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Asesinato en tercera persona

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- Aléjate del arma y pon tus manos sobre la nuca.

 

Gritos que se tornan difusos, corridas a través de las escaleras, luces por todos lados, una puerta derribada frente a mí, vidrios rotos esparcidos por el piso, tres, cuatro, cinco policías apuntándome con sus armas; gusto metálico en mi boca, ardor en mis ojos. Mis rodillas clavándose en el piso de madera oscura de la sala principal de la casa, casquetes rojos de balas desperdigados a mi alrededor; una ithaca de culata recortada aún humeante desde su boca de acero, medio metro hacia mi izquierda. Siento un escalofrío recorriéndome desde la nuca hacia el coxis y tiemblo.

- Vamos hijo de puta, las manos sobre la nuca o te volamos la cabeza en lo que cante un puto gallo.

 

Me tiemblan las manos, las muñecas, los codos, los hombros, hasta el alma pareciera haberse ubicado en la yema de mis dedos solo para temblar. Ubico las manos delante de mis ojos con las palmas hacia arriba y separo los dedos unos de otros. Todo es carmesí; las líneas curvas o rectas, los dobleces, las cicatrices, las muñecas... todo es carmesí en mis manos. Me pregunto que es lo que ocurrió, cómo es que llegué a estar rodeado de policías deseosos de fusilarme ahí mismo. La respuesta es un misterio, un puñado de sombras danzando en mi mente, alfileres clavándose en el interior de mi cráneo.

De pronto un uniformado corre hacia mí y con su arma dibuja una elipse por sobre su cabeza. Mis reflejos están muertos, sólo mis manos se mueven al compás de un temblor desesperante y con ellas, las figuras en el fondo de mis pupilas. La culata del arma impacta brutalmente en mi sien derecha y caigo de costado sobre el piso. Ahora todo es negro.

***

Abro mis ojos lentamente, el párpado izquierdo duele muchísimo, siento como si una montaña se posase sobre él. Mis muñecas están rodeadas por unas esposas plateadas y las manos ubicadas sobre una mesa metálica. Aún tiemblan. Presiento que nunca dejarán de hacerlo. Un hombre calvo enormes cejas negras se encuentra sentado en el extremo opuesto de la mesa, de espaldas a una enorme ventana espejada y ladeado por cuatro policías de pie - Cabrón, habla de una buena vez. No tenemos todo el puto día para esperar a que te declares culpable – uno de sus dientes está partido y no puedo evitar detenerme en esa imperfección – Hijo de puta, confiesa – grita mientras un hilo de saliva se cuelga de su imperfección para luego derramarse sobre la mesa.

Elevo mi mirada y la ubico en sus ojos; relamo mis labios rugosos por la sequedad. Quisiera entender, darle respuesta a miles de preguntas que me azotan la mente y dilucidar porque diablos estoy aquí con un terrible golpe en la cabeza y esposado ante estos tipos. Respiro profundo. Noto que hasta me cuesta respirar – ¿Puede darme un vaso de agua y decirme que mierda está pasando?

Estrella su mirada achinada en mi rostro, rechinan sus dientes y aspira prácticamente todo el aire de la sala - Mal nacido, no me tomes el pelo y confiesa de una puta vez – vuelve a grita pero esta vez poniéndose de pie mientras se le hincha la yugular que amenaza con explotar. Apoya sus nudillos sobre la mesa y escupe hacia un costado – Acaso, ¿me dirás que no recuerdas nada? ¿Tú crees que puedes esbozar siquiera un argumento para evitar que te cortemos los huevos?

 

Muevo la cabeza hacia los lados y esgrimo una leve sonrisa – No quiero tomarle el pelo… solo un vaso de agua y mantener a mis huevos en su lugar – mientras lo digo pienso en que todo es un mal sueño del que deseo despertar lo antes posible.

