas dieron mis labios, se dibujó en mi rostro. Ernesto se cubrió el rostro con sus manos y respiró profundamente, como tomando todo el aire que nos rodeaba.

- Me hablas de esa manera y yo... yo no sé como dominarme nena, no juegues.-

- ¿Vos estás jugando?... porque yo no Ernesto.- Mis lujuriosos demonios interiores desgarraron mi paladar y hablaron desde mi boca... no podía creer la insinuación... mejor dicho, no podía creer la directa que, sin ruborizarme, le arroje justo en medio de sus ojos como si se tratase de una molotov.

- Mahia, no es fácil para mí y lo sabes.-

Ya no aguantaba más ese intrincado juego de seducciones y de histeriqueos dignos de dos adolescentes que ya no éramos, me había superado y ya no podría soportarlo ni un instante más. – Ernesto, tampoco es fácil para mí... y también lo sabes.-

- Dios... ¿Cómo es posible que hayamos llegado a esto?. Mahia, es mejor que lo dejemos así, y nadie saldrá lastimado.-

Era demasiado tarde, pues mis demonios me habían llevado demasiado lejos, crucé los límites de toda buena costumbre, arranqué de mi cuerpo las ropas de mi decencia y a decir verdad, nada tenía por perder. La confusión que danzaba en el rostro de Ernesto y el sabor a lo prohibido de la situación, lograron excitarme como en aquéllas noches en las que imaginaba su cuerpo de macho, solo que esta vez, ese cuerpo imaginado estaba a centímetros del fuego de mis entrañas.

- De todas maneras es inútil que no salga lastimada, es tarde para muchas cosas.- Mi mirada se transformó en la de una gata en celo, presta a que gocen con su cuerpo, no solo el corazón lo reclamaba. Necesitaba sentirlo, disfrutarlo, y haría todo lo posible para quebrantar la frágil resistencia que oponía a los embates de mis ardientes puñaladas.

Con mis manos me rodeé el cuello y desde allí, comenzaría un excitante tour que prometía un completo recorrido a través de todo mi cuerpo en llamas. Que excitación, que calor inmenso, jamás en toda mi vida imaginé siquiera sentir estos desbordantes deseos de ser poseída en todos los sentidos conocidos y no... ese hombre me había vuelto loca, la peor de todas, y yo feliz.

Atrevidas y suavemente, las yemas de mis dedos se deslizaban por el cuello, los hombros, el escote de la remera... mmm, puedo sentir como muere de ganas por verme los pechos, y a decir verdad, yo muero por que me los vea, pensaba. Muerdo sensualmente mi labio inferior mientras mis manos se posan mansas sobre mis dos senos y comienzo a amasarlos por sobre la remera. Mmm, que calentura, nunca me sentí tan libre y tan caliente.

- ¿Vas a seguir mirando sin hacer nada?.

Ernesto atónito y en silencio.

Al ver que no contestó la pregunta pero a su vez, tampoco había dado indicio alguno de querer irse, continúe con mi placentera faena. Me sacaba del mundo él apretarme los pechos, sentir la dureza de mis pezones y ese placentero dolor, ¡qué rico!... cuantas veces lo había hecho sola en mi cuarto o en el baño... cuantas pensando en este hombre... hasta que decidí aventurarme más hacia el sur, necesitaba con impúdica urgencia ir rumbo a los infiernos de mi pasión, sumergirme en ellos. Abandoné mis pechos y las yemas de los dedos se ocuparon de ir camino al centro de mi ebullición... costillas, pancita, ombliguito... las yemas de estos juguetones dedos me arrancaban todo resquicio de razón. Al llegar a la cintura no hice mas que desabotonarme el pantalón y dejarlo caer hasta el suelo sin parada de por medio... los talones fueron el tope.

- Ernesto... nunca fui así, solo vos logras ponerme de esta forma. ¿No podes reaccionar y darte cuenta de lo mucho que te estoy deseando?

Él continuaba inmerso en un silencio que ya comenzaba a preocuparme. Aún así, no cortaría por nada en el mundo el clima creado.

Los dedos de mi mano derecha cruzaron la línea de la bombachita... el pubis, los delgados vellos, el calor, la humedad... si, el húmedo fuego de mi palpitante sexo en flor me había empapado como nunca antes entre las piernas. Entonces comencé a frotarme los labios de la vagina de arriba hacia abajo, de arriba hacia abajo, mmm... cerré los ojos... aceleré el movimiento... en mi mente Ernesto no estaba solo parado frente a mí sino que pasaba su lengua por mi sexo, con locura y pasión desenfrenada.

Cuando abrí mis ojos, Ernesto se encontraba frente a mí, respirando aceleradamente sobre mi rostro.

- ¿Porqué me haces esto?, ¿Acaso no sabes que esto implica mucho más de lo que te puedo ofrecer?.

- Sé que no podes ofrecerme más que esto. ¿Vos no podes darte cuenta que estoy dispuesta a aceptar cualquier cosa?.

Un beso de proporciones épicas nos unió desde los labios y las lenguas no dejaron rincón de la boca sin visitar. Que delicioso sentir su aliento cálido, el sabor dulce de sus labios, la aspereza de su lengua, su saliva empapándome el alma. Eramos realmente dos locos devorándose a besos y juro que esa apreciación no se alejaba ni un milímetro siquiera de la realidad. ¿Si era amor?... ¿acaso importa?... quería pensar que no importaba.

De un solo tirón me arrancó la bombachita y me puso contra la pared, de espaldas a él. Escuché cuando bajó su cremallera y sentí como su caliente glande se apoyó entre los labios de mi mojada vagina. Lo pasaba por toda la línea de mi sexo sin introducirlo... me ponía loquísima, jugaba con mi calentura y juro que en ese momento hubiese matado por sentirlo clavado en mi interior.

