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Siempre más

en Grandes Relatos

La pantalla está a oscuras.

Una voz irrumpe antes que cualquier imagen.

 

- Dame sueños esmeraldas para soñar, y te daré amor interminable.

- ¿Qué dices?

 

Con la parsimonia de las ceremonias de la carne y sus aguas, emergen de mi entrepierna unos ojos oscurecidos por los brillos de la lujuria. Las miradas de una mujer ardiendo de deseo conforman un lenguaje hecho de humedades, rigideces y llamas. Vaya, benditas las luces y las sombras que desprenden desde las profundidades del goce. Y esta mirada no escapa a ese lenguaje; imperturbable, incandescente y todo lo contrario. En sus pupilas, mi rostro inmerso en los fuegos del placer... mas no son esmeraldas.

Una sonrisa ajada por la dureza de mi éxtasis posa sus labios entreabiertos sobre el glande para continuar con su danza incendiada de mordiscos y lengüetazos.

Succiona mientras con unas de sus manos aprieta la dureza del tronco y lo recorre de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, en toda su extensión. Arqueo mi espalda desgarrándome en espasmos que me soban con sus filos precisos y me desangran entre sudores y escalofríos.

Muerde con celo animal la corona de mi pene mientras su lengua se desliza ardiente por los bordes del glande.

- ¿Te gusta? – desprende desde sus labios ocupados por mi falo candente.

- Tu sigue, no te detengas – musito con los dientes apretados y el aire convertido ya en agitación.

Sus cabellos rubios se derraman sobre mi pubis y su mano libre de mi falo, se recuesta en mi abdomen mientras rasguña, marcando un territorio que jamás será suyo. Mas no son esmeraldas, pienso y cierro mis ojos.

Mi alma no se encuentra en este cuerpo entregado al placer ni mi corazón late dentro de este pecho alborotado por los rubores de la excitación. Ni siquiera permanecen escondidos en algún lugar de esta habitación o en la contigua a estas paredes empañadas de humedad y calor. No la busques aquí, pienso, y me rasguña el pecho hasta llegar al mentón.

- ¿Te gusta como lo estoy haciendo? – dice y se aleja de mi pene.

- Calla y sigue con lo que estabas -

Y esos labios nuevamente surcando la totalidad mi sexo, otra vez la humedad de su boca alojando mi dureza. No me placen sus palabras, ni su voz, ni siquiera sus miradas... quiero descontrol hormonal, adrenalina en continuo avance. Solo eso.

Siento como su lengua lame cada centímetro, de la punta a la base, en una acción que repite una y otra vez, y mis garras se entierran en la suavidad de sus cabellos acompasando a sus movimientos de sube y baja. Puedo oír el sonido de cada pasada, los chasquidos de los jugos… y eso me excita aún más.

De pronto, su mano empuja a mi falo contra el ardor de mi pubis y dentellea cual gata, en la bolsa de mis testículos. Hundo la cabeza en la almohada, aprieto mis párpados, rechino los dientes

– Te encanta, lo sé, pero no lo dirás por orgulloso – dice y se relame mientras vuelve a empuñar mi pene. Soy placer, y soy silencio, no por orgullo sino por lejano.

Mi glande entre sus labios, su lengua suave y caliente lamiendo los bordes y deteniéndose golosa en aquel orificio. Saborea la transparencia amarga que emana desde él hasta engullirse la totalidad del capullo. Lo disfruta, entierra sus uñas en mi pecho mientras la otra mano acaricia a mis bolas. Que deliciosa imagen cuando comienza a introducirse dentro de su boca. Y luego ese salvajismo en querer llegar hasta la base, una y otra vez. Hace arcadas, tose, ronronea, nada la detiene.

Hundo mis garras en su cabeza y su boca me devora por centímetro. Mis caderas descontroladas, su mano enterrándome las uñas bajo del mentón y mi semen derramándose viscoso dentro de su boca, entre sus dientes, en su garganta, chorreando desde las comisuras de sus labios, en su mentón, restos sobre mi pubis, en mis testículos.

Abro mis ojos oscuros cual alas de cuervo – Debes irte – le digo mientras trato de reincorporarme.

- ¿Qué dices?

- Que te vayas ¿o acaso, no entiendes español? – respondo con mi espalda apoyada en la cabecera de hierro forjado de la cama y las manos detrás de mi espalda.