 

- Eres gracioso – mira a uno de los policías que lo ladean y me señala con su índice izquierdo mientras carcajea – El cabrón es gracioso – el policía le devuelve una sonrisa forzada – Eres un hijo de puta gracioso – clava sus ojos en mis pupilas y tras morderse los labios me aplica un bofetón detrás de la oreja derecha que por poco me hace caer de la silla– Pedazo de mierda... te refrescaré la memoria

Toma un sobre de papel ubicado en un bolsillo interno de su campera azul y tras abrirlo, arroja su contenido sobre la mesa. Fotografías, son decenas de fotografías. No las quiero mirar, algo me dice que no debo hacerlo pero la curiosidad es inmensa y mi mirada se posa sobre una de ellas. Paredes blancas salpicadas de sangre, una persona recostada boca abajo sobre una cama con su brazo izquierdo colgando de ella y un agujero… un enorme agujero en su cabeza. En el piso una casaca de fútbol... el mismo equipo del cual es fanático Juan, mi hermano mayor. Juan... ese brazo tiene una pulsera similar a la que le regalé en el día de su cumpleaños, hace unos pocos días. Mis ojos se llenan de lágrimas y rápidamente llevo mi mirada hacia el hombre calvo.

- Pedazo de mierda, ¿ahora recuerdas? – vuelve a escupir hacia un costado.

 

- Por dios… ese es mi hermano Juan… ¿qué le ha pasado? ¿quién le hizo eso? – la humedad de mis ojos se convierte en copioso llanto y un escalofrío recorre toda la extensión de mi cuerpo. En mi pecho, los latidos galopan por las planicies de la desesperación, mi sangre fluye como torrentes de fuego a través de mis venas.

 

- Continúa observando las fotografías y dime tú que ha pasado, porque del autor ya estamos seguro  –

Mis manos tiemblan, las esposas y su cadena golpetean contra la mesa metálica. . Imágenes de una espalda, el sonido de un cargador, el estallido de un disparo, una cabeza abriéndose como una naranja arrojada contra el suelo. “Ojos violetas, maldita hija de puta” resuena en mi mente. La pared salpicada de sangre, el cargador de una ithaca nuevamente alimentando a ese poder de fuego. Muerdo mi labio inferior y mis lágrimas se derraman sobre las fotografías. Arden mis ojos, un infierno se asoma desde las pupilas dilatadas, llamarada de muerte deslizándose a través de mis pómulos, un dolor como ninguno desgarrándome el alma – Por dios, por dios... ¿qué mierda ha pasado? –

 

Otra fotografía muestra a una cama matrimonial de frazadas blancas con bordes azules y a dos cuerpos tomados de la mano con sus cabezas desechas sobre ella. Cabellos blancos por las nieves del tiempo empapados de carmesí... todo es carmesí... inclusive las manos aferradas de los que yacen en esa cama... una cama de caoba, esa que mi abuelo materno regaló a mis padres en su décimo sexto aniversario de casamiento.

Nuevamente el sonido del cargador, cartuchos humeantes cubriendo el piso del pasillo y mi mano abierta apoyándose sobre la puerta del cuarto de mis padres. Las bisagras rechinan, la puerta se abre lentamente y los dos ancianos durmiendo de la mano, como todas las noches, con sus cabezas hundidas en los almohadones de plumas, con sus arrugas descansando de los años, de tanto camino recorrido.

Dentro de mí, dos respiraciones, dos miradas, dos corazones; se nublan mis ojos, se cubren de lágrimas mientras una sombra con forma humana se abraza a mi cuerpo, se adhiere a mi alma, lo noto en mis manos sosteniendo el arma asesina, en mis brazos temblorosos. Unos ojos violetas y una sonrisa cínica conforman la imagen que me domina mientras el cargador y los estallidos desgarran al silencio de la noche y muestran a mi rostro iluminado por los fulgores de los disparos... un rostro que es mío y no.

Ojos violetas... maldita perra

Un crucifijo de metal cuelga desde la cabecera de la cama... se mece y gotea sangre. Todo es carmesí.

- Esto no ha pasado. No puede ser cierto, no puede ser… – repito una y otra vez moviendo mi cabeza hacia los lados mientras mis manos esposadas cubren mi rostro y los dedos quieren enterrarse en él. Mis ojos nadan en un mar de lágrimas, todo es borroso, todo es confuso, como los recuerdos que vienen a mi mente, imágenes que me torturan en cuerpo y alma. Con la parsimonia otorgada por el dolor, alejo las manos de mi rostro y las apoyo sobre la mesa. El hombre calvo observa de pie y sin emitir palabra se rasca el mentón. Uno de los policías muerde su labio inferior y agacha su cabeza.