- ¿Te gusta bebé?.

- Mmm, Dios... por favor, dale... no soporto más.

- ¿Qué no soportas?. Bebé... no tenes más que pedirlo y te lo doy. ¿Qué querés?.

- Quiero que me la metas, por favor... metémela Ernesto, soy toda tuya. Cogeme.

Cuando traté de girar mi cabeza para mirarlo a los ojos, sentí como su pija se enterraba en las profundidades de mi vagina obligándome a sacar cola y abrir mis piernas. Que placer más grande me estaba dando ese hombre, no podría explicarlo ni siendo SOCIEDAD. Con poderosos movimientos la metía y la sacaba arrancándome estampidas de jadeos y gritos como jamás pensé que podría emitir esa mujer que era yo antes de Ernesto.

Apoyé de lado mi cara contra la pared mientras él me succionaba el cuello como si fuese el conde Drácula versión porno y me penetraba con extremo salvajismo. El cielo estaba entre nosotros, cuantas ganas, cuanto placer, cuantos demonios mordiéndose entre sí.

De pronto sentí como mi vagina se vaciaba... me desesperé, necesitaba más, deseaba más, estaba loca por más. Ernesto me tomó por debajo de los brazos, me puso frente a él y me recostó sobre la mesa que minutos antes le había servido de apoyo. Agarró su hinchado y morado pene con una mano y nuevamente lo apoyó en la entrada de mi vagina. Ahí estaba el hombre que me había cambiado para siempre, con su rostro desencajado, sudado y jadeando.

- Nunca voy a olvidarme de este momento.- le dije.

- Tampoco yo.

Su pija se enterró hasta lo más profundo de un solo golpe y sus caderas dieron nuevamente rienda suelta al ritual del entra y sale, mete y saca. Me arrancó la remera escote en V y su boca se encargó de la dureza de mis pechos... que dolor tan rico... pensar que no creía que el placer era la sensación más cercana al dolor. Su lengua jugaba con mis pezones que pensaba, estallarían de un momento a otro, eran como dos volcanes de lujuria a punto de volar en mil pedazos... quedaría sin pechos.

Sus movimientos se hicieron más duros y espaciados, mi vagina se contraía más y más atrapando entre sus paredes a tan hermoso tronco... los jadeos no emitían sonido alguno, estaban llenos de silencio y cuando estallé en un orgasmo espectacular, él me llenó las entrañas con su caliente semen de macho. Ayyy... no puedo explicar lo que sentí en ese momento. Dios mío, nunca jamás creí que iba a vivir el éxtasis que acababa de experimentar en cuerpo y alma.

Ernesto permaneció sobre mí un buen rato. Su pene ya flácido descansaba entre los labios de mi vagina, mientras en mi entrepierna se derramaba toda la leche que mi adonis había expulsado en mi interior. Quizá nos dormimos unos minutos, no lo sé... todo era irreal.

Al despedirse, me dio un beso jugoso en mis labios y me dijo algo que no olvidaré.

- Mahia, feliz cumpleaños y bienvenida a mi futuro.

Se fue, vi su espalda perderse entre las calles de tierra de la villa y la oscuridad de la noche.

Jamás supe de él ni de su familia. Jamás supo que en mi vientre llevaba un hijo de su sangre. Jamás supo que una tarde un Falcón verde con cuatro hombres de negro patearon la puerta del comedor comunitario y me llevaron entre golpes, patadas, gritos. Jamás supo que estuve encerrada una eternidad sin relojes ni calendarios en una celda oscura y fría. Jamás sabría que me violaron cuantas veces quisieron... y más. Jamás se enteraría que apenas parí a nuestro hijo, me separaron de él y me llevaron a un descampado junto a otros como yo, con los ojos vendados y las manos atadas. Menos sabrá que apoyaron un arma en mi cabeza y dispararon. No sabría decirle cuantas veces, caí con el primer impacto, aunque la muerte me llegó cuando quitaron de mis brazos a nuestro bebé.

 

FUEGO - Gritaron todas al unísono. Quedaba bien claro cual era la decisión de aquellas madres, las Madres de Plaza de Mayo. Luchar por nosotros... los desaparecidos, no olvidarnos jamás, no perdonar a nuestros asesinos y a sus cómplices... jamás.

Y acá estoy, junto a treinta mil más, entre nuestras amadas madres, de ronda por la Plaza, aunque sé que a ellas no les gusta que llamen a su marcha, ronda, pues no rondan sobre lo mismo... marchan hacia algo. Si... porque quedan cosas por conseguir... mi hijo por ejemplo, y los hijos de tantos que no conocen la verdad, esa que se escribió con sangre y dolor.

 

 

Dedicada con el mayor de mis respetos a las Madres de Plaza de Mayo.-

 

Pobrecitos, creían que libertad era tan solo una palabra aguda / que muerte era tan solo grave o llana / y cárceles por suerte una palabra esdrújula. Olvidaban poner el acento en el hombre.

Botija aunque tengas pocos años / creo que hay que decirte la verdad / para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana / que casi me revientan los riñones.

Demasiado dolor para que te lo oculte / demasiado suplicio para que se me borre.

Llora botija, son macanas que los hombres no lloran / aquí lloramos todos / gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos.

Porque es mejor llorar que traicionar / porque es mejor llorar que traicionarse.

Llora... pero no olvides.

Mario Benedetti (fragmentos de su poema "Hombre Preso Que Mira A Su Hijo" de 1974).

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