Invócame... iré hacia ti pulverizando palabras con mi lengua de fuego, con las alas extendidas en la negrura, y los ojos quebrando todos los límites que te atan a las doctrinas y sus rezos. Dejame entrar a tu isla fatigada de latidos secos y lagrimas ocultas tras la bruma del conformismo, ven hacia mis velas como brisa desesperada... dame tu amor, tus ojos cansados, tu tristeza por querer salir de ti.
Excesos, placer, libertad, ¿quieres eso?, pues tómalo, que el goce desgarre a la carne en deseo, y derrame vuestra sangre carmesí sobre los paños de mi entrepierna. Pero siento el ardor de tu alma, quieres algo mas... deseos, sueños, éxtasis. Recreemos el mundo de una buena vez, desparramemos oscuridades desbordando los diques de lo intenso.
Invócame... llévame hasta el indicio de tu cercanía, el lugar de tu bendita presencia, y dame amor interminable en un beso. Mis labios aguardan latiendo tras la máscara de la espera, húmedos por la lengua que deseosa se pasea en salada relamida. Tu cuello se muere por mis fauces, tu frente se marchita sin mi beso, y la piel se incendia sin que puedas detener al devastador paso de las llamas de la lujuria.
Invócame, el que viaja a dedo está parado al costado del camino, y alza su pulgar de sombras y excesos con el sereno cálculo de la locura. Quiero revolcarme en tu carne, invadirte la mente, succionarte el alma. Quiero lamer tu mentón, y perderme en tu pecho, coronar mi atrevimiento con la lengua sobre tus pezones, y humedecerte la entrepierna, tanto como esta dureza que espera por ti. Quiero hundir mis garras en tu espalda mientras mi espada ardiente se apoya en tu sexo, y empuja, y penetra, y se pierde en el infierno de tus gemidos.
Invócame, dame una canción para cantar, dame la vida que he perdido en las profundidades de la selva de velas de Notre-Dame, dame lo que ya sabes, y te daré amor interminable.
Dedicado a Jim Morrison...