Clavo la mirada en otra de las fotografías y veo en ella un pequeño bulto doblado sobre sí en el rincón de un cuarto en donde todo es celeste. Es el mismo color que posee la habitación de Ismael, mi hermano de seis años de edad. El color que según dice, es el de los angelitos que lo cuidan por las noches. Y por enésima vez el sonido del cargador y mi dedo índice derecho doblándose sobre el gatillo, la mirada pura del pequeño, las manitos sobre sus oídos, la inocencia deshaciéndose ante la boca de la ithaca “¿Y mis papis?” solloza mientras cierra sus ojitos pardos. La respuesta es el estallido del arma, el fulgor de su mensaje, el orificio en esa frente de ángel, un cartucho rojo golpeando contra el suelo, un cuerpecito doblándose ya sin vida contra un rincón... ese rincón en el cual jugaba a las escondidas. Todo es carmesí.

- Díganme que esto no es verdad. Esto no puede ser verdad…  no puede ser, esto  es una maldita pesadilla y quiero despertarme ya. Despierta, despierta – grito con todas mis fuerzas y más.

- Escoria, ésta noche cinco personas han sido asesinadas a sangre fría, entre ellas un niñito de seis años de edad, y tú… tú eres el asesino, esa es la única verdad -

- ¿Cinco? -

- Cinco, hijo de puta, cinco personas

 

La oscuridad del pasillo se desgarra con el fulgor de los relámpagos que atraviesan el ventanal, mis siluetas brillan en la penumbra y mi mano derecha abierta se apoya contra una puerta rosada. “Ojos violetas” eco que retumba en las cavernas de mi mente, imagen que devora a todas las imágenes y la puerta que se abre – ¿Qué haces aquí? – pregunta Silvana, mi hermana de veinte años que se encuentra con unos auriculares en sus oídos y las manos golpeando sus rodillas recostada en la cama. El arma aún humeando desde su boca, apoyada contra el marco de la puerta, mis pasos llevándome hacia la cama, botas negras salpicadas de sangre caliente, mirada vacía y fría. “No puedo, no puedo... manos no se muevan, pasos no avancen” y le quito los auriculares. “Vete de mi cuarto, déjame en paz” su ceño fruncido, su mano derecha alejando a mi mano izquierda, su falda corriéndose en el movimiento, ropa interior verde, piel blanca. “No puedo, mátame, por favor mátame” pero la frase no abandona mi boca, ni siquiera son mueca en el rostro. Mi mano derecha se pierde detrás de mí y al volver a ocupar su mirada, lo hace con una navaja plateada que refleja sus gestos de espanto. “No me gusta que bromees con eso. Vete de mi cuarto. Me asustas” un trueno la sobresalta, la hoja hace que sus labios empalidezcan, saboreo su miedo, lo disfruto. Y de un salto me adueñó de la cama, quedando con las piernas abiertas y ella en medio de la distancia entre una rodilla y otra, la navaja que pasea a través de su cuello fino, de su yugular a punto de estallar y una imagen devorando a las otras.

Tiemblan mis labios, los ojos se me deshacen entre lágrimas y el hombre calvo se ubica a mi derecha.

No lo hagas, por favor no lo hagas” se desgarran sus cuerdas vocales entre gritos y más gritos, pero no existen negativas cuando todo está decidido; mi mano izquierda desabotona mi pantalón y deja que mi pene erecto apunte hacia el techo. “No puedo evitarlo, maldita sea, mátame... Silvana mátame de una puta vez. Esto no puede estar pasando” y mis labios parecen cocidos, muertos en medio de un rostro petrificado y el silencio se amarra a ellos. Mi cuerpo que cae sobre el suyo y mi sexo apoyándose sobre ese pubis, mi mano derecha arrancando su ropa interior, mi izquierda con la navaja en su cuello y el glande posándose entre sus labios vaginales. Patalea y grita, llora y grita más fuerte, sus manos clavando las uñas en mi rostro, sus gestos bañados de lágrimas y pánico. Todo el pene en su interior, su vagina negándome, su labio inferior mordiéndose de dolor y mi carcajada... por dios, carcajeo. “Pequeña mátame, por dios mátame” acelero mis movimientos, arde el sexo, los ojos, las lágrimas, cada latido de este pecho y embisto con furia, más y más fuerte “Basta, por favor no sigas, no sigas” suplica, llora, grita.