- ¿Estás hablándome en serio? – refunfuña tras buscar sin triunfo el filo de mis pupilas - Lo sabía, eres un hijo de puta y jamás vas a dejar de serlo. Realmente creí que habías cambiado, incluso esa frase de mierda me sonó muy real... pero ya ves, seguirás siendo el mismo cabrón solitario de siempre. Maldito cabrón, maldito cabrón.

- Vete, princesita de nada – musito con mis ojos sumergidos en los suyos.

- Maldito cabrón, te vas a arrepentir – y sus uñas se clavan en mis hombros.

Con la velocidad de la luz, mi derecha abandona su refugio y forma una elipse plateado en el aire, cerca del cuello fino de aquella ninfa. Se humedecen sus ojos. Se entumecen sus labios. Y desde su yugular una línea carmesí que desciende hacia los infiernos.

- Mas no son esmeraldas.

 

 

 

 

 

 

Siempre fue placentero echarme sobre la arena blanca de alguna playa perdida, y observar las líneas que el mar desprende antes de ser horizonte. En ellas se desliza la armonía y la paz que he perdido con el correr de estos pasos grotescos. ¿Por qué tendré los dedos de los pies tan cortos? Mi padre se lo adjudica a mi madre, que se lo adjudica a un tío de su abuelo materno, que lo adjudicaba a sus antepasados húngaros. En fin, luego de la respuesta, jamás lo volví a preguntar. Odio las complicaciones.

¿Y esa mujer? Vaya espejismo de realidad ¡Qué par de piernas! Perfectamente contorneadas, finas, bronceadas, brillando en la humedad del sudor y el protector solar ¿Alguien podría aclararme si ese tipo tiene conciencia de su suerte? En su lugar la tomaría de la mano – como mínimo - y la llevaría a las profundidades del infierno. Cabrón engreído, le caería a puñetazos por esconderse detrás de un muro de machismo innecesario. Aún así ella lo sigue observándolo como si se tratase de la única imagen que sus ojos pudiesen reflejar. En fin, un cabrón engreído y con suerte. No sé porque me molesta, lo poseo todo, incluso al amor más grande que haya existido. Pero mis dedos continúan tan cortos como siempre Esa sí que es una gran suerte, irónicamente hablando, maldita sea la naturaleza. Mejor mirar las profundidades claras del cielo infinito y evitar pensamientos que provoquen la ira de mis demonios danzantes.

Nada de nubes ni de albatros, ni siquiera la brisa cálida de un típico día soleado a orillas del mar. Sí, un techo con humedades desperdigadas en sus contornos oscuros, una lámpara pendiendo en el centro del mismo, dos grietas susurrando la idea de un derrumbe, una lágrima borroneando cada imagen antes mencionada, un cuerpo en descomposición debajo de la cama. Y mucha sangre.

A veces la muerte no es más que la única alternativa. La salida honrosa de un mar de bajezas y arrepentimientos ¿Apología al delito? Solo un modo de ver a la muerte como lo que es, un hecho real y natural, sea inducida o no. La pistola descansa agobiada en mi cintura y está cargada. Siempre lo está. Y lo que cuesta erradicar a los demonios danzantes que se deslizan en mi alma. Soy oscuro, mierda, siempre será así… y lo sabías.

Que te atrae, te excita, te enloquece. Que vuelas dentro de su mente y te encuentras enceguecida por esos brillos, por esas malditas luces de niño bien, de galán locuaz. Que lo deseas, te humedece, se endurece ¿Debo felicitarte? ¿Qué harías tú en mi lugar? ¿Sonreirías como si nada pasara, como si se tratase de un hecho corriente? Lo haría si no me importaras, pero me importas, y me desgarra imaginarlos, incita a mi negrura. Háblame, dime que pensabas al decirme que podrías perderte en el cielo de mis olvidos; dime si lo has dicho solo por alejarme o es algo que pensaste en un momento de ideas grises ¿Qué no puedes hablar? Estás con él... puedo olerlo... su asquerosa pulcritud, su belleza de estirpe, su sangre de linaje. Pues voy para allá. Sí, iré... no lograrás impedirlo, iré y los mataré. Sabes que lo haré.

