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Memorias de un adicto (version mejorada)

en Confesiones

Memorias de un adicto

(Por el amor a las drogas…)

El sol acaba de salir con todo lo que ello significa, atravesando con sus hilos dorados a los vidrios de la ventana por la cual mi mente se pierde más allá. Una puerta de alambre, el camino que conlleva a ella, un automóvil estacionado en una acera precaria, duraznos, manzanos, arbustos varios, la inmensidad del campo, verde profundo, el horizonte limpio e infinito, por fin el sol.

- Sé que en cuanto me empiezo a picar, me voy al carajo – digo mientras mi mirada abandona el exterior y se fija en una mancha de tinta sobre el escritorio – O sea, me voy al carajo y no vuelvo por mucho tiempo. Cuando una sucesión de temblores en mis extremidades hicieron que la jeringa cayera de mis manos, pensé... soy adicto... necesito ayuda.

¿Los doctores escuchan lo que decimos? Jamás sabré donde se encuentran cuando están sentados del lado más cómodo del escritorio; detrás de gafas intelectuales observan impávidos entre las cejas de quien se encuentra en este lado del escritorio, el banquillo de los acusados, como lo llamaría cualquier habitante de esta prisión sin barrotes ni balas de goma.

La granja - alejada del vértigo y el bullicio de las ciudades - es una Comunidad Terapéutica en la cual me encuentro internado desde hace un mes, por propia voluntad. A diferencia de las clínicas, aquí casi no se emplea medicación y basan su eficacia en los grupos de pares, que funcionan como espejos, como críticos, como sostén. En la Granja, las reglas son muy claras; los internos nos encargamos de todas las actividades; cocinamos, sembramos, limpiamos, en fin... todo para ocupar la mente y las ganas en otras cosas.

- ¿Te consideras un adicto? – pregunta mientras dirige su mirada hacia las nadas del frente.

- ¿Estaría aquí de no considerarlo? – respondo apoyando los codos en el borde del escritorio para colocar el rostro entre mis manos.

- Ira, estás lleno de ira y lo entiendo, pero, ¿tienes idea que la provoca?

- Tengo una idea, pero no estoy seguro – mis ojos se entierran en los suyos – Probablemente sea producto de la abstinencia que retuerce a mi estómago quitándome la respiración, al punto de tumbarme en el suelo. O tal vez, exista una pequeña posibilidad de que este mes de conferencias de grupo, sesiones de terapia, comidas con sabor a mierda en platos de cartón y preguntas sin sentido, me hayan llenado las pelotas. He perdido familia, amigos, trabajo, lazos de amor... he perdido mi vida, maldita sea. ¿Acaso le parece poco?

- Lo sé muy bien... todos aquí han perdido su vida en manos de una adicción; pero pueden recuperarla si así se lo proponen – dice acomodándose las gafas – Sólo debes esmerarte y aceptar tu problema en la dimensión que corresponde; esa es la clave de la desintoxicación. Porque imagino que quieres curarte, ¿no es cierto?

- Y que me respete; también quiero que me respete. Usted no tiene idea de lo que es estar en este lado de su escritorio de roble fino y sentir que está pensando en su lista de compras, mientras le cuento de mis ganas de morir. No soy sólo un puto número de entrada y otro de salida, sin latidos ni conciencia, soy un ser humano; empiece por respetarme como tal.

No es nada fácil estar internado; por más que haya sido por propia voluntad, y en una bella granja de los suburbios... no deja de ser una prisión, el rincón del exilio, el escondite debajo de una alfombra. Y más aún, no es nada fácil atravesar los síntomas de la abstinencia... claro que no.

 

***

 

 - ¿Queda algo? – le pregunto a Dévora.

La pileta de la cocina desbordaba de platos sucios. Sobre la mesa... un espejo, un tubo, una goma, dos jeringas, y un libro de poemas oscuros autoría de Jim Morrison. Mi Les Paul de dos mil dólares a un costado de la silla y Dévora, sentada en mi regazo. Su espalda pegada contra mi pecho, sus glúteos esparcidos sobre mis piernas y mis manos alojándose debajo de su blusa, en el nacimiento de sus senos.

- ¿No ha sido suficiente? – contesta sin dejar de acariciar con las yemas de sus dedos, la primera y segunda cuerda de la guitarra.

- No mientras quede algo, tú ya sabes – y le beso el cuello – Mi compañera cósmica, acabémosla toda de una vez y luego hagamos el amor como dos salvajes.

Desde un pequeño bolsillo de su blusa saca un sobre metalizado; lo abre y el cielo en primavera. Cinco gramos de cocaína, lo que mi cuerpo y mi mente necesitaban para continuar funcionando. Desparrama el polen sagrado sobre el espejo y lo separa en líneas delgadas. Tomo el tubo y lo llevo hacia mi nariz; acto seguido, lo acerco hacia la primer línea y aspiro profundamente. Brillo en mis ojos, adormecimiento en los labios, cosquilleo en las manos y en los pies, sudor frío, tensa tranquilidad, mucha luz... pienso, el paraíso debe tener un gran mercado libre de drogas, ¡Gloria a dios!