- Hijo de puta, sólo dime una cosa. ¿Por qué a ella le diste otra muerte? ¿Qué tenía de especial? ¿Estabas enamorado de tu hermana? Depravado hijo de puta, ¿estabas enamorado de ella?-

 

 

“No sigas, no sigas” y la sensación suprema del orgasmo tomando el control de todas las sensaciones, y el estallido en su interior llenándola con el semen del odio, con el fuego de la lujuria “Perdona hermanita, perdóname” y el filo deslizándose a través del cuello, haciendo un corte profundo del cual emana sangre tal cual cántaro roto. Mi rostro, su rostro, mis manos, su pecho... todo es carmesí... hasta las bocanadas de aire que se le escapan de entre los labios. Sus pupilas dilatadas y la punta de la navaja que arremete contra su pecho, sus brazos, su vientre... una, dos, tres, quince, veinte, treinta puñaladas. Y mis ojos reflejándose en sus ojos violetas... gotas de sangre pendiendo desde mi mentón, bajando desde mi frente hacia los pómulos. “Ojos violetas, eres mía o de nadie... eres mía o de nadie”

 

 

Un trueno abre a la noche en dos y el fulgor ilumina al cuerpo muerto. Todo es carmesí, todo es negrura.

- Los maté a todos, a todos, por dios santo, los maté a todos – lloro como un niño - ¿Cómo pude matar a mi familia de esa manera? Los maté a todos… los maté a todos – repito y repito desgarrado, quebrado para siempre, vencido.

- Llévenlo a la celda... no queda más nada que decir... ha confesado su autoría en el quíntuple crimen de la calle Arlen y ya está desvariando. No le escaparás a la pena de muerte alegando locura, pequeño hijo de puta. Debes morir, mereces morir aunque tendrás más suerte que las víctimas. Al menos te matará el sistema, no un familiar. Hijo de puta – y escupe mi cara.

 

El calvo apoya sus manos sobre mis hombros y las convierte en garras halándome hacia arriba. Los cuatro policías me rodean y uno de ellos me empuja hacia la puerta – Matar a su familia. Ni los animales… - dice y se quiebra. Miro hacia el vidrio espejado mientras me sacan del lugar. En él veo el reflejo de mi rostro, una herida abierta en el párpado, saliva caliente transitando mi mejilla derecha, los ojos enrojecidos de llanto y una sonrisa socarrona en mis labios ¿Por qué sonrío? ¿qué mierda estoy festejando? He matado a mi familia. Soy un hijo de puta. El peor de todos. Tienen razón, no merezco vivir, no merezco vivir. Pienso y mis pensamientos son disparos dentro de mi cabeza, hasta que una voz en mi cabeza, en mi pecho, en el alma, me contesta: (Ojos violeta, hija de puta,  se lo había dicho pero no me creyó. Me dejas y me mato. Y así lo hice. Me maté, pero nada es gratis) ¿Quién habla? ¿Qué me está pasando? ¿Lo escuchan? (Y en las sombras, torturado, despedazado, vacío, no podía soportar sentirla viva… feliz como yo, ya nunca lo sería) ¿Quién habla? ¿Qué carajo está pasando?Ustedes, ¿lo están escuchando? (Silvana, por su familia me dejó. Que era mayor, que iba a arruinarle la vida, que debía dejarme. Ellos fueron los culpables y murieron como tales) Policías, ¿lo están escuchando? (Me cargué a toda su familia, salvo a su hermano mayor, el mayor artífice de mi desgracia. Necesitaba un cuerpo vivo que hale del gatillo, que esgrima los filos. Pobre idiota, luchó por no hacerlo. Luchaste por no hacerlo. Nadie puede contra el odio y la venganza. Nadie. Ni siquiera el amor) ¿Quién está en mí? ¿Quién mierda está dentro de mí? (Ernesto, según tú, el idiota que se casó con tu hermana) Pero tú estás muerto, hijo de puta, estás muerto. Te mataste hace unos meses… no puede ser, me estoy volviendo loco (Estoy tan muerto como lo estarás tú en poco tiempo. En ese momento, en el momento de tu muerte, por fin te dejaré en paz, ¿antes? No, antes quiero verte sufrir) Empecé a forcejear al tiempo que una risa estallaba desde mi interior. Los policías comenzaron a golpearme con sus palos. Antes de desvanecerme por los golpes supe que lo mejor que podía pasarme era la muerte e imploré por ella.

Todo es negrura.

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