 

Tuuuuuuu Tuuuuuuu Tuuuuuuu (el tubo del teléfono pendiendo desde la base)

 

 

 

 

Cuanto odio alojándose en las yemas de mis dedos, corriendo a través de mi torrente sanguíneo, estallando en cada dendrita. Mis ojos oscuros brillan entre sus sombras, el corazón late con su constante presencia, mis pasos dejan huellas de furia. El odio, un sentimiento demonizado. Todos prefieren abrazarse a la idea de su negatividad y lo menosprecian, lo relegan, lo niegan, cuando la intensidad de su efecto nos lleva hacia los mismos sitios que el amor, pero lúgubre en su camino... y sórdido. Cobardes, se enorgullecen por la supresión de los instintos y los impulsos naturales negándose así la mismísima esencia que nos convierte en humanos.

Y cuanto amor floreciendo en cada nuevo latido de este pecho que vive en su nombre, en los brillos de los amaneceres a su lado, en las lunas enjoyadas que poseen su rostro, en la brisa nocturna envolviéndome el alma, en su aroma, sus humedades, sus deseos, sus ojos... mis sueños esmeraldas. La amo, y tanto es el amor fluyendo entre mis sombras y las suyas, que estos celos devoran la carne de mis sentidos como cuervos oscuros desgarrando pieles suaves. La amo, aunque nos ocultemos del entorno y sus luces, bajo la noche de nuestro sentimiento. Te amo mi alada oscura.

 

 

Nuestra primera noche abarca mis pensamientos mientras el automóvil avanza por la autopista a través de la noche.

Que perfecta conjugación de sentires, de añoranzas, de oscuridades, de luces, de un amor que nació antes de todo tiempo. Te he buscado toda mi vida. También yo mi amor. Amantes hasta el fin, unidos bajo el agua, dos sepulcros y un amor, no más lagrimas, no más dolor. Esta noche abrázame aunque este abrazo tenga un mes de vida. Es que sin ti es como estar en Siberia. Ave de paso me siento, sin alas, sin viento. Y así vamos, poetas de la oscuridad bajo el frío mármol gris, que no mueran jamás quienes aman así.

Aquella noche, el viento soplaba suave sobre la copa de los árboles de este bosque esmeralda; y tras un largo vuelo de desencuentros decidimos crear una morada que nos reuniera tantas veces sea posible. El primer te amo hizo eco en la eternidad y cuando las palabras no pudieron expresar a las ondulantes llamas del sentimiento, el lenguaje de los cuerpos se encargó de hacerlo. Dos oscuros, dos bestias nocturnas, dos animales hambrientos de sangre y un solo latido en sus pechos. Te amo. Mil veces te amo. Y un siempre más.

Mis pasos comenzaron a rodearla, como los lobos lo hacen para confundir a su presa. El brillo de sus ojos esmeraldas se clavaron en la negrura de mis pupilas y una sonrisa de lado inauguró su batalla. No podía ser de otra manera... ella no es presa de nadie. Así de iguales.

 

- Dame sueños esmeraldas para soñar, y te daré amor interminable.

- Mis ojos, y con ellos mi alma, amado ángel oscuro – respondió.

 

Las distancias entre los cuerpos se acortaron hasta deshacerse en un abrazo eterno. En mi pecho, la turgencia de sus pechos y la dureza de sus pezones, en mi abdomen su abdomen, piernas enlazadas, pelvis amalgamadas, movimientos tenues, agitación en crecimiento. Sus dedos comenzaron a pasearse por la inmensidad de mi espalda mientras mis labios se aferraron a su cuello, para succionarlo de manera apasionada.

 

- Te amo, mi alada oscura – y mis garras la tomaron de sus muslos firmes empujándola contra mi entrepierna.

- Te amo, ángel oscuro – y sus labios se abrieron buscando a mi cuello entregado.

 

Dos bestias devorándose la vida y naciendo en cada muerte; el amor también se hace en las oscuridades. Dos cazadores nocturnos cayendo como presas, invadidos por el sentimiento más glorioso jamás sentido en este mundo de desencuentros y palideces. Dos pecadores redimiéndose ante la poderosa espada de una pasión que los renueva cada vida, pues solo suyos, el uno del otro. Nos pertenecemos desde siempre, siempre más.

 

- Solo Tuyo.

- Solo Tuya.

 

Se conectaron las sombras de las pupilas, se acoplaron los lagos oculares, hasta que nos reflejamos felices y deseosos en la mirada del ser amado. Se mordió el labio inferior - hasta lograr una pequeña herida - y un delgado hilo de carmesí comenzó a descender hacia su mentón. Clavé mis dientes en mi labio superior y también sangré. Reflejadas las almas en las gotas de sangre. Las miradas inundándose de penumbras y fulgores de desenfreno. Y la pasión contenida estalló dentro de los pechos, justo en el epicentro del alma.