Dévora siempre me sigue, no importa de qué se trate. El amor nos hace débiles y sumisos, dice cada vez que vomitamos luego de una resaca de drogas. Aprieta sus muelas, cierra los ojos, toma el tubo y aspira.

- Por ti, por mí, por los dos – dice y se frota sobre mí.

- Por los dos – y mis manos firmando con caricias lo que los cuerpos claman.

Toma los bordes de su falda y agachándose levemente, la levanta hasta dejar sus muslos al desnudo.

Jamás de los jamases dejes esperando a una mujer excitada pero, por nada del mundo, te hagas esperar a ti mismo. Hundo mi mano en su ropa íntima, y sin romanticismo ni preámbulos de sensualidad, jalo de ella. Se estira primero, adhiriéndose a su piel hasta que cede desgarrándose desde sus tiras. Dichosos los ojos que puedan perderse en esta visión, su cintura abriéndose en curvas perfectas que se cierran a la altura de dos piernas esbeltas; dichosa la imagen de una mujer de espaldas y desnuda, a la espera de la embestida.

El espejo que se rompe contra el piso, rueda el tubo; el libro de poemas que cae junto a las dos jeringas y yo que desabotono mi pantalón. Dévora se aferra a los bordes de la mesa, recuesta su cuerpo sobre ella y, mirándome de costado, con sus cabellos dorados derramándose en su espalda, dice "házmelo". Por un momento, centro mis pensamientos en el dibujo que su aliento deja sobre el plastificado de madera. Pienso "necesitaría algo más de droga". Vaya mierda, primero lo primero. Observo mi Les Paul blanca a un costado de la escena, y vuelvo de ese instante en blanco.

Ubico mis manos a cada lado de su cuerpo y empujo hacia su interior. Vaivén salvaje, sus glúteos contra mi pelvis, chasquido de carnes húmedas, el crujir de la mesa, sus jadeos, mis suspiros; un collage lujurioso, un viaje único y, a pura propulsión de estupefacientes, el despegue hacia el cielo esmeralda.

 

***

 

La voz del doctor me arranca de aquel recuerdo mientras posa su mano sobre mi mano y la sacude levemente - ¿Estás aquí?

- Estoy aquí... lamentablemente estoy aquí – le respondo con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta – Estoy aquí; solo e inmerso en la noche más oscura, enfrentado a un muro que me impide ver más allá de mis narices. Duele sentir que todo se ha perdido entre remolinos de excesos y caprichos; pero más duele saber que he abierto heridas permanentes en los seres que me han querido. Mierda, ¡cómo duele!

 

***

 

El dueño de un rostro pálido y ojeroso habla por teléfono. Él es Juan, un proveedor de drogas, cocinero personal y, por consiguiente, mi mejor amigo. Días atrás me había comentado de sus nuevas conexiones y de la pureza de sus piedras. Estaba muy ansioso.

Recostada sobre un sofá rojo, Dévora observa como toco mi Les Paul sentado en el piso. Los acordes morrisonianos de You´re Lost Little Girl se pasean por el living, acariciando oídos, latidos, quimeras…

Juan quita el tubo de su oído y lo apoya en su pecho – Omar, pones cincuenta dólares en mi bolsillo y en quince minutos tienes tu maldita droga y todo el esplendor de su brillo. ¿La quieres o no?

- ¿Me viste cara de un joven rico o de idiota? Aquí no tengo esa suma – le digo, mientras ubico la guitarra en un costado.

- Te tengo simpatía, pero negocios son negocios y estos se realizan con dinero de por medio. Si no hay uno tampoco habrá el otro – dice mientras mira a Dévora.

- No seas cabrón, sabes que te lo daré en cuanto consiga tocar en algún bar. Es más, puedes quedarte con mi guitarra y saldamos la cuenta.

- No me interesa un instrumento que no sé tocar, si no hay dinero, no hay droga – dice y sus ojos continúan posándose en el escote de mi chica – Aunque hablando de instrumentos me especializo en sacarle melodías a las mujeres. Tal vez, sea posible que cerremos el negocio si me prestas por esos quince minutos, a tu novia – y sonríe.

- ¿Te has vuelto loco? – digo mientras me pongo de pie y me dirijo hacia él – Mierda, no puedes ser tan hijo de puta.

- Es justo, vicio por vicio, lo tomas o lo dejas. Esa droga tiene decenas de compradores con billetes frescos, en sus bolsillos o en los ajenos, tú decides – y continúa recorriendo con su mirada la curva de los senos de Dévora.

Hundido en las ansias, me dirijo con paso vencido hacia ella; quinientas toneladas en cada pie y una piedra en mi garganta. Mis ojos húmedos, delatando la oscuridad de mi pesar, se posan sobre los suyos – Dev, mi amor… – susurro y apoyo mi mano sobre sus cabellos.

- No puedes pedirme eso, ¡no tienes derecho! – dice, rompiendo en lágrimas.

- Mi amor, por ti, por mí, por nosotros; son sólo quince minutos... por favor... sólo quince minutos – sollozo y la abrazo.

- ¿Y, Romeo? ¿hacemos trato o no? – apura Juan aún con el tubo del teléfono sobre su pecho.

- No puedo creer que nos hagas esto – dice Dévora con el rostro empapado en lágrimas mientras se pone de pie sin quitarme los ojos de encima – No puedo entenderlo.

- ¿Entonces? – pregunta Juan.

- Sí, hijo de puta... ¿me quieres coger? Pues no pierdas el tiempo... quince minutos y ya. Pero que sea aquí mismo – grita Dévora sentándose nuevamente en el sofá sin quitar su mirada indignada de mis ojos, penetrándome la conciencia – Tú quédate, no pierdas detalle de lo que cuesta "el polen sagrado".

- ¡Quince minutos, cabrón! – le grito.

- Quince minutos, suena el timbre de la puerta, y tienes tu jodida droga, tan simple como eso. Ahora sólo espera, tengo cosas que hacer – dice y yo odiándolo por liberar los demonios de mi adicción y ponerlos frente a lo que más amo. Pocas veces deseé matar, esta es una de ellas.

Mientras me siento en un rincón, puedo ver como se acerca a Dévora y se baja la bragueta – Ahora chúpamela putita, siente como se le para a un hombre lúcido – le dice lleno de lujuria.

"¿Qué estoy haciendo?", me repito una y otra vez cerrando mis ojos, mientras escucho los jadeos del muy malparido. Mil poses y humedades se expanden dentro de mi cabeza, "¿qué estoy haciendo?... soy un bastardo, soy peor que ese tipo, soy una mierda", y el chasquido de las carnes me perfora el cerebro, como la peor de las drogas. No puedo soportar... abro los ojos para ver lo que sucede y el castigo de Dévora consigue su efecto; mi alma se desmorona en cuanto aquella imagen ocupa mi vista.

Ella, de espaldas a él, con sus brazos apoyados sobre la cabecera del sofá y sus glúteos pegados, esta vez, a esa pelvis. La odio por un instante, la imagino gozando con cada embestida, mordiendo su labio inferior para ahogar gemidos de placer, hasta que me mira por sobre su hombro y en su rostro puedo ver que quien me odia es ella y que lo que muerde es rabia "por ti, por mí, por nosotros…"

Eternos minutos y dos sonidos: uno gutural ahogando el placer consumado desde la garganta de Juan; otro, el del timbre, bálsamo para sus lágrimas negras y mi alma arañada por una frase "jamás me lo perdonaré".

- Quince minutos de lujo – Cerrando su bragueta se dirige hacia la puerta y al abrirla recibe un paquete metalizado, con el oro blanco en su interior.

Dévora permanece desamparada en el sillón, con el rostro ausente de expresión. Su mirada yace perdida, quién sabe en qué sitio, y su llanto, ya carece hasta de lágrimas.

- Toda tuya, tu chica lo ha ganado por ti, espero que la disfrutes – dice poniéndome el paquete sobre la palma de la mano.

- Vete al carajo, hijo de puta – le respondo con la voz entrecortada.

- Amigo, por esa mierda tú le venderías el alma a quien sea, no me culpes por tus actos y elecciones que bastante tengo con las mías. Ofrezco la manzana… si caes en la tentación no es mi problema – Y, tras palmear mi hombro, mira a Dévora – Linda, no obligué a nadie, que quede claro – Abre la puerta y se pierde entre las sombras de la noche.

- Dev, mi amor… por ti, por mí, por los dos…

La respuesta del silencio lo dice todo.

 

***

 

 - Omar... ¿en qué piensas? – pregunta el doctor de pié a mi lado apoyando su mano sobre mi hombro – Debes pensar en el presente, sólo así podrás construir un futuro. Deseas salir de esto, lo sé... no desistas, muchacho… lucha… lucha.

El sol se encuentra en lo más alto del firmamento; puedo ver como sus rayos dorados penetran en el consultorio y millones de partículas lo rodean todo. Allí afuera, todo ocupa su lugar; la puerta de alambre, el camino que conlleva a ella, un automóvil estacionado en una acera precaria, duraznos, manzanos, arbustos varios, la inmensidad del campo, verde profundo, el horizonte limpio e infinito, y el sol... por fin el sol.

 

 

Dedicado a los adictos en vías de recuperación. Se puede.

 

 

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