Sedientos, atropellados, alocados de tanto por dar, mis labios oprimieron a su labio inferior sangrante y su boca hizo lo mismo con mi labio superior cortado. Los alientos calientes se impregnaron de sangre y deseo derramándose arrebatados en las comisuras de las bocas ocupadas, y entre succiones se entreveraban los filos de dos almas, un amor. Por segundos, se alejaron los rostros sin desconectar la perfecta unión de las miradas, convirtiéndonos en cíclopes deseosos de que fuese ese, nuestro instante eterno. Temblaban las piernas, oprimían los pechos inmersos en galopes hacia las tierras de las sensaciones más profundas y verdaderas. Y luego EL BESO, ese beso tan esperado, tan añorado, tan soñado... ese beso que valía mil vidas de espera. Labios sobre labios, fuego sobre fuego, alientos sobre alientos, y agitación, desenfreno, desesperación.

Enterradas sus uñas en mi espalda, comenzaron a desgarrar la piel camino hacia mis glúteos y mis manos inquietas se apretaban como garras en las curvas de sus caderas. Garras que apoyaron la punta de sus dedos sobre el coxis de su amada y oprimieron con fuerza, deslizándose hacia abajo. Garras que se abrieron para cerrarse sobre esas nalgas firmes y entregadas al placer de los placeres. Garras que comenzaron a debatirse entre apretones y caricias enardecidas hasta que los dedos se abrieron paso entre los muslos, y en el final de aquella hendidura, el comienzo de otra, húmeda, suave, cálida.

 

- Te amo, por dios, cuanto te amo. Hazme el amor, mi ángel, hazme el amor – musitó perdida en el fuego del beso más hermoso de todos, aquel que sella la eternidad del amor, ese mismo que hemos soñado cada noche, lágrima a lágrima.

 

- Te amo mi alada, te amo de la manera más apasionada. Me muero por vos mi amor, me muero por vos – y cuatro ojos humedecidos, dos bocas deshaciéndose en beso, dos cuerpos deseando ser uno, dos almas que siempre serán una.

 

Y sus piernas abriéndose a las pasiones, su sexo palpitante, el brillo de su humedad, el infierno de su interior, el olor de sus ganas, sus uñas enterradas en mis glúteos, sus piernas enlazándose alrededor de mis caderas, sus pechos sobre mi pecho, los sudores, los escalofríos, los espasmos... y el beso.

La tomo desde sus muslos, la aprieto contra mi cuerpo, mientras mi glande entre ardores y humedades, busca la suavidad de su entrepierna hasta posarse entre los labios mojados de su vagina. Permanece apoyado, apenas hundiéndose entre la línea caliente de su sexo, y lo muevo lentamente, de arriba hacia abajo, hacia los lados.

- Hazme el amor, por favor, házmelo – jadeó con sus ojos nublados y su boca abarcando a mis labios mientras empujaba contra mi dureza sin ser aun penetrada por ella.

Mis glúteos empujaron hacia ella hundiéndome en su interior, perdiéndome entre sus humedades, hasta la base. Y luego el vaivén, el frenesí alocado golpeando a los pubis, los gemidos de excitación descontrolada, las respiraciones aceleradas al punto del ahogo, el beso brusco y tosco amalgamando bocas, las miradas bajo la fuerza de los párpados, el infierno alojándose en las carnes, en el alma. Y el espasmo recorriendo las espaldas, los abdómenes, las caderas, y los temblores arrebatándonos las piernas, las manos clavándose hasta abrir heridas, los millones de te amo con voces quebradas, las lagrimas por tanto deseo, por tanta pasión. Y el estallido, la implosión, las aguas, mi semen derramándose en su interior, su interior deshaciéndose a mares sobre mí, y los movimientos finales, con el último hilo de fuerzas.

 

- Te amo mi oscura.

- Te amo mi príncipe.

 

 

 

Se acabó la autopista, empezó el desenlace de mi ira. Derribo una puerta, luego otra, cae un jarrón persa, pateo sus fragmentos y saco el arma de entre mis ropas, plateada como los rayos de la luna, contundente como la misma muerte. Mis garras a cada lado de mi cuerpo y mis ojos abarcando aquella imagen motivo de todos mis odios. Ella, él, ambos sentados sobre un sofá rojo con una maldita copa de ajenjo en sus manos.

 

- ¿Qué crees que estás haciendo? ¿Cómo te atreves a entrar de esa manera en mi posada? Piérdete en tu cielo de soledades y odios inútiles. Vamos, vuela lejos – esputa el hombrecillo atractivo y elegante, con sus aires de grandeza y superioridad intelectual.

- Oscuro, te he dicho que no vengas. Vete, que luego lo hablamos, más tranquilos – dice mi amada con sus labios apretados.

- ¿Qué luego lo hablamos? ¿Qué me vaya? ¿Cómo puedes estar con este tipejo? Acaso, ¿crees que soy estúpido? – esputo mordiéndome los labios y mi derecha armada con el dedo sobre el gatillo apunta a su cuello fino, tan bello, tan mío… y no.

- Déjate de idioteces, cobarde. Vete de aquí maldito, antes de que te deshaga el alma – grita el dueño de casa. Ella permanece en silencio.

- ¿Deshacerme el alma? – llevo la mira del arma hacia su pecho de estirpe - ¿Tú, deshacerme el alma?

- Basta mi amor, deja eso. Me amas tal cual soy. También soy lo que ves, una cazadora como lo eres tú. Él solo significa lo que sabemos. Te amo, por dios, ¿no lo ves? Te amo solo a ti, siempre más. Solo tuya mi amor, solo tuya – y dos lágrimas nacaradas descienden desde sus ojos.

- Ha sido suficiente. Vete antes de que te arrepientas de haber venido – irrumpe el tipejo entre nuestras miradas enamoradas.

Clavo mi mirada en sus ojos nada, sonrío de lado y bajo el arma – Es mía, soy suyo, somos libres, para siempre. Lo lamento por ti – y arrojo el arma a mis pies. Mis pupilas se derraman en las pupilas de mi alada oscura y asiento con la cabeza – Te amo mi todo, mi espejo, mi igual – Y lentamente giro hacia la salida.

 

Dos pasos y escucho ruido de ropas, de metal asesino emergiendo desde las sombras, de gárgolas limándose los dientes, de parcas lustrando sus filos y vuelvo mi vista hacia el sofá rojo, más precisamente a las manos del tipejo. Lo imaginé, también es cazador, y como tal, defenderá a diente partido tanto orgullo de elite.

 

- No lo hagas maldito, no te atrevas – esboza mi alada corriendo hacia mí en su afán de protegerme. Y la sonrisa brillante del tipo, y sus ojos llenos de muerte, de soberbia, de triunfo. Un disparo ensordecedor, un destello atravesando oscuridades y luces incrustándose en mi carne, directo al hombro derecho. Y un segundo estallido, vil metal homicida destruyendo tiempo y espacio, quebrando la fuerza de mis rodillas, deshaciendo entre sombras a mi mirada, desgarrándome el pecho, justo debajo del tatuaje coronario que lleva el nombre de mi amada.

- Mierda – y mis rodillas se clavan en el piso sosteniéndome por un segundo, en un vaivén que amenaza con el colapso de mis sentidos, hasta que mi cuerpo cae vencido hacia atrás. Escucho lejanos a los gritos desgarradores de mi amada, insultando al destino, a las elecciones y a mi asesino. Y luego un tercer estallido, y un cuarto, y un quinto. Levanto mi cabeza con el último vestigio de fuerzas - pesa tanto - y mis párpados, y mis latidos. El arma se encuentra entre las manos de mi amada, y el cuerpo sin vida del tipejo a sus pies.

Arroja el arma con desprecio y corre desesperadamente hacia mí. Me toma entre sus brazos, clava la negrura de sus pupilas en mis ojos oscuros y derrama sus lágrimas sobre mi rostro

– Te amo mi amado, te amo. No me dejes sola, por favor, no me abandones. No puedo seguir si no estás, no te vayas. Quédate conmigo mi amor, o llévame... pero no me dejes sin ti – y besa mi frente con fuerza – No me dejes sola, abrázame mi todo, quiero sentirte.

 

Como duele no poder abrazarla. Si tan solo pudiera moverme. Como lastima no poder decirle todo lo que la amo, agradecerle toda la felicidad que me ha dado, decirle que ha sido lo más hermoso de toda mi vida.

Sus lágrimas empapan mi rostro y mis labios se abren en un intento de emitir un sonido, una palabra. Toda mi alma en ese movimiento, y todo lo que queda de vida.

 

Siempre más…

 

 

La pantalla está a oscuras.

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